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Jueves, 7 de Agosto de 2025
Biografía de Violeta Parra (2 de 3)

Escenas de la vida de Violeta Parra: Una tarde con Pablo Neruda

Víctor Herrero A.

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Margot Loyola y Violeta Parra.
Margot Loyola y Violeta Parra.

Octubre es el mes de la música chilena, el mes en que Violeta hubiera cumplido 105 años. En los siguientes tres días entregaremos extractos de Después de vivir un siglo: Una biografía de Violeta Parra (Lumen, 2017) del periodista Víctor Herrero.

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Los meses de intensa investigación despertaron en Violeta un sentido de urgencia. Y es que había descubierto un mundo cultural, musical y social inédito en las afueras de Santiago, un mundo que estaba muriendo, ya que sus últimos representantes eran en su mayoría ancianos.

Una persona que no compartió esta premura y fascinación era Hilda Parra. Aun cuando Violeta le insistió en incorporar sus recientes hallazgos al repertorio del dúo, la hermana se negaba. Para ella, los cantos recopilados por Violeta tenían una tonalidad ruda, y las letras le parecían extravagantes y lejanas a lo que estaban acostumbrados a oír los oyentes de la radio y los comensales de los restoranes. Para Hilda, eran canciones «raras» y le reiteró a Violeta que estaba equivocando el camino. Lo mejor era seguir con las populares rancheras y boleros mexicanos que venían tocando, así como con las tonadas y cuecas chilenas en la línea de los muy exitosos Huasos Quincheros.

Cuando Violeta se acercó a Lalo y Roberto con la misma propuesta —comenzar a interpretar las canciones auténticas de los campesinos que había conocido—, también se encontró con un muro. Ambos estaban dedicados a la cueca urbana de los bajos fondos de Santiago. Además, habían comenzado a desarrollar el llamado jazz huachaca, una variante jazzística del submundo popular que ellos mismos habían inventado y que mezclaba la cueca con formas musicales de avanzada. «Musicalmente yo sentía que mis hermanos no iban por el camino que yo quería seguir», afirmó Violeta en una entrevista. La cantora, por lo demás, empezó a componer cada vez más canciones propias inspiradas en el tipo de música que iba recopilando. «Consulté a Nicanor, el hermano que siempre ha sabido guiarme y alentarme —afirmó en esa misma entrevista—. Yo tenía veinticinco canciones auténticas. Él hizo la selección y comencé a cantar y tocar sola.»

Violeta decidió actuar esporádicamente por su propia cuenta, mientras el dúo de las Hermanas Parra continuaba presentándose con el repertorio de siempre y aportando una fuente de ingresos relativamente estable.

El círculo de amistades de Violeta se expandía gracias a Nicanor, sobre todo después de que este ganara el Premio Municipal de Literatura. El mayor de los Parra había conocido en Chillán a Pablo Neruda durante un acto de campaña de Pedro Aguirre Cerda y el Frente Popular. Ambos autores dialogaron aquella vez sobre política y el estado actual de la poesía hispanoamericana. Neruda se sorprendió con la agudeza del profesor de ciencias y poeta aficionado y le autografió uno de sus libros: «A Nicanor Parra, con una estrella para su destino». 

En los siguientes años Neruda y Parra mantuvieron el contacto, y fue así como el 12 de julio de 1953 Neruda invitó a Nicanor a su cumpleaños número 49. La celebración se realizó en una de las viviendas que el autor de Crepusculario tenía en Santiago, una residencia llamada «Michoacán», ubicada en la Avenida Lynch Norte Nº 164, en la comuna de La Reina. Era una parcela que quedaba a pocas cuadras de donde las familias de Nicanor, Violeta y Lalo habían convivido en los años cuarenta.

Nicanor convidó a su hermana al evento. Y Violeta, que no conocía a nadie en esa fiesta, fue con su guitarra. Todos los invitados estaban en el jardín, ya que era un domingo inusualmente caluroso para ser invierno. Violeta Parra se sentó en una silla de cocina al pie de un enorme castaño. Al cabo de un rato comenzó a cantar. Interpretó viejas canciones campesinas que había recopilado recientemente y también sus propias composiciones. Nada del repertorio habitual del dúo con Hilda. Los comensales, entre ellos intelectuales, poetas, periodistas y dirigentes del Partido Comunista, estaban impresionados con la presencia y la música de esta mujer. En un momento Violeta tocó «La Juana Rosa», tonada que había compuesto hacía poco y en la que una madre campesina le aconseja a su hija buscar marido:

Arréglate Juana Rosa,

que llegó una invitación:

mañana trillan a yegua

en la casa ‘e l’Asunción

Te ponís la bata nueva

y en ca’a trenza una flor;

tenís que andar buenamoza

por si pica el moscardón.

