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Jueves, 7 de Agosto de 2025
[Revisión del Var]

El Mundial de Clubes: grandeza global, pero con letra chica

Roberto Rabi González (*)

"El Mundial de Clubes expandido tiene elementos positivos: amplía la representación, reconoce el mérito y ofrece un espectáculo atractivo. Pero también es víctima de su propio gigantismo, de un calendario sobrecargado y de la lógica del negocio por sobre la competencia deportiva equilibrada. Además, es la excusa perfecta para no hacer más por el fútbol subdesarrollado".

Cuando la FIFA anunció la expansión del Mundial de Clubes a 32 equipos a partir de 2025, las reacciones oscilaron entre la ilusión y el escepticismo. Un torneo que históricamente ha vivido a la sombra de la UEFA Champions League busca, con esta transformación, escalar peldaños hacia la relevancia global. Pero, ¿es este Mundial un verdadero punto de encuentro entre culturas futbolísticas, o solo una extensión comercial del fútbol europeo? Algunos partidos han captado mucho interés y otros, en particular aquellos en que participan equipos extremadamente débiles parecen carecer de justificación. Pero, aunque queramos ser muy críticos, hay aspectos notables que destacar.

Así, el nuevo formato de 32 equipos representa un intento serio por democratizar el fútbol de clubes. No se trata solo de campeones continentales: también clasifican varios clubes según ranking FIFA (lo que le da más utilidad práctica al cuestionado ranking), elevando la competitividad y la diversidad. La presencia de clubes de Asia, África, Concacaf y Oceanía —habitualmente marginalizados— ha permitido apreciar estilos de juego, narrativas, y, en general, otras formas de entender distintos aspectos del balompié. Además, a diferencia de los torneos cortos, el sistema de clasificación premia el rendimiento acumulado en torneos continentales durante varios años. Así, no se clasifica un club por una sola racha exitosa, sino por una constancia deportiva real, reduciendo el azar y tendiendo a mejorar la calidad del torneo. Razonable, creo que son buenas decisiones.

No hay que subestimar el valor simbólico de ver a un club africano enfrentar a un campeón europeo, o a un equipo mexicano midiendo fuerzas con un brasileño o saudí. Son instancias que desafían la lógica de un fútbol “de élite”, hegemónico versus otros de segundo o tercer orden. Permiten, además, a otras regiones mostrarse, competir, resistir. El ejemplo del Al Ahly egipcio o del Raja Casablanca en ediciones anteriores muestra que no todo está dicho de antemano. Además, ha permitido, hasta el momento, ponderar el peso de los equipos sudamericanos, cuyos equipos van punteros en 5 de los 6 grupos en que juegan clubes sudamericanos. En un fútbol marcado por las desigualdades, el Mundial de Clubes puede ser una rara excepción donde los clubes del hemisferio sur —latinoamericanos, africanos, asiáticos— se encuentren sin la sombra colonial de las grandes ligas europeas. En ese sentido, tiene el potencial de recuperar cierta épica perdida del fútbol de selecciones en décadas recientes.

Sin embargo, en varios aspectos puede notarse el germen de destrucción que el poder político y económico vinculado al fútbol ha propagado sin límites. La expansión del torneo añade más partidos a un calendario ya saturado. Las estrellas que juegan en Europa —los mismos que la FIFA pretende exhibir como parte del espectáculo— apenas tienen descanso. El sindicato mundial de futbolistas ya ha advertido que este calendario compromete la salud física y mental de los jugadores, que terminan siendo piezas de ajedrez en una partida que no controlan. Por otra parte, a pesar del barniz mundialista, el torneo sigue orbitando en torno a los clubes europeos. La diferencia económica, logística y técnica es tan grande que se hace casi impensable un campeón que no provenga de la UEFA. Y aunque los clubes sudamericanos están, de hecho, haciendo mejores campañas, los códigos comunicativos de las principales cadenas televisivas y prensa deportiva en general, siguen aludiendo a los grandes de Europa como si la superioridad de ellos fuera tan manifiesta que, pese a perder, son aquellos dignos de primerísima atención; en los hechos, la relación sigue siendo asimétrica: hay participación, sí, pero la hegemonía deportiva no cambia. Pase lo que pase. En tal sentido la principal crítica que puede realizarse es que el sistema se muestra como la principal, si no única, medida tendiente a democratizar el fútbol renunciando a transformaciones de fondo. Y este nuevo formato es abiertamente insuficiente si lo que se pretende es impedir que el poder económico del fútbol europeo devore al resto del orbe.

La expansión del torneo responde más a razones comerciales que deportivas. Nuevas audiencias, derechos de TV, patrocinios y turismo futbolístico justifican la ampliación. El Mundial de Clubes es, también, una estrategia para que la FIFA recupere protagonismo en un terreno —el de los clubes— históricamente dominado por la UEFA. Es fútbol, sí, pero es sobre todo geopolítica deportiva.

Recordemos que hubo una época en que el campeón de la Copa Libertadores solía ser habitual ganador de la Copa Intecontinental. Con el nuevo formato, esa mística se diluye. Jugar contra el campeón de Oceanía o un cuarto clasificado europeo no tiene el mismo peso simbólico que un duelo intercontinental directo como ocurría en aquel entonces. El campeón de América ya no se mide con el campeón de Europa: compite por llegar a enfrentarlo.

El Mundial de Clubes expandido tiene elementos positivos: amplía la representación, reconoce el mérito y ofrece un espectáculo atractivo. Pero también es víctima de su propio gigantismo, de un calendario sobrecargado y de la lógica del negocio por sobre la competencia deportiva equilibrada. Además, es la excusa perfecta para no hacer más por el fútbol subdesarrollado. La FIFA vende un torneo global, pero sigue siendo un mundo donde algunos viajan en business class y otros a duras penas logran embarcar. Como ocurre con tantos otros cambios en el fútbol, el Mundial de Clubes no es solo una disputa de puntos: es también una disputa de sentidos.  

En suma, no parece una respuesta clara y categórica a la pregunta clave que hace rato deberíamos estarnos formulando: ¿Queremos un fútbol más justo o simplemente más rentable?

*Roberto Rabi González es escritor, abogado de la Universidad de Chile, profesor de Derecho Procesal y Penal e investigador de la Asociación de Investigadores del Fútbol Chileno (ASIFUCH).

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