El fútbol es una fiesta en que no solo los futbolistas participan; también contribuyen a la belleza del espectáculo los asistentes a un estadio, hinchas y simpatizantes. También las barras, sean estas barras bravas o no. Pero, como es evidente, existen cuestionamientos más que razonables al comportamiento de muchos barristas por ciertas conductas contrarias a las normas y valores predominantes en una sociedad; desde la simple vulgaridad, en un extremo, hasta crímenes atroces en el otro. Siendo así, han sido objeto de múltiples reproches por dichas actuaciones, tanto por las propias autoridades del fútbol como por la prensa, los legisladores y las personas de a pie, los cuales, en definitiva, pese a múltiples iniciativas jurídicas, políticas y sociales, no han conseguido modificar el curso de sus diversas expresiones nefastas.
Seamos categóricos, lo fundamental es entender en primer lugar el fenómeno para poder tomar las decisiones acertadas. Los ingleses, después de la tragedia de Hillsborough, en 1989, recurrieron a los expertos para comprender primero, de manera cabal, cuál era el escenario de violencia en los estadios que enfrentaban. Así surgió el Informe Taylor que recomendó medidas drásticas que resultaron efectivas. ¿Por qué Chile no ha hecho lo mismo?
La principal razón es que hemos preferido abusar de los estereotipos y la caricaturización de las barras y que las herramientas legales que hemos escogido -la principal de ellas la ley 19.327 y sus múltiples modificaciones- no han sido aplicadas con la rigurosidad necesaria.
Días atrás el Canal 13 dio a conocer un reportaje en que se presentaba un “brazo armado” de una de las barras bravas más icónicas de nuestro país: Los de Abajo, de la Universidad de Chile. Pudimos ver imágenes de varios episodios en que sus integrantes habrían participado en robos y homicidios y los periodistas de dicho medio cuestionaron, además, con gran aspaviento, el supuesto apoyo de dirigentes de Azul Azul y la ANFP a algunos de ellos, en particular a Michael Muñoz Castro, alias "Eron", líder de un piño denominado "Ferroazul" a quién supuestamente habrían ayudado a quedar fuera de las nóminas de personas judicialmente impedidas de ingresar a los estadios en que se juegue fútbol profesional. Lo anterior fue desmentido horas más tarde por la concesionaria azul y la principal entidad del fútbol nacional.
Entonces hoy el foco lo encontramos específicamente en una de las barras bravas y en situaciones de criminalidad grave y organizada asociadas al odio hacia el rival (actos dirigidos sobre todo a sus personas y propiedades, en particular las simbólicas como lienzos y bombos de los archirrivales) Pero eso es solo la punta del iceberg.
La principal razón es que hemos preferido abusar de los estereotipos y la caricaturización de las barras y que las herramientas legales que hemos escogido -la principal de ellas la ley 19.327 y sus múltiples modificaciones- no han sido aplicadas con la rigurosidad necesaria.
En primer lugar, debemos insistir en que todo el fenómeno debe ser objeto de un estudio científico multidisciplinario, dotado de recursos y seriedad. Pero preliminarmente y sobre la base de nuestra experiencia jurídica y deportiva, podemos sustentar ciertas afirmaciones.
(1) En nuestro país, a diferencia de otras realidades, existen pocas barras bravas que podríamos calificar de poderosas, influyentes y organizadas; con certeza dos: La Garra Blanca y Los de Abajo. Mucho menos numerosas y fuertes, podríamos mencionar a Los Cruzados (UC) y Los Panzers (Wanderers). Mucho más pequeñas aún: Los del Cerro (Everton), Al Hueso Pirata (Coquimbo Unido), Trinchera Celeste (O’Higgins), Los Marginales (Curicó Unido), Los Rediablos (Ñublense) y Kaña Brava (Naval).
(2) Las barras bravas en general no tienen una organización rígida, con líderes ciertos, dotados de atribuciones específicas. En la mayoría de los casos, sobre todo en las más grandes, la estructura supone la simple sumatoria difusa de grupos de menor tamaño, en general identificados con barrios o sectores de una ciudad determinada, denominados genéricamente “piños”.
(3) Buena parte de las actividades de las barras bravas son legítimas, en algunos casos desarrollan interesantes actividades culturales y sociales; por ejemplo, Los de Abajo, se han constituido legalmente como organización sin fines de lucro para desarrollar actividades de dicho tenor.
(4) Los tipos de delitos que tienen una relación más directa con el fenómeno de las barras bravas, han evolucionado con el tiempo, de manera coherente con la transformación de las formas delictuales comunes en el país. Por ejemplo, han aumentado los homicidios asociados a dichas barras en la medida que ha aumentado la tasa de homicidios, desde fines de la década pasada.
(5) En el último tiempo han aumentado los hechos graves de violencia asociados a barras bravas fuera de los estadios y en tiempos distantes de eventos deportivos.
(6) Buena parte de los hechos delictuales más graves son cometidos por personas que, fuera de su filiación e identificación con las barras, desarrolla actividades criminales, más o menos organizadas, de manera habitual e independiente su participación en la hinchada.
(7) La ley de violencia en los estadios, sus modificaciones e implementación no han conseguido disminuir la comisión de delitos graves asociados al fenómeno de las barras bravas.
En suma, si lo que queremos es disminuir los delitos graves asociados a la existencia y funcionamiento de las barras bravas, lo primero que debemos hacer es evitar el populismo penal, considerar los datos duros y recurrir a los estudios de expertos, lo que supondrá necesariamente centrarnos, sobre todo, en el contexto social en general de nuestro país, poniendo atención a un sinnúmero de factores, como la inmigración irregular, precariedad laboral y salarial, acceso a armas de fuego, surgimiento de figuras culturales anómicas y atractivas para las masas, en fin.
Mientras, las barras bravas son masivamente estigmatizadas por la opinión pública, como grupos esencialmente criminales y violentos, considerándolos un germen de delincuencia en sí mismos. Así, difícilmente podrán forjarse un futuro en que su imagen se desligue de hechos cruentos y de sangre y, por lo mismo, es probable que se conformen con dicha etiqueta y terminen actuando de manera definitiva y completa al margen de las normas y valores generalmente aceptados en una sociedad democrática.
*Roberto Rabi González es escritor, abogado de la Universidad de Chile, profesor de Derecho Procesal y Penal e investigador de la Asociación de Investigadores del Fútbol Chileno (ASIFUCH).
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