Este artículo es parte del newsletter exclusivo La Semana del pasado jueves 24 de febrero, y ahora se comparte para todos los lectores.
Son varias las metáforas históricas con las que se quiere describir los eventos recientes relativos a la invasión de Ucrania por parte de Rusia, la cual marca el inicio de la guerra más importante en Europa desde la Segunda Guerra Mundial.
De tal modo, se ha hablado con insistencia del inicio de una 'Segunda Guerra Fría', dada la existencia de dos bloques que compiten por la hegemonía; la OTAN, articulada en torno a Estados Unidos y sus aliados europeos, un remanente de la 'Primera Guerra Fría' que confrontó a ese país con la extinta Unión Soviética, y la alianza -hasta ahora informal- entre Rusia y China, más otros países de corte autoritario, la cual estaría desafiando el orden internacional actual.
Además, para hablar de 'guerras frías', es imprescindible introducir el elemento de la disuasión mediante armas nucleares, lo que impidió que Estados Unidos y la Unión Soviética se enfrentaran directamente en el campo de batalla, por lo que cada 'superpotencia' se enfrentaba a la otra indirectamente, a través de guerras o intervenciones más acotadas en terceros países, como Vietnam o Afganistán.
Ambos elementos -los bloques que compiten entre sí y la disuasión nuclear que lleva el teatro bélico a terceros países- tienen asidero en la situación actual, pues es -al menos por ahora- difícil pensar que Estados Unidos o sus aliados europeos más importantes se presenten en el campo de batalla ucraniano, lo que abriría la posibilidad de una guerra nuclear, la que -como en el pasado- aseguraría la destrucción mutua de al menos los países que rodean el Círculo Polar Ártico, es decir América del Norte, Rusia y Europa.
La metáfora de una 'Segunda Guerra Fría' adolece de un punto central respecto de la 'Primera'; no existe competencia ideológica, al menos en los términos en que se dio la Guerra Fría, cuando las dos 'superpotencias' se presentaban como modelos alternativos y excluyentes para el desarrollo histórico, lo que llevó a desarrollar una fuerte rivalidad cultural y con ella la introducción de lógicas marcadas de buenos y malos.
Al respecto, hay que consignar que Joe Biden -presidente estadounidense- ya dijo que no enviará tropas a Ucrania y Vladimir Putin, en sus declaraciones a propósito de su intención de invadir, mostró los dientes de sus armas nucleares al amenazar veladamente con ellas a las potencias de la OTAN.
Respecto de lo que puede o no hacer militarmente Estados Unidos, vale la pena este artículo de Dan Lamothe de The Washington Post: Qué está haciendo el Ejército de Estados Unidos en respuesta a las acciones de Rusia en Ucrania.
Sin embargo, la metáfora de una 'Segunda Guerra Fría' adolece de un punto central respecto de la 'Primera'; no existe competencia ideológica, al menos en los términos en que se dio la Guerra Fría -período que abarca desde 1945, con el fin de la Segunda Guerra Mundial, hasta 1991, con el derrumbe de la Unión Soviética- cuando las dos 'superpotencias' se presentaban como modelos alternativos y excluyentes para el desarrollo histórico, lo que llevó a desarrollar una fuerte rivalidad cultural y con ella la introducción de lógicas marcadas de buenos y malos.
Desde luego, hay diferencias ideológicas entre Estados Unidos y la Rusia de Putin, y los órganos de producción cultural las van a intentar explotar hasta parecerse al Hollywood de la era de Ronald Reagan en los 80 (por lado y lado), pero la disputa no es por dichas diferencias, sino por algo mucho más atávico: el control del territorio y el balance de poder.
No solo en Rusia, sino que también en China, e incluso en Estados Unidos, existe una poderosa corriente de pensamiento que estima que la era de hegemonía estadounidense está llegando a su fin por la decadencia de este país, el cual no estaría en condiciones ahora de sostener la llamada 'Pax Americana', que caracterizó al período posterior al derrumbe de la Unión Soviética, en el cual, pese a haber conflictos y guerras, estas nunca tendieron a amenazar el status quo del poder internacional resultante.
