El término “sorpasso” comenzó a usarse en la república italiana de posguerra como sinónimo de nuevas correlaciones de fuerzas, cuando un partido tradicional era sobrepasado por otro nuevo. También se aplicaba al estilo imprudente de ciertos choferes jóvenes como el personaje que encarna Vittorio Gassman en la comedia Il Sorpasso (1962), un playboy que se pavonea en un Lancia Aurelia deportivo, constantemente adelantando y “pisando la cola” de los vehículos más lentos.
Los resultados de la última elección de consejeros constitucionales son el primer gran sorpasso electoral de los últimos treinta años. El anterior ocurrió en las parlamentarias de 1997 cuando la UDI sobrepasó a la DC como partido más votado. Pero ahora es un fenómeno doble, pues la centroizquierda y la centroderecha se desplomaron en las urnas y fueron apabulladas por formaciones políticas nuevas.
Para que se produzca un sorpasso tienen que pasar varias cosas al mismo tiempo. Suelen ser el síntoma de cambios sociales y culturales, como también a momentos de crisis económica estructural. Los estancamientos seculares de la productividad, de los salarios o del crecimiento, los brotes inflacionarios o las penurias fiscales dramáticas han sido parte del cóctel que contribuye al desfonde de los partidos tradicionales.
En el siglo pasado hubo varios fenómenos parecidos, autos que adelantaban a sus rivales con choferes tan variados como Salvador Allende, Eduardo Frei o el partido radical en los años treinta. El chavismo fue el gran sorpasso latinoamericano y puso fin a un esquema bipartidista, la alternancia entre socialdemócratas y democristianos en Venezuela. Trump fue un sorpasso primero en el partido republicano y luego en las elecciones presidenciales.
Los eventos de tipo sorpasso cierran periodos y no siempre anteceden dictaduras, pero tampoco son buenas noticias para la democracia. En 2002 Erdogan logró sobrepasar al secularismo turco con una narrativa islamista nacional-conservadora.
Pero el sorpasso más espectacular de todos los tiempos ocurrió en Francia, en 1849, cuando un electorado exclusivamente masculino eligió presidente de la república a Luis Bonaparte, sobrino del exemperador y un completo desconocido pocos meses antes. Ocurrió después de una revolución, tras la caída de una monarquía y un accidentado proceso constitucional. Terminó con una nueva monarquía.
Quizá en Chile la corona real sea el Estadio subsidiario, el mecanismo de poder de una casta que se tambaleó durante el estallido y la primera convención. La misma que se volvió a levantar después del plebiscito de salida y que el domingo parece haber ahuyentado por un buen tiempo el espectro de la república social.
Los eventos de tipo sorpasso cierran periodos y no siempre anteceden dictaduras, pero tampoco son buenas noticias para la democracia. En 2002 Erdogan logró sobrepasar al secularismo turco con una narrativa islamista nacional-conservadora. Fue elegido varias veces primer ministro y el 14 de mayo próximo busca la reelección como presidente.
La esperanza del electorado que alimenta con su voto estos procesos es reducir la incertidumbre, pisar terreno sólido otra vez. Por eso siempre hay un elemento de nostalgia en la narrativa del sorpasso, un tiempo idealizado en que la nación estuvo unida en la prosperidad y el orden. Eso y la confianza en un líder que los traerá de vuelta.
Para algunos ese tiempo feliz fue la segunda mitad de los años 80, bajo la mano dura de un dictador, para otros fueron los 90, cuando al país lo dirigía una tecnocracia socioliberal. En ambos, la subsidiariedad fue el rayado de cancha. Gracias a ella el consumo, la inversión y el sector externo se alinearon para hacer crecer la economía. El fisco gastaba apenas lo necesario, toda la infraestructura nueva se concesionaba. Se abrían nuevos mercados de exportación, el empleo crecía y el crédito fluía. Pero todo esto funcionó en unas condiciones globales que ya no existen ni tienen para cuando volver.
La narrativa de la nostalgia podría generar decepciones rápidas porque el mundo de Reagan y Thatcher ya no existe ni volverá. Los salarios no crecen, los arriendos suben, las pensiones son lo que son.
Entre 1982 y 2001 se produjo uno de los periodos más prolongados y extensos de crecimiento global del comercio y la inversión entre fronteras. Robert Shiller habla de “la burbuja del milenio”. Luego de la crisis de 2008, siguió una “nueva normalidad” de expansión bursátil hiperdependiente de dinero barato y deuda pública. El Covid y la guerra pusieron fin a ese mundo.
Tras el sorpasso del domingo, el IPSA se disparó y el dólar cayó por debajo de los 800 pesos. Ya se anticipa una constitución “promercado”, subsidiaria, que estimule la inversión privada. Sin embargo, la narrativa de la nostalgia podría generar decepciones rápidas porque el mundo de Reagan y Thatcher ya no existe ni volverá. Los salarios no crecen, los arriendos suben, las pensiones son lo que son. En algún momento las tasas de interés tendrán que bajar, pero nunca a los niveles de antes del COVID.
Además, está la guerra, no la de Ucrania sino la guerra entre las divisas. El dólar versus el yuan, la fragmentación de un sistema global de comercio en áreas de influencia controladas, con aduanas tecnológicas y barreras sanitarias.
El “mercado” ya no tiene mucho hacia dónde crecer, ni dentro de Chile ni desde afuera. Los riesgos existenciales para la subsidiariedad, encarnados en los derechos sociales y de la naturaleza, son cosa del pasado. Pero no es tan claro que una convención de ultraderecha logre remover las barreras constitucionales contra la privatización total de la industria minera.
El poder que da un sorpasso suele ser importante, pero también es frágil y puede ser transitorio. Erdogan gobierna hace años y cambió las instituciones en Turquía. Otros no tuvieron tanta suerte y terminaron en farsa o en tragedia.
El Bonaparte tonto, mujeriego y oportunista que los franceses eligieron presidente en 1849 dio un golpe de Estado dos años después y se hizo coronar emperador. Terminó su reinado en medio de una guerra y una nueva revolución, la comuna de París
La película italiana de 1962 culmina de modo trágico cuando Gassman, el playboy, adelante en una curva, en un camino costero, y se encuentra de frente con un camión.
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Adhiero a la tesis de Carlos
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