El domingo 22 de diciembre, Alberto Fernández visitó las instalaciones de un canal local en Argentina y abrió la primera polémica de su gestión con la presidencia de Sebastián Piñera:
- Otro informe de Bachelet contra la dictadura de Maduro en Venezuela se conoció en las últimas horas ¿Cuál es su mirada sobre este tema si es que puedo verlo? - consultó el conductor de América TV.
- No pude verlo y la verdad es que nos preocupa como todo avasallamiento en contra del estado de derecho. Pero nos preocupa también lo que está pasando en Bolivia y en Chile, porque de todo eso se habla menos. Hace días atrás me acordaba cuando recibí a las organizaciones de derechos humanos venezolanas, en 2013, cuando Maduro después de una manifestación apresó 800 personas. Piñera metió presas a 2.500 personas y nadie dijo nada.
De esta forma y con estas palabras, Fernández terminó con la luna de miel que vivían desde hace dos años la presidencia de ambas naciones y marcó su posición al interior de la región, distanciandose de su antecesor, Mauricio Macri, quien lideró junto a Sebastián Piñera, Iván Duque y Donald Trump, la ofensiva que lanzó el Prosur sobre Venezuela a principios del año pasado.
Así, con Evo Morales destituido, Rafael Correa fuera de escena, Lula da Silva recién salido de la cárcel, Nicolás Maduro completamente golpeado y el Frente Amplio Uruguayo fuera del poder, al igual que la Concertación, Fernández heredó por defecto la mochila del liderazgo progresista y salió al paso del tema más caliente para la prensa tradicional en Sudamérica: Venezuela.
Pero los gestos no partieron con estas declaraciones, su agenda ya había partido semanas atrás cuando se reunió en Argentina con el Grupo de Puebla, donde aprovechó de fotografiarse junto a los principales líderes del mundo progresista al interior del Hemisferio Sur, como Dilma Rousseff y Fernando Lugo.
En la misma ocasión, Fernández se reunió con dirigentes Bolivianos cercanos a Morales y con Marco Enríquez Ominami, con quien tiene una relación fluida gracias a su cercanía con Carlos Ominami, a quien conoce hace 20 años y que fue su principal aliado en campaña a este lado de la cordillera, entregando varias entrevistas al interior de los medios tradicionales, ubicándolo como el candidato que podía devolverle la estabilidad a Argentina.
Posterior a este encuentro, una vez que renunció Evo Morales a la presidencia de Bolivia tras un golpe de estado, Fernández recibió al máximo dirigente del MAS en Argentina, luego de un breve paso por México, y desde entonces Morales se ha reunido con dirigentes de su partido para organizar las elecciones a las que debería llamar pronto el gobierno interino que se se formó tras el quiebre institucional.
Con este calendario de actividades y declaraciones, Fernández se distanció inmediatamente de su antecesor, cuestión que impacta directamente en la relación que había llevado en los últimos años La Moneda con la Casa Rosada.
Sin ir más lejos, Piñera fue uno de los principales aliados de Macri, lo apoyó públicamente cuando suscribió el acuerdo con el FMI, respaldando en todo momento su política económica pese al incremento que tenían mensualmente los índices de pobreza e inflación de Argentina.
Devolviendo el gesto, Macri invitó a Chile a la cumbre del G20, donde Piñera comenzó a potenciar su figura internacional mentalizado en los encuentros de la APEC y la COP25 que el año pasado le tocaba organizar.
Al interior de la región impulsaron juntos el Prosur y tuvieron vocerías activas en el Venezuela Aid Live que terminó con el incidente de Cúcuta en el Puente Internacional Simón Bolivar, en uno de los episodios más tensos del 2019, cuando se tensionaron al máximo las relaciones entre Venezuela y Colombia.
Después de este frustrado intento de ahogar al gobierno de Nicolás Maduro, Piñera y Macri se reencontraron en la cumbre del Foro para el Progreso de América del Sur, celebrada en Santiago y presidida por Piñera, hasta donde llegaron los presidentes de Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, Paraguay y Perú.
Pero no solo a cargo de la presidencia Piñera y Macri cultivaron su cercanía, sus carrera políticas están marcada por las coincidencias. Ambos son empresarios, intentaron lanzar su popularidad a la cabeza de los clubes de fútbol más populares de su país, Colo Colo y Boca Juniors respectivamente, también los dos enfrentaron a la justicia por delitos financieros y se hicieron un espacio en la derecha por fuera de su eje más conservador.