Para los asistentes, la música de esta mujer de ropaje sencillo y apariencia humilde constituía una revelación. A oídos de la intelectualidad se trataba de algo exótico, nunca antes escuchado, aun cuando proviniera y se inspirara en los cantos tradicionales todavía cultivados entre los peones e inquilinos de los fundos cercanos a Santiago. José Miguel Varas, periodista, escritor y militante comunista, quien estuvo presente en esa ocasión, dejó plasmadas sus impresiones:

Al pie de uno de los altos castaños estaba sentada una mujer de pelo oscuro, de rostro popular, sin maquillaje, «vestida de pobre». Aquella mujer se puso a rasguear la guitarra sin ceremonia ni aviso previo y rompió a cantar. No miraba a los oyentes, que pronto formaron un círculo en torno de ella. Tocó un vals campesino, que producía tal fascinación y tan sobrecogedora tristeza (…) que todos quedaron como en suspenso. Aquella voz cruda y tan campestre, desabrida y muy musical al mismo tiempo, no parecía una interpretación artística, sino la cosa misma (…). Terminó de golpe el canto. La cantora parecía esconderse detrás de la guitarra. Hubo un silencio, después aplausos.

Tras terminar la breve actuación, Laura Reyes, la hermana de Pablo Neruda, cuyo verdadero nombre era Neftalí Reyes, se acercó a Violeta. La abrazó, la besó, le pasó un vaso de vino tinto y le preguntó:

—Disculpe, yo nunca había oído cantar así. ¿Cuál es su nombre?

—Me llamo Violeta Parra —contestó la cantante—. Soy hermana de Nicanor.

A partir de ese momento se abrieron para Violeta las puertas grandes del Partido Comunista, que inclusive proscrito gozaba de excelente salud en el frente cultural e intelectual. Tomás Lago Pinto fue uno de los asistentes al cumpleaños de Neruda y, por cierto, se fascinó con Violeta. La dejó invitada para actuar en el Museo Popular que él dirigía. Otros comensales la invitaron a la sección chilena del Comité de la Paz, una organización internacional que, bajo el alero de Moscú y en el contexto de la Guerra Fría, advertía sobre la proliferación de armas nucleares.

El comité funcionaba en una casona antigua de la calle Monjitas, en el centro de Santiago, y ahí se reunían artistas e intelectuales que militaban o simpatizaban con el comunismo. Violeta comenzó a acudir a ese local, donde conoció a un grupo de folcloristas que era liderado por Margot Loyola y que recién había formado el conjunto Cuncumén, «murmullo de agua» en mapudungun. Los integrantes de Cuncumén venían retornando de una gira por Europa del Este que consideró presentaciones en el Cuarto Festival Mundial de las Juventudes en Bucarest, Rumanía. Entre ellos estaban Silvia Urbina, Rolando Alarcón, Helia Fuentes, Alejandro Reyes y su esposa Ximena Bulnes, muchos de los cuales se convirtieron en amigos y colaboradores de Violeta en los años venideros.

En las reuniones de este comité no sólo se hablaba de política, sino que también se tocaba y escuchaba música. «La vi por primera vez en las reuniones artísticas que se realizaban en el Comité por la Paz con el fin de sensibilizar a la gente respecto al desenfrenado crecimiento de las armas nucleares», afirmó Silvia Urbina. «La sensación de que Violeta cantaba desde las entrañas, desde el útero mismo, se acentuaba al mirarla. Tomaba la guitarra y la ponía sobre su pierna cruzada. Fijaba su mirada un poco hacia abajo y otro poco hacia el costado, sin atender mucho al público. Era innegable que alcanzaba una tremenda proyección.»

Aunque los nuevos contactos y amistades le ampliaron el mundo, el día a día de Violeta no cambió mucho. Después de aquella presentación informal en la residencia de Neruda, siguió actuando como siempre con su hermana y, de vez en cuando, presentándose sola. Pero sobre todo continuó con su frenética labor de recopilación.

En septiembre de 1953 se produjo el primer encuentro cara a cara entre las cantantes. Violeta actuaba en una fonda de fiestas patrias en la Quinta Normal y Margot Loyola fue especialmente a escucharla. Su amigo Pablo Neruda le había comentado del improvisado recital que Violeta dio en su casa y de la buena impresión que causó entre los asistentes.

A diferencia de Hilda, Nicanor alentaba el rumbo que había tomado la hermana menor. No dejó de marcarle, sin embargo, una advertencia y un desafío que la propia Violeta se encargaría de recordar: «Tienes que lanzarte a la calle, pero recuerda que tienes que enfrentarte a un gigante: Margot Loyola».

Loyola, un año menor que Violeta, ya era la gran estrella de la investigación e interpretación folclórica en Chile. Había realizado sus primeras giras como solista a Argentina y Perú. Y no sólo eso. También era la artista favorita del Partido Comunista, donde además militaba. El 2 de septiembre de 1946 fue la principal figura musical en el acto de cierre que los comunistas le organizaron al candidato González Videla. Ante unos ochenta mil asistentes, Margot bailó una cueca con el secretario general del PC, Elías Lafertte. «Me siento orgullosa de ser la abanderada del gran Partido Comunista», declaró al diario El Siglo. Y dos años después, a comienzos de 1948, Margot actuó ante los prisioneros comunistas que estaban confinados en el campo de concentración de Pisagua. Violeta, en cambio, aún estaba lejos de la nomenclatura del partido.

