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Miércoles, 30 de Julio de 2025
Hace 50 años

El levantamiento de los tanques con el apoyo de Patria y Libertad (I)

Manuel Salazar Salvo

Tanques sublevados.

Tanques sublevados.
Tanques sublevados.

Conocido como el “Tanquetazo”, el levantamiento del Regimiento Libertadores, ubicado en calle Santa Rosa, a 13 cuadras de La Moneda, fue sofocado en persona por el general Carlos Prats, comandante en jefe del Ejército.

En la tarde del lunes 25 y gran parte del martes 26 de junio, los miembros del Consejo de Generales del Ejército, bajo la dirección de su comandante en jefe, el general Carlos Prats, analizaron diversos temas institucionales de trascendencia.

A primera hora del miércoles 27, el comandante de la Segunda División y de la Guarnición de Santiago, general Mario Sepúlveda Squella, informó a Prats que se habían detectado actividades sospechosas en el Batallón Blindado N°2, en el Regimiento Libertadores, en calle Santa Rosa, en el centro de Santiago. Un capitán y algunos suboficiales estaban incomunicados. Se sospechaba que se preparaba un intento de sublevación o algo más grave. Prats ordenó remover al comandante de la unidad, el teniente coronel Roberto Souper Onfray, el que sería reemplazado el viernes 29.

Al mediodía, tras asistir a una ceremonia en La Moneda, se dirigió a su residencia en Avenida Presidente Errázuriz, para almorzar con su esposa. El general se sentía tenso, nervioso y temía que ocurrieran acontecimientos a lo menos sórdidos.

Era el último día del mes, fecha de pago y víspera del feriado bancario. El comercio tendría, además, febril actividad por las compras de regalos para los Pedro y Pablo, que estaban de santo. A las 9.01 empezaron los disparos. Nadie podía explicarse lo que ocurría. Luego los teléfonos comenzaron a repiquetear: "¡Golpe militar! ¡Están atacando La Moneda!".

A las 15 horas inició el retorno a la reunión con los generales. En la avenida Costanera, al llegar a la altura de Eliodoro Yáñez, su chofer se encontró con una renoleta roja conducida por Alejandrina Cox de Valdivieso, que viajaba con un sobrino.

La mujer y su acompañante empezaron a efectuar morisquetas y gestos obscenos al general quien se inquietó ante un posible atentado en su contra. Extrajo su arma de servicio, abrió la ventana de su Ford azul y conminó a los ocupantes de la renoleta a que se detuvieran. Al no hacerlo, Prats disparó sobre el tapabarro izquierdo del automóvil.

Tras detenerse sus agresores, el oficial se percató que quien conducía era una mujer y procedió a excusarse de inmediato. Pero en breves segundos se vio rodeado de automovilistas y de un centenar de personas que lo increpaban y procedieron a desinflarle los neumáticos de su automóvil. Al mismo tiempo, aparecieron varios fotógrafos y periodistas que empezaron a captar lo que estaba ocurriendo.

Pareció evidente que todo estaba planificado. Un taxista reaccionó en favor del general y lo sacó presuroso del lugar. Casi 40 años después la periodista Mónica González, en su libro “La Conjura”, reveló que Alejandrina Cox era muy cercana a Patria y Libertad y que aquella maniobra en contra de Prats era parte de una denominada “Operación Charly”, destinada a desprestigiarlo.

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Alejandrina Cox de Valdivieso.
Alejandrina Cox de Valdivieso.

Prats, de la Costanera se dirigió a La Moneda y puso su cargo a disposición del presidente Allende. Este no sólo lo confirmó y le reiteró su confianza, sino que también decretó el Estado de Emergencia, afirmando que lo ocurrido en Providencia no era un hecho casual y espontáneo.

Al día siguiente, el jueves 28, el general Mario Sepúlveda confirmó a Prats que se había detectado un fallido cuartelazo. Agregó que los implicados y los antecedentes estaban ya en poder de la Fiscalía Militar.

