El fallecimiento de María Luisa del Río Fernández en la madrugada del jueves 17 de agosto probablemente marca el fin de una larga era en la elite chilena que se inició en las primeras décadas de la independencia hace dos siglos.
La viuda de Agustín Edwards Eastman -el poderoso e influyente heredero de esa familia que desempeñó un papel central en el golpe de Estado de 1973 y en la revolución neoliberal durante la dictadura de Pinochet, principalmente a través de El Mercurio- provenía de una familia tradicional chilena de orígenes españoles. Por el lado paterno era una familia de profesionales, y por el lado materno eran dueños de amplias tierras en el valle central de Chile.
Conocida como ‘Malú’, fue la primera esposa de un Agustín Edwards -el linaje de los Agustines tiene sus orígenes a mediados del siglo antepasado- que no era descendiente de una familia originaria de Gran Bretaña.
Tras la muerte de su esposo en abril de 2017, Malú fue quien mantenía unida a la familia de seis hijos e hijas. En estos años ha sostenido -pero también postergado- las decisiones de sucesión de una fortuna tradicional disminuida pero que, al ser dueños de numerosos medios de comunicación, entre ellos el diario El Mercurio, tiene una relevancia que sobrepasa lo familiar.
Pese a que tres de sus hijos varones se han desempeñado en labores editoriales -Agustín Edwards del Río como publisher del diario Las Últimas Noticias; Cristián como publisher de El Mercurio, y Felipe en el mismo rol en el diario La Segunda- ninguno ha emergido como primus inter pares.
Pese a que tres de sus hijos varones se han desempeñado en labores editoriales -Agustín Edwards del Río como publisher del diario Las Últimas Noticias; Cristián como publisher de El Mercurio, y Felipe en el mismo rol en el diario La Segunda- ninguno ha emergido como primus inter pares.
En la centenaria historia de los Edwards, el primogénito -siempre llamado Agustín- era quien asumía el papel de nuevo pater familias. Pero en octubre de 2016, pocos meses antes de fallecer, Agustín Edwards redactó un testimonio cerrado de ocho páginas en la que, según reveló El Mostrador, entregaba un mayor poder a su hijo Cristián, conocido por haber sido secuestrado por el Frente Patriótico Manuel Rodríguez a fines de 1991.
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Es posible que tras la muerte de la matriarca se desaten luchas de poder al interior de la familia o que, como se ha especulado, los hijos -todos pasados los 60 años ya- decidan deshacerse de El Mercurio y sus medios afiliados, poniendo fin a más de un siglo de reinado predominante en la prensa chilena. Después de todo, el terreno en que se emplaza ese y otros diarios de los Edwards del Río, a los pies del cerro Manquehue en Santiago, hoy vale mucho más que los diarios.
Aunque los hijos decidan vender El Mercurio, seguirán siendo personas inmensamente ricas, aunque con menos influencia. Según diversos testamentos, los Edwards del Río cuentan con casi un centenar de propiedades en Chile y el extranjero. Y en la posesión efectiva realizada tras la muerte de Agustín Edwards Eastman, el patrimonio familiar se calculó en al menos 280 millones de dólares.
Familia, catolicismo y arte
Malú del Río fue una mujer creyente, miembro del movimiento católico conservador Schoenstatt. Por eso, cada cierto tiempo El Mercurio publicaba artículos relacionados a esa tendencia. Pero, además, era amante de la llamada ‘alta cultura’, siendo versada en la ópera, la danza y la pintura.
A insistencia de ella, en 1968 la familia Edwards del Río trajo al Museo de Arte Contemporáneo de Santiago una exhibición de pinturas originales de pintores como Matisse, Picasso, Van Gogh y Gauguin, exposición a la que asistieron más de 200 mil visitantes.
En el libro Agustín Edwards Eastman: una biografía desclasificada del dueño de El Mercurio (Editorial Debate, 2014), que escribí tras más de tres años de investigación, se mencionan varios aspectos clave de su vida y de su relación con Agustín Edwards.
El tema matrimonial no era un asunto menor para los Edwards. A través del matrimonio se podían establecer o profundizar alianzas comerciales y familiares.
