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Viernes, 19 de Abril de 2024
Columna

Los peligros de la épica de la 'primera línea' contra el Covid-19

Aníbal Vivaceta de la Fuente
Rodrigo Mundaca Cabrera
Carmina Alfaro Chat
Azul Vivaceta Sotomayor

“Es muy fácil asociar tácitamente en el discurso, la imagen de quienes luchan en una UCI con quienes persiguen al virus circulando armados y uniformados en los espacios públicos; y que discrecionalmente detienen, golpean, a alguna persona considerada transgresora”.

Admision UDEC

Según cuenta una vieja historia, un noble de la antigua China preguntó una vez a su médico, que pertenecía a una familia de sanadores, cuál de ellos era el mejor en el arte de curar.

El médico, cuya reputación era tal que su nombre llegó a convertirse en sinónimo de «ciencia médica» en China, respondió: «Mi hermano mayor puede ver el espíritu de la enfermedad y eliminarlo antes de que cobre forma, de manera que su reputación no alcanza más allá de la puerta de la casa».

«El segundo de mis hermanos cura la enfermedad cuando todavía es muy leve, así que su nombre no es conocido más allá del vecindario».

En cuanto a mí, perforo venas, receto pociones y hago masajes de piel, de manera que, de vez en cuando, mi nombre llega a oídos de los nobles».

Prólogo de Tom Cleary a “El arte de la guerra” de Sun Tzu.

 

La actual pandemia de Covid-19 ha requerido que los equipos de atención de personas enfermas, y en especial aquellos que atienden a las personas más graves, desplieguen un esfuerzo sostenido y desgastante, al punto de ser comparados con la primera línea del alzamiento popular de octubre. 

Ya veremos que ésta es sólo una de las áreas donde el gobierno se apropia del discurso de resistencia al sistema y lo usa en su beneficio, pero es necesario decir que la alta demanda y la abnegación con que los equipos la han afrontado merece, sin duda, el más alto reconocimiento de la población. Nos sentimos más protegidos al saber que hay gente dispuesta a arriesgarse por salvar vidas. Eso ha motivado una serie de reconocimientos a nivel mundial de su labor.

Podemos, sin embargo, mirar otras perspectivas e implicancias de este merecido reconocimiento, cuando éste es sometido a la manipulación de quienes detentan el poder en beneficio propio. Como nos muestra la fábula con que Cleary comienza el prólogo de su versión de El Arte de la Guerra, y que reproducimos al inicio de este artículo, hay diversas formas de hacer salud y algunas son más notorias que otras.

Tal vez sea más fácil ejemplificar con los bomberos, la institución que según Cadem tiene 99% de apoyo en el país: A pesar de la admiración que nos producen los chicos buenos, muy poca gente quiere que se produzcan incendios; y esta gente suele estar enferma o ser especuladores inmobiliarios, como tristemente conoce esta Región de Valparaíso.

Por otro lado, muchas veces, acciones simples, preventivas, como limpiar el sistema de extracción de aire de un local de comida, evitarán que las grasas acumuladas se incendien. Cuando esto no se hace, y surgen las llamas, aparece en los noticiarios, se anuncian medidas y, de pasada, podemos admirar el trabajo bomberil. No vemos, en cambio, toda esa cantidad de veces que no pasó nada, que no hubo incendio. Parafraseando la fábula del inicio, la fama de la persona que limpió la campana no llega probablemente ni a la puerta del local.

Pero esto no es un problema de reconocimiento, que, como hemos dicho, bien merecido se lo tienen los equipos que salvan vidas en una UCI. 

El punto es el efecto en las políticas generales de abordaje del Covid que esto tiene. Decimos conscientemente “abordaje” y no “enfrentamiento”, precisamente para evitar caer en discursos épicos, que nos distraigan de prioridades que no han sido abordadas.

En efecto, uno de los pilares del discurso gubernamental, y que es muy del agrado de la prensa dominante, tiene que ver con dicho discurso épico: la glorificación de una primera línea sudorosa, con moretones en la cara de tanto usar mascarilla, que combate al virus cara a cara. Esta imagen conecta muy bien con un elemento fundamental de la gestión de la crisis: la militarización y el uso de medidas de control social. Es muy fácil asociar tácitamente en el discurso, la imagen de quienes luchan en una UCI con quienes persiguen al virus circulando armados y uniformados en los espacios públicos; y que discrecionalmente detienen, golpean, a alguna persona considerada transgresora.

La imagen glorificada de la primera línea sanitaria también permite justificar las medidas represivas con el argumento de que “es necesario; mira lo que hace la primera línea. Lo hacemos por ellos”.

La imagen glorificada de la primera línea sanitaria también permite justificar las medidas represivas con el argumento de que “es necesario; mira lo que hace la primera línea. Lo hacemos por ellos”. Este argumento tiene una cierta validez, en la medida que efectivamente, lo que hagamos para prevenir individualmente, y en especial en el plano colectivo, permita evitar que esos equipos tengan que dar esa lucha tan extenuante. Sin embargo, el argumento tiene una trampa. Para ser válido, tendría que haber una conexión entre las medidas adoptadas y la prevención efectiva de la propagación.

