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Miércoles, 23 de Julio de 2025
Adelanto de libro

'El golpe en Valparaíso', Memorias 1965 - 1975

Interferencia

El golpe en Valparaíso es el resultado de una extensa investigación de los periodistas Nelson Muñoz Mera y Manuel Salazar Salvo, ambos con más de 30 años de experiencia profesional y numerosos trabajos publicados en Chile y en el extranjero.

La obra pretende revelar los hasta ahora ocultos orígenes del golpe en la Armada, en Carabineros y en las principales unidades del Ejército y de la Fuerza Aérea con asiento en diversas ciudades de lo que hoy conocemos como Quinta Región.

También explora las raíces de la conjura en instituciones como la iglesia católica, el empresariado, los partidos políticos, los colegios profesionales y las universidades locales.

Los autores revisaron archivos judiciales, investigaciones académicas y la prensa de los años 60’ y de los tres años de la Unidad Popular, además de efectuar decenas de entrevistas a los principales protagonistas que aún sobreviven, cinco décadas después de los acontecimientos que se relatan.

¿Cuáles fueron los contactos de la oficialidad de la Armada con sus similares estadounidenses? 

¿Qué horrores se vivieron en el cuartel Silva Palma y en la Academia de Guerra Naval? ¿Quiénes dirigieron los interrogatorios y las torturas? 

¿Quiénes fueron los civiles que les pidieron a los marinos que derrocaran al presidente Allende? 

¿Qué papel cumplió la iglesia católica local en el complot? 

¿Qué pasó en el plan y en los cerros de Valparaíso en las horas y días siguientes al levantamiento de la Armada del 11 de septiembre de 1973?

¿Qué ocurrió en la Esmeralda, en el Lebu y en el Maipo? 

¿Qué horrores se vivieron en el cuartel Silva Palma y en la Academia de Guerra Naval? ¿Quiénes dirigieron los interrogatorios y las torturas? 

¿Cómo fue la persecución de los dirigentes de la Unidad Popular y de los partidos que integraban el gobierno popular en la zona?

¿Quiénes fueron los que intentaron oponerse con las armas y empezaron a organizar la resistencia?

Todas estas preguntas y otras diversas interrogantes tratan de responder y explicar los autores en la extensa tarea que emprendieron. A continuación, un extracto de algunas de las más de 50 entrevistas contenidas en el libro.

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Un grupo de entrevistados para el libro.
Un grupo de entrevistados para el libro.

Preguntaron por las tumbas disponibles

Yo para el golpe tenía 33 años. Era profesor de la Universidad Federico Santa María y militaba en el MAPU.

"Hubo alguien que me dijo que venía el golpe el 7 o el 8. No puedo decir quién fue. Me aseguró que iban a volar la radio de la universidad. Ese tipo tenía vínculos con la Armada".

Después del tanquetazo algunos oficiales de la Armada me dijeron que ellos no iban a hacer lo que hizo el Ejército. Nosotros sabemos hacer las cosas bien, me insistieron.

Una semana antes del golpe llegó hasta el comité regional del partido un compañero nuestro que se apellidaba Navarrete y que había asumido la dirección del cementerio. Nos dijo que había sido contactado por el doctor Kunstman, médico del Coraceros, quien le había preguntado por el número de tumbas disponibles, la capacidad de sepultación y la de la morgue. El doctor le comentó que la consulta era por si se presentaba una catástrofe.

Hubo alguien que me dijo que venía el golpe el 7 o el 8. No puedo decir quién fue. Me aseguró que iban a volar la radio de la universidad. Ese tipo tenía vínculos con la Armada. Lo conté a un dirigente del partido, pero no pasó el dato.

El lunes 10 en la UCV Raúl Allard permitió el ingreso de la fuerza pública para desalojar a los gremialistas. El Senado universitario sesionó el 10 en calle Brasil, en la Escuela de Ingeniería, para destituir al rector. Ganó Allard. Un tal Velasco –secretario del Consejo del rector- se fue con aire de triunfo. La gente de derecha quería destituirlo. Velasco se fue a la pensión La Rosa, restaurante típico que abría a las 10 todas las noches. Velasco cuenta que en un momento determinado se paró al baño y tropezó con un casco militar. ¡Qué hace esta mierda aquí!, dijo y lo meó. Se fue más tarde al hotel Condell y se quedó dormido. Despertó a las diez de la mañana del otro día escuchando marchas.

Como directiva local del MAPU tuvimos una reunión el día 10 en la noche que duró hasta las 12 de la noche. Mi padre, mi esposa y mi hija me fueron a buscar. Yo vivía en Quilpué, en la población Valencia. Nos enteramos tres horas después que habían empezado a desplegarse los marinos en la universidad con la colaboración de algunos dirigentes de la JDC.

Adolfo Tannenbaum, profesor de la Universidad Federico Santa María, militante del MAPU.

