Nadie entiende al presidente Donald Trump. Ni sus mismos funcionarios. Las órdenes cambian cada día. Ahora el dictador Nicolás Maduro vuelve a ser enemigo. La semana pasada no lo era.
A fines de enero Trump ordenó a Richard Grenell, enviado especial a Venezuela, reunirse con Maduro y llegar a algunos acuerdos. Todo era sonrisas mientras la oposición al dictador venezolano no entendía qué había ocurrido.
Esto creó divisiones en el Departamento de Estado, y hasta se hablaba de una posible renuncia del secretario Marco Rubio, disgustado con el viaje de Grenell, ya que no estaba informado.
Lo peor para la oposición venezolana llegó hace unos días cuando Grenell dijo en una entrevista que el presidente Trump “no quiere hacer cambios de régimen”. Esa frase le costó a Grenell su salida como enviado especial y fue trasladado como director ejecutivo del Centro Kennedy, un puesto de consuelo y sin poder alguno.
Todo iba tranquilo hasta que hace tres días, Trump, a través de su cuenta en X, anunció que revertería los acuerdos de concesión petroleros que había firmado el expresidente Joe Biden con Maduro debido a que Venezuela no había cumplido con las condiciones electorales y ha demorado el traslado de criminales violentos en EEUU.
El remate a esta medida vino de inmediato de parte del secretario Rubio que calificó a Maduro de ser un “horrible dictador” y una “amenaza”.
El cambio de timón hacia Venezuela no tiene que ver con una estrategia. Es solo Trump siendo Trump. Mañana puede cambiar de opinión y viajar el mismo a Caracas y decir que Maduro es un aliado de EEUU. Esto ya ocurrió con Nayib Bukele y Claudia Sheinbaum. Un día son sus amigos al otro ya no.
Los venezolanos que viven en EEUU no comprenden que, si ahora Maduro es una amenaza, por qué Trump les cancela el estatus migratorio temporal TPS (siglas en inglés). Sería una contradicción. Una más de las diarias de Trump.
La empresa petrolera Chevron, afectada por esta decisión, invertirá millones de dólares en Washington para revertir la medida. No será difícil, ya que muchos funcionarios de Trump, incluso en la Casa Blanca, eran lobistas de esa compañía y de Venezuela. Solamente ahora el precio subió. Son negocios, no es política, no es democracia y menos se trata de humanidad.
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