En los últimos años, el deporte chileno ha experimentado contrastes llamativos que reflejan no solo la madurez de algunas disciplinas, sino también las crisis de otras. El fútbol, nuestro deporte más masivo y culturalmente enraizado, atraviesa un período desastroso. Y lo peor es que no existe indicio alguno de que se trate de una debacle transitoria, es más, todo indica que no volveremos a tener un desempeño internacional como el que alguna vez tuvimos, por un buen rato.
El reciente triunfo de la Roja Sub 20 en el Mundial organizado por Chile, lejos de ser un motivo de euforia desbordada, dejó un sabor agridulce: el rendimiento colectivo estuvo por debajo de lo esperado, las falencias tácticas se hicieron evidentes y la sensación generalizada es que, pese a la victoria, el fútbol formativo sigue atrapado en una dinámica de promesas que no terminan de consolidarse. Sabemos que sólo llegamos a jugar dicho partido porque organizamos el Mundial, lo que ni siquiera merecíamos. Es impensable sostener que aquel privilegio pudimos haberlo ganado en cancha en unas clasificatorias. Así, ganar, esta vez no significó convencer, sobre todo porque el rival no era una selección de fuste sino Nueva Zelanda.
En contraposición, el rugby chileno vive su momento más luminoso. La clasificación histórica al Mundial de Francia 2023 marcó un antes y un después para una disciplina que siempre había estado en las periferias mediáticas. Los “Cóndores” no solo alcanzaron la cita planetaria: lo hicieron transmitiendo un mensaje de esfuerzo, cohesión y crecimiento sostenido. Mientras, la selección adulta de fútbol por tercera vez consecutiva quedaba fuera de la cita planetaria ¡y de una especial, a la que clasifican ni más ni menos que 48 selecciones! Y no solo no clasifica, sino que muestra el peor desempeño de todas las selecciones de la Conmebol. ¿Cómo llegamos a eso?
Simple, mientras nuestro fútbol se empeñó por hacer mal todo lo que se pudo hacer mal, el rugby se centró en su misión y trabajó seriamente.
La forma en que este grupo se preparó, venciendo adversidades y rivales de peso, fue reconocida a nivel internacional y encendió un entusiasmo inusual en un país donde el fútbol suele absorberlo todo. Captó interés a pesar de que la gran mayoría de los chilenos ni siquiera conoce las reglas de aquel deporte de bestias jugado por caballeros. ¡Tan distinto de lo que hicieron los hombres del deporte de caballeros jugado por bestias!
El contraste es evidente: mientras el fútbol juvenil gana, pero no convence, el rugby construye una narrativa de progreso y orgullo que conecta con la hinchada de una manera genuina. La diferencia está en los cimientos: el rugby apostó por un proyecto serio y de largo plazo, con entrenadores comprometidos y jugadores conscientes de la oportunidad histórica que enfrentaban. El fútbol, en cambio, aún lucha por encontrar un rumbo entre las urgencias del éxito inmediato y la falta de una planificación estructural. Y ya no tiene sentido que los dirigentes nos pidan paciencia y sería realmente ofensivo pedirnos a estas alturas que creamos en ellos o los respetemos.
Hoy, más que preguntarnos si la Roja Sub-20 puede transformar un triunfo desteñido en una plataforma de futuro, deberíamos mirar el espejo del rugby chileno. Ahí hay lecciones sobre cómo el sacrificio colectivo, la disciplina y la claridad de objetivos pueden llevar a un deporte a trascender sus propias limitaciones históricas. El fútbol chileno, que tanto ha dado en décadas pasadas, hoy está a la deriva y muchos se preguntan si vale la pena volver a creer en él.
No lo sé, pero por el momento, creo que la única conclusión lógica es que el rugby se ha ganado con creces más recursos, más difusión más espacio en los colegios y universidades. Todo lo que el fútbol chileno ha demostrado hoy que no supo aprovechar.
El tiempo dirá. Hoy yo apuesto por el rugby.
*Roberto Rabi González es escritor, abogado de la Universidad de Chile, profesor de Derecho Procesal y Penal e investigador de la Asociación de Investigadores del Fútbol Chileno (ASIFUCH).
Comentarios
Añadir nuevo comentario