Una deuda con el rector

Yo tenía una ventaja y una desventaja. Había sido designado en el cupo comunista por el Gobierno, pero yo tenía merecimientos. Había sido inspector general y tenido otros cargos. Yo fui el primer rector del Eduardo de la Barra que era ex alumno del liceo. También fui el primer rector que no era masón, porque los anteriores eran todos designados por la logia desde Santiago.

"Se contaba que Guastavino, Vúskovic y Andrade andaban por los cerros. Después supe que parece que era verdad porque la Cecilia Espinoza, que es la nuera de Vúskovic, cuenta eso. El ambiente en el barrio era muy de oposición".

Desperté en la mañana del martes 11 y mi mujer me dijo que parecía que había un golpe de Estado, porque había escuchado a una vecina conversar sobre eso. Vivíamos en el cerro Bellavista, en la punta, al lado de donde termina la escala, y bajamos a Ecuador. Ese día yo me iba a celebrar el Día del Maestro con los profesores.

Los marinos estaban atajando a la gente de los cerros y nos devolvieron. La mayoría de los porteños vive en los cerros y era más fácil neutralizarlos impidiendo que llegaran al plan. 

Tipo 9 o 9:30 los vecinos empezaron a bajar de los boliches de arriba llenos de bolsas con arroz, con leche, con todos los productos que escaseaban, porque los bolicheros se asustaron y empezaron a entregar todo lo que no se encontraba. Eso demostró que el desabastecimiento era provocado. Fue una cuestión increíble ver bajar y subir a los vecinos aprovisionándose. 

Se contaba que Guastavino, Vúskovic y Andrade andaban por los cerros. Después supe que parece que era verdad porque la Cecilia Espinoza, que es la nuera de Vúskovic, cuenta eso. El ambiente en el barrio era muy de oposición. Al frente mío vivía un jefe de obra que era comunista, jefe de obra de la vía elevada, con el que conversaba. Todavía están los tetrápodos de esa avenida, iba a conectar con Viña y Reñaca. Quitándole terreno al mar, iba a pasar también por la casa de yates. Otro vecino trabajaba en una cooperativa, que se fue a Suecia. El resto todos eran opositores. 

Estuve un tiempo escondido y cuando salí me llevaron preso en la primera detención. Y le dije al oficial que me detuvo: a usted lo denunciaron los vecinos. 

Sacamos a mi hijo que tenía nueve años y yo me escondí los cinco primeros días en la casa de un cuñado. Mi hermano me fue a buscar y me dijo que no podía seguir ahí porque allanaban todos los días mi casa, a distintas horas. Mi mujer estaba desesperada. He contado que allanaron unas 22 veces mi casa. Cuando salí y llegué a mi casa, me detuvieron y nos tuvieron tres horas con los rifles apuntados y de ahí me llevaron a la calle Buenos Aires, donde está la Prefectura. Alcancé a decirle a un vecino que por favor cuidara a mi mujer porque me llevaban preso. Hicieron pedazos la casa buscando armas. Encontraron un alfabeto Morse que había hecho mi hijo, copiado de una revista. El capitán dijo: con esto se comunicaban para la Unión Soviética.

Aníbal Vivaceta López, rector del Liceo 1 Eduardo de la Barra, militante del Partido Comunista

“No había nada que hacer”

Durante la básica vivía en el cerro Esperanza y quería ser marino. La escuela quedaba encima de Portales; abajo estaba el matadero, el olor ni te digo. Un profesor me influyó para que me metiera a la Escuela de Artes y Oficios de la Santa María. Di un examen y quedé. Estuve ahí toda mi juventud. Entré al pensionado y viví en la universidad. Nos daban el título de sub técnico electricista. Hablo del 67 o 68.

"Estábamos en una reunión y nos dijeron que afuera estaban llegando los milicos del regimiento de Ingenieros de Quillota, el “Aconcagua”. Salimos como diez por el río, por la parte de atrás".

Nos enteramos a través de la radio del golpe. De ahí nos fuimos a meter a la industria Rayon Said, tomada por el MIR. Entramos y empezamos a tratar de armar la defensa. Hicimos un recuento de elementos: había dos revólveres, uno oxidado, y como cuatro balas. Mi compañero era el Roberto Castro, que también venía de la Santa María.

Estábamos en una reunión y nos dijeron que afuera estaban llegando los milicos del regimiento de Ingenieros de Quillota, el “Aconcagua”. Salimos como diez por el río, por la parte de atrás.

Me quedé unos días en Quillota. Esa noche nos quedamos en la casa de una señora que no conocía. Nos juntamos con algunos compañeros pero nos dimos cuenta de que era una derrota completa; no había nada que hacer. 