A continuación algunos extractos en que se la menciona en ese libro:
El tema matrimonial no era un asunto menor para los Edwards. A través del matrimonio se podían establecer o profundizar alianzas comerciales y familiares. Desde el primero que heredó fortuna, Agustín Edwards Ross, un tema de preocupación era cuidarse de las familias «aspiracionales», fueran de una burguesía emergente o de una aristocracia empobrecida, que solo buscarían acceder a través del matrimonio a la fortuna familiar. En definitiva, en el caso de los Agustines, las futuras esposas tenían que provenir de familias con un patrimonio suficiente, sea en dinero o en tierras, como para cuajar en esta delicada ecuación matrimonial.
Pese a estas exigencias, todos los Agustines se casaron por amor, siendo tal vez la excepción el fundador Agustín Edwards Ossandón. Sin embargo, llama la atención que todos se unieron a mujeres que provenían de familias de inmigrantes británicos, los que, al igual que los Edwards, habían hecho fortuna en el Norte Chico a partir de la primera mitad del siglo XIX. También resulta llamativo que ninguna de estas descendientes fuera de origen inglés, como los Edwards, sino que provinieran de familias escocesas o irlandesas. Agustín Edwards Ossandón se casó con su sobrina Juana Ross Edwards, que era hija de un escocés que había hecho fortuna en la minería.
El hijo de ambos, Agustín Edwards Ross, se casó con María Luisa Mac Clure, nieta de un banquero escocés de la zona minera del Norte Chico. Agustín Edwards Mac Clure se casó con Olga Budge, nieta también de un comerciante escocés. Y el hijo único de ambos, Agustín Edwards Budge, se casó con Isabel ‘Chavela’ Eastman, descendiente de un irlandés que también había hecho negocios en el norte minero.
Doonie (apodo de Edwards Eastman) fue el primer y único Agustín en romper plenamente con esta tradición. En esos años conoció y se hizo amigo de María Luisa, Teresa y Paulina, las tres hijas de Hernán del Río Aldunate y de Teresa Fernández Campino. El padre de las muchachas era un ingeniero hidráulico, proveniente de una familia vasca chilena, y miembro del directorio de la Compañía de Petróleos de Chile (Copec). La madre, Teresa Fernández Campino, pertenecía a una estirpe tradicional que tenía amplias propiedades agrícolas en el valle central y que estaba emparentada con miembros de la familia Larraín. Según cuentan numerosas personas entrevistadas para este libro, a Agustín le gustaba Teresa, la segunda hija de los Del Río-Fernández. Pero su carácter coqueto y sensual insinuaba una personalidad parecida a la de su madre, Chavela. La hermana mayor, María Luisa Florencia, en cambio, era menos atractiva, pero tenía un carácter más tranquilo. La tercera hermana, Paulina, era demasiado joven como para despertar un interés mayor en Edwards.
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Tras un breve romance con «Malú», como era llamada María Luisa, Doonie se hizo acompañar de sus padres para pedirle formalmente matrimonio. Y así, el 24 de mayo de 1952, a las 20.30 horas, el joven heredero de veinticuatro años se desposó con la primera mujer de un Agustín que no era de origen británico, sino de descendencia puramente española. Un año después, el 15 de mayo de 1953, nació el primogénito de Doonie y Malú. Le pusieron el nombre de Agustín Jorge, con lo que la continuidad de la sexta generación de los Agustines estaba asegurada. En noviembre de 1954, la pareja dio a luz a una niña, Isabel Edwards del Río. Poco después vino otra niña, Carolina. En enero de 1958 nació el segundo varón, Cristián Edwards del Río. Y después vinieron dos hombres más, Andrés y Felipe Edwards del Río.
La abuela de Agustín Edwards Eastman, Olga Budge, desempeñó un papel crucial en animarlo a casarse y casarse bien. Aunque a Doonie le atraía más Teresa del Río, la abuela le advirtió que ella se parecía demasiado a su madre, Chavela Eastman: un espíritu más libre, poco controlable. En cambio, Malú, decía la abuela, podía proveer estabilidad, seguridad, lealtad.