La escueta relación de esos hechos Sepúlveda la entregó al ministro de Defensa, José Tohá, y a los senadores que pidieron una urgente sesión especial. Sin embargo, no se dio crédito a sus palabras. "¿Duda usted acaso de lo que aseveró el jefe de la Zona de Emergencia?", le preguntó Tohá, en forma airada al senador de la DC Juan Hamilton. Este le contestó: "Me merece fe la palabra de las Fuerzas Armadas. Tengo confianza en sus jefes, pero, en cambio, no la tengo respecto del gobierno”. Tohá se retiró indignado.

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La Tercera, 28 de junio.
La Tercera, 28 de junio.

El inicio de la asonada

Aquella mañana del viernes 29, detrás de una compañía de seis tanques, los automovilistas y los microbuses llegaron hasta la esquina de Santa Rosa con Alameda. Cuando el primer tanque iba a cruzar la calzada el semáforo cambió a luz roja, y la columna, respetuosa, se detuvo. Después enfiló por Mac Iver. En seguida dobló por Moneda hacia el palacio de gobierno.

Era el último día del mes, fecha de pago y víspera del feriado bancario. El comercio tendría, además, febril actividad por las compras de regalos para los Pedro y Pablo, que estaban de santo.

A las 9.01 empezaron los disparos. Nadie podía explicarse lo que ocurría. Luego los teléfonos comenzaron a repiquetear: "¡Golpe militar! ¡Están atacando La Moneda!".

Un antecedente del levantamiento se había registrado a mediados de junio de 1973 en un barrio acomodado de Santiago. En esa oportunidad algunos oficiales del Blindados Nº 2 se reunieron con varios miembros de la dirección de Patria y Libertad. El propósito era planificar la rebelión militar y el apoyo que le brindarían los civiles de la ultraderecha.

Los padres iniciaron una serie de urgentes instrucciones a sus casas. Los liceos y colegios del centro comenzaron a ser evacuados. Las calles se convirtieron en pistas de velocidad, donde todos querían arrancar rápido del sector amagado. Desde calle Amunátegui hasta calle Estado nadie tenía segura la vida. Las emisoras lanzaban sucesivos flashes pidiendo a la ciudadanía que saliera del centro y no abandonara sus casas. En las transmisiones se escuchaba el sonido de balazos y el tableteo de las ametralladoras.

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Enfrentamientos cerca de La Moneda.
Enfrentamientos cerca de La Moneda.

La mayor histeria y pánico se produjo en calle Agustinas desde Teatinos a Ahumada. La gente caía al suelo. Unos porque estaban heridos. Otros porque creían que así podían salvar sus vidas.

Toda la acción de los sublevados iba dirigida al palacio de La Moneda y al Ministerio de Defensa, donde rescatarían a un oficial arrestado el día antes.

Cuando los carros blindados comenzaron a disparar contra las ventanas y el frontis de La Moneda, en su interior el teniente Guillermo Pérez, jefe de la Guardia de Palacio, dirigía a sus setenta hombres. Media hora antes había ordenado a dos de ellos que izasen la bandera sobre el mástil que da a la plaza de la Constitución. Al percatarse del ataque, arengó a sus hombres para que se prepararan a resistir.

El papel de Patria y Libertad

Un antecedente del levantamiento se había registrado a mediados de junio de 1973 en un barrio acomodado de Santiago. En esa oportunidad algunos oficiales del Blindados Nº 2 se reunieron con varios miembros de la dirección de Patria y Libertad. El propósito era planificar la rebelión militar y el apoyo que le brindarían los civiles de la ultraderecha.

El capitán Sergio Rocha Aros y el teniente Guillermo Gasset pidieron que Patria y Libertad les ayudara a silenciar las radioemisoras marxistas, a conseguir combustible para los tanques y a tratar de contener el avance de algunas brigadas de izquierda en los principales accesos al centro de Santiago.

Rocha, por orden del general Sepúlveda, y otros miembros de la sublevación ya estaban incomunicados en los subterráneos del Ministerio de Defensa desde el miércoles 27.