En septiembre de 1953 se produjo el primer encuentro cara a cara entre las cantantes. Violeta actuaba en una fonda de fiestas patrias en la Quinta Normal y Margot Loyola fue especialmente a escucharla. Su amigo Pablo Neruda le había comentado del improvisado recital que Violeta dio en su casa y de la buena impresión que causó entre los asistentes. Margot probablemente se sorprendió con las alabanzas del poeta. Conocía a las Hermanas Parra, pero no se había conmovido con su música. «Yo la oí cantando y no me pareció nada de extraordinario», recordó después.

También llegó a oídos de Loyola que Violeta Parra estaba recopilando canciones campesinas en los alrededores de Santiago, es decir, que estaba involucrándose en su propio ámbito de conocimiento. Así que, intrigada, se dirigió a la fonda donde actuarían las hermanas y Violeta como solista. Cuando Margot entró a la carpa, Violeta interpretaba un tema que tenía de pie al público. Era un corrido titulado «Tranquilo el perro»

Tranquilo estaba mi perro

La casa cuidandomé

Cuando llegó la perrera

Al perro llevaronmé

Al quedar la casa sola

Ladrones entraronsé

Se llevaron a mi suegra

Gran favor hicieronmé.

Y el estribillo que seguía era coreado a plena garganta por los asistentes.

Dónde está el perro, guau guau

Yo no soy perro, guau guau

Tranquilo el perro

Perro, perro guau guau.

Loyola estaba a punto de irse, al confirmarse su idea previa de que esa folclorista era sólo una más entre las decenas de cantantes dedicadas al canto popular, pero Violeta Parra tocó otra canción, una tonada festiva, llamada «La jardinera»:

Para olvidarme de ti voy a cultivar la tierra.

En ella espero encontrar remedio para mi pena.

En ella espero encontrar

remedio para mi pena.

Aquí plantaré el rosal

de las espinas más gruesas.

Tendré lista la corona

para cuando en mí te mueras.

Y a continuación el estribillo, siempre en tono alegre:

Para mi tristeza, violeta azul,

clavelina roja pa’ mi pasión

y para saber si me corresponde,

deshojo un blanco manzanillón

El público estaba entusiasmado. Y Margot también. Tras bajar del escenario, la música veterana se acercó a Violeta y le preguntó:

—Violetita, dígame, ¿dónde recopiló esa canción?

Violeta Parra no se sintió para nada empequeñecida por tener al frente al «gigante» del que hablaba su hermano mayor. Al contrario, dando muestras de su carácter combativo que no se achicaba frente a casi nada ni nadie, le espetó de mal humor:

—¿Cómo de quién es? Mía, pues, ¿de quién más va a ser?

Violeta estaba por darse vuelta e irse enojada cuando Margot la detuvo y le dijo que era una canción maravillosa, que tenía talento y que debían juntarse en otra ocasión para hablar de música. Violeta asintió, intercambiaron sus datos y concordaron en reunirse prontamente. «Ella era muy altiva», diría Margot.

En los meses posteriores, Margot Loyola se convirtió en una figura crucial para sacar a Violeta Parra del anonimato e introducirla en los circuitos de la radio, la universidad y el ambiente intelectual y artístico de Santiago. No se trataba de un gesto de simple buena voluntad de una artista consagrada hacia una colega emergente. Loyola intuía que Violeta podía ser la gran cantante que el propio Neruda pedía para el país. Un par de años antes, el poeta había animado a Margot a componer canciones con contenido social. «Pero le dije (a Pablo Neruda), que yo no podía, porque no era compositora».

El día en que Margot escuchó a Violeta interpretar aquella tonada intuyó que «estaba destinada para eso», lo que venía pidiendo el poeta. «Lo intuí en ella desde el día que le escuché “La jardinera”», afirmó en varias ocasiones. «Violeta apareció con un portentoso genio creador.»

De hecho, «La jardinera» mostraba los primeros signos de un tipo de composición entonces inusual: música alegre y letra triste. Violeta también usaría a futuro la combinación inversa: música triste, con letra alegre. Probablemente el mejor ejemplo de esto último haya sido su canción «Gracias a la vida», que compondría en los últimos meses de su existencia.

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Maravilloso y didáctico artículo. Felicitaciones

El hecho de haber estado cerca de Violeta se debe sentir una energía especial.

Así como de Nicanor, Víctor, Salvador, Gladys, Miguel...

Víctor Herreros ,su Violeta se fue a los cielos es lo mejor que he leído sobre nuestra tremenda polifacetica artista , compositora ,cantautora, artesana ,

No sabía sobre el interés demostrado por Margot sobre el canto de Violeta. Me gustó mas saber que Margot valorizó el don de Violeta. Creo que Violeta es genial en todo el sentido de la palabra.

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