A Malú y Doonie los unió durante toda la vida no sólo sus seis hijos, sino que la pasión por el arte y la cultura. En septiembre de 1965, por ejemplo, ambos viajaron a California para asistir a la apertura de la temporada de ópera en San Francisco. Después aprovecharon para compartir con el matrimonio Knight, familia dueña de una de las cadenas de periódicos más importantes de Estados Unidos en esos años.
En mi libro se relata:
El interés de Agustín Edwards por el arte moderno era genuino. Y era una pasión que compartía con su esposa, Malú del Río. En algún momento, a mediados de los años sesenta, el matrimonio se reunió con René d’Harnoncourt, el director del Museo de Arte Contemporáneo de Nueva York, conocido como MoMA. «Teníamos la idea de levantar un museo de arte moderno en Santiago, y queríamos tener su opinión», recordó años después Malú del Río. Al final, la idea de los Edwards no prosperó.
La abuela de Agustín Edwards Eastman, Olga Budge, desempeñó un papel crucial en animarlo a casarse y casarse bien. Aunque a Doonie le atraía más Teresa del Río, la abuela le advirtió que ella se parecía demasiado a su madre, Chavela Eastman: un espíritu más libre, poco controlable. En cambio, Malú, decía la abuela, podía proveer estabilidad, seguridad, lealtad.
Pero Malú y Agustín estuvieron entre los principales promotores para traer a Chile la famosa exhibición «De Cézanne a Miró», que el MoMA había organizado en Nueva York. Para ello se sirvieron de su amistad con David Rockefeller, quien era uno de los grandes contribuyentes de ese museo. Así, durante cuatro semanas, en junio y julio de 1968, se exhibieron en el Museo de Arte Contemporáneo de Santiago las pinturas originales de los grandes maestros de fines del siglo XIX y gran parte del XX. Fue un enorme éxito de público, con más de doscientos mil visitantes.
«Tener una exposición en Chile con pinturas de Picasso, Matisse, Gauguin y Van Gogh fue realmente un sueño», afirmó Malú del Río, que a partir de ese año se convirtió en miembro del consejo internacional del MoMA, un cargo que mantuvo al menos hasta fines de los años noventa.
La elección de Allende
El jueves 3 de septiembre de 1970, Malú del Río y Agustín Edwards acudieron a una notaría en el centro de Santiago. El matrimonio estaba tomando medidas ante un eventual triunfo de Salvador Allende en las presidenciales del día siguiente.
Esta vez el motivo fue para dejar constancia que el matrimonio Edwards-Del Río estaba vendiendo las 363 hectáreas que les pertenecían de la antigua hacienda Milahue, en la comuna de San Vicente de Tagua Tagua. Los compradores fueron dos. Uno era Fernando Harmsen Bradley, un agricultor con residencia en Viña del Mar, con el cual Edwards había realizado y realizaría en el futuro una serie de negocios agrícolas. Y el otro era su brazo derecho, Hernán Cubillos. Los compradores pagaron dos millones de escudos, un valor mayor al avalúo fiscal según la escritura, para quedarse con el predio que, originalmente, había pertenecido a la familia Fernández, los parientes por el lado materno de Malú del Río.
Extremando las precauciones ante las elecciones del día siguiente, ese jueves en la tarde Doonie embarcó a su esposa y a sus seis hijos rumbo a Buenos Aires para que esperaran ahí los resultados de los comicios presidenciales.
Tras la victoria de la Unidad Popular y la instalación del gobierno de Allende en noviembre de ese año, Edwards decidió autoexiliarse en Estados Unidos, donde tenía poderosos amigos, como el banquero David Rockefeller, heredero de la fortuna petrolera de John D. Rockefeller.
Sus amigos americanos salieron al rescate. Donald Kendall [jefe de Pepsi Cola] le ofreció de inmediato un alto puesto ejecutivo en esa empresa. Sin embargo, Doonie no estaba seguro de aceptar el trabajo y lo consultó con David Rockefeller, en cuya casa se estaba hospedando.
