Enlace permanente Enviado por RAÚL BASSALETTI el Lun, 08/02/2021 - 14:47
Estimados: Les reenvío parte de un escrito que también se refiere a la censura del tristemente nefasto estalinismo:
2.- EL CAPITAL Y DR. ZHIVAGO:
Por cierto, hay diferencias tremendas entre Marx – Engels, sus obras, el peso teórico – político, etc., entre los autores de uno y otro texto: El Capital y el Doctor Zhivago, respectivamente.
Lo comparable aquí es una cuestión de “táctica” política: cómo hacer para que el libro entrara hacia la Rusia zarista, el primero y la “soviética” de Stalin, después, el segundo. Así, el libro en comento “entró” a la ex – URSS de manera similar a como “entraba” “El Capital” de Marx: clandestino, aunque con el consentimiento de la Ojrana o policía secreta del Zar ya que lo consideraban casi incomprensible, de modo que, si no lo entendían ellos, menos lo iban a entender los obreros, así que: que pase no más, decían y los bolcheviques se encargaban de redistribuirlo en las fábricas, por capítulos y, en medio de los descansos, alguien se dedicaba a leer para los demás.
Lo propio debió hacer Pasternak (y Solzhenitsyn, agregamos ahora): ingeniárselas para que su libro pudiera ser editado y leído por otros lectores, además de sus propios amigos muy cercanos. Para ello, debió sortear múltiples obstáculos y correr incluso riesgos personales ya que, como se conoce mejor hoy día, no era fácil “discrepar” con el régimen existente; es decir, con Stalin y su camarilla burocrática bonapartista, so pena de ser acusado de “enemigo del Pueblo”, con las consabidas consecuencias.
3.- STALIN Y SU “DICTADURA SOBRE EL PROLETARIADO”
En realidad, he aquí el “trasfondo” del asunto: la eliminación del centralismo democrático en el partido y de la democracia obrera en los soviets y los sindicatos y de la vida política y cultural en general que no significara loas al “primer proletario del mundo”.
Veamos cómo se describen, sintéticamente, estas cuestiones. "Este cocinero - dijo Lenin refiriéndose a Stalin - sólo preparará platos picantes."
Pero ni siquiera Lenin podía prever en 1922, cuando pronunció estas palabras, la caldera del diablo que montaría Stalin sobre el Partido Bolchevique.
Estamos en 1936. Los métodos de Stalin son los mismos. Los peligros políticos que lo acechan son mayores. La experiencia de varios errores ha enseñado a Stalin y a Iagoda a perfeccionar sus técnicas. Por eso, no abrigamos ilusiones: ¡todavía faltan los platos más picantes!” (Todavía faltan los platos más picantes. Biulleten Opozitsi, N° 50, de mayo de 1936. Firmado "L.T." Traducido del ruso [al inglés] para la primera edición [norteamericana] de esta obra por John Fairlie)
De modo que este caso, y por algunas otras “experiencias”, se sabe a lo que estuvo dispuesta, e hizo, la burocracia estalinista, de modo que no deberíamos alarmarnos ante aberraciones como esta, la de prohibir un libro.
He aquí un pequeño botón de muestra:
“En el mes de agosto de 1937, dos meses después de la ejecución del mariscal Tujachevski Stalin reunió en una conferencia a los dirigentes políticos del ejército rojo para preparar la depuración de los “enemigos del pueblo” que pudieran existir en los medios militares. Aquélla fue la señal para iniciar la matanza. El color rojo del ejército se debió a la sangre de sus soldados: trece de los diecinueve comandantes de cuerpo de ejército, ciento diez de los ciento treinta y cinco comandantes de división y de brigada, la mitad de los comandantes de regimiento y la mayor parte de los comisarios políticos fueron ejecutados. El Ejército Rojo, así desangrado, quedó fuera de combate por algunos años.” (Capítulo 9 de la novela: “El Gran Juego”, de Leopold Trepper o Lejb Domb).
Veamos algo más de Trepper (al que muchos “izquierdistas” deberían leer):
“Al mismo tiempo que el culto a Stalin, se desarrolló asimismo el culto al partido. El partido no puede equivocarse, el partido nunca comete errores. Nadie puede tener razón contra el partido. El partido es sagrado. Lo que dice el partido — por los labios de su secretario general— es palabra evangélica. Desaprobarlo, impugnarlo constituye un sacrilegio. Fuera del partido no hay salvación posible. Si no se está con el partido, se está contra él...
Tales eran las verdades intangibles que eran asestadas a los escépticos; en cuanto a los heréticos, no merecían siquiera la sombra de una absolución: se les excomulgaba.
El dios-partido y su profeta Stalin eran objeto de un culto desmesurado, pero los discípulos no quedaban excluidos del mismo. Ya a la muerte de Lenin estaba de moda bautizar de nuevo las ciudades: Leningrado, Stalingrado, Zinóvievsk, incluso Trotsk. Algunas cocheras de tranvías tenían el insigne honor de llamarse Bujarin.