De tal manera, la situación se parecería mucho más a 1914 -el inicio de la Primera Guerra Mundial-, cuando se produjeron desequilibrios de poder en Europa que llevaron a las potencias emergentes -los imperios Alemán, Austrohúngaro y Otomano- a desafiar a las consolidadas -Francia, Reino Unido y el Imperio Ruso-. Todas estas potencias antes de la conflagración se habían equilibrado mediante una carrera armamentista, llamada la Paz Armada, pero que resultó en un polvorín que hizo saltar por los aires Europa y buena parte del mundo, cuando un anarquista serbio-bosnio, Gavrilo Princip, asesinó al archiduque austro-húngaro Francisco Fernando y su esposa Sofía de Hohenberg en Sarajevo, hoy la capital de Bosnia-Herzegovina.
En el caso de Rusia, buena parte de la explicación va por quién es Vladimir Putin, quien ha dominado 22 años de los 31 del período post-soviético, con la idea de reconstruir la grandeza de su país, según él, humillado por Occidente tras el derrumbe y desmembramiento de la Unión Soviética en 15 repúblicas independientes, tanto en Asia como en Europa, con la consecutiva pérdida de poder e influencia de Rusia, la principal ex república soviética.
En esta comparación, en la que incluso se juega con la metáfora de una 'Tercera Guerra Mundial', China y Rusia serían las potencias emergentes o desafiantes.
China, por su parte y con un poder económico creciente, está a la expectativa de lo que pase con Rusia y Ucrania para definir su política hacia Taiwán, isla sobre la cual hay una reclamación territorial china desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Taiwán se ha constituido en un estado independiente, pero en la práctica es un protectorado de Estados Unidos que le permite a esta superpotencia enclaustrar el poder naval chino en las costas de sus mares adyacentes.
Al respecto, un buen artículo pertenece a The Atlantic, donde Michael Schuman se pregunta ¿Viene el turno de Taiwán? y donde aborda las especificidades geopolíticas del dilema chino-estadounidense en torno a la isla.
En el caso de Rusia, buena parte de la explicación va por quién es Vladimir Putin, quien ha dominado 22 años de los 31 del período post-soviético, con la idea de reconstruir la grandeza de su país, según él, humillado por Occidente tras el derrumbe y desmembramiento de la Unión Soviética en 15 repúblicas independientes, tanto en Asia como en Europa, con la consecutiva pérdida de poder e influencia de Rusia, la principal ex república soviética.
Al respecto es interesante la mirada de Rafael Poch en Ctxt, donde escribió Putin mueve la ficha imperial, artículo interpretativo que desarrolla la ideología imperialista-nacionalista con que el líder ruso buscará encantar a los rusos y justificar la invasión.
Volviendo a la pérdida de poder de Rusia, esta se puede enmarcar en hitos directamente asociados a la política de expansión de la OTAN, la cual fue integrando -después del derrumbe soviético- primero a los principales países del Pacto de Varsovia (que aunó a la Unión Soviética con sus aliados socialistas de Europa del Este); Hungría, Polonia y República Checa en 1999, y luego -en 2004- al resto de países del extinto pacto; Bulgaria, Rumania y Eslovaquia, además de Eslovenia que fue parte de Yugoeslavia (país socialista, pero autónomo del poder ruso), y las ex repúblicas soviéticas bálticas de Estonia, Letonia y Lituania.
Desde luego la guerra puede ser desfavorable a Rusia y con ello puede alimentar disensos internos -que según analistas son más profundos de lo que aparentan- al punto en que se pueda precipitar la caída de Putin y su proyecto de restitución imperial. De hecho, su caída puede ser el objetivo mayor de Occidente para resolver esta crisis, pues parece una manera más eficiente que cualquier apoyo militar a Ucrania. Después de todo, no hay imperio sin emperador.
Luego la OTAN tuvo nuevas expansiones con la incorporación de Croacia y Albania en 2009, Montenegro en 2017 y Macedonia del Norte en 2020, hasta llegar a los 30 miembros. Pero ninguna de ellas provocó tanto a Putin como las que empezaron a sugerirse a continuación y que están en carpeta: las postulaciones de las ex repúblicas soviéticas de Georgia, en el Cáucaso, y Ucrania, en el corazón de Europa del Este.