En diciembre retomamos contactos en Quillota. En la casa donde yo me quedaba empecé una relación sentimental con la niña que vivía allí, que era la que le prestaba apoyo al cura. La bicicleta la usaba el cura y ella la pasó mal. Fui a Santiago a tratar de ubicar gente y varios ya se habían asilado.

Armamos una organización que funcionaba independiente de Valparaíso.

Cayó gente. Mataron al Jean Rojas, lo detuvieron y llevaron a la línea férrea. Al Chico Manzano, que era dirigente en la Rayon, lo llevaron a Pisagua y después murió en la “patrulla fantasma”. La represión empezó a trabajar en la gobernación. Me mantuve en la zona hasta que me tomaron preso en abril del 74.

Los marinos agarraron una hebra acá en Valparaíso y la represión llegó allá. Tenía que juntarme con una compañera y me fui a hacer un punto que me estaba esperando. Ella está viva -no te voy a decir el nombre-. Ahí cayó todo un grupo en Quillota, después de la segunda semana de abril. Un lote como de ocho que luego expulsaron del país.

Silvio Pardo era mi jefe en la red de Quillota. Después que me sacaron la cresta un rato, trajeron al Silvio, quien me dijo:

-Oiga compadre ya lo saben todo así que diles todo no más.

"Cuando caí me llevaron al Silva Palma. Me dieron unas tremenda golpiza y me pusieron electricidad. Me tuvieron tres meses incomunicado en una celda de castigo. Había celdas en dos pisos. Arriba estábamos los incomunicados, en celdas individuales".

No sabemos dónde y cómo cayó el Silvio y por qué lo hicieron desaparecer. Era como el encargado militar, posiblemente a nivel regional. Nos detuvieron los navales. Ellos operaron desde antes. En la universidad discutíamos en los patios y estos huevones aparecieron trabajando para ellos: Guillermo Harding, que hoy algo tiene que ver con las farmacias Cruz Verde; el otro es Morera, que ahora está encausado. Ellos eran gremialistas y lo asumían.

Cuando caí me llevaron al Silva Palma. Me dieron unas tremenda golpiza y me pusieron electricidad. Me tuvieron tres meses incomunicado en una celda de castigo. Había celdas en dos pisos. Arriba estábamos los incomunicados, en celdas individuales. Abajo había otras dos piezas con detenidos. Éramos unos 30 o 40. Ahí estaban Carlos González, el Lucho Vargas, el Silvio Pardo, el Alejandro Romero -el TQ, que era el jefe del MIR para el golpe, el René Arriagada, Carlos Riveros, Enrique Núñez y unos ocho de Quillota.

Carlos Otazo Román, técnico eléctrico, militante del Movimiento de Izquierda Revolucionario.

“Nos hacían orinar sobre un busto del Che Guevara”

El 5 de octubre me detuvieron en mi casa en Quilpué. Llegaron detectives cuando empezaba el toque de queda, como a las diez de la noche, y rodearon el sector. Me llevaron al cuartel de Investigaciones en Quilpué y allí me interrogó el jefe, a quien yo conocía. Fue largo, como de dos horas, pero correcto. Todo lo que dije lo escribieron a máquina, me lo dieron a leer y tuve que firmarlo. Tuve que confesar que era marxista. Después supe que para ellos era un gran pecado. 

Cuando terminó el interrogatorio, el jefe me dijo que tenía que entregarme a los marinos de El Belloto, pero que lo haría al día siguiente por la mañana. Él era quien me había entregado la autorización para permanecer de forma definitiva en Chile.

A las siete me sacaron y me llevaron a El Belloto. Ahí cambió todo. 

-Tú eres el cura Pancho; y métale golpes, patadas, culatazos… y luego al hoyo hecho con excavadora. Ahí había muchos presos, unos 50, y el campo estaba minado. Explotaban perros y gatos. Estuve todo el día hasta la noche. Levantábamos las manos y cuando había varias en alto nos llevaban en fila hacia un extremo de la cancha donde había un busto del che Guevara, que lo habían decapitado, y nos hacían orinar sobre él. 

"Ahí se repitió la paliza. Bajando del camión me pusieron una capucha encima. Yo primero en la fila y un marino me tomó la mano. El marino me dijo: padre Pancho, usted me casó a mí. Voy a ir a Quilpué. Dígales que estoy bien, le respondí".

Como a la una de la madrugada nos subieron en un camión en varios pisos, unos sobre otros, cruzados como en parrilla. No sabíamos dónde nos llevaban. Cuando salimos adiviné que íbamos a Valparaíso. Llegamos a Playa Ancha, primero a un edificio con un patio que no supe qué era. Ahí nos bajaron y nos llevaron –supe después- a la Academia de Guerra. 

