“Te quedan tres meses de vida”.
Eso fue lo que escuchó Roberto Mella Careaga en mayo de 2016, frente a un doctor en la Clínica Santa María. Estaba acompañado de su esposa, Mery Hidalgo Vergara, y ambos se abrazaron y se pusieron a llorar.
“Vamos a salir de esto”, le dijo ella. Pero se equivocaba. Este era un camino que conducía a la muerte. El mesotelioma que Mella tenía en su cuerpo era letal. Había respirado mucho asbesto en su vida, particularmente en los años que trabajó en la Armada de Chile –entrando como grumete–, arriba de buques que, en sus interiores, tenían cañerías recubiertas con este mineral mortífero.
Fueron más de tres meses de sobrevida. Murió el 22 de marzo de 2017, rodeado de familiares que se paseaban por las afueras de la habitación especial acomodada en la Clínica Santa María. Incluido su propio padre, que junto a sus nietas y nuera veían a su familiar lleno de conexiones.
Daniela Mella, hija de Roberto, sabía en ese entonces que el tratamiento era algo nada más que paliativo. Pero como familia no querían que él muriera en la clínica.
“Le preguntábamos al doctor si le podía dar de alta, que nos enviara con un tubo de oxígeno a la casa. Pero el médico nos decía que era imposible, porque mi papá vivía con el oxígeno de la clínica. O sea, si a mi papá lo sacábamos, se moría”, dice.
Roberto Mella estuvo en la Armada entre 1974 y 1996. Nunca se bajó de los buques, según su familia. Es uno más en la lista de marinos en retiro que han muerto por enfermedades provocadas por inhalación de asbesto, los que, acorde a cifras entregadas por la Marina a Interferencia, suman 12 en total.
Pero son mucho más los enfermos que estuvieron expuestos a este mineral. Al día de hoy, y entre 2015 y 2025, hay 73 ex marinos que han sido diagnosticados con asbestosis, una enfermedad respiratoria crónica, mientras que 23 ex marinos han presentado mesotelioma, un cáncer de pleura y cáncer de pulmón, conocido por su incurabilidad y por ser letal. También hay 137 ex marinos que han presentado lesiones benignas de pleura (membrana que recubre los pulmones).
En total, entonces, son 233 los ex marinos que han sido pacientes por inhalación de asbesto. Al 2022, según un reportaje de Ciper, esta cifra llegaba a los 125 ex marinos. Es decir, en tan solo tres años se sumaron 108 casos de personas afectadas por exposición a este mineral.
Todos ellos tienen cobertura total de sus tratamientos en dependencias de la Armada, esto luego de que el entonces comandante en jefe, Edmundo González Robles, emitiera una resolución en 2010 que autorizó “la bonificación en un 100% permanente, en atenciones de salud ambulatorias, fármacos, insumos y demás elementos prescritos en su tratamiento, a los afectados de mesotelioma maligno”.
Al final, esta circular ha abarcado también a aquellas personas que no tienen mesotelioma, pero que sí son pacientes por inhalación de asbesto.
Las últimas vacaciones
La familia de Roberto Mella Careaga cree que en la Armada nunca le hablaron a él sobre los riesgos que tenía trabajar en las salas de máquinas de los buques. Daniela Mella lo piensa porque una vez, en los 80, su padre llevó unas vendas recubiertas con asbesto para ponerlo sobre la tabla en donde se planchaba la ropa, porque ese material aislaba muy bien el calor.
“¿Tú crees que si mi papá hubiese sabido que ese producto era contaminante y de alto riesgo para una enfermedad, lo hubiese llevado a la casa? Claro que no”, dice. “Mi papá se llevó muchas veces su ropa de embarcado a la casa para que mi mamá la lavara. Muchas veces, o sea, nosotras estuvimos expuestas a eso también. ¿Cachái o no?”, añade la hija del marino fallecido.
Tampoco hay registros de que la Armada le haya hecho a Mella un seguimiento después de su retiro de la marina para ver cómo estaba su salud. “Nunca llegó una solicitud de mi papá de que vaya a la Armada a hacerse un examen postocupacional”, dice Daniela Mella.
Todo indica que aquello cambió. Al menos así lo comenta Eduardo Hoffmann, capitán de fragata y jefe del Departamento de Prevención de Riesgos de la Dirección de Sanidad de la Armada. Actualmente hay un programa de vigilancia que “cuenta con controles seriados con radiografía de tórax y pruebas de función pulmonar, para detectar a tiempo cualquier enfermedad relacionada al asbesto de los servidores que estuvieron en buques expuestos. Este mismo programa se extiende también al personal en retiro”, dice el oficial a Interferencia.