El comandante del Libertadores, el teniente coronel Roberto Souper tenía un medio hermano en las filas de Patria y Libertad y su padre, Jorge Souper Maturana, era el jefe de ese grupo nacionalista de ultraderecha en Concepción. De hecho, el padre era un hombre muy fanático. Vivía en un departamento en la Diagonal, que une el centro con el campus de la Universidad de Concepción, por donde pasaban todas las marchas estudiantiles, de ida y de vuelta. Souper se asomaba al balcón a insultar a los manifestantes o bajaba a la calle solo a enfrentar las columnas. Le hacía mucho honor a su apodo del “Loco” Souper, porque costaba entender como un hombre maduro se exponía de esa forma y en más de una ocasión pasó de las palabras a la agresión física, lo que le costó algunas pateaduras.

Jorge Souper se ganó un cántico que los universitarios y los jóvenes de izquierda le dedicaban cuando no se asomaba al paso de las marchas:

Queremos ver a Souper,
colgado de un farol.
con media lengua afuera,
pidiéndonos perdón

El viernes 29 de junio el general Prats se quedó dormido luego de que el despertador sonara a las 6.30. A las 9:00 el teléfono lo hizo saltar de la cama. Era el secretario general de la Comandancia en Jefe, coronel Rigoberto Rubio, que le informó sobre la sublevación del Libertadores. Los tanques estaban atacando La Moneda y el Ministerio de Defensa.

Prats le ordenó que se mantuviera en contacto con el jefe del Estado Mayor, el general Augusto Pinochet, instalado en el Regimiento Buin, en avenida El Salto, en Recoleta; con el general Orlando Urbina y con el jefe de la guarnición, el general Sepúlveda. Se vistió rápido y salió hacia la Escuela Militar donde se reunió con el comandante de Institutos Militares, el general Guillermo Pickering y con el director de la Escuela Militar, el coronel Nilo Floody. Luego, telefónicamente aprobó las medidas tomadas por el general Urbina.

El Regimiento Tacna ocuparía el Blindados N°2 para impedir el abastecimiento de los tanques. Prats salió hacia la unidad de Artillería ubicada junto al Parque Cousiño. El comandante de esa unidad, el coronel Joaquín Ramírez Pineda no tuvo dudas y ordenó a sus tropas salir hacía Santa Rosa para cercar al Blindados.

Pocas horas después, la sublevación fue controlada. Los máximos dirigentes de Patria y Libertad -se asilaron en la embajada de Ecuador junto a otros dos militantes, Fernando Moro y José Manuel Ruiz, que horas después saldrían de la sede diplomática con instrucciones para la militancia.

Tanques sublevados.

Tanques sublevados.
Tanques sublevados.

Luego, Prats se trasladó a la Escuela de Suboficiales, al antiguo edificio de la Escuela Militar, unidad que avanzaría hacia La Moneda desde el sur. El director de la escuela, el coronel Julio Canessa le informó que los oficiales no querían salir y enfrentarse con sus camaradas de armas. En minutos, el comandante en jefe impuso su mando y las tropas marcharon hacia la Plaza Bulnes.

Pocas horas después, la sublevación fue controlada. Los máximos dirigentes de Patria y Libertad -se asilaron en la embajada de Ecuador junto a otros dos militantes, Fernando Moro y José Manuel Ruiz, que horas después saldrían de la sede diplomática con instrucciones para la militancia.

Pablo Rodríguez Grez, John Schaeffer Forbes, Benjamín Matte Guzmán, Manuel Fuentes Wendling y Juan Eduardo Hurtado Larraín emitieron una declaración desde la misión diplomática explicando que "esperábamos contar con el apoyo de varias otras unidades militares que previamente nos habían manifestado su respaldo". Los dejaron solos, "abandonando sus compromisos para la patria amordazada".

Más tarde, otros dos conjurados de Patria y Libertad, Patricio Jarpa y Patricio Souper, el sobrino del comandante del Regimiento Libertadores, se asilaron en las embajadas de Colombia y Paraguay, respectivamente.