Ahí se repitió la paliza. Bajando del camión me pusieron una capucha encima. Yo primero en la fila y un marino me tomó la mano. El marino me dijo: padre Pancho, usted me casó a mí. Voy a ir a Quilpué. Dígales que estoy bien, le respondí. No supe quién era. Estuve tres o cuatro días, tumbado en un piso de madera por las palizas. Las ventanas estaban tapadas con unos lienzos. Cada interrogatorio siempre era precedido por una paliza.

Se escuchaban muchos gritos. A mi no me dieron tan fuerte como a los demás. En mi caso fue sin corriente ni submarino. Nos interrogaban desnudos. Siempre de pie. No veía a los interrogadores. Eran preguntas absurdas como dónde estaban las armas y cómo ubicar a ciertas personas que yo ni conocía. Me pillaron una libreta con citas, reuniones, nombres y teléfonos. Me preguntaban sobre todo eso. También querían que les diera los nombres de los Cristianos por el Socialismo. Les dí los nombres de dos muertos: Miguel Woodward y Juan Alsina, también el de algunos sacerdotes que habían vuelto a España.  

Llegué al Lebu. Me quitaron el cinturón, los cordones y a la bodega. Antes de bajar me dieron otra paliza. Abajo habíamos unos 120. Supe que había mujeres en los camarotes.

Me encontré con el jefe de los scouts de Quilpué, Mario Bruna, y con José Filippi, que fueron a encontrarme y me acogieron. Yo iba muy mal y ellos me llevaron a un rinconcito y me consolaron. 

Una vez al día nos subían a cubierta. Había cuatro agujeros por donde subir y las cuatro bodegas con escalerillas de gato. Los marinos se asomaban arriba y los veíamos de abajo. Reconocí a uno, que era el hijo de un administrador que tenía don Emilio Tagle en el Obispado. No era marino, era de complemento. Él me conocía. En otra bodega estaba Alfredo Hudson, otro sacerdote.

Francisco Puig Busquet, sacerdote español, nacido en Barcelona en 1937,

Trabajando con los rusos

El 73 vivía en Quilpué, aunque siempre fui viñamarina. Trabajaba en la KPD, industria que regaló la URSS a Chile en 1971 y donde se construían edificios prefabricados de departamentos. Trabajaban sobre mil personas. Los rusos deben haber sido unos 60 o 70. Yo era secretaria del Departamento de Personal y dirigente sindical. Había sacado la segunda mayoría pero me quedé con el cargo de secretaria. 

"Toda la noche del 10 hubo mucho movimiento vehicular; creo que no dormí. Me levanté un poquito más arreglada. Tenía 24 o 25 años, militaba en el MAPU".

Laboraban menos del diez por ciento de mujeres. Yo también estudiaba en la noche en la promoción superior del trabajador en la Universidad de Chile, sede Playa Ancha. Vivía con mi madre y mi hermana, a cinco cuadras del centro y a diez de la empresa, que estaba en el Parque Industrial.

El día 11 el sindicato tenía una entrevista con Daniel Vergara, el subsecretario del Interior, en Santiago. Teníamos que juntarnos con el resto de los dirigentes a las seis de la mañana para viajar a la capital.

Toda la noche del 10 hubo mucho movimiento vehicular; creo que no dormí. Me levanté un poquito más arreglada. Tenía 24 o 25 años, militaba en el MAPU.

En la mañana pasaban puros camiones con marinos y milicos. Cerca de mí vivía Gabriel Aldoney. No había movilización. Tuve que irme a la empresa a pie. Los marinos tenían puesta una barrera en el paso del tren.

De lejos vi muchos vehículos alrededor de la empresa, incluso unos que les decían vinchuca, que eran rusos, con una ametralladora inmensamente grande arriba del techo. En eso siento a alguien que me llama: compañera Correa, me dice. Yo miraba para todos lados y era el compañero Ibacache, que estaba escondido en un matorral. Compañera no vaya que está la escoba, me advirtió.

Hubo una reunión en la industria. Yo caminé hacia el cerro, hacia el cementerio y había un funeral de gitanos con mucho llanto y mucho grito. Tratamos de subir para mirar la empresa desde el cerro. Un dirigente de apellido Sánchez fue detenido. De puro choro que era.

La gente que entraba la tiraban al suelo y de ahí al camión o a la micro. Los tenían tendidos en el piso unos arriba de otros.

Arrancamos y nos juntamos en una fábrica de brochas. Qué hacemos, hubo locuras que se dijeron que no sé si se hicieron. Pero había que hacer cosas. Yo era la única mujer y me mandaron a Belloto Sur a ver qué pasaba con los compañeros de la construcción que estaban levantando la población Máximo Gorki.

"Lloramos con mi hija de diez años cuando escuchamos en la radio que el presidente Allende estaba muerto, como a las cinco de la tarde".