El nivel de semejanzas y cercanía es tal, que en la campaña que lo llevó a la presidencia, Macri copió la estrategia comunicacional de Piñera, entregando discursos casi idénticos, pero la historia terminó y aunque el empresario argentino copio nuevamente el diseño del presidente chileno, realizando una campaña de hipersegmentación, no le alcanzó para derrotar al antiguo jefe de gabinete de Néstor Kirchner,
A fines de octubre, Alberto Fernández derrotó a Macri en primera vuelta y el panorama que la derecha había construido desde principio de año comenzó agrietarse en medio de una oleada de protestas populares que comenzaron a sacudir al hemisferio sur del continente.
Octubre, la grieta del diseño conservador
A fines de 2018, cuando Jair Bolsonaro llegó a la presidencia de Brasil, marcó el fin de un ciclo político donde predominó el progresismo y la relación económica del Mercosur.
Con Mauricio Macri al mando de Argentina, Iván Duque en Colombia y Sebastián Piñera en Chile, el neoliberalismo y su proyecto político para la década comenzaba a apagar todos los procesos que desde el arribo del Chavismo habían comenzado a incomodarle, pero el año pasó y la realidad ha sido diferente.
Con la economía mundial yendo a la baja y las potencias en tensión bajo la guerra comercial, la globalización ha comenzado entrar en crisis. El primer antecedente se vivió en la cumbre del G20, realizada en Argentina, cuando China y Estados Unidos firmaron un tímido acuerdo en los primeros pasos de la tensión arancelaria.
Esta fue la primera advertencia para un sector del continente que basa su economía en un modelo primario exportador: cobre, petróleo, soya, ganado, madera. Desde entonces, el mercado ha ido a la baja y las arcas fiscales ya no son las mismas que habían hace una década. En consecuencia, las capas medias ya no son tan medias y viven bajo la vulnerabilidad, mientras la pobreza aumenta.
Bajo este escenario, la reconfiguración del mapa político en Sudamérica ha ido cambiando sus ejes y se hace imposible de descifrar.
En menos de un año, Alberto Fernández recuperó la presidencia para el peronismo justo en el momento en el que Sebastián Piñera comenzaba la peor crisis que ha visto Chile desde la vuelta a la democracia, las que se iniciaron tan solo unos días después de que pararan las protestas indígenas en Ecuador, quienes se levantaron en en contra de un paquete de medidas acordadas por el gobierno y el FMI, que contemplaban una serie de recortes fiscales.
Al poco tiempo de iniciadas las manifestaciones en Chile, Duque enfrentó el paro productivo más grande de Colombia en las últimas cuatro décadas y Jair Bolsonaro tuvo que congelar su reforma al sistema de pensiones para evitar un estallido social similar por los que han pasado sus aliados.
Leyendo el contexto, Alberto Fernández asume la presidencia de Argentina en medio de un clima adverso, rodeado por presidentes de diferente signo y bajo la responsabilidad de intentar un giro desde la centroizquierda que pueda liderar el futuro de la región.
Tomando en cuenta los antecedentes, donde se mezcla la ausencia de líderes al interior de la centroizquierda en sudamérica, más el desgaste del sistema político que hoy tiene entre protestas gobernando a la derecha, Fernández emerge por defecto como la principal figura de la centroizquierda con la experiencia de haber sido gobierno junto a Néstor Kirchner y Cristina Fernández. Un ciclo marcado por las críticas al interior de la izquierda y que representa todo un desafío para este nueva conducción del peronismo.
Así, el Prosur, con el que la derecha comenzaba a torcerle la mano al Mercosur hoy ha perdido relevancia y su continuidad se mantiene sobre la duda.
Actualmente existe un rechazo generalizado en el mundo en contra de Bolsonaro, que se ha agudizado con su postura extravista de la economía en medio de la crisis ambiental. A este alicaído liderazgo se le suma la pérdida de relevancia internacional en la que ha caído Piñera, quien ha mutilado su imagen tras las violaciones a los derechos humanos que se han efectuado en el país desde octubre, situaciones que han sido respaldadas por los informes de Amnistía Internacional y Human Right Watch, además de los pésimos resultados alcanzados en la COP 25, donde se retrocedió respecto a los objetivos definidos por el Acuerdo de París.
De esta forma, si las derechas a fines de 2018 y principios de 2019 podían respirar tranquilas con todo el campo de juego a su favor, el fin de la década los golpeó de frente, abriendo el paso a un ciclo completamente nuevo para el mundo y el continente.
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