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Jueves, 18 de Abril de 2024
Saga de La Araña (5° parte y final)

El abortado golpe de Patria y Libertad de junio de 1973 y los últimos días de la UP

Manuel Salazar Salvo (*)

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Un enfervorizado Pablo Rodríguez
Un enfervorizado Pablo Rodríguez

Si bien el movimiento nacionalista realizó grandes esfuerzos por derrocar a Salvador Allende, estos no fueron decisivos. Protagonizaron un golpe fallido -el Tanquetazo- que provocó que reinara el caos entre sus filas, obligando a los principales dirigentes pasar a la clandestinidad, desde donde estaban cuando sucedió el golpe definitivo del 11 de septiembre. 

Admision UDEC

A principios de junio de 1973 terminaron los preparativos para iniciar los cursos de entrenamiento paramilitar en el campamento precordillerano Sierra Alfa del Frente Nacionalista Patria y Libertad (FNPL), en  Argentina. Esto, a la vez que también estaban dispuestos armas y medios de transporte almacenados cerca de la Base Aérea de Morón, en la Provincia de Buenos Aires. Mientras que en Chile, las primeras brigadas operacionales estaban ya constituidas.

Fue entonces cuando John Schaeffer -uno de los líderes operativos del FPNL- envió en un avión Cessna, pilotado por Mario Anfruns, a Arturo Hoffmann con urgentes noticias para Roberto Thieme: un grupo de oficiales del Ejército intentaría derrocar al gobierno de la Unidad Popular (UP) el 26 de junio. Era urgente que se preparara a transportar todo el material bélico y los equipos reunidos hacia una base en el sur de Chile.

Salvador Allende contaba con el apoyo de los comandantes en jefe de las distintas ramas y un considerable número de generales apegados a la llamada doctrina Schneider de obediencia al poder civil y a la Constitución. No obstante, en Patria y Libertad sabían que las segundas antigüedades y la mayoría de los generales y coroneles eran antimarxistas. Creían que, al igual que en la España republicana de 1936, el país se enfrentaba a una posible división de los altos mandos militares, lo que podría derivar en una guerra civil.

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El general Carlos Prats encabeza las tropas leales
El general Carlos Prats encabeza las tropas leales

Thieme, junto a Juan Schoennenbeck, el jefe del movimiento en Buenos Aires, y Ernesto Miller, quien había llegado a la capital argentina para recuperarse de sus heridas, iniciaron una frenética tarea para embalar los pertrechos destinados a apoyar el levantamiento militar en Chile. 

El 29 de junio, muy temprano, mientras se dirigían en un taxi hacia el departamento bodega de Cantagallo, escucharon por la radio que varios regimientos avanzaban hacia el palacio de La Moneda en Santiago para deponer al presidente Allende. Muy excitados, llegaron al lugar donde los esperaban Roberto Zúñiga y Juan Schoennenbeck, con quienes empezaron a llamar por teléfono tratando de conseguir más detalles sobre el levantamiento.

Cerca del mediodía tuvieron la certeza que la sublevación había fracasado y que los cinco máximos dirigentes de Patria y Libertad -Pablo Rodríguez, John Schaeffer, Benjamín Matte, Manuel Fuentes y Juan Eduardo Hurtado- estaban en la embajada de Ecuador solicitando asilo político. 

Para el intento de golpe programado para el día 26 se habían conjurado varios altos mandos militares y comandantes de unidades a lo largo del país, pero en el último minuto los planes fueron detectados por el Servicio de Inteligencia Militar (SIM) e informados al general Carlos Prats, lo que determinó cancelarlos. Pese a ello, en el Regimiento Blindado N° 2 Libertadores, se resolvió continuar con la rebelión sabiendo que ella sería sólo un desesperado gesto para manifestar el descontento militar con el gobierno de Allende. 

Durante la madrugada del 29 de junio, algunos dirigentes de Patria y Libertad trataron infructuosamente de convencer a los oficiales de la unidad blindada para que depusieran su actitud. Al no conseguirlo, se decidió apoyarlos hasta las últimas consecuencias. 

Rodríguez y los otros cuatro dirigentes obtuvieron el asilo en Ecuador y viajaron a Quito el 7 de julio. En Buenos Aires, Thieme, Juan Schoennenbeck, Roberto Zúñiga, Enrique Vicuña y Macarena Rivera, decidieron enviar a Santiago a Ernesto Miller para que evaluara el descabezamiento de la organización. 