Me vine a mi casa, al departamento en un tercer piso; me cambié ropa, me puse ropa más deportiva y comí porotos. Mi hermana trabajaba en la Universidad Católica y también tenía su militancia política. Tomé la bicicleta y me fui de nuevo a la empresa, pero obviamente tomando las precauciones del caso. Ahí me dijeron: compañera usted tiene que seguir en la casa. Esa noche la pasé no me he podido acordar dónde; parece que en la casa de dos compañeros que eran mellizos, comimos pescado frito y ahí hubo una reunión con dirigentes del PC. Ahí se decidió hacer algunas cosas. 

Gabriela Correa, funcionaria de la KPD, militante del MAPU.

En el salón de oficiales de la Esmeralda

Profesora en una escuela del cerro Bellavista, con dos niños pequeños, separada.

Militante socialista desde el 70, vivía en el cerro Alegre donde también tenía su núcleo partidario con otras tres personas. Antes del golpe trabajó, además, en diversas obras de teatro. Jugaba basquetbol y había sido seleccionada de Valparaíso.

El lunes 10 me junté con unos compañeros en conversación informal. Estábamos preparando las actividades del día siguiente, el día del profesor. El martes 11 sentí aviones como a la seis de la mañana. Llamé a Carlos Camus, un compañero que vivía más arriba y el teléfono estaba cortado. Yo vivía con una señora muy de edad que era la empleada. Un vecino del lado, que era comunista, salió de su casa y algo conversamos. Ambos estábamos muy preocupados.

Bajé a comprar pan y había una cadena de marinos que impedía llegar hasta el plan.

Lloramos con mi hija de diez años cuando escuchamos en la radio que el presidente Allende estaba muerto, como a las cinco de la tarde.

"El oficial que nos conducía me dijo hasta luego. A los hombres se los llevaron al Maipo. A mí me agarraron y me tiraron para abajo, unos tres metros. Alguien gritó: ¡Otra perra para…!". 

Al día siguiente, en la noche, como a la una de la madrugada, sentí golpes en la puerta y me percaté que había un tremendo operativo. Todos andaban con las caras pintadas y tenían una lista de diez hombres y una mujer. Allanaron la casa, destrozaron todo. Yo pensaba que se habían confundido.

Tenían que llevarme a la Intendencia, hoy la Primera Zona Naval. Dejaron que me vistiera. Me subieron a un camión de la perrera. Estaban subiendo a Jorge Barahona, un profesor comunista; dos cabros que eran miristas, a Carlos Camus. Me subieron adelante.

Cuando llegamos me bajaron y me dejaron en sala sola, parada. Todos los compañeros los tenían parados y los llamaban de a uno.

En la mañana nos sacaron de la Intendencia, nos subieron al camión y se dirigieron al molo. Vi la Esmeralda y a unos tipos corpulentos que eran infantes de marina o submarinistas. El oficial que nos conducía me dijo hasta luego. A los hombres se los llevaron al Maipo. A mí me agarraron y me tiraron para abajo, unos tres metros. Alguien gritó: ¡Otra perra para…! 

Abajo me subieron a una litera. Había una alemana, una señora de edad que era inspectora del liceo de Viña y yo. Pusieron un foco apuntándome. Eran como las bodegas. Yo estaba aterrada.

Una frazada hacía las veces de cortina. Se corrió un poco y pude ver a Sergio Vuskovic, con un boxer lila. Estaba también el alcalde de Viña; el director de Aduana, que era muy caballero; y el abogado de la intendencia, Luis Vega.

De repente empezó la fiesta. Los tenían de guata y les empezaron a pegar. Se ensañaban con los que habían sido marinos. Al más viejo le pegaban debajo de una ducha y gritaba ni te digo. A todos los tenían en ropa interior.

De repente dijeron la número tres y me tomaron y me pusieron una capucha que tenía sangre seca. Me colocaron esposas y me puse histérica. Me llevaron al salón de oficiales, un lugar alfombrado, donde había tres tipos sentados. Me sacaron la capucha y las esposas. Me sentaron al centro.

"Me llevaron a otra sala, me hicieron desnudarme la parte superior, después toda la ropa. Yo gritaba como loca. Tenía la capucha puesta. Yo me resistí y ellos me sujetaban. De repente sentí el perfume de Jaime Román".

Estaba el capitán de navío Jaime Román Figueroa; otro que se llama Cristián Ganstel, que hace poco iba a reemplazar a Gonzáles, el máximo de la Armada ahora. Sacaron una carpeta que tenía una bitácora mía. Todos estaban con jersey de cachemira y de civil. El del medio, Román, era el más grande, tenía un perfume muy especial. Dijo: Esta es la hija del Tala (de talabartero), refiriéndose a mi papá a quien le habían dado la concesión del casino de la Escuela Naval nueva. Mi papá era como un mensajero y amigo de los cadetes. Por eso, esos tres tipos sabían hasta de mi abuelita. Jaime Román era imperturbable, duro. Él era el principal interrogador.

Me sacaron de allí los carceleros, me pusieron la capucha y de nuevo para abajo.

