Como votante del Apruebo, la derrota del 4 de septiembre resulta difícil de asimilar e incluso de aceptar, pero lo contundente del resultado hace aún más imperioso comprender los errores que condujeron al fracaso del proceso. En ese sentido, llama la atención que muchos, tanto del Rechazo como del Apruebo, interpreten el resultado como si fuese una victoria de la Derecha, como si los más de siete millones de personas hubiesen llamado a poner fin a todo proceso de transformación político y social para refrendar la normalidad de los 30 años concertacionistas.
Lejos de esa interpretación, la tesis que expondremos aquí es que la victoria del Rechazo viene a ser la demostración del empoderamiento del pueblo que se resiste a las fuerzas que emanan del sistema político y económico nacional, lo que supone la génesis de un nueva clase proletaria, bajo un contexto político y social muy diferente del que Marx vivió.
Pero antes de explicar esto último, quiero reparar en cómo el Apruebo reaccionó frente a la aplastante derrota en el plebiscito, porque, lamentablemente, muchos de ellos lejos de asumir los propios errores, acusaron de ignorancia al votante por decantarse por el Rechazo, acusándolos de no comprender las bondades que ofrecía la propuesta constitucional.
Uno de los comentarios más paradigmáticos de esta falta de autocrítica, y más viralizados por los seguidores del Apruebo, fue el de una persona que afirmaba algo así como que Chile representaba a aquella mujer que rechazaba a un hombre musculoso, feminista y ecologista para volver con su ex que era feo, abusador y maltratador, únicamente porque le había prometido que iba a cambiar. Este comentario, no solo muestra una profunda desconexión con los anhelos y sentimientos de la sociedad chilena, sino que también da cuenta de un profundo desconocimiento sobre uno de los aspectos más positivos de la revuelta social: la consolidación del empoderamiento ciudadano tras casi una década de movimientos sociales. Una gran noticia considerando las décadas previas de alto desinterés y pasividad política. (Desde luego este empoderamiento viene a presentar una situación crítica, en la medida que no ha sido codificado por el sistema político. En otras palabras, políticamente hoy no rige ninguna constitución, por lo que es imposible que el poder político pueda generar e imponer pautas de comportamiento social).
Cabe señalar que el uso del término 'revuelta social' no es casual. A nuestro modo de ver, el estallido social de 2019 posee un componente de resistencia contra la élite política-económica que gobierna en este país. Esta resistencia, desde luego, no terminó por constituir un horizonte de sentido político porque no ha sido apropiado por ningún sector y/o ideología —lo que resulta más evidente con el resultado del plebiscito—; pero no por ello se debe desconocer su potencial político que no es instituyente, sino que, por el contrario, es profundamente destituyente, como menciona Arnaldo Delgado.
Ahora bien, Chile no rechazó a Ñuñoa para volver con su ex (Vitacura) y aceptar el maltrato neoliberal. Simplemente está en proceso de divorcio con el segundo y rechazó el coqueteo del primero. Si hay algo que ha promovido el feminismo, y con razón, es que el no es no; y que ese no, empodera a la mujer. Entonces, no puede existir una prueba más fehaciente de empoderamiento del pueblo chileno que el haber dicho dos veces que no. Ojo, no vaya a ser ahora que ese hombre ecologista, feminista y musculoso se convierta en un acosador, asemejándose, más de lo que piensa, a ese señor feo abusador y maltratador.
La similitud entre ambas constituciones reside en que no están pensadas para el bienestar del pueblo chileno, sino que sólo buscan satisfacer los intereses de poder de un sector político minoritario.
Quizás, entre otras razones, para muchas personas la propuesta constitucional no resultaba ser tan distinta a la que hoy impera. De ser esto cierto, la pregunta que cabría hacerse es, ¿en qué se asemejan ambas propuestas? Podemos tomar la tesis de los Amarillos y decir que esta nueva constitución favorecía solo a un sector político, la (ultra)izquierda; del mismo modo que la Constitución actual solo beneficia a la (ultra)derecha. De ese modo, la similitud entre ambas constituciones reside en que no están pensadas para el bienestar del pueblo chileno, sino que sólo buscan satisfacer los intereses de poder de un sector político minoritario.