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La plana mayor de Patria y Libertad se asila en la embajada de Ecuador
La plana mayor de Patria y Libertad se asila en la embajada de Ecuador

El gobierno decretó el estado de sitio y se inició una intensa batida contra los instigadores de la intentona golpista. Ante el temor y el desconcierto de los militantes, se decidió pedirle a Thieme, el ex secretario general, que volviera a Chile y asumiera el control de la situación.

El 13 de julio el jefe de Sierra Alfa voló clandestinamente desde Mendoza hacia Chile en un Cessna Skymaster enviado desde Santiago al mando del ex piloto de Lufthansa y Lan Chile, Mario Flaco Esquivel, que llevaba como copiloto a Mario Anfruns y de tripulante a Arturo Hoffmann. La nave subió hacia el sur para cruzar la cordillera por la aerovía Malargüe - Curicó y descender rumbo al aeródromo El Boldo, cerca de Cauquenes, donde dos automóviles los esperaban con sus luces encendidas. Thieme se abrazó con Miguel Sessa y cuatro miembros de la Brigada Operacional Gamma, partiendo de inmediato por tierra a Santiago. 

Esa misma noche se efectuó un consejo de dirigentes convocado por Eduardo Díaz Herrera, quien había asumido provisoriamente como jefe nacional. Concluyeron que el movimiento no podía continuar funcionando legalmente, ya que el gobierno se había querellado contra todos sus dirigentes por el delito de sedición y sublevación militar. 

Enfrentaron el dilema de disolverse o pasar a la clandestinidad. Thieme, Sessa, Miller y Vicente Gutiérrez explicaron que aún no estaban preparados para operar clandestinamente, que si bien contaban con un contingente de 500 militantes organizados en las brigadas operacionales, aún no recibían el entrenamiento paramilitar completo. 

Tampoco disponían de los medios para subsistir en la dura vida clandestina. Pese a ello, ninguno de los presentes estuvo dispuesto a rendirse ni abandonar las filas del nacionalismo. En una elección casi desesperada, coincidieron en pasar a la clandestinidad. 

Las primeras medidas fueron cerrar todas las sedes, formar un consejo político de emergencia y nombrar a los encargados de mantener los contactos con las Fuerzas Armadas, sectores gremiales y políticos. Finalmente, ya avanzada la madrugada, redactaron una declaración que Thieme leería en su reaparición pública en el país. 

Thieme resucita en el barrio alto

El periodista Celso Ferrada invitó a varios colegas a una secreta rueda de prensa en el restaurante Bremen, ubicado en la avenida Las Condes, que se realizaría el día 16 de julio de 1973. En ella irrumpió Thieme anunciando que Patria y Libertad mantenía incólume su fuerza operativa y el mejor ánimo para seguir luchando contra la Unidad Popular. Aseguró que darían comienzo a una ofensiva contra el extremismo marxista dirigido por el MIR, según lo indicaban los masivos hallazgos de explosivos descubiertos por las Fuerzas Armadas en allanamientos practicados en diversas ciudades del territorio. 

La crisis política aumentaba. Un esfuerzo de la Democracia Cristiana y del gobierno por buscar acuerdos había sido desahuciado por el presidente de la falange, Patricio Aylwin, al declarar que "no hay diálogo con la pistola  al pecho. Yo no puedo sentarme a negociar con un interlocutor que me recibe con una metralleta sobre la mesa". 

El senador del Partido Nacional Francisco Bulnes, a su vez, denunciaba que los cordones industriales formados por los partidos de la UP "obedecían al propósito desembozado de crear el llamado poder popular, una organización paramilitar dotada de una cadena de fortalezas, bien pertrechada de armas y explosivos, organizada militarmente, y destinada a un enfrentamiento con las Fuerzas Armadas". 

El Comité Permanente del Episcopado, por su parte, dio a conocer una carta pastoral, firmada por el cardenal Raúl Silva Henríquez, en la que expresaba que "hablamos en una hora dramática para Chile. Lo hacemos por ser fieles a Cristo y nuestra patria. Hablamos en nuestra condición de obispos de la Iglesia Católica, porque creemos tener una obligación especial de hacer un llamado extremo para evitar una lucha armada entre chilenos. No representamos ninguna posición política, ningún interés de grupo, sólo nos mueve el bienestar de Chile y tratar de impedir que se pisotee la sangre de Cristo en una guerra fratricida". 

