“Seguramente que por su personalidad tan esclarecida y por su fe cristiana, ha sido dotada de una vitalidad espiritual y física que le ha permitido sobreponerse de las graves lesiones inferidas, semanas atrás, por un despiadado criminal al servicio del comunismo ateo y sanguinario”.
El extracto anterior corresponde al artículo Íngrid, una mujer extraordinaria, publicado en Revista de Carabineros el año 1981, luego de que Íngrid Olderöck, mayor de la institución, fuera baleada en la cabeza a la salida de su casa en Ñuñoa.
“Una oficial ejemplar”, de “sobresalientes virtudes de mujer” y “alma generosa” son algunas de las formas en que es descrita a lo largo de tres artículos en cuatro páginas -un perfil, una crónica y la republicación de una editorial de La Nación (el periódico gubernamental)- en su honor.
“Destacó como la mejor oficial en adiestramiento canino”, incluye Carabineros en el perfil, uno de tantos rasgos en su carrera y personalidad que buscaron destacar sus colegas de armas para esta oficial, quien, a diferencia de buena parte de las personas que torturó como agente de la policía secreta de Augusto Pinochet, sobrevivió al ataque en su contra.
Perfil sobre Olderöck publicado en Revista de Carabineros. Disponible en Biblioteca Nacional

Pero había más que virtudes y bondades detrás de la figura de Olderöck, quien llegaría al rango de mayor de Carabineros.
Como carabinera, iniciada la dictadura, Olderöck fue la encargada de formar a las mujeres que integrarían la Dirección de Inteligencia Nacional (Dina), fundada por el coronel de Ejército, Manuel Contreras, mano derecha de Augusto Pinochet y su brazo armado -quien llegaría a general- para aplicar el terror en el país.
Ingrid, de plena confianza de Contreras (incluso fue a visitarlo en su fundo de Fresia cuando fue detenido), participó activamente en la Brigada Purén de la Dina, donde se “especializó” en torturar detenidos con perros que ella había amaestrado, incluso usando a su perro Volodia para violar mujeres y hombres.
La periodista Alejandra Matus recorrió la vida y los crímenes de Olderöck a través de un perfil titulado La entrenadora. Fue incluido en Los malos, compilatorio de biografías de los personajes más siniestros de América Latina editado por Leila Guerriero. En él, Alejandra Holzapfel entrega su testimonio luego de pasar como detenida por Venda Sexy, el centro de torturas donde operó Olderöck.
Ya como carabinera, iniciada la dictadura, fue la encargada de formar a las mujeres que integrarían la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), fundada por el coronel Manuel Contreras, mano derecha de Augusto Pinochet.
“Entonces escuché la voz ronca de una persona que claramente daba las órdenes. Pensé que era un hombre, pero luego, cuando comenzó a cargarse sobre mí, me di cuenta de que era una mujer. Yo me imaginaba que me iban a violar, como en Villa Grimaldi, o cualquier otra cosa. Pero nunca imaginé lo que venía”, relata Holzapfel a Matus.
“No me di cuenta que había un perro hasta que lo tuve encima”.
El nombre de Olderöck, fallecida en 2001, ha reflotado en la opinión pública chilena en las últimas semanas. Bestia, un corto dirigido por Hugo Covarrubias e inspirado en la funcionaria de Carabineros, fue nominado para los premios Oscar como mejor cortometraje animado. Además de poner la lupa en la rica escena audiovisual nacional, la obra ha servido para no olvidar los siniestros crímenes cometidos en dictadura, con la entrenadora como una de tantos protagonistas.
Bestia, un corto dirigido por Hugo Covarrubias e inspirado en la funcionaria de Carabineros, fue nominado para los premios Oscar como mejor cortometraje animado.
Ingrid Olderöck era evangélica, pero no era la virtuosa mujer que Carabineros buscó retratar en su revista de julio de 1981. Y sus atacantes, quizás, tampoco eran “criminales al servicio del comunismo ateo y sanguinario”.
La misma Olderöck tenía razones para creer que la orden de asesinarla llegó desde las mismas filas que juró defender. Es decir, desde Carabineros.
El ataque a Olderöck
“En una calle solitaria, cobardes delincuentes marxistas -enceguecidos por el odio- balearon por la espalda a una oficial ejemplar”, se relata en El atentado extremista contra la mayor Íngrid Olderöck, la crónica policial con que Revista de Carabineros dio a conocer el ataque a la funcionaria el 81.
