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Martes, 12 de Agosto de 2025
[Revisión del VAR]

El lado B del fútbol chileno: cuando la camiseta no alcanza para vivir

Roberto Rabi González (*)

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Foto: Mariana Ceratti / Banco Mundial
Foto: Mariana Ceratti / Banco Mundial

"En un país donde se discute el salario mínimo, el derecho a la salud y la protección laboral en múltiples rubros, ¿por qué el fútbol, que genera ingresos millonarios en sus divisiones superiores, sigue tolerando esta desigualdad interna tan brutal? La ANFP y el SIFUP podrían —y deberían— exigir un piso mínimo contractual y previsional para cualquier jugador inscrito en el fútbol profesional, independientemente de la división".

En Chile, el fútbol profesional se vende como un espectáculo glamoroso, buenas asistencias a los estadios, pese a los precios exorbitantes de las entradas, transmisiones televisivas que muestran en general bastante confort para los asistentes y un puñado de jugadores con sueldos que en un mes igualan el ingreso de uno o varios años de un trabajador promedio. Como es el caso de Arturo Vidal con un salario de $113 millones mensuales, el más caro del medio nacional, o de Claudio Aquino con más de $70 millones, Gary Medel con $50 y Charles Aránguiz con $40.

Pero esa es solo una cara de la moneda. La otra, la que pocas veces aparece en la pantalla, es la de los futbolistas de Primera B y, sobre todo, de la Segunda Profesional, que viven en una precariedad laboral que el hincha común difícilmente imagina.

En el papel, todos ellos son “profesionales”, esto es, han forjado una carrera y se les remunera por sus servicios, que exceden como es obvio, los 90 minutos de juego del partido de que se trate. Efectivamente, sus contratos suelen exigir bastante sacrificio y horas de entrenamiento semanal, en términos tales que, todos asumimos que no pueden dedicarse a otra cosa. En la práctica, muchos están lejos de tener las condiciones mínimas de un trabajo digno. Contratos por meses, sueldos que apenas superan el salario mínimo (y a veces ni eso), lo que motiva a muchos a buscar otros empleos remunerados paralelos, retrasos en los pagos, ausencia de previsión y de cobertura médica adecuada son parte del día a día. No hablamos de futbolistas amateurs que juegan por amor al deporte; hablamos de trabajadores que dependen de su cuerpo como herramienta laboral y que no tienen garantizada su protección. Y que se han sacrificado para entregar lo mejor de sí durante un tiempo acotado, pues luego de su vida útil deberán buscar otras alternativas.

Para qué vamos a hablar del fútbol femenino, en que, seamos justos, el escenario es bastante menos glamoroso en materia de difusión, recursos y auspicios. En general las jugadoras profesionales de fútbol en Chile suelen llegar a acuerdos informales para que se les pague menos de lo que su contrato indica. Cuando tienen contrato. Y estamos hablando de salarios, en general, inferiores al mínimo legal general.

El Sindicato de Futbolistas Profesionales (SIFUP) ha denunciado reiteradamente estas condiciones, pero los avances han sido lentos y las soluciones parciales. El problema no solo es de voluntad de los dirigentes, sino también de estructura: los clubes de categorías menores dependen casi exclusivamente de aportes municipales, entradas y magros auspicios. Esto crea un círculo vicioso: sin recursos, no hay condiciones; sin condiciones, el espectáculo pierde calidad; sin calidad, no hay interés del público ni inversión. Porque, seamos claros, Chile de país futbolizado tiene poco, en la medida que, fuera de Santiago, casi no se intentan proyectos ambiciosos para lograr éxito en el fútbol profesional y la gran mayoría de quienes se dicen futbolizados, se limita a seguir un equipo profesional de Santiago, muy especialmente los más grandes y más específicamente aún, Colo-Colo o la Universidad de Chile, que concentran más del ochenta porciento de las preferencias, compra de entradas, compra de camisetas, rating, etc.

El caso de la Segunda Profesional es el más dramático. Allí abundan historias de jugadores que entrenan de lunes a sábado y trabajan como garzones, repartidores o guardias de seguridad para completar el mes. Lo que sin duda no es indigno, pero es extremadamente sacrificado, rayando en lo inhumano. Algunos no tienen contrato formal, por lo que si se lesionan fuera del partido oficial (o incluso dentro), pueden quedar abandonados a su suerte. La carrera futbolística es corta, y para quienes no logran dar el salto a Primera, el retiro forzado puede llegar antes de los 30 años, sin ahorros, sin estudios y sin redes de apoyo.

En un país donde se discute el salario mínimo, el derecho a la salud y la protección laboral en múltiples rubros, ¿por qué el fútbol, que genera ingresos millonarios en sus divisiones superiores, sigue tolerando esta desigualdad interna tan brutal? La ANFP y el SIFUP podrían —y deberían— exigir un piso mínimo contractual y previsional para cualquier jugador inscrito en el fútbol profesional, independientemente de la división. La excusa de que “no hay recursos” se ha repetido demasiado; el problema es que la prioridad ha estado siempre en mantener a flote a la elite del deporte, mientras las bases sobreviven con lo justo.

Si la estructura del negocio –porque asumamos que difícilmente quienes participan de la actividad, sea representantes, dirigentes, etc. entiendan al fútbol como algo distinto de un negocio– no proporciona soluciones, la respuesta la entregará el mercado y es bastante obvia: cada vez menos buscarán suerte en el fútbol, cada vez se incrementará más la diferencia de salarios y de poder de los clubes, hasta que lleguemos a un punto en que tres grandes en Santiago constatarán que la crisis consumió a todo el resto, y será demasiado tarde para reaccionar. El fútbol chileno estará completamente muerto como actividad social y sin posibilidad alguna de competir a nivel internacional ni a nivel de clubes ni con nuestras selecciones.

El hincha que aplaude un gol en el estadio o desde su casa probablemente no sabe que, tras ese grito, hay futbolistas que no saben si el próximo mes tendrán para pagar el arriendo. Esa realidad, invisible para las cámaras, es el verdadero fuera de juego que el fútbol chileno necesita revisar no solo para superar los dramas de personas de carne y hueso sino para rescatar al fútbol que está cayendo a un precipicio sin fondo.

¿Y es que acaso los más acaudalados e influyentes controvierten o ignoran este panorama? No, para nada. Lo que pasa es que no les importa en lo más mínimo.

Roberto Rabi González es escritor, abogado de la Universidad de Chile, profesor de Derecho Procesal y Penal e investigador de la Asociación de Investigadores del Fútbol Chileno (ASIFUCH).



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