Disfrazado de oficial de ejército

Después de la reunión con los periodistas, Thieme se cortó el pelo al estilo militar y se lo tiñó nuevamente. También empezó a vestirse con un uniforme de oficial de Ejército facilitado por su hermano, el teniente Ricardo Thieme, destinado en ese momento en San Fernando. Para movilizarse utilizaba un automóvil Fiat 125, prestado por el empresario Javier Vial Castillo, manejado por un ex cabo del Ejército, y mantenía durante las 24 horas una escolta de dos militantes de la Brigada Gamma, armados con revólveres Colt Magnum y granadas de mano. Dormía cada noche en una casa distinta, parte de una red de seguridad establecida para anidar a los principales dirigentes del ahora clandestino movimiento.
 
Los dirigentes y los cuadros más avezados fueron instruidos para que se esforzaran al máximo en tomar contacto con oficiales de las distintas ramas que tuvieran mando de unidades y de tropas. A los pocos días percibieron que sólo faltaba un cambio de comandantes en jefe para conseguir que las Fuerzas Armadas se cohesionaran y decidieran intervenir para terminar con el gobierno de la Unidad Popular. 

En el abortado levantamiento de fines de junio que la prensa bautizó como Tanquetazo, algunas brigadas operativas habían recibido de parte de los oficiales del Blindados W 2, seis ametralladoras Punto 30 que aún conservaban. Los contactos con el SIM se mantenían a través de Saturnino López, quien se relacionaba directamente con el jefe de esa repartición militar, el general Augusto Lutz. El oficial estaba inquieto por aquellas armas y Miguel Sessa fue encomendado para devolverlas, operación que se hizo con bastante pesar, entregándolas una noche, bajo estrictos cuidados, en la Escuela Militar. 

La gran cantidad de pilotos que militaban en Patria y Libertad les facilitó las relaciones con los oficiales de esa rama e incluso varios de los más jóvenes formaron células operativas del movimiento. Destacó entre ellos el comandante de escuadrilla, Roberto Fuentes Morrison, quien posteriormente, a través de Manuel Fuentes Wendling, se mantendría como nexo entre la dirección del FNPL y el nuevo comandante en Jefe de la Fuerza Aérea, el general Gustavo Leigh. 

Una semana después de haber entrado a la clandestinidad, a través de Vicente Gutiérrez, Roberto Thieme fue invitado a una reunión con unos oficiales de la Armada que colaboraban con el almirante José Toribio Merino. Dentro del más absoluto secreto y tomando todas las medidas de seguridad, se produjo el encuentro en Santiago, en un departamento de la avenida Vitacura. El comandante Hugo Castro llegó acompañado por un capitán y Thieme lo hizo secundado por Sessa y Gutiérrez. Los marinos les comunicaron que el día 25 de julio se iniciaría un nuevo paro nacional de camioneros, al cual se irían sumando gradualmente otros gremios, con lo que se pretendía paralizar totalmente al país, situación que crearía las condiciones para un pronunciamiento militar definitivo.

En seguida les preguntaron en qué situación se encontraban las brigadas operacionales, luego de conocer las explicaciones, les pidieron que las movilizaran en las condiciones en que estuvieran con el fin de contribuir al éxito del paro, asignándoles la misión de mantener cortadas las vías férreas y las carreteras, y sabotear los oleoductos y bencineras. 

Los marinos proveen los explosivos

Los marinos se comprometieron a señalarles los puntos de corte y a proveer los materiales explosivos requeridos. También les indicarían los días en que tendrían que provocar cortes de energía eléctrica en diversos lugares del territorio para alterar las comunicaciones radiales y televisivas. 

Sin mayores dudas, los dirigentes de Patria y Libertad aceptaron la misión y antes de despedirse establecieron los conductos de comunicación y de coordinación para poner en práctica los planes de sabotaje acordados. 

El momento tan esperado estaba llegando y parecía que la suerte del gobierno socialista estaba sellada. Thieme ordenó que se instruyera a las familias de los militantes más comprometidos para que tomaran todas las medidas de seguridad necesarias. Su mayor preocupación, Ernesto Miller, ya no la tenía: su medio hermano se alojaba en la casa del general de Ejército Javier Palacios. 