Pero Mella no sospechaba de esto. Su viuda, Mery Hidalgo, dice que antes de que le detectaran el mesotelioma había estado tres o cuatro años con una tos seca. No se levantaban alertas hasta que, en 2015, Mella empezó a bajar de peso y a sudar mucho al dormir. “Mi papá se tenía que cambiar de pijama todas las noches y mi mamá tenía que cambiar almohadas, porque mi papá era una llave de agua en las noches”, cuenta su hija.
Fue en ese momento, recién, que Roberto Mella recurrió a los doctores. Primero le dieron jarabes, pensando que era algo respiratorio que se podía curar. Pero el aquejo continuó, por lo que lo mandaron a tomarse unas radiografías. “Se las hizo, esperamos un par de días para el resultado y éste arrojó una masa oscura en el pulmón”, cuenta Mery Hidalgo.
Hasta entonces vivían en Iquique, donde los médicos le dijeron que se fuera a Santiago. No quiso recurrir al hospital de la Armada, en Viña del Mar. En la capital, su diagnóstico fue siendo más preciso a medida que le tomaban nuevos exámenes. Así se ve reflejado en las fichas clínicas de Mella. Le arrancaron una muestra desde dentro de su cuerpo para estuadiarla en Estados Unidos.
Una de las fichas está fechada el 17 de mayo de 2016. Y señala: “esperando resultado de revisión de biopsia de USA, siempre con sudoración nocturna, que le obliga a cambiarse de ropa tres veces cada noche”. Y como hipótesis diagnóstica: “tumor maligno del mediastino, parte no especificada”.
Luego de eso vinieron las quimioterapias, después las radioterapias. Y en medio de todo su tratamiento, en su último verano, Mella le preguntó a su doctor si podía irse de vacaciones. Presentía, según su familia, que aquellas iban a ser sus últimas vacaciones. No estaban equivocados.
“Nos fuimos una semana a Pucón, mi papá lo pasó pésimo, era una sonrisa pintada en la cara porque estábamos todos nosotros”, dice su hija. “A donde íbamos a los restaurantes lo único que pedía era sopa, quería tomar sopa. Él era muy bueno para la carne, era muy bueno para los asado, todo, pero no quería nada, no tenía ganas de comer”, dice su viuda.
A la vuelta del viaje, llegaron a Santiago y Mella no se sintió bien. Le dolían ya muchas partes del cuerpo. Le costaba respirar. Al día siguiente entró a la Clínica Santa María y de ese lugar ya no salió con vida.
La Armada vs. el asbesto
Si bien el uso de asbesto se prohibió en Chile en 2001, este mineral sigue presente en buques de la Armada. “Existen cuatro unidades (embarcaciones) que contienen asbesto encapsulado, debido a que en su aislamiento térmico integral contiene este material y a pesar de que se ha realizado y se continúa realizando retiros parciales en cada proceso de reparación y/o modernización, se mantienen evaluaciones ambientales de este agente de forma periódica”, dice el oficial Hoffmann.
Todo con el objetivo de “garantizar el cumplimiento del límite permisible ponderado establecido en la legislación vigente (0,1 fibra/cc) y a su dotación en un estricto programa de vigilancia epidemiológica de la salud, mientras prestan servicio a bordo y con controles más distanciados (de acuerdo a programa) una vez que son transbordados. Cabe señalar que esta Unidades son de larga data y deberán ser dadas de baja y reemplazadas en un futuro próximo”.
Hoffmann dice que no necesariamente se puede asociar la enfermedad por asbesto a que los marinos en retiro hayan estado en embarcaciones de la marina, “ya que después del retiro también pudo haber exposición (al asbesto) en otras fuentes laborales o extralaborales”.
Interferencia le consultó a Hoffmann si es que han tomado medidas adicionales para sus ex trabajadores que estuvieron expuestos a este mineral, aparte de la resolución del comandante en jefe González de 2010, que le da cobertura del 100% a los retirados que poseen enfermedades producidas por inhalación de asbesto. Pero no hay nada que tenga que ver con medidas compensatorias o con indemnizaciones (ver entrevista escrita de Interferencia con el capitán Eduardo Hoffmann).
Eso es una de las cosas que dejaría a la familia de Roberto Mella Careaga más tranquila: una indemnización. Su viuda vive con los $400 mil pesos de pensión que le dejó su marido. Es primera vez que cuentan esta historia a un medio de prensa. Han consultado con abogados qué se podría hacer, pero las respuestas no las han dejado satisfechas. De la voz de Daniela Mella se desprende una intención no solamente de justicia, sino que también de reivindicación:
“Mi papá sufrió, Nicolás. Eso quiero que sepan. Mi papá no se fue durmiendo. Mi papá se fue con dolor”.
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