A comienzos de enero, el entonces presidente electo Gabriel Boric salió por unos momentos de su oficina y repartió una caja de cuchuflís artesanales entre los periodistas que esperaban noticias sobre futuros nombramientos bajo el calor inclemente. Siete meses más tarde, el gesto –interpretado como una señal de amistad con la prensa– se ve tan lejano como esos días de temperaturas extremas.
La luna de miel –si alguna vez la hubo– hoy es un campo de batalla en el que ciertas informaciones falsas encuentran una facilidad inédita para ser diseminadas y la histeria se ha adueñado de discusiones otrora más mesuradas.
¿Qué cosas han cambiado? Boric cumple hoy cinco meses en el poder, nos encontramos a menos de cuatro semanas de un plebiscito clave y, tal como lo señalamos en esta tribuna hace un tiempo, los medios que tendían a ser generosos con el gobierno de Piñera se convirtieron prontamente en feroces perros guardianes. La luna de miel –si alguna vez la hubo– hoy es un campo de batalla en el que ciertas informaciones falsas encuentran una facilidad inédita para ser diseminadas y la histeria se ha adueñado de discusiones otrora más mesuradas.
Es en este clima como llegamos, a inicios de agosto, al caso de Matías del Río, quien fue removido de la conducción de Estado Nacional por un capítulo. La noticia estalló –y este detalle no es baladí– a través de un breve publicado por Reportajes de El Mercurio en el que se explicaba que su salida buscaba protegerlo “sobre todo a raíz de las críticas que recibe desde sectores de izquierda en redes sociales”. La noticia solo citabas fuentes anónimas.
A partir de ese momento, lo que pudo haberse quedado en un breve dominical escaló a instancias mayores. Durante varios días El Mercurio le dedicó notas, columnas, editoriales y hasta el chiste del día. “Periodismo acosado”, tituló uno de los textos su comité editorial.
La cobertura no se limitó únicamente al buque insignia de los Edwards, pero sí encontró en sus páginas a su principal difusor. La Segunda le dedicó su portada señalando que una “tormenta” había obligado a restituirlo, mientras que una semana después de estallado el caso la ministra Camila Vallejo debió enfrentar una insistente entrevista en Diario Financiero en la que se le preguntó hasta la saciedad por el tema.
“Es evidente que ha habido afirmaciones sobre intervencionismo cuando no ha habido ni intención, ni jamás nunca se nos pasaría por la cabeza eso”, respondió. Ese mismo domingo, el caso sirvió de justificativo para que El Mercurio, nuevamente en su cuerpo de Reportajes, dedicara una página completa para ahondar en lo que llamaron la “acontecida relación” del gobierno con los medios, lo que fue complementado por una conveniente encuesta de sus socios de la UDD. Según ella, a esta altura el 51% de los consultados creía que detrás de la remoción momentánea había motivos políticos.
¿Se habría convertido este affaire en motivo de editoriales, columnas y reportajes si se hubiese tratado de un periodista asociado a la izquierda y no a la derecha? Habría que ser muy ingenuos para sostener algo así.
¿Fue realmente lo sucedido con Matías del Río un atentado a la libertad de expresión como algunos quisieron insinuar? No, y así lo indicó en su columna dominical Carlos Peña, quien una vez más entró en sana contradicción con la línea del diario. ¿Habría recibido un caso como este el mismo nivel de cobertura si no nos encontráramos a menos de un mes del plebiscito por la nueva Constitución? Cuesta creerlo: es sabido que todo acto que manche la reputación del gobierno significa una ganancia para el Rechazo. ¿Se habría convertido este affaire en motivo de editoriales, columnas y reportajes si se hubiese tratado de un periodista asociado a la izquierda y no a la derecha? Habría que ser muy ingenuos para sostener algo así.
