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Viernes, 18 de Julio de 2025
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La poesía de los trenes

Mariano Aguirre

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El sexto tren de La Araucanía en el puente Antilhue
El sexto tren de La Araucanía en el puente Antilhue

El autor de este artículo fue un destacado crítico literario y editor en Chile y en el
extranjero. Falleció en enero de 1998. Esta crónica la escribió en el suplemento
dominical del diario La Época en mayo de 1987.

Viajar ha sido una necesidad vital del hombre, tanto para su subsistencia como para, su imaginación. Traspasar las fronteras de su pequeño mundo es aceptar, de alguna manera, el llamado a la aventura. 

Los medios que ha empleado han sido muchos, desde sus propios pies hasta las naves espaciales. Dos de los que ha inventado son, quizás, los que con mayor persistencia se han fijado en su mente: el barco con sus múltiples variedades y el tren. 

Miles de años separan al hombre que navegó por primera vez de aquel que subió, entre sorprendido y curioso, a un vagón arrastrado por una extraña y humeante máquina en los primeros años del siglo XIX, en Londres, por supuesto. Ambos tal vez pensaron que el mundo ya era como una mano. Los poetas también. En 1835, el mismo año que corría el primer ferrocarril en Alemania, Theodor Mundt, un poeta alemán casi olvidado, le escribía a un amigo: "¿qué piensa usted de este progreso de la humanidad por el camino de hierro que apunta hacia el futuro? 

 La edad que se acerca con esa máquina que brama como fiera bajo negros penachos de humo, vientos atorbellinados y escorias de hulla que vuelan por los aires ¿será calificada de edad de hierro o de oro?". 

En Chile fue de oro -la del ferrocarril, se entiende- pero ahora (en 1987) está a punto de ser nada, a pesar de que "es el país más intrínsecamente ferroviario de todo el mundo", al decir de Ian Thomson, presidente de la Asociación chilena de conservación del patrimonio ferroviario, institución privada que se esfuerza para que niños y adultos aún sientan el sonido imborrable de los trenes. 

La imaginación trepa al tren 

La invención de la locomotora a vapor y la rápida expansión del ferrocarril por el mundo no dejaron indiferentes a los escritores. Al contrario. Encontraron en el tren un espacio propicio para desplegar la imaginación. El viaje -motivo literario por excelencia- y la posibilidad de concentrar en un vagón una muestra de la condición humana, era demasiado tentador. 

La invención de la locomotora a vapor y la rápida expansión del ferrocarril por el mundo no dejaron indiferentes a los escritores. Al contrario. Encontraron en el tren un espacio propicio para desplegar la imaginación. El viaje -motivo literario por excelencia- y la posibilidad de concentrar en un vagón una muestra de la condición humana, era demasiado tentador. 

Hay sí que reconocer un hecho. No fue un escritor sino un pintor, el primer artista que se sintió atraído por el tema. En 1844 William Turner, inglés por supuesto, pintó “Lluvia, vapor y velocidad”. Unos años más tarde, el impresionista Claude Monet pintaría una serie de diez cuadros con motivos ferroviarios. 

En literatura el registro es más difícil. Hay numerosos relatos del siglo XIX en que aparece el tren. Un ejemplo es Julio Verne en “La vuelta al mundo en ochenta días”, publicado en 1873. Ahora, si lo hubiese escrito unos años después, la animada travesía de Phileas Fogg y su criado Picaporte habría durado la mitad del tiempo. Así lo afirma un entendido en itinerarios, con guías ferroviarias en la mano. Una muestra más del desarrollo del ferrocarril hacia fines del siglo XIX. 

Pero es quizás Emile Zola el primer escritor que hace del ambiente ferroviario el centro casi único de una de sus novelas, “La bestia humana” (1890). La historia que narra es bastante truculenta, naturalista a! fin. 

Basta con decir que mueren todos, o casi todos los personajes. ¿Qué papel juega el tren en la trama? Por una parte, los protagonistas principales son ferroviarios o relacionados con la compañía de ferrocarriles; por otra parte, las muertes -asesinatos, suicidios, accidentes- suceden en un vagón o en las vías del tren. 

Hacer un recuento de las novelas contemporáneas que transcurren en un tren, sería cuento de nunca acabar, aunque algunas se recuerdan de inmediato. Entre las muchas de Agatha Christie sobre el tema, cómo olvidar “Asesinato en el Oriente Express”, donde el melifluo Hércules Poirot sospecha hasta del maquinista como autor del crimen cometido en un vagón-cama. 