Lo cierto es que no queda muy claro en este diagnóstico —tampoco sorprende porque su interés era politiquero y no intelectual— donde se encontraba aquello que hacía que la propuesta de la Convención Constitucional fuese en beneficio de la ultraizquierda. De hecho, si consideramos lo que ellos entienden es la ultraizquierda, vale decir, el Partido Comunista (PC) —según Cristián Warnken y Ximena Rincón, esta Constitución fue redactada principalmente por el constituyente Marcos Barraza, conocido militante del PC—, esta Constitución estuvo muy lejos de refrendar el ideario marxista.
En efecto, si entendemos que la propuesta fue redactada por el PC, uno espera que haya promovido un sistema económico centralizado en el Estado, único encargado de resolver los problemas materiales de la población. O al menos, de no ser así, al menos se esperaría que estos temas hayan sido centrales en la discusión dentro de la Convención.
Pero, extrañamente, el debate constituyente nunca destacó la cuestión sobre lo material. Es más, en el texto apenas se pueden identificar propuestas que supongan grandes transformaciones del sistema económico. ¿No será que acaso faltó darle mayor relevancia a estos temas? Irónicamente a la Constitución marxista le faltó Marx y, más irónico aún, es probable que por eso no tuvo el éxito esperado. Muchos personeros del rechazo, como Warnken, Waissbluth, Rincón, Walker, entre otros, desarrollaron esa tesis.
En el texto apenas se pueden identificar propuestas que supongan grandes transformaciones del sistema económico. Irónicamente a la Constitución marxista le faltó Marx.
Más que la cuestión social, la propuesta priorizó la cuestión indigena. Y ahí sí se podría decir que fue vanguardista o radical. Personalmente me considero un defensor de la plurinacionalidad, pero, tal como destaca Alberto Mayol, nunca fue una prioridad para la población chilena; pero, además, tampoco lo era, como quedó demostrado en el plebiscito, para el pueblo mapuche. En ese sentido, es posible pensar que el grueso del conflicto indigena responde a otros factores que no tienen que ver con los que trabajó la Convención, lo que refuerza la idea de la desconexión de esta con la realidad del país.
Algunos dirán que el proyecto también priorizó temáticas feministas. Aunque a nuestro juicio fueron pocos los temas feministas relevantes presentes en la discusión. Me explico, dos fueron los proyectos que fueron destacados por las mismas convencionales feministas: el aborto y la paridad. En el caso del aborto, esta no parece ser una cuestión tan relevante si pensamos que hoy en día ya existe la posibilidad de abortar, en especial en los casos más críticos y polémicos (las tres causales). En ese sentido, no era una cuestión determinante para votar Apruebo. En el caso de la paridad, sin duda una política en esa línea representa un cambio fundamental y necesario en el sistema político, para que este sea socialmente más inclusivo. Pero la paridad, por sí misma, no implica una mejora en las condiciones materiales de las mujeres y tampoco implica que su situación de violencia cese. En ese sentido, que se haya destacado sólo esos dos proyectos y no otros que sí se relacionan con la vida material de las mujeres, puede haber generado desencantamiento en una gran mayoría de ellas. Perfectamente pueden haber interpretado que la propuesta constitucional favorecía a una élite determinada y no al conjunto de las mujeres del país.
En general es posible que el pueblo haya pensado que la nueva constitución, al igual que la constitución del 80’ benefician a los intereses de poder de una élite determinada y no a una gran mayoría de chilenos.
En general es posible que el pueblo haya pensado que la nueva constitución, al igual que la constitución del 80’ benefician a los intereses de poder de una élite determinada y no a una gran mayoría de chilenos. Poco importa si esa élite es indigenista, feminista, de izquierda o todas las anteriores. Si se mantiene la del 80, armada para proteger los intereses económico-oligarcas, es porque, como dice el dicho, mejor diablo conocido que por conocer.