El 25 de julio se inició un nuevo paro nacional de transportistas. Al día siguiente, miles de camiones fueron estacionados en inmensos parqueaderos en Reñaca Alto, Casablanca, Curacaví, Puente Alto, San Bernardo y otras localidades. Los vehículos y sus conductores eran protegidos secretamente por integrantes de la Armada y financiados por el comando multigremial y empresarial que estaba detrás de la iniciativa. Simultáneamente, militantes de Patria y Libertad iniciaron los sabotajes programados cortando las mangueras de las expendedoras de combustible en las estaciones bencineras ubicadas en lugares estratégicos de Santiago.

Esa noche, la capital vivió un enervante clima de expectación y miles de personas salieron a las calles ante el rumor de que se había sublevado la Armada en Valparaíso y las tropas navales avanzaban hacia la ciudad. En distintos barrios empezaron a explotar bombas y se escucharon algunos tiroteos. Cerca de las dos de la madrugada, Miguel Sessa se comunicó con Thieme para informarle que el edecán naval del Presidente Allende, el comandante Arturo Araya Peters, había sido asesinado en su casa en la comuna de Providencia, después de regresar de un ágape efectuado en la embajada de Cuba al que había concurrido con el Presidente Allende.

 El asesinato del edecán naval de Allende

Tras el crímen, los máximos dirigentes del movimiento se reunieron de urgencia, mientras los jefes operativos realizaban una rápida investigación que concluyó con la certeza de que ningún miembro de las brigadas militarizadas del movimiento estaba involucrado.

Decidieron entonces entregar una declaración a la prensa a nombre de Thieme que señalaba: "Este nuevo atentado corresponde a la más fría, cerebral y maquiavélica decisión del marxismo leninismo. Es la única forma de distraer al país de las graves consecuencias del fracaso político, social, económico y moral más grande de nuestra historia. Estamos conscientes de que el gobierno y sus seguidores tratarán por todos los medios de culparnos directamente de este hecho. Confiamos en la capacidad de los Servicios de Inteligencia de las Fuerzas Armadas y no dudamos que comprobarán el origen del atentado y sabrán encontrar a sus autores materiales e intelectuales. Para avalar nuestra inocencia, me pongo a disposición de la Armada nacional". 

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El capitán Arturo Araya Peeters, el asesinado edecán naval de Allende
El capitán Arturo Araya Peeters, el asesinado edecán naval de Allende

Poco después Thieme sabría que los verdaderos autores del crimen eran los integrantes de un grupo descolgado del FNPL que él mismo había expulsado en 1972 por ser demasiado exaltados. Uno de los responsables era Guillermo Claverie, quien usando un rifle Marcatti largo, tipo Batán, facilitado horas antes por el ex oficial de la Armada, Jorge Ehlers, le disparó al edecán cuando éste había salido a increparlos tras escuchar una explosión en la calle. El arma pertenecía a una partida que el mismo jefe de Patria y Libertad internó desde Argentina y que fueron repartidas para ser empleadas en el Tanquetazo del 29 de junio. 

El asesinato de Araya impedía que el marino llegara al alto mando naval. En septiembre terminaba su período de dos años como edecán del Presidente y debía ascender a contraalmirante. Desde esa nueva posición podría enterarse rápidamente de los planes del golpe que preparaba la Armada. Varias décadas después surgió la teoría de que el edecán naval en realidad fue asesinado por un francotirador de oscuro origen emboscado en un edificio cercano al lugar del crimen. 

El 3 de agosto de 1973 se sumó al paro nacional el gremio de la locomoción colectiva y los militantes de Patria y Libertad se abocaron a sembrar las calles con clavos retorcidos, los llamados miguelitos, para impedir que los microbuses leales a la Unidad Popular mantuvieran funcionando el transporte público. Rápidamente la población empezó a sentir la carencia de movilización. Miles de empleados y obreros quedaron impedidos de concurrir a sus lugares de trabajo. Las bombas de bencina cerraron debido a la falta de combustibles y al corte de los oleoductos. Los trenes no podían reemplazar a los buses ni a los camiones. El país empezó a detenerse poco a poco.