Las mujeres llegaron entre el jueves y viernes. El viernes también llegaron los de la Aduana; Arnaldo Toro, Juan y otros. Los tiraban a todos por la escala.

Llegaron unas niñas comunistas: la Mónica Moreno con la hermana; la Claudina, que lloraba mucho. Son las que hoy están en el Bolivariano. En total llegaron unas 15 mujeres.

Me fueron a buscar de nuevo. Me llevaron a otra sala, me hicieron desnudarme la parte superior, después toda la ropa. Yo gritaba como loca. Tenía la capucha puesta. Yo me resistí y ellos me sujetaban. De repente sentí el perfume de Jaime Román.

María Teresa Ríos, profesora, militante del Partido Socialista.

La parvularia de Caleta Abarca

En 1973 yo era estudiante de tercer año de Parvularia, el último, en el Pedagógico en Valparaíso. Trabajamos en verano con familias jóvenes de las poblaciones. Les explicábamos lo más fácil para cocinar con poca plata pero equilibrado. Éramos un grupo. Higiene para los niños. Cómo usar bien el agua. Lo hacíamos los miércoles en la tarde y los fines de semana. Yo era simpatizante del PS. 

"El 11 me levanté y me vestí para ir a la U. No había radio ni nada. Yo vivía en Caleta Abarca, en Viña. Cuando bajé los marinos no dejaban pasar a nadie. Me ordenaron que volviera a casa".

Las alumnas de la carrera eran en su mayoría muchachas de clase social alta y de derecha; éramos pocas las de izquierda. Nos juntábamos con estudiantes de Castellano, Historia y Sociología. 

El Peda era bien politizado, había mucha lucha entre izquierda y derecha. Mucho debate.

Se conocían los dirigentes. La FECh era controlada por el PC, Patricio.

El 11 me levanté y me vestí para ir a la U. No había radio ni nada. Yo vivía en Caleta Abarca, en Viña. Cuando bajé los marinos no dejaban pasar a nadie. Me ordenaron que volviera a casa.

No había teléfonos y no pude hablar con nadie en una semana. No podíamos salir. Pasaron varios días.

La mañana del 11 escuché la arenga de Allende. Me dio mucha rabia. Nos están robando nuestro Gobierno, me decía yo misma. Mi papá me dijo que las cosas eran así y que había que aceptarlo.

Una semana después yo salí. Vino mi amigo Gabriel y me dijo que no se atrevía a salir por las patrullas. Me contacté con la Alicia Olea, amiga del Peda, y me dijo que había presos y que parecía que habían matado a otros. El Peda estaba cerrado y estaban los militares.

Un día me habla Abner Salazar, estudiante de Arquitectura, y me pregunta si quiero participar en algo. Me cuenta que trabaja para el MIR y que está tratando de rearmar un grupo. Yo acepto y me pide que encuentre una imprenta para poder imprimir panfletos y que busque casas de seguridad para compañeros que necesitan esconderse. Había que crear una sección en Caleta Abarca para ayudar y hacer panfletos. Empecé a buscar gente que quisiera hacer algo. Trabajamos con los cuidadores del Colegio Alemán, hoy Universidad de Viña del Mar. Ellos nos prestaron la imprenta y empezamos a hacer panfletos, que pegábamos o dejábamos por ahí.

Buscamos casas de seguridad con algunos vecinos y transportamos a algunos compañeros a Santiago para que los asilaran. En la capital los acogía una casa religiosa donde los estaban esperando. Varios de ellos se asilaron en las embajadas de Bélgica, de Suecia y de Francia. Nos íbamos en buses y los llevábamos disfrazados. Hacíamos de parejas. Incluso llevamos a Abner Salazar que también se asiló. Él era el enlace entre nosotros y otros grupos.

Milena Castro Neumann, parvularia, ayudista del MIR.

La muchacha que sólo servía para estudiar moda

Estudié hasta sexta preparatoria. La profesora habló con mi mamá y le dijo que yo no servía para nada, que sólo servía para estudiar moda y con 12 años fui a una escuela a eso. Después empecé a militar en la Jota, a los 17.  

"Yo no era política, no entendía nada. En mi casa funcionaba una célula del partido, en la que estaba mi papá. Yo era una obrera ignorante". 

En el séptimo congreso de la Jota, después del 70, la consigna fue “Estudiar, trabajar y luchar por la patria y la revolución”. Entré al Eduardo de la Barra a estudiar la media, pero quedó truncada por el golpe. 

Los mejores años de mi vida fueron en la Jota. En mi población teníamos un comité juvenil por la campaña de Allende, que fue muy hermosa. Yo tenía una alegría tan grande. Pensaba que cuando saliera Allende mi papá siempre iba a tener trabajo. Era el compañero presidente el que iba a salir. Para el pueblo, las 40 medidas, era lo soñado.

