“Son los diputados y senadores, elegidos por la ciudadanía, y no los dirigentes de la CPC o Sofofa, los interlocutores políticos del Gobierno”, reclamó en su columna mercurial Marcela Cubillos. Unas pocas páginas más adelante, en el cuerpo de Reportajes del mismo periódico, el rector Carlos Peña agregó: “Eso no prestigia ni al empresariado (que aparece como un poder fáctico) ni a la política (puesto que los senadores son tratados como una sombra del primero)”. Pocos días más tarde, también en El Mercurio, Lucía Santa Cruz dedicó su columna al tema y subrayó cuán conveniente resulta “reflexionar acerca de cuál es el rol de esas organizaciones (las empresariales) y cuáles son sus límites en una democracia representativa”.
Por un momento pareció que nos volvíamos todos locos. ¿Libertad y Desarrollo cuestionando las conversaciones de un gobierno de izquierda con el gran empresariado justamente a través de las páginas del medio que ayudó a instalar y apuntalar el inexpugnable poder de las más importantes patronales? ¿El empresariado corriendo el riesgo de 'aparecer' como un poder fáctico que ensombrece a la Cámara Alta?
Es difícil precisar la cantidad de contradicciones e ironías que salieron a la luz en tan pocos días. ¿Se trataba tan solo de cachetadas de payaso o subyacía una molestia genuina de quienes se sintieron pasados a llevar? De la misma manera, es difícil saber a ciencia cierta si la movida del Ministerio de Hacienda se basó únicamente en una mirada pragmática de la situación para eventuales posteriores rechazos o si hubo también en estas reuniones una dosis de maldad.
Es difícil precisar la cantidad de contradicciones e ironías que salieron a la luz en tan pocos días. ¿Se trataba tan solo de cachetadas de payaso o subyacía una molestia genuina de quienes se sintieron pasados a llevar?
Por cierto, la estrategia tampoco cayó bien en los comités editoriales de la prensa, espacios históricamente ligados tanto al gran empresariado como a la derecha partidista. “Es relevante que sea en sede legislativa donde se alcancen los acuerdos en torno a la reforma tributaria”, señaló en su editorial La Tercera, que interpretó la movida de Marcel, Boric y compañía como una forma de presionar a los legisladores opositores.
Y es que la incestuosa relación entre el gran empresariado y los políticos de derecha es tan evidente que resiste poco análisis. En una reciente entrevista con La Segunda, Mario Desbordes (RN) recordó cómo se recibían las presiones durante el último gobierno de Piñera: “A veces, el presidente de la CPC decía ‘esto es malo para Chile’, pero generalmente actúan con voceros, son los mismos de hoy: los Luis Larraín, los Gonzalo Cordero. Y siempre hay un centro de pensamiento que alerta ‘esto destruirá la economía’”.
Desbordes, una voz a ratos incómoda al interior de la derecha, aludía principalmente a Libertad y Desarrollo (en particular a Cristián Larroulet) y a Larraín y Cordero, columnistas estables de La Tercera de los sábados y domingos. Respecto del vínculo que existe entre estos poderes concluyó: “El destete no ha existido todavía, muchos empresarios siguen llamando directamente a parlamentarios”.
Pero ¿por qué fue la derecha la que salió a cuestionar los encuentros con el empresariado y no, digamos, el Partido Comunista? Es evidente que estas relaciones endogámicas solo resultan favorecidas cuando se producen en la oscuridad. Es en estas condiciones de secretismo y falta de luz cuando la apariencia de independencia dota de cierta legitimidad las actuaciones de sus protagonistas. Por el contrario, cuando quedan en evidencia –con las reuniones de Marcel o los dichos de Desbordes– pierden toda la influencia que alguna vez pudieron tener.
Pero ¿por qué fue la derecha la que salió a cuestionar los encuentros con el empresariado y no, digamos, el Partido Comunista? Es evidente que estas relaciones endogámicas solo resultan favorecidas cuando se producen en la oscuridad. Es en estas condiciones de secretismo y falta de luz cuando la apariencia de independencia dota de cierta legitimidad las actuaciones de sus protagonistas.
Y lo mismo ocurre con ciertos medios de comunicación, que se benefician de sus vínculos con el gran empresariado a través de generosos avisajes y exclusivas en sus páginas de economía, pero que no pueden permitirse que las negociaciones queden expuestas a la luz pública. Como explica el académico irlandés Barry Cannon en su libro The Right in Latin America: Elite Power, Hegemony and the Struggle for the State, esta red de apoyo ideológico al neoliberalismo está precisamente reforzada por la uniformidad ideológica de la prensa tradicional.
¿Qué pasaría si un día no es el Senado el que es olímpicamente baipaseado por el Gobierno, sino que son los medios de comunicación los que sufren esta afrenta? ¿Para qué perder tiempo negociando o dando entrevistas a quienes en muchos casos no son más que buzones y no mejor entenderse con quienes pagan buena parte de sus sueldos y orientan de manera importante sus políticas editoriales?
Hoy, cuando un gobierno deja de manifiesto la porosidad de los bordes entre el poder económico, político y mediático estos buscan trazar unos límites que nunca han existido y que se borran como huellas a la orilla de la playa. Son las mismas delimitaciones que se difuminan a fines de año cuando la prensa premia a los mejores empresarios a cambio de unas cuantas publicaciones pagadas en sus páginas de vida social. Lo importante, nos quedó claro en estos últimos días, es que exista al menos una apariencia de división de intereses.
Comentarios
Solo decir que este gobierno
Es de perogrullo hablar mejor
Excelente. No se que más
buen y apegado a la verdad
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