Los secretos del capitán Rocha

A contar del 3 de julio de ese año, el melipillano capitán Sergio Rocha Aros, autor intelectual del ‘‘tanquetazo’’, pudo contar en el cuartel del entonces Regimiento de Ingenieros de Ferrocarriles de Montaña Nº 2 Puente Alto’, donde estaba detenido, algunos aspectos no conocidos de su frustrada empresa.

Rocha había entrado desde marzo de 1973 en contactos personales con Pablo Rodríguez Grez, el jefe máximo de Patria y Libertad, comenzando a urdir lo que muchos uniformados deseaban vehementemente, pero que no podían o no se atrevían a materializar: el golpe militar que depusiese al presidente Salvador Allende.

Según Rocha, que obedecía instrucciones del teniente coronel Souper, su comandante en el Regimiento Libertadores, Rodríguez le había dado plenas garantías de que un incruento cerco a La Moneda, con los tanques del entonces Regimiento de Blindados Nº 2, contaría con el apoyo del regimiento de Infantería Nº 1 Buin, con la de otras unidades militares de Santiago, con la irrestricta adhesión de la Armada y con una multitudinaria manifestación callejera organizada por Patria y Libertad.

En tales condiciones, el capitán Sergio Rocha -oficial germanista y ferviente admirador de la blietzkrieg emprendida por Hitler- dio el vamos a la operación. En las semanas y meses siguientes, él y otros oficiales se reunieron con los máximos dirigentes de Patria y Libertad y otros militantes. Aparte del abogado Rodríguez, concurrieron John Schaeffer, Manuel Fuentes Wendling, Juan Eduardo Hurtado, Benjamín Matte, Vicente Gutiérrez y Víctor Fuenzalida.

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Carlos Prats con Allende.
Carlos Prats con Allende.

Integrantes de la denominada Fuerza Operativa de Patria y Libertad empezaron a practicar tiro en el Regimiento Libertadores en los días siguientes. Poco antes del levantamiento, decenas de miembros del llamado “Frente de Operaciones”, que dirigía Vicente Gutiérrez, un integrante en retiro de la Armada, se acuartelaron en varias “casas de seguridad” de Patria y Libertad. Lo mismo hicieron los principales dirigentes del grupo ultraderechista.

No obstante, la acción golpista fue detectada por el Servicio de Inteligencia Militar, SIM, instancia que, a decir de Rocha, ‘‘hizo la vista gorda hasta donde pudo’’. En realidad, exactamente hasta que el complot llegó a conocimiento del general Carlos Prats, que dispuso el arresto del capitán en dependencias del Ministerio de Defensa, así como la destitución del teniente coronel Roberto Souper Onfray, a la sazón comandante del Regimiento de Blindados Nº 2.

Para el viernes 29 de junio estaba prevista la entrega de mando de esa unidad militar. Como es tradicional, una comisión interventora presidida por el entonces coronel Cárol Urzúa Ibáñez, debía hacer efectivo el cambio de comandante. El designado para reemplazarlo era el oficial Uros Domic Bezic, quien se dedicó en los años de la dictadura a acumular emisoras, entre otras, las radios Cien, Nina, Metropolitana, Sintonía y Recreo de Viña del Mar. Aquel 29 de junio del 73, sin embargo, los oficiales que directa o indirectamente habían estado comprometidos con Rocha asumieron que era mejor jugarse por la permanencia de su comandante.

El enfrentamiento se prolongó durante media hora. Los obuses de 105 milímetros dispararon en contra del cuartel de Santa Rosa, alcanzando a destruir parte del casino de oficiales y causando un número indeterminado de muertos y heridos.

Los tenientes Guillermo Gasset y Erwin Dimter se apersonaron ante Souper. Gasset portaba el casco de tanquista del comandante del regimiento.

-Mi comandante, no vamos a aceptar su remoción; sería una humillación para todos-, le dijo.

Gasset, en elocuente gesto, entregó el casco al vacilante Souper.

Pocos minutos después, el comandante del Regimiento de Blindados Nº 2 hacía, desde la torreta de un tanque M-36, el consabido movimiento del brazo derecho que indica ¡Adelante!

Los tanques sólo llevaban munición de salvas para sus cañones y el combustible era muy escaso.