En los pueblos latinoamericanos, la vía del ferrocarril divide, crea dos espacios, social y económicamente distintos. En “Cien años de soledad”, a un lado la compañía bananera; al otro, el viejo Macondo.

También tiene como espacio al famoso tren internacional - que corría desde París a Estambul- la novela de Graham Greene “Oriente Express”, en que reúne a una variedad cosmopolita de tipos humanos. 

Otro tren transcontinental famoso, el Transiberiano -de Moscú a Vladivostok-, también tiene su literatura. Tal vez la obra que mejor lo muestra sea el extenso poema de Blaise Cendrars, “Prosa del Transiberiano”. 

Que un encuentro en un coche puede ser definitivo, lo demuestra “Extraños en un tren”, de la inquietante Patricia Highsmith. Por algo Alfred Hitchcok filmó la novela. Otros tal vez quieran ser testigos de la soledad del pasajero de “La modificación”, de Michel Butor, una de las pocas novelas recordables de lo que se llamó nouveau romano. 

León Delmont ha dejado a su mujer y tomado el tren en París para encontrarse con su amante en Roma. Durante el viaje medita sobre su existencia, y entonces... 

"Ahí viene un asunto espantoso como una cocina arrastrando un pueblo", dice una mujer en “Cien años de soledad”. Ha llegado el ferrocarril al pueblo de los Buendía, para bien y para mal: -"el inocente tren amarillo que tantas incertidumbres y evidencias, y tantos halagos y desventuras, y tantos cambios, calamidades y nostalgias había de llevar a Macondo", escribe García Márquez. Con el tren, la historia irrumpe en el mítico pueblo, y con ella "la hojarasca". 

En los pueblos latinoamericanos, la vía del ferrocarril divide, crea dos espacios, social y económicamente distintos. En “Cien años de soledad”, a un lado la compañía bananera; al otro, el viejo Macondo. “Cuarteles de Invierno”, de Osvaldo Soriano, es otra muestra, entre muchas, de ese hecho. 

En 1856, durante la guerra de Crimea, se utilizó por primera vez el ferrocarril con fines militares. Ese tren no es fácil detenerlo, es el transporte adecuado para la muerte. Entonces, en casi toda la literatura que muestra un conflicto bélico, aparecerá en algún momento ese no querido tren. 

Breve paréntesis histórico 

En 1856, durante la guerra de Crimea, se utilizó por primera vez el ferrocarril con fines militares. Ese tren no es fácil detenerlo, es el transporte adecuado para la muerte. Entonces, en casi toda la literatura que muestra un conflicto bélico, aparecerá en algún momento ese no querido tren. 

Sólo algunas imágenes. Guerra de Secesión, azules norteños y grises sureños, subiendo y bajando de los convoyes; revolucionarios mexicanos trepados sobre los vagones con sus grandes sombreros y cananas cruzadas, y “Siete leguas”, el caballo de Pancho Villa, encabritado, "cuando oía pitear los trenes/ se paraba y relinchaba". Y qué decir de las dos guerras mundiales. "La tropa desembarca/ En el fondo de la noche/ Los soldados olvidaron sus nombres", escribe Vicente Huidobro, refiriéndose a la primera guerra. 

Él no es poeta, pero lo parece, porque ama los trenes. "Cuando llegamos a Londres yo era pequeño, y mis padres compraron una casa frente a una estación, porque a mí me gustaban los trenes", recuerda. 

Realizar lo que piensa Thomson es un sueño, más en estos tiempos. Por lo que se ha dicho, el peligro es inminente: nos podemos quedar sin trenes (en 1987). Valen más como chatarra, se escucha por ahí. 

¿Qué diría Pablo Neruda? ¿Qué dirá Jorge Teillier? Sin trenes, los poetas chilenos no serían lo que son. 

¿Qué diría Pablo Neruda? ¿Qué dirá Jorge Teillier? Sin trenes, los poetas chilenos no serían lo que son. 

Hay buses, hay aviones, opina el señor práctico. Pero qué poeta le cantará a un bus o a un avión, salvo que se trate de un trasnochado futurista. 

"Provisto con un baúl de hojalata, con el indispensable traje negro del poeta, delgadísimo y afilado como un cuchillo, entré en la tercera clase del tren nocturno que tardaba un día y una noche, interminables en llegar a Santiago". Así evoca Neruda en sus Memorias la partida de Temuco. 

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Locomotora fabricada por Krupp en Alemania en 1935, en su viaje de prueba en Chile.
Locomotora fabricada por Krupp en Alemania en 1935, en su viaje de prueba en Chile.