A través de estas columnas hemos defendido de manera incesante la importancia de discutir sobre el periodismo y lo beneficioso que un debate de este tipo puede ser no solo para el sistema de medios sino también para la democracia del país. Las eventuales presiones que reciben a diario algunos de estos medios deben ser cubiertas, investigadas y analizadas, pero para ello es menester también entender de dónde vienen las denuncias y qué es lo que persiguen.
En este caso particular, las críticas al trabajo del periodista de TVN apuntaron al desequilibrio informativo respecto de las opciones Apruebo y Rechazo. Algunas, claro, se hicieron con más criterio que otras, pero el fondo fue siempre el mismo: existe en el sistema de medios tradicionales chilenos –y en algunos programas televisivos en particular– un desbalance de miradas. Las críticas al trabajo de del Río, sin embargo, no justifican el discurso de quienes hablan de una supuesta cultura de la cancelación (y que reciben curiosamente amplios espacios para hacer estas acusaciones). Como lo señaló Pablo Iglesias en entrevista reciente con Interferencia, “señalar que la correlación mediática de fuerzas es el escenario crucial para la política” no significa “poner en cuestión la libertad de prensa”.
Singularizar a Matías del Río por un problema que se arrastra por décadas no solo es injusto con él sino también inoficioso en el largo plazo. Su salida, aunque sea por una semana, no cambia en nada un eventual desequilibrio en el sistema de medios y, como lo vimos en los últimos días, solo sirve de alimento para los conservadores que temen que sus privilegios comiencen a extinguirse.
La controversia generada por el caso del Río es apenas un adelanto del tipo de discusiones que comenzarán a darse una vez que el gobierno –y esperablemente la nueva Constitución– comience a tomar las riendas sobre temas sensibles como el avisaje del Estado.
El sistema de medios chileno necesita ser revisado y hacia allá apuntan las decisiones del actual gobierno. Es loable el hecho de que cada vez sea más común leer entrevistas a ministras y ministros en medios comunitarios y regionales. En lo que respecta a la independencia de TVN, es evidente que su directorio debe ser reestructurado en base a criterios que no sean únicamente políticos. De hecho, los tres directores que salieron a defender a del Río son un abogado consejero de Libertad y Desarrollo, una exministra piñerista de Evópoli y una exeditora y exdirectora de diarios de los Edwards en plenos años 80. Si bien el periodista recibió también el respaldo de otros colegas, al interior del directorio del canal público dime quién te defiende y te diré quién eres.
En este sentido, la controversia generada por el caso del Río es apenas un adelanto del tipo de discusiones que comenzarán a darse una vez que el gobierno –y esperablemente la nueva Constitución– comience a tomar las riendas sobre temas sensibles como el avisaje del Estado o la creación de nuevos medios públicos.
Volviendo al caso del Río y su nivel de vitrina en las últimas semanas, es pertinente revisar una histórica entrevista dada en 1996 por Noam Chomsky. En ella, el lingüista y filósofo cuestionó la independencia de los medios de comunicación tradicionales ante los grandes poderes políticos y económicos arguyendo que existen temas sobre los que sencillamente no se puede hablar. Sorprendido, el periodista de la BBC Andrew Marr le replicó:
-¿Cómo puedes saber que me estoy autocensurando? ¿Cómo puedes saber que los periodistas son…
Sin dejarle terminar sus palabras, Chomsky contraatacó:
-No estoy diciendo que te estás autocensurando. Estoy seguro de que crees todo lo que dices. Pero lo que estoy diciendo es que si creyeras algo diferente, no estarías sentado donde estás sentado.
La discusión, que plantea una serie de temas claves sobre quiénes son las voces que tienen cabida en los grandes medios, resulta clave y nos remite a julio de 2021, cuando el propio Matías del Río fue entrevistado por el Diario Financiero. Ante las críticas que recibía por ese entonces, señaló: “Si me autocensuro para evitar el qué dirán, entonces me dedico a vender cuchuflís”.
Ya sabemos qué le respondería Chomsky.
Comentarios
Aunque la falta de cojones
Ya lo dije en ediciones
La concentración del poder
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