El subteniente Erwin Dimter Bianqui -hombre conocido por su temperamento impetuoso desde sus tiempos de cadete-, comandando un viejo tanque M3 A1, rescató al capitán Rocha desde el edificio del Ministerio de Defensa.

Rápidamente y sin conocer el desenlace de lo que ocurría en La Moneda, Rocha se trasladó hasta el antiguo cuartel de la calle Santa Rosa y comenzó a organizar el apoyo a la aventura.

Grande fue su asombro cuando una batería de obuses del Regimiento de Artillería Nº 1 Tacna, mandada personalmente por el comandante de esa unidad, coronel Joaquín Ramírez Pineda, comenzó a rodear el cuartel de los blindados.

Como se estila en los ámbitos castrenses, Ramírez exigió la presencia del oficial más antiguo -el de mayor graduación-.  Respetuosamente, Rocha se hizo presente en la calle.

-Capitán Sergio Rocha se presenta, mi coronel-, gritó, haciendo sonar los tacos de sus botas y llevando la mano a la visera de su casco de acero.

-Entregue de inmediato el regimiento, sin condiciones-, espetó cortante Ramírez.

-Los blindados no nos rendimos jamás, mi coronel.

-No sea tonto, amigo mío, está totalmente rodeado. ¿Acaso quiere muertes inútiles?

-Estoy dispuesto a dejar salir a la gente que lo desee, mi coronel.

-Conforme. Dispone de cinco minutos-, conminó Ramírez.

Rocha contaba que alcanzó a escuchar al coronel decir ‘‘¡Agárrenlo!’’, por lo que emprendió una veloz carrera hacia el interior de su regimiento.

Pero Ramírez hablaba muy en serio. Una ráfaga de fusil ametralladora estremeció el lugar. Un cabo, escolta de Rocha, cayó herido de muerte. El mismo capitán alcanzó a recibir un impacto en su cintura.

El enfrentamiento se prolongó durante media hora. Los obuses de 105 milímetros dispararon en contra del cuartel de Santa Rosa, alcanzando a destruir parte del casino de oficiales y causando un número indeterminado de muertos y heridos.

Febrilmente, Rocha dirigió la defensa, según relató, ‘‘evitando disparar sobre los soldados del Tacna’’.

Súbitamente, alguien gritó ‘‘¡los tanques!’’.

Desde el norte, desde el centro de la ciudad, los vehículos blindados que habían ‘‘cercado’’ La Moneda regresaban al cuartel.

Las esperanzas de los soldados sitiados fueron efímeras: sus camaradas volvían derrotados y, en gran medida, arrastrando el estigma de ‘‘una acción que no contó con la unidad del Ejército”.

El modo con que el coronel Joaquín Ramírez cumplió la orden del general Carlos Prats en cuanto a someter a los ariscos ocupantes del Regimiento de Blindados Nº2 fue condenado durante años por quienes conocieron el episodio.

Se llegó a decir que Ramírez era ‘‘activo simpatizante de la Unidad Popular’’, lo que puede ser negado por cualquiera que lo haya conocido.

Ramírez alcanzó el generalato, el mando de la Misión Militar en Sudáfrica y, hasta 1989, la rectoría delegada de la Universidad de La Serena, condiciones imposibles para quien haya podido cargar con la más leve sospecha de haber simpatizado con el gobierno de Allende.

Consideración aparte merece el caso del capitán Carlos Mena, oficial del regimiento Tacna que tenía el mando directo de la batería que rodeó el cuartel de la calle Santa Rosa. En forma personal y sin que le correspondiera hacerlo, Mena fue el autor del primer disparo de obús en contra de los situados que comandaba su compañero de promoción, el capitán Rocha.

En Puente Alto, Rocha aseguraba que ‘‘Mena era un comunista de mierda’’.

La posición de los demócratas cristianos

La casa del diputado Bernardo Leighton fue el centro de observación de los dirigentes de la DC en la mañana del viernes 29. A la calle Martín de Zamora arribaron en autos que no eran de ellos, y que estacionaron distanciados. Anita Fresno de Leighton los recibía con tacitas de café.