La llegada ya era un poema: 

“Se suavizaba el mundo/ y cuando/ miré hacia atrás/ llovía, / se perdía mi infancia.  / Entró el Tren fragoroso/ en Santiago de Chile, capital, / y ya perdí los árboles, / ... supe, porque sangraba, / que me habían cortado las raíces. 

Que los trenes tengan un espacio importante en la poesía de Neruda, no es extraño. Se sabe, su padre era ferroviario: El padre brusco vuelve/ de sus trenes:/ reconocimos/ en la noche el pito/ de la locomotora/ perforando la lluvia/ con un cuchillo errante, / un lamento nocturno ... 

Y en otro poema dice: ... mi padre no perdía el tiempo:/ sobre el invierno establecía/ el sol de sus ferrocarriles. 

No puede, entonces, separar nunca la imagen del padre de los trenes - Capitán de tren, lo llamaba-,  ni siquiera en el momento de la muerte: 

Si Pablo Neruda llegó en tren a Santiago, también lo hizo Violeta Parra, desde Chillán. Tan distintos, tan iguales, los dos arribaron con temor.

... un día con más lluvia que otros días/ el conductor José del Carmen Reyes/ subió al tren de la muerte y hasta ahora no ha vuelto. A todo cantó Neruda, era insaciable: 

Yo sigo trabajando con los materiales 

que tengo y que soy. Soy omnívoro de 

sentimientos, de seres, de libros, de 

acontecimientos y batallas. Me 

comería toda la tierra. Me bebería 

todo el mar. 

Pero nunca dejó de ser un poeta del sur, y un poeta del sur está ligado indestructiblemente a los trenes: 

Cómo puedo vivir tan lejos/ de lo qué 

amé, de lo que amo? / De las estaciones 

envueltas/ por vapor y humo frío? 

Y en el comienzo de su Oda a los trenes del sur: 

Trenes del Sur, 

pequeños/ entre/ los volcanes, / 

deslizando/ vagones/ sobre/ rieles/ 

mojados/ por la lluvia vitalicia, / entre 

 montañas crespas/ y pesadumbre/ de 

palos quemados. 

Anduvo Neruda por todo el mundo, y el tren lo llevaba: 

Oh viaje de mi 

vida, / una vez más en plena luz, / en 

plena proporción y poesía/ voy con el 

tren aprendiendo la tierra/ hacia 

donde el océano me llama. 

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Locomotora tipo Montaña llegando a Estación Mapocho en 1985
Locomotora tipo Montaña llegando a Estación Mapocho en 1985

Si Pablo Neruda llegó en tren a Santiago, también lo hizo Violeta Parra, desde Chillán. Tan distintos, tan iguales, los dos arribaron con temor. Dice Violeta en sus Décimas: 

El mundo poético de Teillier, entre muchas cosas, está "atravesando por la locomotora 245", y hay un extenso poema que lo dice todo, “Los trenes de la noche”. Lo escribió de un solo golpe, en un viaje de Santiago a Lautaro. 

Llega el tren a Alameda/ con 

zalagarda infernal!, el pito y el 

campana / los crujideros de ruedas / el 

inspector se pasea/ gritoneando la 

lIegá, / la gente preocupa / 

amontonando maletas; / Dios mío, 

piensa Enriqueta:/ ya estoy en la 

capital. 

Y la nostalgia y el miedo en el inicio de la décima siguiente:

Mi corazón en destierro / latió 

lastimosamente... 

Quizás el poeta chileno que se identifique más con los trenes sea Jorge Teillier. También es del sur, de Lautaro, y también hizo el viaje iniciático. Fue en 1953, "cuando como todo provinciano debí hacer el viaje bautismal de hollín de trenes de entonces a Santiago, atravesando la noche como en un vientre materno hasta asomarme a lívida madrugada de boca amarga de la Estación Central." 

El mundo poético de Teillier, entre muchas cosas, está "atravesando por la locomotora 245", y hay un extenso poema que lo dice todo, “Los trenes de la noche”. Lo escribió de un solo golpe, en un viaje de Santiago a Lautaro. 

Para Teillier, "el paso del tren representa el tiempo que las locomotoras van dividiendo en forma implacable en el pueblo natal que atraviesan por mitad". 

¿Qué harán nuestros sureños poetas sin trenes? ¿Qué haremos nosotros sin ellos? ¿Cómo contarles a nuestros sobrinos, hijos, nietos, lo que fueron los trenes de Chile? 