Yo no era política, no entendía nada. En mi casa funcionaba una célula del partido, en la que estaba mi papá. Yo era una obrera ignorante. 

Hacíamos convivencias. Lo más importante eran los trabajos voluntarios. Participábamos en brigadas. Después fui encargada de finanzas de la Jota en la Tercera Comuna.

Yo decía: estoy de acuerdo con lo que dice el compañero.

Aprendí mucho allí. Los valores de un joven comunista. Lo más hermoso es tener una ideal. Cuando te desviai ya no soy nada. Aprendí a expresarme y vencer mi timidez. 

Era una muchacha alegre, con muchos ideales y sueños.

Casi ni me percaté de que podía venir un golpe. Nadie sabía qué era un golpe, nadie sabía de las torturas.

El día 11 yo estaba acostada. Se había quedado a dormir una compañera de la Jota, que era de la dirección. Mi papá volvió del trabajo. Levántense, hay golpe de Estado, derrocaron al compañero Allende, nos dijo.

"Sacaron a mi papá, después a mi hermana. Yo les decía por qué hacen eso. Tenía 18 años y me puse insolente. Encontraron debajo de un colchón el Manifiesto del partido, que había salido hacía poco".

Me dio una angustia enorme. Esa noche, con otra gente del partido en la casa, nos pusimos a quemar cosas.. La camisa y el carnet los enterré. Mi mamá quemó todo el resto: libros, revistas, afiches, mis estímulos, un anillo que hacían los vietnamitas con los aviones que derribaban. Se quemó Así se templó el acero, un disco de Neruda.

El 12 llegaron los marinos echando abajo todo. Hicieron tira el techo, como si fuera de cartón piedra. Sacaron a mi papá, después a mi hermana. Yo les decía por qué hacen eso. Tenía 18 años y me puse insolente. Encontraron debajo de un colchón el Manifiesto del partido, que había salido hacía poco. La niña de al lado lloraba porque le estaban pegando a don Polito, mi papá.

Me llevaron a la Escuela Naval y luego a la Esmeralda.

Mónica Moreno, pobladora, militante de las Juventudes Comunistas.

Una red secreta para los asilos

Al momento del golpe yo era estudiante del último año de Derecho en la Universidad de Chile y militante del Partido Demócrata Cristiano. También era dirigente de la Democracia Cristiana Universitaria, DCU. Trabajaba, además, en la Vicerrectoría de Comunicación de la UCV. El rector era Raúl Allard; el vicerrector de Comunicación, Juan Orellana Peralta. Yo estaba a cargo de la Secretaría Ejecutiva del programa Televisión Educativa del Pacto Andino.

El contexto que se daba era de profunda radicalización. La Vicerrectoría de Comunicación estaba en la calle Yungay, perpendicular a la UCV, que estaba tomada por el movimiento gremialista, y en una reunión en la oficina de Juan Orella Peralta recibimos impactos de bala que no nos dieron y que venían de la Casa Central. Quiero poner esta imagen para ubicarnos en lo que se estaba viviendo. En la Universidad de Chile y en la UCV el proceso político estaba muy radicalizado. No había diálogo entre la UP y los sectores opositores. Habíamos algunos dirigentes universitarios que tratábamos de construir el diálogo porque creíamos que el país lo necesitaba y que los mecanismos de la democracia debían ponerse en movimiento.

"Los gremialistas tuvieron una participación en diversas instancias del régimen militar. Ocuparon cargos de responsabilidad política. Muchos de ellos también en las fiscalías navales." 

Éramos nosotros los que creíamos en la doctrina del cardenal Raúl Silva Henríquez, de que el diálogo era el único camino posible. Éramos un grupo reducido, no la mayoría, y quiero reflejarlo en un hecho. La DCU en Valparaíso tenía su sede en la calle Pedro Montt 2080 y para ingresar a ella había que hacer unos cursos. Yo me acuerdo que estaba haciendo un curso con unos 25 jóvenes y que estábamos hablando del personalismo. Sentíamos mucha bulla, era una casa vieja. Voy a ver y hay unos 25 alumnos escuchando una charla sobre Emmanuel Mounier mientras en la sala de al lado había otros cien jóvenes haciendo karate y defensa personal. Dos realidades absolutamente distintas.  

Esto motivó que cuando se vino el golpe también las opciones fueron distintas.

Los gremialistas tuvieron una participación en diversas instancias del régimen militar. Ocuparon cargos de responsabilidad política. Muchos de ellos también en las fiscalías navales. 