Lo primero que se decidió, en acuerdo unánime, fue comunicarse con Allende, y expresarle que esa colectividad, manteniendo su actitud de oposición muy clara y definida, reiteraba a su vez su plena adhesión al régimen constitucional y repudiaba cualquier intento de golpe de Estado viniese de donde viniera. Sólo se discutió si el senador Patricio Aylwin, presidente del partido, lo iba a ver o lo llamaba por teléfono. Se resolvió lo último por ser más práctico.

Sólo a las 12.35 Aylwin consiguió hablar con el mandatario, quien a esa hora ya estaba en La Moneda. Allende le informó que la situación estaba dominada y que había convocado al Consupsena (Consejo Superior de Seguridad Nacional), formado por los generales y almirantes de las tres ramas de las Fuerzas Armadas, más el director de Carabineros y el director de Investigaciones. Allende le anunció que enviaría al Congreso un proyecto de ley para declarar al país en Estado de Sitio por seis meses, y que esperaba que esa adhesión irrestricta de la DC al régimen constitucional se expresara en la aprobación urgente de la iniciativa.

Aylwin le respondió que tenía citado al Consejo del PDC para esa misma tarde y que se analizaría la posición del Partido. Podía, sí, adelantarle que era el ánimo aprobarle el proyecto por un plazo menor y siempre que el Ejecutivo cambiase la composición del gabinete. A esa altura, el diálogo se puso cortante y seco por parte de Allende.

Aylwin le hizo ver la situación peculiar que se presentaba. El Estado de Sitio sería aplicado por un gabinete cuyo jefe, Gerardo Espinoza, estaba acusado constitucionalmente; tenía dos ministros destituidos -Luis Figueroa y Sergio Bitar- y otro suspendido -Orlando Millas- y que, sin embargo, continuaban desempeñándose en sus cargos, desconociendo las resoluciones del Congreso. Allende le replicó que el gabinete contaba con toda su confianza y que el PDC hiciera lo que quisiese.

Con estos antecedentes se llegó al Consejo de la DC. Se realizó en una sala del Senado, a las seis de la tarde. A esa hora ya la Cámara de Diputados había recibido el proyecto del Ejecutivo declarando el Estado de Sitio por seis meses en Santiago y las provincias que el Ejecutivo estimase necesario. Por ese proyecto se le daban atribuciones al presidente de la República para trasladar las personas de un punto a otro del país. Además se le daban al presidente facultades amplias para restringir la libertad de prensa, radio y TV y el ejercicio del derecho a reunión. Para el despacho de ese proyecto se pedía la extrema urgencia, o sea, debía quedar despachado por la Cámara dentro de las 24 horas.

Cinco horas y media después de recibirse ese proyecto, a las 21:00, la Cámara recibiría un segundo, sin retirarse el anterior. Rebajaba a noventa días el Estado de Sitio y lo extendía a todo el país.

En el PDC hubo dos posiciones sobre el Estado de Sitio. Un consejero explicó: "Unos fueron partidarios de un SI-no, y otros de un NO-sí". Los primeros querían un sí condicionado. Radomiro Tomic y luego Bernardo Leighton, Osvaldo Olguín, Héctor Valenzuela y Ricardo Hormazábal defendieron esta posición: se le dada el Estado de Sitio, pero siempre que quienes lo manejasen fueran gentes que diesen garantías de que no se aplicaría con arbitrariedad. Ellos no invadían las prerrogativas del presidente de la República para elegir sus colaboradores, pero sí le decían que los actuales resultaban peligrosos para manejar un arma tan poderosa. Esta posición sacó cuatro votos. Tomic no votó, por no pertenecer al Consejo.

La segunda posición, la que representaba al sector más derechista del PDC, la mayoritaria en ese momento, logró catorce votos y se inclinó por un no condicionado. Se le señaló al presidente que con los instrumentos vigentes (Ley de Seguridad Interior del Estado, facultad para decretar Zonas de Emergencia y toque de queda) podía prevenir y sofocar cualquier alteración constitucional.