En el plano de las relaciones entre las personas, que es el espacio de trasmisión del virus, la forma tradicional de trabajar es mediante la comunicación de riesgo: Se le explica a la gente qué puede pasar, por qué y cómo evitarlo. La política de comunicación del gobierno, en cambio, se basa en la permanente exhibición de sus supuestos éxitos -gastando miles de horas de TV- aunque impliquen distorsionar cifras o su representación, como los acostumbrados gráficos-meme. 

La representación épica del personal de salud que atiende personas enfermas (y en especial, las más graves, garantía de emoción mediática) oculta así, una tremenda falencia: luego de más de un año de pandemia, la gente aún no sabe lo básico de cómo se transmite el virus. Gran parte de la población sigue desconfiando de la gente con que se cruza por la calle, en especial si llega a andar sin mascarilla, pero luego no ve ningún riesgo en juntarse en un lugar cerrado a compartir un carretito poco con unas cuantas amistades o familia con quienes no vive. Poca gente entiende el sentido de lavarse las manos en una enfermedad parecida a un resfrío fuerte. Las vacunas son promovidas como un acto de fe, ante lo cual surgen comprensibles suspicacias, para las que no hay más respuesta que la fe, en vez de explicar transparentemente riesgos y beneficios.

En el plano de las medidas poblacionales, el toque de queda, los encierros masivos indiscriminados (mal llamados “cuarentenas”, ya que, no separan a quienes pueden contagiar de quienes se pueden contagiar) han demostrado su ineficacia, los perjuicios abrumadoramente desiguales que producen según el nivel socioeconómico y, para una cantidad creciente de gente, el trasfondo autoritario que los anima. 

Resulta patético ver cómo reproducimos modelos europeos completamente fallidos, lo que es fácil de verificar, dado que comenzaron antes. Lo interesante del paralelo con Europa es que las restricciones a las medidas que sí resultan eficaces a nivel poblacional: separar a quienes pueden contagiar (casos y contactos) de quienes podrían contagiarse, controles fronterizos, aislamiento de zonas específicas por donde “entró” el virus, no se pueden aplicar, debido a la forma en que están organizadas sus sociedades.

El toque de queda, los encierros masivos indiscriminados (mal llamados “cuarentenas”) han demostrado su ineficacia, los perjuicios abrumadoramente desiguales que producen según el nivel socioeconómico y el trasfondo autoritario que los anima. 

Al inicio de la pandemia, esta se encontraba bastante localizada en sectores específicos, pero su mayor poder político/económico/social permitió que desde ahí la infección se propagara a quienes les prestaban servicios. El cierre de fronteras siempre tuvo mil resquicios, que permitían a aquellos mismos grupos privilegiados -familia presidencial incluida- seguir desplazándose. 

Eso está directamente relacionado con la entrada de los primeros casos el verano del 2020 y de nuevas variantes el verano 2021. Pero, además, el problema central en este aspecto es la organización del trabajo. 

En un país con altos niveles de precariedad laboral, no es fácil para la mayoría declararse enferma y menos aún, declarar que tuvo contacto que pudiera ser de riesgo, con personas que tampoco podrán permitírselo. En vez de entender que una persona que se separa del riesgo está prestando un servicio al colectivo y, por tanto, se le debe apoyar para que pueda cumplirlo, se aplican medidas exclusivamente castigadoras a esas personas y se extiende la represión y las restricciones al resto de la población. Digamos de paso, que esto refuerza la idea de que “encerrar, restringir libertades equivale a proteger”.

Vemos, entonces, que no hay proporcionalidad, ni siquiera conexión, entre las medidas adoptadas y aquellas necesarias para controlar una epidemia. Y nuevamente, el discurso épico apunta a encubrirlo.

No podemos dejar de lado a quienes son utilizados para dicho lavado de imagen. El discurso épico pone una gran carga emocional en los equipos de salud y no resuelve sus problemas. Hemos visto cómo, en distintas partes del mundo, los equipos de salud piden menos homenajes con bocinas y sirenas; y una real mejora de sus condiciones de trabajo e incluso de contratación. Tanto en Europa como acá, hemos visto cómo personal profesional, técnico y auxiliar de salud son contratados y dispensados según las fluctuaciones de la curva epidémica. El personal de aseo es emblemático en este sentido. Su aporte a que no aparezca la enfermedad es innegable; sin embargo, es prácticamente invisibilizado y está sometido a la mayor precariedad; es tratado prácticamente como desechable por los gestores.

Los equipos de salud piden menos homenajes con bocinas y sirenas; y una real mejora de sus condiciones de trabajo e incluso de contratación.

Aclaremos, por último, que la tensión entre acciones de prevención y de curación constituye en buena medida un falso dilema. Un sistema sanitario gestionado adecuadamente cumple de manera equilibrada e integrada ambas labores. La forma en que este es administrado actualmente dificulta esta labor, incluso a nivel de equipos locales.

Esperamos, por el bien de todos, que las acciones gubernamentales y la cobertura de los medios más ligados al poder colaboren realmente a hacerle a esos equipos el mejor homenaje que podemos: evitarles el sacrificio que vienen haciendo.

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