No tenemos que ir muy atrás para darnos cuenta de que, el proceso de selección de los anfitriones de la Copa del Mundo ha estado en los últimos tiempos rodeado de polémica. Pasó con Qatar, un país rico, sin tradición alguna en el deporte rey, que en definitiva organizó un mundial que, de manera inédita, comenzó a fines de noviembre y terminó días antes de navidad. Distinta, pero no menos controvertida, fue la determinación de los anfitriones del mundial 2030, que en definitiva tendrá tres anfitriones europeos y partidos conmemorativos celebrados en Argentina, Paraguay y el organizador de la primera Copa del Mundo en 1930, Uruguay, debido a que se celebrará, precisamente, el centenario de dicho hito. Sabrán que Chile postuló junto a los otros países sudacas, pero en definitiva fue el único totalmente excluido de la organización.
Hace algunos días el anuncio de que Arabia Saudita será la sede del Mundial de Fútbol de 2034 ha generado una ola de reacciones en todo el mundo. Como era de suponer, los saudíes celebran la decisión, mientras, desde otras latitudes, en particular en el mundo occidental, formulan como primer cuestionamiento, uno de carácter estrictamente político que apunta a la falta de respeto de los Derechos Humanos, por parte del reino petrolero. Efectivamente, organizaciones como Amnistía Internacional han denunciado abusos sistemáticos, de los derechos de las mujeres, la persecución de disidentes políticos y las condiciones laborales de los trabajadores migrantes. También sobre la sostenibilidad en su economía y el papel del dinero en el fútbol moderno. Esta elección se suma al debate sobre cómo las decisiones de la FIFA están dando forma al futuro del deporte.
La designación de Arabia Saudita como anfitrión del Mundial de 2034 fue, en los hechos, un mero trámite. Tras el anuncio de que la FIFA reservaría las ediciones de 2030 y 2034 para las confederaciones de África y Asia-Oceanía, Arabia Saudita se posicionó rápidamente como la única candidatura viable para la última. Australia, que inicialmente había mostrado interés, decidió no presentar una oferta formal, dejando a los árabes como la única opción, y siendo así, evidentemente, el proceso ha suscitado razonables dudas sobre la transparencia y la equidad en la toma de decisiones de la FIFA. Sin duda la falta de competencia real socava la legitimidad de la elección y pone en duda si las consideraciones deportivas y organizativas primaron sobre factores políticos y económicos.
La elección de Arabia Saudita también reaviva el debate sobre el creciente poder del dinero en el fútbol. Con inversiones masivas en clubes europeos y acuerdos lucrativos con jugadores y entrenadores de élite, el país se ha convertido en un actor clave en el panorama futbolístico global. Para muchos, esta tendencia refleja cómo el deporte está siendo moldeado cada vez más por intereses económicos, a menudo en detrimento de los valores tradicionales del juego.
En concreto, se afirma que Arabia Saudita estaría realizando una no muy sofisticada forma de "sportswashing" (el uso de eventos deportivos de todo tipo para lavar su imagen internacional), invirtiendo miles de millones de dólares en organizar y poner en marcha competencias de alto perfil, desde la adquisición de clubes europeos hasta la organización de competiciones como la Fórmula 1 y el LIV Golf. Evidentemente parece un intento de desviar la atención de sus políticas internas y proyectar una imagen de modernidad y apertura al mundo. Como Argentina, en 1978.
Los organizadores han prometido estadios con tecnología avanzada para mitigar las altas temperaturas y han destacado su compromiso con la sostenibilidad, incluyendo el uso de energías renovables. Sin embargo, los críticos argumentan que estos planes podrían ser insuficientes para contrarrestar el impacto ambiental de un evento de esta magnitud en una región con recursos hídricos limitados y un historial de altas emisiones de carbono.
La elección de Arabia Saudita también reaviva el debate sobre el creciente poder del dinero en el fútbol. Con inversiones masivas en clubes europeos y acuerdos lucrativos con jugadores y entrenadores de élite, el país se ha convertido en un actor clave en el panorama futbolístico global. Para muchos, esta tendencia refleja cómo el deporte está siendo moldeado cada vez más por intereses económicos, a menudo en detrimento de los valores tradicionales del juego.
Por otro lado, algunos argumentan que la inversión saudita podría tener beneficios positivos, como el desarrollo del deporte en el medio oriente y la promoción del fútbol en nuevos mercados. Sin embargo, esta visión es bastante discutible, ya que plantea preguntas sobre la concentración de poder y los riesgos de que los intereses financieros dominen la esencia del deporte.
En suma, el Mundial de 2034 en Arabia Saudita promete ser uno de los más discutidos de la historia reciente. Si bien representa una oportunidad para llevar el fútbol a nuevas audiencias y explorar mercados emergentes, también plantea preguntas fundamentales sobre los valores y las prioridades del deporte moderno. Y, por qué no decirlo, una vez más sobre la transparencia de las decisiones y honestidad de los actores.
Cada uno puede sacar sus propias conclusiones.
*Roberto Rabi González es escritor, abogado de la Universidad de Chile, profesor de Derecho Procesal y Penal e investigador de la Asociación de Investigadores del Fútbol Chileno (ASIFUCH).
Comentarios
Añadir nuevo comentario