El Consejo de la DC estaba llano a escuchar la fórmula que propusiese el gobierno. Espinoza respondió: "Si gustan, nos juntamos aquí mismo mañana a las once". Pero esa reunión no se produjo. A las dos de la mañana sonó el teléfono del diputado Eduardo Cerda, secretario general de la DC. Lo llamaba Espinoza para comunicarle que los ministros no podían concurrir a la reunión de mediodía por instrucciones del presidente Allende. El diálogo había concluido.

El primero en sostener esta posición fue el senador Juan Hamilton, recibiendo la aprobación del presidente del Senado, Eduardo Frei, de los diputados Claudio Orrego y Alberto Zaldívar y del regidor Raúl Devés.

A las diez y media de la noche los ministros del Interior, Gerardo Espinoza, y de Defensa, José Tohá, que habían llegado a la sesión de la Cámara, al saber que aún estaba reunido el Consejo de la DC, aceptaron entrar e informar en una conversación entre Leighton y Espinoza. Minutos después se les agregó el ministro de Justicia, Sergio Insunza. Por primera vez en la historia de la DC, asistían a una reunión de su Consejo Nacional dos ministros socialistas y uno comunista. La información que éstos entregaron fue escueta: necesitaban el Estado de Sitio porque el golpe no estaba totalmente conjurado. Los representantes de la UP dijeron que los reales alcances de los sucesos acaecidos no eran susceptibles de medirse en este instante, ya que había razones fundadas para presumir que, coetánea o sucesivamente, estaba ligadas a otras actividades conspirativas. Agregaron que los tres comandantes en Jefe no concurrían a la sesión de la Cámara porque en ese momento debían estar preocupados del problema militar que se había presentado. Terminaron diciendo que había civiles implicados que pertenecían a Patria y Libertad y también algunos nacionales. Informaron que Pablo Rodríguez y otros dirigentes de Patria y Libertad habían solicitado asilo en la embajada de Ecuador.

Patricio Aylwin les dio a conocer la decisión del Consejo de la DC, recién tomada, y les expresó que los tres ministros podían ser portadores ante el presidente de la República del deseo de ese partido de encontrar fórmulas de consenso en vista de la dramática situación.

Insunza, cortante, preguntó: "¿Lo que ustedes proponen es un gabinete militar?".

Aylwin replicó: "Necesitamos garantías claras. Que se creen condiciones que signifiquen efectiva garantía de correcto ejercicio de las facultades propias del Estado de Sitio, “por ministros y autoridades cuya investidura y confianza pública aseguren a todos los habitantes el respeto a la Constitución y la aplicación de la ley a todos por parejo". El Consejo de la DC estaba llano a escuchar la fórmula que propusiese el gobierno. Espinoza respondió: "Si gustan, nos juntamos aquí mismo mañana a las once".

Pero esa reunión no se produjo. A las dos de la mañana sonó el teléfono del diputado Eduardo Cerda, secretario general de la DC. Lo llamaba Espinoza para comunicarle que los ministros no podían concurrir a la reunión de mediodía por instrucciones del presidente Allende. El diálogo había concluido.

La sesión de la Comisión de Constitución, Legislación y Justicia fue violenta. El ministro Espinoza habló apenas tres minutos. Dijo que las razones para pedir el Estado de Sitio estaban contenidas en el mismo oficio. Lo único que podía agregar era el "itinerario de la sedición" contenido en treinta partes policiales del mes de junio, donde figuraban atentados dinamiteros, actos terroristas y violencia en general. Espinoza terminó pidiendo que el proyecto fuese despachado de inmediato, y sin condiciones de ninguna especie.

El novel diputado comunista Eduardo Contreras subrayó lo anterior: "En caso contrario, el Congreso se hará participe de la sedición". Desde ese instante poco faltó para que se fueran a las manos. Las imprecaciones eran mutuas. Los tres ministros y los parlamentarías de la UP se retiraron en medio de un intercambio de insultos.

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El Clarín 28 de junio.
El Clarín 28 de junio.

Finaliza mañana...



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