Un nuevo leño encendido se agregó a la hoguera cuatro días después cuando la Armada informó que había detectado la gestación de un movimiento subversivo de izquierda en dos unidades de la escuadra: el crucero Almirante Latorre y el destructor Blanco Encalada. Se acusó a Carlos Altamirano, Miguel Enríquez y Oscar Guillermo Garretón, los máximos dirigentes del Partido Socialista, el MIR y el Movimiento Acción Popular Unitaria (MAPU), respectivamente, como los instigadores de los planes de infiltración en la Marina.

El cerco sobre la Unidad Popular se estaba cerrando y todas las piezas del plan elaborado para sacarla del gobierno empezaban a calzar. En Ecuador, mientras tanto, los dirigentes de Patria y Libertad quedaron en libertad de abandonar el asilo. Pablo Rodríguez viajó a México. John Schaeffer y Eduardo Díaz lo hicieron a Brasil con el propósito de reunirse con militares de ese país, y preparar el retorno a Chile. Benjamín Matte, Manuel Fuentes y Juan Eduardo Hurtado permanecieron en Quito. 

En la madrugada del 7 de agosto una fuerte explosión estremeció la ciudad de Curicó. Comandos de Patria y Libertad volaron 30 metros del oleoducto de la Enap que transportaba combustibles desde Talcahuano a Maipú, provocando dos muertos, nueve heridos y cuantiosos daños materiales. A través de la televisión se vieron las imágenes de los seres humanos y animales quemados por la enorme onda explosiva. 

El 9 de agosto de 1973, juraron nuevamente los comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas en el gabinete del Presidente Allende. El general Carlos Prats, en Defensa; el almirante Raúl Montero, en Hacienda; el general César Ruiz Danyau, en Obras Públicas; y el general director de Carabineros, José María Sepúlveda Galindo, en Tierras y Colonización. "Esta es la última oportunidad. Chile está en peligro. Así comienzan las guerras civiles", declaró Allende tras tomar el juramento al nuevo gabinete. 

Al promediar agosto, la situación del país era cada vez más caótica. El gobierno había nombrado 27 interventores militares para terminar con el paro del transporte y por decreto ordenó la reanudación inmediata de faenas. Los dueños de los camiones y microbuses respondieron que preferían quemar sus máquinas antes de que se las requisaran.

El retorno de Pablo Rodríguez 

Los dirigentes del FNPL preparaban el regreso de Pablo Rodríguez, quien lo haría a bordo de un avión bimotor Bandeirante de la Fuerza Aérea brasileña. Miguel Sessa viajó a revisar la pista de aterrizaje de Algarrobo, elegida para el ingreso clandestino del líder nacional del movimiento. 

Cuando retornaba a Santiago junto a otros tres militantes el vehículo en que viajaban chocó de frente con una camioneta que transitaba sin luces, a la altura de Casablanca. Sessa resultó con fracturas en las costillas y un brazo quebrado. Uno de sus acompañantes, Tomás Fontecilla, quedó en grave estado con un TEC cerrado. Rápidamente, una brigada fue enviada desde la capital para rescatarlos del hospital público local y trasladar a Sessa a una clínica privada perteneciente a un militante del movimiento y a Fontecilla al hospital de la FACh.

Toda la organización operativa de Patria y Libertad pasaba por las manos de Sessa. En la cadena de mando le seguía Vicente Gutiérrez, el ex comando de la Armada que era visto por Thieme como un antimarxista histérico, sin doctrina ni idealismo, y que además -junto a algunos seguidores como el dirigente Víctor Fuenzalida- cuestionaban diariamente el liderazgo que Sessa ejercía sobre el Frente de Operaciones . 

La dirección de Patria y Libertad, bautizada como el consejo de ancianos, se reunió la noche del 16 de agosto para evaluar la situación política del país y el estado en que se encontraba el movimiento. Los huelguistas habían sobrepasado con creces las metas programadas y los militantes del Frente de Operaciones realizado todas las tareas de sabotaje estratégico asignadas. Todos empezaban a sufrir un severo desgaste y agotamiento, y consideraban que las condiciones objetivas para el derrocamiento del gobierno marxista estaban dadas. Decidieron entonces suspender todas las tareas de las Brigadas Operacionales de Fuerzas Especiales (Bofe),y se instruyó a Vicente Gutiérrez para que cursara inmediatamente la orden a todas las brigadas de Santiago y provincias. 