Así comienza el poema: 

El puente en medio de la noche/ blanquea como la 

osamenta de un buey / Entre la niebla 

desgarrada de los sauces/ debían 

aparecer fantasmas, / pero sólo 

pudimos ver/ el fugaz reflejo de los 

vagones en el río/ y las luces 

harapientas/ de las chozas de los 

areneros. 

Todo un mundo hay en este poema, porque todo el mundo puede verse desde la ventanilla de un tren. Entre otras, la melancólica despedida de la amada: 

....tu gesto de despedida/ en el 

andén de la pequeña estación, / para 

no soñar siempre contigo/ cuando en 

la noche de los trenes/ mi casa se 

vuelve hacia esa aldea/ que ahogaron 

las poderosas aguas. 

Y el poeta se aleja:

Hasta luego, / 

hasta luego. / Hasta que nos 

encontremos sin sorpresa/ viajando 

por los trenes de la noche/ bajo unos 

párpados cerrados. 

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Tren turístico valdiviano
Tren turístico valdiviano

El tren es despedida, pero también reencuentro. Rolando Cárdenas, otro de los poetas líricos, así recibe a su amada: 

Y un poeta más de Curicó, pero habitante del litoral central mientras pudo vivir en Chile. ¿Dónde estará ahora Efraín Barquero? Su Sinfonía de los trenes, es quizás la más completa descripción de lo que son -eran- los trenes chilenos y de los transitorios seres que los habitan. 

Llegaste desde el sur, / desde el 

alba sureña con su rumor de feria, / 

aromada de pueblo, / con tu cuerpo 

 empapado/ por las lluvias tranquilas 

de tu Chillán amado. / Traías en tu 

traje un pedazo de tarde/ y en tus 

manos calladas el adiós de los trenes. 

Y un poeta más de Curicó, pero habitante del litoral central mientras pudo vivir en Chile. ¿Dónde estará ahora Efraín Barquero? Su Sinfonía de los trenes, es quizás la más completa descripción de lo que son -eran- los trenes chilenos y de los transitorios seres que los habitan. 

Habla de los trenes del sur y del norte -lástima que Gabriela Mistral nada dice, que sepamos, de estos últimos-, de los trenes de los pequeños ramales, de los que parten a las seis de la mañana, de los que llegan a medianoche. Y los envuelve a todos, así: 

Tren de las lentas despedidas, 

Tren / de los lejanos regresos, tren del 

tiempo, / vuestra campana llama en el 

fondo de nosotros. 

Pero de todos, Efraín Barquero ama el suyo: 

Todo eso está bien, como siempre estará muy bien leer y releer a nuestros poetas de los trenes. Pero nada podrá reemplazar la experiencia de un largo viaje en tren por las viejas vías de nuestro país. 

Yo quiero el mío, el tren 

pequeño de la costa, / el que habla 

familiarmente con cada estación, / el 

del sombrero de paja y la camisa de 

tocuyo, / el que corre entre colinas 

hacia el mar, / y lo siguen las gaviotas y 

los ríos, / el que cruza entre animales y 

castillos de madera. 

 

¿Qué harán nuestros sureños poetas sin trenes? ¿Qué haremos nosotros sin ellos? ¿Cómo contarles a nuestros sobrinos, hijos, nietos, lo que fueron los trenes de Chile? 

Es verdad, existe el Museo ferroviario de la Quinta Normal, pequeño y quieto, pero útil. Podemos escuchar las conferencias de los entusiasmados miembros de la Asociación chilena de conservación del patrimonio ferroviario, y apoyarlos en sus esfuerzos por restaurar locomotoras y coches. También, de tarde en tarde, viajar con ellos en las nostálgicas excursiones que organizan en máquinas a vapor por recónditos ramales. 

Todo eso está bien, como siempre estará muy bien leer y releer a nuestros poetas de los trenes. Pero nada podrá reemplazar la experiencia de un largo viaje en tren por las viejas vías de nuestro país. 

¿Será, de nuevo, premonitorio Neruda? 

Estaban soñando los trenes 

en la estación, indefensos, 

sin locomotoras, dormidos... 

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Cero mención a Pablo de Rokha, a quien se le conoció como "el poeta de los trenes" cuya producción literaria fue generada en buena parte en dicho ambiente. No puedo evitar recordar que en 1955 De Rokha publicó "Neruda y yo", ácida crítica al poeta, al que llama plagiador, mistificador de los trabajadores y al cual clasificó de falso artista y militante. Estas afirmaciones le provocaron fuerte rechazo de parte de amigos de Neruda y, me imagino, del Partido Comunista de la época. Me queda la impresión que el autor del artículo es parte de dicho círculo. en tanto sólo menciona a poetas vinculados a dicha línea política (que comparto).

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