A partir del 11 en el caso mío lo único que pude aportar fue en el Derecho. Aquí en Valparaíso no hubo Vicaría de la Solidaridad, no hubo un grupo -a diferencia de Santiago- que tuviera un liderazgo muy fuerte de la iglesia católica. En el primer tiempo, estuvimos absolutamente desorganizados, pero optamos por la defensa de los derechos humanos. Era un acto de confianza pues había muchas dudas y sospechas sobre con quien uno se relacionaba. Aquí hubo muchas personas que estuvimos en eso pero que no estábamos comunicados entre nosotros. Cada cual hacía lo que estimaba posible para cooperar. 

Debido a mi vinculación con algunos funcionarios de Naciones Unidas, hicimos una red para ayudar a algunas personas a salir del país. Yo los trasladaba de alguna manera a Santiago, y ellos a su vez los ingresaban a las embajadas.

Luis Bork Vega, abogado, militante del Partido Demócrata Cristiano

Escabulléndose por los cerros

Había dejado una semana antes mi cargo de presidente nacional del Sindicato de Aduanas. Era secretario de Control y Cuadros del Regional Valparaíso del PS y estaba muy al tanto de la situación nacional. 

"Como a las siete de la mañana ya se escuchaba el ruido de los helicópteros. Tenía la mala costumbre de no escuchar radio en la mañana, sólo me vestía y salía. Cuando bajé de más arriba de la fábrica Costa, por ahí vivía, desemboqué en la avenida Argentina y me topé con un batallón de marinos".

El partido no había dado ninguna instrucción. La noche del lunes 10 estábamos con varios compañeros en una comida y llegó el “Magnesio”, un fotógrafo amigo del diario El Mercurio, que nos dijo que iba a estar todo tranquilo porque la Escuadra había zarpado para reunirse con las naves estadounidenses de la Unitas.

Nos separamos como a las 12 de la noche. Yo tenía un Fiat 600 que tenía estacionado por ahí por el Parque Italia y Francia. Yo vivía en Santa Helena. No pasaba nada, pero minutos después se produjo el asalto a la sede del Partido Comunista que estaba frente al Parque Italia.

Como a las siete de la mañana ya se escuchaba el ruido de los helicópteros. Tenía la mala costumbre de no escuchar radio en la mañana, sólo me vestía y salía. Cuando bajé de más arriba de la fábrica Costa, por ahí vivía, desemboqué en la avenida Argentina y me topé con un batallón de marinos que tenía apuntada una ametralladora punto 30 hacia el cerro.

Traté de llegar a la Aduana, pero ya no se podía pasar. Recogí a algunos compañeros, pasamos por la torre de Aduanas y estaba llena de marinos. Me devolví a la casa. No tenía garaje y le pedí a un vecino que me guardara el auto.

Mis dos hijos estaban en la casa de mi suegra. Le dije a mi mujer que se fuera a la casa de mi suegra. Había perdido el carnet en Pucón y decidí subir porque si bajaba me iban a controlar. Subí al cerro La Virgen hasta la avenida Alemania y fui a la casa de Guillermo Hansen Calderón, que era el segundo jefe de mi departamento. Nos montamos en su auto y fuimos a dar una vuelta larga.

A las dos o tres de la tarde supimos de la muerte de Allende, vimos por la televisión a los cuatro miembros de la Junta y el discurso de Leigh sobre la eliminación del cáncer marxista. Esa noche dormí en la casa de Hansen.

"En la puerta estaba un abogado que era el fiscal del servicio de Aduanas, Carlos Anabalón, que era hijo de un ministro de la Corte de Apelaciones de Valparaíso, un hombre muy cercano al PS, con quien éramos amigos. El estaba cumpliendo la misión de identificar a los funcionarios de Aduanas frente a los marinos".

Al día siguiente, el miércoles 12, me fui a la casa de mi suegro a encontrarme con mi mujer. Volvimos a la casa de Guillermo que vivía en una población de la marina mercante, en avenida Alemania. Andábamos en una citroneta y cuando estábamos ahí llegó una patrulla de la Armada. Se llevaron para un lado a Guillermo y le dijeron que él tenía unas armas a su cargo, una pistola PPK y una metralleta Walter, y que se las debía entregar. Se las llevaron y no pasó nada más. Posteriormente, alguien nos contó que vio el operativo con tiradores apuntando a la casa por lo que pudiera ocurrir.

Luego nos fuimos a mi casa en la citroneta de mi amigo. Tenía hartos documentos que opté por destruir y quemar.

El 13 en la mañana empezó a salir por las radios el bando que llamaba a todos los empleados públicos a presentarse a su trabajo. Llegué a la puerta de la Superintendencia de Aduanas, donde había una patrulla de la Armada. En la puerta estaba un abogado que era el fiscal del servicio de Aduanas, Carlos Anabalón, que era hijo de un ministro de la Corte de Apelaciones de Valparaíso, un hombre muy cercano al PS, con quien éramos amigos. El estaba cumpliendo la misión de identificar a los funcionarios de Aduanas frente a los marinos.

Luis Azua Torres, funcionario de Aduanas, militante del Partido Socialista.



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