Hasta las elecciones del 15 y 16 de mayo el gran cuco de la política chilena actual era la diputada Pamela Jiles. Pero el pobre desempeño electoral de su marido, el ‘abuelo’ Pablo Maltés, en los comicios a gobernadores en la Región Metropolitana desnudó varias cosas. Primero, que el fenómeno de Jiles y sus seguidores -que ella llama ‘nietitos’- parece haber sido una burbuja en la que casi se ahogan los representantes del establishment. Todo indica que dejarse llevar por Twitter, la encuesta Cadem y los expertos de siempre entrevistados en los diarios y programas de TV tradicionales lleva a una distorsión de la realidad política.
Pero la elite ya encontró a su siguiente villano favorito: Daniel Jadue, el precandidato presidencial del Partido Comunista. Al igual que con Jiles en 2021, o con Salvador Allende en 1958 y 1970, o con Pedro Agurirre Cerda en 1938, la clase portaliana del orden permanente está martillando los tambores del fin del mundo; o, en este caso, del fin de Chile.
Desde luego, el desafío que Jadue representa para la clase política y empresarial que ha gobernado por 30 años desde una transversalidad que hoy apenas representa al 40% del electorado, es mucho más serio y concreto que el de Jiles.
Sin embargo, el alcalde de Recoleta también es parte de la política tradicional y pertenece a un conglomerado que a lo largo de sus más de 100 años de historia ha demostrado reiteradas veces un compromiso mucho mayor con la democracia representativa capitalista que amplios sectores de la derecha e incluso la propia Democracia Cristiana.
Desde el séptimo congreso de la Internacional Comunista celebrado en Moscú en 1935, la filial chilena adhirió firmemente a la idea de los ‘frentes populares’, una alianza de distintos partidos de izquierda para hacer frente al auge del fascismo en esa década. Así, el PC fue uno de los motores del Frente Popular que llevó a Pedro Aguirre Cerda a La Moneda en 1938. También ese año la elite chilena pensó que el país se iba a acabar y, de hecho, muchas familias acaudaladas y terratenientes partiendo a un exilio autoimpuesto.
Desde entonces, el PC chileno nunca abandonó la práctica política de apostar por gobiernos de una coalición amplia de la centroizquierda e izquierda. En 1946 los dirigentes y militantes de ese partido hicieron una entusiasta campaña a favor del radical Gabriel González Videla, sólo para ser proscritos por su gobierno dos años después en medio de las tensiones de la Guerra Fría.
¿Por qué recordar todo esto ahora? Porque en medio del colapso del modelo chileno y de la enorme incertidumbre que ello genera, vale la pena tener en cuenta que, pese a todos los temores, Jadue y el PC todavía usan y ocupan el lenguaje y las -buenas- prácticas históricas de la política.
El PC fue instrumental en la creación del Frente de Acción Popular en 1964, que perdió las presidenciales ante Eduardo Frei Montalva. Y en 1969 y 1970 fue un actor clave en la fundación de la Unidad Popular y en impulsar, por cuarta vez, la candidatura de Allende a La Moneda. Sólo logró convencer a sus socios del Partido Socialista de apostar nuevamente por Allende después de levantar la candidatura -instrumental- del poeta Pablo Neruda.
Y en 2014 el PC fue nuevamente clave en la formación de la Nueva Mayoría, que le dio el último impulso a la Concertación antes de su muerte política.
Y hoy está nuevamente en el centro de la creación de un nuevo referente junto al Frente Amplio.
La historia del PC chileno está manchada de dolor y sangre de sus propios militantes. Ningún partido en la historia de nuestro país ha enfrentado una represión tan brutal como la que sufrieron miles de sus militantes. En los años 40 y 50 fueron relegados, encarcelados, despedidos de sus puestos de trabajo y algunos -como el propio Neruda- tuvieron que huir del país. En la década del 70 fue mucho peor.