Luego de suspender las operaciones, Thieme solicitó una reunión con el comandante Hugo Castro, quien representaba al contraalmirante José Toribio Merino, para informarle sobre la decisión. No estuvo disponible, pero a través de Gutiérrez respondió que las Fuerzas Armadas estaban absolutamente cohesionadas y decididas a actuar. Sólo era cuestión de tiempo. Por otro lado, Saturnino López, en sus contactos con el general Augusto Lutz, había obtenido la misma información. 

Los altos mandos de Patria y Libertad sabían también que los generales Sergio Arellano, Óscar Bonilla, Javier Palacios, Herman Brady, Ramón Torres de la Cruz, Sergio Nuño, Carlos Forestier, Washington Carrasco, entre otros, eran antimarxistas convencidos. 

Otros dirigentes que mantenían contactos en provincias con los generales de Ejército Carlos Forestier en el norte, Julio Canessa en Santiago y Washington Carrasco en el sur, confirmaban el cuadro de un Ejército monolítico y decidido a actuar.

En cuanto a la Fuerza Aérea, la situación se había definido el 18 de agosto con la renuncia del general del aire, Cesar Ruiz Danyau, como Ministro de Obras Públicas y Transportes. Allende lo había destituido, nombrando comandante en jefe al general Gustavo Leigh Guzmán. 

Hasta hoy, casi 50 años después de aquellos hechos, permanece en las penumbras de la historia lo ocurrido en esos días en la Fuerza Aérea. Una versión señala que el presidente Allende habría hecho escuchar al general Ruiz Danyau la grabación de una conversación telefónica entre dos altos oficiales que se referían a un alzamiento de la Aviación el día 20. En ese diálogo quedaba además en evidencia la participación de extranjeros en la sublevación. Lo cierto es que la Fuerza Aérea de Chile (FACh) se acuarteló aquel día y los 20 aviones de combate Hawker Hunter estacionados en el aeropuerto de Los Cerrillos, en el Grupo 7, volaron irregularmente a distintas bases desde Antofagasta hasta Punta Arenas y no regresaron al momento de asumir el general Leigh. Cuatro de esos aviones se estacionaron en Concepción, donde comenzaron de inmediato a cumplir ejercicios de vuelo rasante sobre Lota y Coronel. 

Altos oficiales de la Armada y del Ejército, conjurados para un golpe posterior, debieron emplear toda su capacidad de convencimiento para disuadir a los altos mandos de la FACh de que no era el momento de sublevarse. 

Esa misma noche Thieme fue convocado con urgencia a la casa del dirigente del movimiento y suegro de John Schaeffer, Eugenio Pelete Fabres Domínguez, donde ya estaban congregados otros importantes militantes. Sin muchos preámbulos le comunicaron que Miguel Sessa había muerto. En ningún recinto hospitalario detectaron que, además de las fracturas, había sufrido un traumatismo encéfalo craneano, que posteriormente causó su deceso.

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Misa en homenaje a Miguel Sessa. De izquierda a derecha: Bernardo Matte, Martín Silva, Federico Ringeling, Diego Fontecilla, Daniel Prieto, Alejandro Boetsch y Roberto Thieme
Misa en homenaje a Miguel Sessa. De izquierda a derecha: Bernardo Matte, Martín Silva, Federico Ringeling, Diego Fontecilla, Daniel Prieto, Alejandro Boetsch y Roberto Thieme

El fallecimiento de Sessa sumió en una grave crisis la conducción operativa de Patria y Libertad. Vicente Gutiérrez no cumplía con las órdenes que el consejo político le daba y en cambio empezaba a responder a la conducción de otros centros de poderes civiles, empresariales y militares, que estaban por el derrocamiento de Allende, pero que, dentro de sus planes, no les importaba la imagen ni el destino del FNPL.

Los pasos finales 

La situación se agravaba hora tras hora y por distintos canales de información Thieme se enteró que al nuevo jefe de Operaciones se le había solicitado, por parte de un poderoso grupo de empresarios que estaba articulando el paro gremial, que empezara a atentar contra algunos dirigentes de la Unidad Popular, y que incluso le habían entregado una lista encabezada por el secretario general del Partido Socialista, el senador Carlos Altamirano. Gutiérrez había respondido afirmativamente y empezaba a seleccionar a los militantes que integrarían una brigada especial para cumplir el encargo. 

El 22 de agosto, la Cámara de Diputados acordó representar a los ministros de las Fuerzas Armadas y Carabineros que "frente al grave quebrantamiento del orden constitucional y legal de la República, no les corresponde en el gabinete prestarse para avalar determinada política partidista". 

