Entre todas las escenas joyas que encierra esa película de inicios de los 90 injustamente subvalorada por la crítica llamada El Mundo según Wayne, una que descolla por su frescura y agudeza corresponde a cuando Wayne, el personaje principal, rompe en llanto frente al personaje femenino interpretado por Tia Carrere. El nivel de descompensación del personaje parece sacado de otro tipo de película y la clave del chiste se muestra en el caption del momento: bajo la escena se lee claramente “Oscar Clip”, un remedo de los segmentos de películas o de actuaciones de actores y actrices principales y secundarias que se presentan durante la ceremonia de entrega anual de los Óscar entre febrero y marzo, desde Los Ángeles, California.
Para elegir el “Oscar Clip”, los promotores de cada candidatura revisan detalladamente el metraje de cada cinta y proponen la secuencia, de solo algunos segundos de duración, en que la película o la actuación se sacan los zapatos. La idea es provocar emociones intensas en solo unos pocos instantes y generar el aplauso de las estrellas multimillonarias que repletan el teatro y la señal en vivo.
El poeta chileno Jorge Teillier dijo alguna vez en uno de sus ensayos que incluso la película más mala tenía cinco minutos buenos, y eso es lo que explotan los “Oscar Clips”.
De acuerdo con un reportaje para Wired firmado por Emma Gray Ellis esa idea de los pocos segundos de fama del “Oscar Clip” se ha convertido en los Estados Unidos en el estándar de lo audiovisual, en la forma de segmentos de YouTube.
La youtubización
Emma Gray Ellis repara en que los late shows estadounidenses percibieron el impacto de YouTube sobre las audiencias “hace 10 años, cuando Jimmy Fallon, conduciendo Late Night with Jimmy Fallon que solo había obtenido críticas intermedias, se volvió viral después de invitar a Justin Timberlake a ayudarlo a rimar La historia del rap. El video History of Rap obtuvo el doble de visitas en línea que en el aire, un caso que pronto se convertiría en la norma”.
Del mismo modo, la autora cita la cantidad de youtubers que han saltado a la fama con millones de seguidores y que pronto han empezado a aparecer de manera regular en la televisión, así como la presión de los productores de TV para construir momentos memorables de solo un par de minutos que luego se puedan subir a la red social de videos que se inició en 2005, hace ya tres lustros, como, siguiendo con Fallon, por ejemplo los clips en que el later invita a bandas famosas como Metallica a interpretar alguno de sus hits con instrumentos infantiles, o sus colaboraciones con Paul Rudd donde recrean toma por toma algún videoclip del pasado, como Too Much Time on My Hands de Styx.
Algo en la misma línea propone el Frederic Martel en su libro Cultura Mainstream de 2010, donde repara en que las películas elaboradas a inicios de esta década pueden bien entenderse cada una de ellas como aglomeraciones de segmentos youtubeables de corta duración que puedan ser cargados a esa u otras redes que soportan videos -como Facebook o Twitter- de manera de promover la asistencia a las salas de cine a recuperar ese momento que ya se ha visto varias veces en la red del tubo.
Jessica Wurster en su tesis doctoral sobre música pop de 2002 sostiene sobre The Ramones y los orígenes del punk que, “lo que había surgido a principios de 1975 fue una reducción al absurdo de la historia de la música pop hasta el momento: The Beatles, The Girly Groups, The Beach Boys, the Stooges, The Herman’s Hermit, traídos hacia abajo en canciones tan breves que reflejaban el ‘span atencional’ de la primera generación criada por la TV. No había ninguna melodía, solo distorsión pura y velocidad brutal”.
La idea del final de la cita es clara, las canciones de largo desarrollo y cerca de cinco minutos a que estaba acostumbrada la generación de los sesenta, se habían empezado a reemplazar por temas más cercanos a los dos minutos que tiraban toda la carne a la parrilla en instantes y que se aprovechaba de que los ciclos de concentración resultaban más breves para jóvenes criados al alero de Plaza Sésamo y Scooby Doo. Ahora, esa tendencia a la (des)concentración instantánea ha llegado a la televisión, el cine e incluso la lectura, como ha sostenido reiteradamente Nicholar Carr, bajo el lema de ¿está Google volviéndonos estúpidos?
La lógica de lo youtubeable
Una de las características esenciales de la trasmisión de imágenes en movimiento, sea en el cine, en la televisión o en el propio YouTube, corresponde a algo que en inglés se denomina pace, lo que podría ser traducido por ritmo. En un trabajo temprano de 1984, J.C. Wright y colaboradores, repararon en que muchos programas de TV infantiles disponían de un pace rápido en que las secuencias no duraban mucho y que pasaban de una imagen -y una idea- a otra aceleradamente. Ese recurso es el que explotan youtubers en todo el mundo, incluidos latinoamericanos como Germán, Te lo resumo o MissaSinfonia.