¿Por qué recordar todo esto ahora? Porque en medio del colapso del modelo chileno y de la enorme incertidumbre que ello genera -no sólo en las filas del llamado ‘partido del orden’, sino también entre muchos ciudadanos- vale la pena tener en cuenta que, pese a todos los temores, Jadue y el PC todavía usan y ocupan el lenguaje y las -buenas- prácticas históricas de la política.
Es decir, contrario a lo que muchos temen, el Partido Comunista chileno es más un factor de estabilidad que de caos. Y así lo pareció entender también una parte del electorado.
Dada la historia de brutal persecución -hasta 1990 el PC sólo había gozado de legalidad durante 19 años desde su fundación en 1912-, resulta casi loable la manera refrenada en que ese partido ha actuado en tiempos recientes. Basta un botón de muestra: desde el asesinato del senador Jaime Guzmán en abril de 1991, la UDI no ha cesado en usar esa muerte. Al comienzo para aumentar su base de militantes y, después, para mantener en un jaque constante a fuerzas políticas de centroizquierda jugando a un falso empate en materia de violaciones a los Derechos Humanos. Todo esto amén de ser el partido que debe dar su visto bueno a cualquier embajador chileno en Argentina para cumplir con el imperativo de extraditar a Galvarino Apablaza, ex líder del FPMR que habría tomado la decisión de matar a Guzmán.
Al PC le mataron y desaparecieron a 13 de sus dirigentes en un solo año. En 1976, los agentes de la dictadura cívico-militar hicieron desaparecer a dos direcciones clandestinas de ese partido. Desde entonces, esos 13 dirigentes figuran como detenidos-desaparecidos. Se trata del tristemente célebre caso Calle Conferencia.
Es decir, contrario a lo que muchos temen, el Partido Comunista chileno es más un factor de estabilidad que de caos. Y así lo pareció entender también una parte del electorado que en mayo les dio a los comunistas su mayor votación desde los años de la Unidad Popular.
Es una tesis que incluso ha sido esbozada por intelectuales de derecha. El difunto historiador Gonzalo Vial fue una de las pocas voces conservadores que abogaba en los años 90 por hacer reformas electorales que permitieran que el 3% a 6% de los votos que solía obtener el PC se reflejaran en una representación política formal. “Hay una tradición familiar y partidista en el comunismo (…) la espina dorsal del partido comunista es una tradición familiar, engendrada por la clandestinidad y la persecución”, escribió Vial ya en 1987. “Hay una subcultura comunista en Chile, piénsese que en nuestro país el ser comunista constituye una forma de vida. Nuestro comunismo podrá ser bueno o malo -seguramente es malo-, pero es profundamente nacional, chileno”.
Los comunistas chilenos conocen bien su historia, pero también saben que en el país existe un anticomunismo igual de arraigado. Por eso, a diferencia de sus símiles en otros países y en otras épocas, siempre apostaron por alianzas para llegar al poder y aceptaron ser siempre el actor de reparto.
Dada esa historia, no es descabellado pensar que -tal vez, y sólo tal vez- el PC ni siquiera quiera llegar hasta noviembre con su candidato Daniel Jadue. Saben que las campañas anticomunistas serán brutales y que los sectores anticomunistas -incluyendo partes de la ex Concertación- no cesarán en predicar el caos hasta, nuevamente tal vez, lograrlo.
Pero si están dispuestos a bajar la mejor carta presidencial, desde luego no será gratis. Será a cambio de ministerios importantes y con poder y, sobre todo, para empujar una agenda de reformas profundas. Claro que esto último probablemente sucederá con o sin los comunistas en La Moneda.
Comentarios
Yo pensaba muy parecido a
Daniel no se debe bajar, así
No comparto en absoluto la
yo creo que la derecha
El anticomunismo en Chile es
Lo que tiene que hacer Jadue
Jadue No puede bajarse debe
Lo único permanente es el
Seria un profundo retroceso
Es imposible que salga. La
Es imposible que salga,
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