Como en las procesiones religiosas, en las que tras la efigie de Jesús crucificado siguen las de los santos, también en las manifestaciones oficiales, tras el retrato de Stalin, seguían los retratos de los principales dirigentes. Para determinar con toda exactitud la jerarquía imperante en el partido, bastaba observar en los grandes mítines el orden según el cual entraban en la sala los miembros de la oficina política.
En el mes de marzo de 1934, durante la celebración del XVII Congreso del partido comunista, por primera vez no se votó ninguna resolución. Los delegados aprobaron a mano alzada una moción que les invitaba "a dejarse guiar en su trabajo por las tesis y los objetivos propuestos por el camarada Stalin en sus discursos". Así quedó consagrado el dominio absoluto que ejercía sobre el partido su secretario general. Pero todas las medallas tienen su reverso. Aquel poder absoluto, despótico y ya tiránico, que se había impuesto lentamente a lo largo de la última década, espantó a parte de los delegados.
La elección por votación secreta de los miembros del comité central dio lugar a un último sobresalto. Los resultados oficiales, proclamados desde lo alto de la tribuna, situaban en primer lugar a Stalin y a Kírov, que habían obtenido el voto de todos los delegados, excepto tres. La realidad era muy distinta: doscientos sesenta delegados, es decir, más de la cuarta parte, habían tachado el nombre de Stalin. Aterrorizado por semejante resultado, Kaganóvich, organizador del congreso, decidió quemar las papeletas de la votación y anunciar que Stalin había logrado el mismo resultado que el obtenido realmente por Kírov.
Como es de suponer, esa transacción entre bastidores no pasó inadvertida a Stalin: aquella votación desencadenó el sangriento proceso que debía conducir a las grandes purgas. Así se iniciaba la "rotación de los cuadros dirigentes". Por el escotillón, abierto en lo sucesivo de par en par, iban a desaparecer las fuerzas vivas de la revolución. En primer lugar, los que participaron en el XVII Congreso del partido comunista. De los ciento treinta y nueve miembros del comité central elegidos por los delegados, ciento diez fueron detenidos en los años que siguieron.
Para desencadenar la purga era necesario un pretexto, y cuando los pretextos no existen, siempre cabe inventarlos. El primero de diciembre de 1934, Kírov fue asesinado.
Hacía bastantes años que Kírov era secretario del partido en la región de Leningrado. En 1925 Stalin lo había enviado a la Venecia del Norte para combatir la influencia de Zinóviev. Hombre sencillo y de trato fácil, Kírov gozaba de gran popularidad; alrededor de su nombre había cristalizado la oposición a Stalin, de la que fue una prueba el XVII Congreso del partido. No cabe la menor duda de que unas elecciones democráticas lo habrían elevado a la jefatura del partido; pero nadie se dio cuenta en aquel momento de que tal era la principal causa de su asesinato. Stalin eliminaba a un rival y, al mismo tiempo, justificaba la depuración.
Kírov, convertido en mártir, servía de pretexto para eliminar a sus partidarios. La represión, inmediata y llevada a cabo personalmente por Stalin, se resolvió en sangre.
Acusados de haber armado el brazo del asesino Nikoláyev, un centenar de detenidos fue ejecutado inmediatamente.
Con la mayor rapidez, durante los días 15 y 16 de enero de 1935, se organizó un juicio; Zinóviev y Kámenev, sentados en el banquillo de los acusados, admitieron que, por ser los antiguos jefes de la oposición, eran moralmente responsables del atentado. Fueron condenados a diez y a cinco años de prisión respectivamente.
Debo decir con franqueza que, en la universidad, no creíamos entonces que el asesinato lo hubiera cometido un grupo organizado, sino que era la obra de un exaltado.
En todo caso, nadie imaginaba los días que nos esperaban. El asesinato de Kírov fue para Stalin lo que el incendio del Reichstag para Hitler.” (Capítulo 7, Leopold Trepper, “El Miedo”, “El Gran Juego”, “Memorias del Jefe del Espionaje Soviético en la Alemania Nazi”
Pero ya se había escrito que “En la tierra que pasó por la revolución proletaria, es imposible alimentar la desigualdad, crear una aristocracia y acumular privilegios si no es vertiendo sobre las masas torrentes de mentiras y de represión cada vez más monstruosas.” (L. Trotsky: La filosofía Bonapartista del Estado. New International, junio de 1939.) de modo que Jruschov no fue más que otro de los ejecutores de dicha “línea política” por lo que la “prohibición” y la presión para que Pasternak no recibiera el premio Nobel son las razones que están detrás de estas estupideces “soviéticas”.
Dejamos hasta aquí, para no latear.
De nuestro libro:
RESPUESTAS A FERNANDO MIRES, “UN BRILLANTE PROFESOR”, D. Alarcón
Enero 2021
Ya que estás aquí, te queremos invitar a ser parte de Interferencia. Suscríbete. Gracias a lectores como tú, financiamos un periodismo libre e independiente. Te quedan artículos gratuitos este mes.
Estimados: Les reenvío parte