Para llegar a eso, a menudo los videos que estas celebridades del tercer mileno suben a YouTube se encuentran perfectamente editadas en microsecuencias de tan solo algunos segundos de duración, donde no queda ningún tiempo muerto, en una lógica que sigue los principios de los videoclips musicales de inicios de la década de los ochenta y en lo que ya se había fijado, por ejemplo, la revista chilena Enfoque al proponer en el número de fines de aquel decenio que las tendencias del futuro en la imagen en movimiento iban a oscilar entre el pace hiperquinético del videoclip de MTV y el pace introspectivo y parsimonioso a lo Tarkovski.
La otra característica esencial para la youtubeablización es la memorabilidad de la secuencia: su posibilidad de volverse viral. Para ello, el segmento youtubeable debe ser chispeante, ingenioso (lo que en inglés se conoce como witty o como un pun), y muy recordable. Y una película o una serie de televisión debe disponer de muchos de esos momentos para que se vuelva un fenómeno como evento audiovisual. Esa es quizá la gran diferencia entre, por ejemplo, las dos series cómicas (sitcoms) sobre grupos de amigos treintañeros que dominaron las pantallas de televisión a lo largo del último cuarto de siglo: Friends (emitida entre 1994 y 2004 y seguida básicamente por la Generación X) y How I Met Your Mother (HIMYM, emitida entre 2005 y 2014 y seguida básicamente por millennials). HIMYM dispone de muchos más segmentos yotubizables (el corno azul, el paraguas amarillo, la piña, los trajes de Barney, Farhampton, el medidor de masa corporal, you’ve been lawyered, Let’s Go to the Mall) que Friends (unagi!, la habitación secreta, la copa Geller, la friendzone, Ross y Chandler vestidos como Miami Vice).
Inseminación cruzada
Emma Gray Ellis defiende que, “no es tanto que YouTube se haya convertido en la corriente principal (mainstream), sino que la corriente principal se ha vuelto YouTube”. Y es cierto en un nivel no solo de significación: los segmentos youtubizados de las experiencias audiovisuales suelen atraer más audiencia para las películas y las series de televisión o los late shows. Es por ello que, desde una primera época en que YouTube debía defenderse como gato de espaldas de las acusaciones por violaciones de los derechos de autor de sus centenares de millones de videos, se ha pasado a una en que las grandes compañías de la TV, e incluso de la música, ven en dicha red una promoción singular de sus artefactos culturales pop. No por nada hace tan solo unos días, a fines de diciembre de 2019, la banda Radiohead subió todas sus canciones de manera oficial a la plataforma del play rojo. Ello, luego de que los elaboradores del ránking musical Billboard anunciaran que en su fórmula para el cálculo de audiencias musicales considerarían los guarismos de dicho medio.
Se produce, de este modo, una suerte de inseminación cruzada, donde los videos en Internet y las audiencias en la televisión, el cine y la música se potencian mutuamente. Esta potenciación mutua entre medios diversos no resulta nueva; ya a mediados de los setenta Robert Stigwood, el productor de los Bee Gees había descubierto que, por ejemplo, el longplay de Fiebre de sábado por la noche” de sus pupilos llevaba a los auditores y auditoras a plagar las taquillas del cine, y que la cinta del mismo nombre llevaba a las y los espectadores a comprar el disco.
Por supuesto que la tendencia a la youtubización no está exenta de temores. A lo largo de los siglos XX y XXI en diversas ocasiones la aparición de un medio en otro causó diversos resquemores. Como constata, por ejemplo, Juan Pablo González en varios de sus textos académicos, primero fue el miedo de la industria discográfica a la radio (algo como, si la gente escucha la música pop por la radio, no va a comprar más discos), luego el horror de la aparición de los casettes (si la gente graba las canciones de la radio, no va a ir a las disquerías), posteriormente el pánico a los MP3 (el Caso Napster), pero parece, a estas alturas del partido, que la práctica de la inseminación cruzada tiene todo de eso que se llama en inglés gana-gana (win-win).
YouTube, por cierto no es ni será el último caso; ya se sabe que una red social como la muy Generación Z, Tik Tok, con videos cortísimos con segmentos de música pop de fondo, ha producido gigantescos saltos en popularidad de músicos en todo el mundo, particularmente en sus reproducciones de Spotify, el siguiente gigante.
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