El libro biográfico de la periodista Nancy Guzmán, La mujer de los perros, comienza narrando aquel 15 de julio de 1981 en que atacaron a Olderöck. De camino a tomar la micro, en la comuna de Ñuñoa, los militantes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) Raúl Castro Montanare y Carlos Bruit, dispararon en su contra. Un tiro le llegó a la cabeza y otro le rozó el pecho. Tomaron una carpeta que la agente de Carabineros llevaba bajo el brazo y su cartera, y corrieron, dejando a la ex agente de la Dina sangrando en plena calle, pero viva.
La oficial llegó herida al Hospital de Carabineros. Y, según narró la carabinera a Guzmán, fue dejada en una camilla sin atención por largo rato, hasta que llegó un grupo de médicos. Finalmente, la bala que le pegó en la cabeza terminó por quedarse ahí hasta su muerte. Olderöck ni siquiera tuvo secuelas del atentado, aunque su delirio de persecución creció con los años.
Al revisar la carpeta que ese día llevaba Olderöck los miristas notaron que cargaba varios pasaportes falsos y correspondencia con personas en Alemania, presumiblemente para escapar de Chile a cambio de información sobre la Dina.
“Investigué a través de amigos fieles que tenía al interior de Carabineros de Chile, y todas las informaciones coinciden en que el atentado en mi contra se gestó a nivel de la dirección de esa institución”, afirmó Olderock a Guzmán durante la investigación del libro. Es decir, apuntaba en contra del general director de entonces, y miembro de la Junta de Gobierno, general César Mendoza.
Ese día, según lo informado en Revista de Carabineros, buena parte de la plana mayor de la institución acudió al hospital. “En conocimiento de lo ocurrido se trasladó de inmediato al hospital el señor general director e integrante de la H. Junta de Gobierno, César Mendoza, el señor general subdirector, Mario Mac Kay, y el señor director de Inteligencia, general Hosmán Pérez Sepúlveda, bajo cuyas órdenes presta servicios la mayor señorita Olderöck”, detallan.
Raúl Castro y Carlos Bruit, los dos autores materiales del atentado, dieron a entender a Guzmán en su libro que el MIR tenía infiltrados y que era probable que éstos hayan ordenado el ataque.
Esto, porque al revisar la carpeta que ese día llevaba Olderöck, los miristas notaron que cargaba varios pasaportes falsos y correspondencia con personas en Alemania, presumiblemente para escapar de Chile a cambio de información sobre la Dina y la CNI (Central Nacional de Informaciones), y el paradero de detenidos durante la dictadura.
Desde hace meses antes del ataque, ya disuelta la Dina y reemplazada por la CNI, Ingrid Olderöck buscaba protegerse viajando a Alemania. Su intención era desertar de Carabineros a cambio de información sobre detenciones y detenidos para los exiliados chilenos en Europa.
“Conversando con unos compañeros socialistas, nos enteramos que había una operación para sacar a Olderöck de Chile y llevarla a Alemania, asegurándole absoluta discreción a cambio de la información que tenía sobre la Dina, la Sicar [Servicio de inteligencia de Carabineros] y la CNI”, narró Raúl Castro.
“Cuando salí de la Dina y volví a Carabineros, me recibieron mal. Todos los carabineros que servimos en la Dina, al ser nuevamente reincorporados a nuestros servicios, fuimos mal recibidos”, afirmó Olderöck a Nancy Guzmán.
Su aparente plan no resultó y, para peor, pronto fue llamada a retiro, lo cual Manuel Contreras -su antiguo jefe en la Dina y quien aún contaba con poder dentro de la dictadura- consideraba una traición.
“Cuando salí de la Dina y volví a Carabineros, me recibieron mal. Todos los carabineros que servimos en la Dina, al ser nuevamente reincorporados a nuestros servicios, fuimos mal recibidos”, explicó Olderöck a Guzmán en una de las entrevistas que sostuvieron antes de su muerte.
A partir de su baja de la institución, Olderöck se mantuvo en soledad. Aunque fue testigo y procesada en varios juicios de derechos humanos, no pasó ni un día en la cárcel. Sin embargo, vivió recluida en su casa, con temor a sufrir otro ataque, sólo acompañada de sus perros y catas en la casa que heredó de sus padres, en Ñuñoa.
El 17 de marzo de 2001 Olderock murió -según el parte médico- por una “hemorragia digestiva aguda”. A diferencia del perfil, la crónica y la columna de opinión publicada en 1981 en Revista de Carabineros, en esta oportunidad la institución no prestó honores a su funcionaria fallecida.
A su funeral no asistió ningún familiar, sólo algunos ex compañeros de trabajo en la Dina y Carabineros.
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