Al día siguiente renunciaron los comandantes en jefe del Ejército y la Armada. Allende aceptó la de Prats, pero rechazó la del almirante Raúl Montero. Era la última movida para provocar el fin de la UP. El golpe era inminente. 

En un rápido recuento de los hechos, en el consejo de ancianos se llegó a la conclusión que correspondía preocuparse de la imagen política de la organización. No querían que Patria y Libertad pasara a la historia como un grupo violento, sin otro ideal que el golpismo y su fanatismo antimarxista. Ellos anhelaban seguir con ese proyecto ideológico más allá de la caída de Allende. 

La tarea inmediata era traer de vuelta a Pablo Rodríguez. Desde Brasil, el abogado regresaría acompañado por Eduardo Díaz, pasando por Uruguay y Argentina, para cruzar la cordillera por el paso Tromen frente a Temuco. Se había planificado con los militares brasileños y el comandante de la base Maquehue de la FACh cada etapa del viaje, que por seguridad se efectuaría por tierra. John Schaeffer, en tanto, retornaría por vía aérea en un avión de la FAB directamente a Santiago. 

El Frente de Operaciones se quebró, dividiéndose entre los que seguían a Vicente Gutiérrez y los que se mantenían bajo la dirección de Ernesto Miller y el consejo del FNPL. La ola de atentados continuaba creciendo en todo el país sin que se supiera claramente quiénes eran los responsables. Los dirigentes consideraron que la organización no podía continuar capitalizando cuanta bomba y crimen se cometía en el país, y en una decisión unánime acordaron que Thieme se entregara a la justicia, anunciando que terminaban con su campaña de sabotajes y abandonaban la clandestinidad. 

La noche del viernes 24 de agosto, acompañado de su secretario, Eugenio Fabres Echeverría, Saturnino López y Marisol Navarro, además de dos matrimonios de amigos, Thieme llegó al restaurante Insbruck, en Las Condes. Después de cenar se acercaron dos detectives y le pidieron al jefe de Patria y Libertad que los acompañara afuera. El recinto estaba rodeado por automóviles policiales. Lo subieron a un Chevy negro y partieron con rumbo desconocido. 

El 1 de septiembre, Pablo Rodríguez y Eduardo Díaz Herrera, dejaron Rio de Janeiro con destino a Temuco, vía Buenos Aires. En la provincia de Cautín los servicios de inteligencia militares anunciaron el descubrimiento de actividades guerrilleras marxistas. Se informó que en Nehuentue, en la zona costera, se había allanado un campo de entrenamiento del MIR y que a lo menos 20 personas estaban detenidas.

Se trataba en realidad de acciones de distracción para disimular el verdadero operativo: la llegada a Chile de los dirigentes del FNPL por el paso Tromen, coordinada y planificada por miembros de la FACh y del Ejército.

Las provincias sureñas estaban en completa rebelión contra el gobierno. Era el escenario que los dirigentes de Patria y Libertad y los militares brasileños habían considerado ocupar en el caso de una división en las Fuerzas Armadas chilenas. Si no se producía un golpe institucional, se volaría el viaducto del Malleco y se establecería un gobierno militar nacionalista en Temuco, cortando el país en dos, para avanzar posteriormente hacia el norte, hasta derrotar militarmente a las fuerzas que defendieran a la UP. Desde Brasil y Argentina se recibiría todo el apoyo material y logístico necesario. 

A las 10:00 de la mañana del 10 de septiembre, un helicóptero de la FACh tomó a dos pasajeros en la alta cordillera, cerca del paso Tromen. Pablo Rodríguez y Eduardo Díaz habían cruzado la frontera durante la noche, siguiendo paso a paso y puntualmente el plan trazado. 

Durante el corto vuelo hasta un predio de la FACh, ubicado entre Villarrica y Temuco, fueron informados que el pronunciamiento militar era inminente. Al mediodía, frente a periodistas de radio, prensa y Canal 13 de televisión, el jefe nacional de Patria y Libertad hizo un nuevo llamado a los chilenos para que tuvieran confianza en sus Fuerzas Armadas.

(*) Extractos editados del libro El rebelde de Patria y Libertad, del periodista Manuel Salazar Salvo, autor de esta serie de artículos.

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