De lo anterior no se deduce, necesariamente, que los chilenos sean antifeministas, anti izquierdistas y/o anti indígenas. Efectivamente hay sectores dentro del Rechazo que sí lo son, pero la gran mayoría de esos más de siete millones de personas considera que muchas cuestiones sobre las que ha dado cuenta el feminismo, el indigenismo e incluso la izquierda, son importantes y deben ser resueltas. Pero eso tampoco significa que se le dará todo el poder a esos sectores para que hagan lo que les plazca. Más bien, lo que se quiere es que todos los privilegios —parafraseamos a la ex primera dama— sean compartidos de forma justa, permitiendo generar un beneficio para una gran mayoría de la población.
De ser cierta esta hipótesis, significa que estamos en presencia de un pueblo suficientemente empoderado que, usando terminología marxista, posee ‘conciencia de sí’, es decir, es consciente de que su situación es indigna —no por nada la dignidad fue un concepto clave durante el estallido social—, y sabe que esto es culpa de una élite abusiva que saca ventajas a costa de ellos. De ahí que entendamos que el estallido emerge, entre otras cosas, como una resistencia contra la élite política-económica.
La gran pregunta es: ¿De este movimiento emergerá una clase con ‘conciencia para sí’? ¿Logrará constituirse como una clase auténticamente proletaria? Para que esto ocurra, deberá desarrollar objetivos que apunten a la resistencia y lucha contra toda forma de opresión.
La gran pregunta es: ¿De este movimiento emergerá una clase con ‘conciencia para sí’? ¿Logrará constituirse como una clase auténticamente proletaria? Para que esto ocurra, deberá desarrollar objetivos que apunten a la resistencia y lucha contra toda forma de opresión. Ojo, aquí el proletariado se entiende de una forma más amplia de lo que entendía Marx. Para él, el proletariado tiene el objetivo de apropiarse de los medios de producción. Pero, y aquí asumimos criterios posmodernos, las opresiones son interseccionales, es decir, para apropiarse de los medios de producción es necesario poner fin a todo modo de opresión —sea política, social, cultural, etc.—, y no sólo la de carácter material. Otra cosa es descuidar, como hizo la Convención, la cuestión material y social.
Sería del todo paradojal (aunque los procesos de transformación sueñen ser dialécticos, así que no es tan raro que ocurra así) que el proletariado emerja en una sociedad profundamente anticomunista. Pero puede suceder en la medida que el sentimiento de resistencia popular sea cada vez más fuerte, debido a las condiciones de vida materiales de las personas; un resultado esperable si es que el sistema político no logra encauzar el conflicto social. En ese sentido, el desafío de la nueva Constitución es muy similar a la que tuvo la Constitución de 1925: Generar un proceso muy fuerte de inclusión en el sistema político y económico de las grandes y masivas capas medias y populares. Un desafío aún más complejo de cumplir en este siglo XXI donde predomina la desconfianza a toda institución y liderazgo político.
Como señala Arnaldo González, el triunfo del rechazo significa el triunfo del proceso destituyente sobre el proceso instituyente, en ese sentido, de emerger un nuevo proletariado, no queda claro que este sea conducido por un partido o un líder definido. Por el contrario, de mantenerse la inercia de los últimos años, esta nueva clase se negará a ser codificada o calculada, lo que hace aún más impredecible las consecuencias de su conformación y consolidación.
*Cristóbal I. Ortiz Würth
Profesor en la Escuela de Periodismo de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Alberto Hurtado (UAH). Magíster en Pensamiento Contemporáneo: Filosofía y Pensamiento Político Universidad Diego Portales. Cientista Político con especialización en Relaciones Internacionales UAH.
Comentarios
No comparto su visión. Suerte
Cristóbal, cualquiera que
Esta reflexión me parece la
Estimado Cristóbal;
el proceso revolucionario
Interesante análisis, pero
Muy interesante el analisis,
También ha olvidado mencionar
Señor, perdón, yo también
NO. No está surgiendo nada.
La gente de izquierda no
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