Justamente son estas postulaciones -y la experiencia de 2004, que no logró impedir que la OTAN se instalara en territorio ex soviético en el Báltico- las que llevaron a Putin a producir la crisis en Ucrania, primero en 2014, cuando invadió y se apoderó de la provincia ucraniana de Crimea, ante los ojos impávidos de Occidente, que optó por sanciones económicas acotadas, y que no desestabilicen el comercio global, y ahora cuando decidió la invasión de Ucrania, justamente después de recibir la negativa de la OTAN respecto de asegurar a Rusia que Ucrania nunca entrará en este pacto militar.
Los objetivos de Putin, finalmente, son anexar a Rusia la región ucraniana de Donbás, donde yacen las ciudades prorrusas de Luhansk y Donetsk, que tienen un fuerte componente étnico ruso y que han estado en un conflicto de baja escala con el estado ucraniano, y más importante aún; derribar el actual gobierno ucraniano y reemplazarlo por uno afín a Moscú, como lo es el líder autoritario Aleksandr Lukashenko en Bielorrusia, otra ex república soviética que se ha unido a Rusia en el ataque a Ucrania, al prestarle sus fronteras para operar militarmente.
Respecto de lo que está en juego para Rusia y Putin, me parece interesante este especial de varios autores de Project Syndicate, El póker de Putin, donde se abordan los aspectos políticos y estratégicos pensando desde las lógicas de Moscú. El artículo tiene a mi juicio la virtud de no caer en la propaganda ni en la contrapropaganda, aunque es previo a la invasión.
En cuanto a lo que ha pasado en Bielorrusia, Robyn Dixon y Mary Ilyushina escribieron antes de la invasión Puede que Putin vaya a la guerra a capturar Ucrania, pero con Bielorrusia lo hizo sin disparar una bala, en The Washington Post, donde se da perspectiva histórica al apoyo ruso al fraude electoral de Lukashenko y en las posteriores protestas masivas, sin lo cual tal vez no habría sido ahora la guerra en Ucrania.
Si bien las sanciones económicas de esta guerra serán mayores y golpearán Rusia y su régimen (al respecto, recomiendo Joe Biden anuncia duras sanciones: "Vladimir Putin será un paria en la escena internacional", de El Mundo), varios analistas estadounidenses calculan que Putin cuenta con que podrá resistir los embates sin perder mucha popularidad ni adhesión de aliados poderosos en Rusia, pues durante estos años ha consolidado una economía con capacidad autárquica, al menos para auto abastecerse de energía, alimentos y productos industriales básicos.
Y porque cualquier guerra económica prolongada afecta los intereses de los países que imponen sanciones y también los desestabiliza. El caso más paradigmático es quizá Alemania, que es dependiente del gas ruso para su matriz energética.
Desde luego la guerra puede ser desfavorable a Rusia y con ello puede alimentar disensos internos -que según analistas son más profundos de lo que aparentan- al punto en que se pueda precipitar la caída de Putin y su proyecto de restitución imperial. De hecho, su caída puede ser el objetivo mayor de Occidente para resolver esta crisis, pues parece una manera más eficiente que cualquier apoyo militar a Ucrania. Después de todo, no hay imperio sin emperador.
Acá otras lecturas recomendadas para comprender la crisis:
- Mapas: siguiendo la invasión rusa de Ucrania, de The New York Times, el cual muestra varios mapas y fotos satelitales que se van actualizando frecuentemente y que permiten seguir la dinámica de la invasión.
- Cuatro mapas que explican el conflicto Rusia-Ucrania, de Laris Karklis y Ruby Mellen, de The Washington Post, en donde se muestran los teatros bélicos que permiten calibrar las decisiones geoestratégicas.
- Mientras sopesa la acción en Ucrania, Rusia muestra su nueva destreza militar, de Paul Sonne, Isabelle Khurshudyan y Mary Ilyushina de The Washington Post. Si bien se trata de un artículo previo a la invasión, muestra el desarrollo militar ruso, aquilado en la Guerra de Siria.
- Opinión: Así acaba el mundo de la posguerra: se trata del editorial de The Washington Post del 21 de febrero pasado, después de la intervención de Putin en TV donde básicamente justificó la invasión que se produjo hoy jueves 24 del mismo mes.
Comentarios
Excelente el incorporar
Gracias Andrés, buen respaldo
Yo pienso que toda esta
Con en enorme poder de
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