Si los espectadores nacionales de Borgen pudieron ver sus primeras tres temporadas por Netflix, fue porque la gran N roja se asoció con la cadena danesa DR1 para filmar esta cuarta temporada, que ahora está disponible para el mundo entero. Por Netflix, naturalmente.
Al igual que en los episodios exhibidos entre 2010 y 2012, la serie sigue contando con el don de la profecía, adquirido por el estudio y el rigor de sus creadores, aunque no necesariamente coronado por la precisión exacta, pues estas cosas no son fáciles de predecir.
Antes de que Ucrania hiciera estallar el polvorín, esta serie apostó por un episodio de tensión internacional que involucraba a Estados Unidos, la OTAN, Rusia y China, en torno al sorpresivo hallazgo de yacimientos de petróleo en Groenlandia, salpicando así a Dinamarca, al gobierno danés y a su ministra de Relaciones Exteriores, nuestra conocida Birgitte Nyborg (Sidse Babett Knudsen).
Al igual que en los episodios exhibidos entre 2010 y 2012, la serie sigue contando con el don de la profecía, adquirido por el estudio y el rigor de sus creadores, aunque no necesariamente coronado por la precisión exacta, pues estas cosas no son fáciles de predecir.
Han pasado diez años desde que la dejamos –renunciando al poder con tal de no aliarse con la extrema derecha–, y al cabo de ese par de lustros no se ha vuelto a emparejar, sus hijos crecieron y ya no viven con ella, y funge como una veterana canciller que debe rendirle cuentas a una primera ministra diez o quince años menor. Con la que –para colmo– se lleva pésimo.
El fantasma del deterioro y de los (auto)cuestionamientos rondan por la cabeza y por la oficina de Nyborg. Paralelamente, su ex asesora de prensa, Katrine Fønsmark (Birgitte Hjort Sörensen), acaba de ascender a jefa de prensa de TV1 (nombre de fantasía de DR1, obviamente), extendiendo el supuesto de las temporadas iniciales respecto del carácter simbiótico entre el poder estatal y el escrutinio mediático de toda democracia que merezca ser llamada como tal.
Y, al igual que en las temporadas iniciales, aparece un tercer protagonista, el flamante embajador de la cancillería para el Ártico, Asger Holm Kirkegaard (Mikkel Boe Følsgaard), un tecnócrata talentoso y aparentemente torpe que será los ojos, oídos, brazo y extensión del cerebro de Nyborg en Groenlandia.
Las tres cuerdas de esta historia no están necesariamente balanceadas en minutaje ni en profundidad, pero todas revisten de algún –disparejo– interés por razones distintas. Asger va a Groenlandia a hacer lo posible para que el petróleo sea extraído para financiar una eventual independencia groenlandesa, y para que al Estado danés le lluevan los dólares.
Sin embargo, esa prosaica misión está en los hombros de un hombre sensible, y sincero exponente de la culposidad danesa respecto de los males de Groenlandia (pobreza, alcoholismo, suicidios, entre otros); que además se toma el asunto como un improbable pero creíble viaje espiritual a la saga del explorador y antropólogo dano-groenlandés Knud Rasmussen (1879-1933).
En su necesidad de seguir en el poder, la ministra pacta con el diablo. Su creciente cercanía con un antiguo enemigo, Michael Laugesen (Peter Mygind), supone una descalibración moral de Nyborg, quien es consciente de lo que está haciendo y por qué lo está haciendo, pero cuyos impactos en su entorno caen en un gran punto ciego, progresivamente percibido por sus cercanos
La historia de Katrine es un tormento, para ella y para quien la ve. Sus problemas liderando a sus antiguos colegas es la excusa para que los autores de la serie se pronuncien –con agudeza, hay que decirlo– sobre los choques generacionales en los equipos de trabajo, el cambio de los gustos e intereses de las audiencias y la sobreexposición en las redes sociales, que definitivamente cambió el mapa.
Por predecible y lastimero, el periplo de Katrine es lo más débil del conjunto, y es un acierto que en el montaje final tenga menos peso y desarrollo que la trama que avanza paralelamente entre Groenlandia y Borgen.
En el palacio de Gobierno, la canciller Nyborg encuentra en el entuerto del petróleo –que incluye a un magnate ruso, involucrado con capitales chinos, que despiertan la sospecha estadounidense– una nueva razón para seguir vigente y proyectarse otra vez a la cima del poder. La idas y vueltas de la situación, con las consiguientes volteretas de la ministra, están bien explicadas y dosificadas para que tomen por sorpresa al propio espectador, y lo deje en una posición pasmada ante la inquietante evolución de la protagonista.
Porque, en efecto, en su necesidad de seguir en el poder, la ministra pacta con el diablo. Su creciente cercanía con un antiguo enemigo, Michael Laugesen (Peter Mygind), supone una descalibración moral de Nyborg, quien es consciente de lo que está haciendo y por qué lo está haciendo, pero cuyos impactos en su entorno caen en un gran punto ciego, progresivamente percibido por sus cercanos; en su oficina, en Groenlandia y en su familia.
El hecho de que su hijo menor, Magnus (Emil Poulsen), sea una cría del tiburón político que es su madre, agrega a la trama varias capas de conflicto, en términos de justicia intergeneracional (ecología) y del uso mutuo para empujar sus respectivas carreras políticas.
Eso sí, las complejidades de la serie no logran recubrir el esqueleto central del conflicto, tan viejo como el mundo, aunque debidamente verbalizado por primera vez por Maquiavelo, uno de los cimientos intelectuales de esta obra de ficción. La moral del político y la moral convencional son distintas y rara vez coinciden, y el derrotero de Nyborg refleja eficazmente esa realidad.
Sin embargo la serie se cuida muy bien de no tomar partido al respecto, dejando en suspenso no solo qué ocurrirá con el petróleo en Groenlandia, sino qué decisión tomará Nyborg respecto de su carrera y su futuro como política: ¿se aferrará al poder como sea o volverá a comportarse con ese calculado idealismo que le permitió ascender y destacarse como política? Durante largos capítulos, la serie plantea ambas opciones como viables, y la resolución solo se da al final y en un sentido no muy distinto al espíritu general de todo el conjunto.
Dicho esto, hay que destacar que ese conflicto central es sabiamente situado en una cultura política bastante particular, una donde el subsecretario de Nyborg no es de su confianza sino un funcionario de carrera que “un día sirve a la izquierda y al otro día sirve a la derecha”, en sus propias palabras.
Esos detalles se agradecen. Aunque se agradecerían más si no dieran tanta envidia.
Acerca de...
Título original: Borgen - Riget, Magten, og Æren (cuarta temporada)
País: Dinamarca
Exhibición: Ocho episodios (2022)
Creada por: Adam Price
Se puede ver en: Netflix
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