Ahora se vio forzado a establecerse en ese país. Sin certeza alguna sobre cuánto duraría su autoexilio. Además, enfrentaba problemas prácticos. ¿Qué iba a hacer él en Estados Unidos? El año escolar en ese país había comenzado hacía dos meses, ¿en qué colegios iba a colocar a sus seis hijos? ¿Dónde iba a vivir su familia?
Pero sus amigos americanos salieron al rescate. Donald Kendall [jefe de Pepsi Cola] le ofreció de inmediato un alto puesto ejecutivo en esa empresa. Sin embargo, Doonie no estaba seguro de aceptar el trabajo y lo consultó con David Rockefeller, en cuya casa se estaba hospedando.
«Donald Kendall me ofreció un trabajo, pero me da no sé qué porque no me gusta mezclar trabajo y amistad —le dije a Rockefeller—. ¡Tómalo, me dijo, no seas loco! Y así entré a una subsidiaria de la Pepsi», recordó Edwards en una entrevista con Raquel Correa.
El propio Rockefeller y su esposa, Peggy, en tanto, le ayudaron a encontrar una vivienda para instalarse. Y Ralph Dungan, el ex embajador de Estados Unidos en Chile, movió sus influencias para lograr que sus hijos fueran admitidos en los colegios de élite de la costa este.
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El año escolar en ese país había comenzado a inicios de septiembre, y los Edwards necesitaban con urgencia ubicar a sus seis hijos en las mejores escuelas. Una tarea compleja considerando, además, que Doonie y su esposa, Malú, decidieron que cada uno de ellos asistiera a una institución distinta. A Agustín Edwards del Río, el primogénito, solo le quedaba un año para terminar su enseñanza secundaria. En Chile había asistido al Grange School, igual que su padre. Ahora lo matricularon en el The Choate School, un internado privado y altamente selectivo ubicado en Wallingford, Connecticut. Este colegio, que en esa época aún era solo para varones, quedaba a unos 90 kilómetros de la nueva residencia de los Edwards en Greenwich, Connecticut.
El nuevo hogar de la familia era una mansión de unos 890 metros cuadrados, que contaba con cinco dormitorios y ocho baños. Dos baños tenían camarines y terrazas propios. Situada en medio de un frondoso predio de cuatro hectáreas, la propiedad también tenía una casa para huéspedes de dos dormitorios, además de cancha de tenis, piscina y una amplia bodega de vinos. La dirección era 179 Bedford Road y en la entrada a la propiedad estaba el tradicional buzón de cartas con la inscripción de «A. Edwards». «Era la típica residencia de los banqueros de Nueva York», escribió el periodista británico Alistair Horne tras visitarla en enero de 1971 para entrevistar a Chavela Eastman, que se encontraba pasando unos días en la mansión de su hijo.
Malú del Río, tenía que lidiar con una realidad nueva para ella y sus hijos. Aunque hablaba perfectamente bien inglés, además de francés, como la mayoría de las mujeres de la alta sociedad chilena de la época, Estados Unidos representaba un desafío para ella.
«Doonie está bien, ahora trabaja para la Pepsi y no está tan ansioso por hablar de Chile», recordó Alistair Horne después de su visita a la mansión de la familia Edwards en Connecticut en el invierno de 1971.
Sin embargo, las apariencias engañaban. Edwards no estaba tan bien. En los mismos días de la visita del periodista británico, Doonie recibió dos noticias muy inquietantes desde Chile. Se trataba de El Mercurio y del Banco de A. Edwards. Y las cosas no pintaban bien. Mientras Agustín contendía con la geopolítica del clan familiar, su esposa, Malú del Río, tenía que lidiar con una realidad nueva para ella y sus hijos. Aunque hablaba perfectamente bien inglés, además de francés, como la mayoría de las mujeres de la alta sociedad chilena de la época, Estados Unidos representaba un desafío para ella. Pese a que sus hijos asistían a colegios de élite, la sociedad estadounidense era en esa época mucho más abierta y liberal que la chilena. En una entrevista que había concedido a The New York Times en septiembre de 1969, Malú del Río analizó cómo habían cambiado los tiempos:
“Todo es más rápido y más fácil hoy en día, y yo me adapto a eso hasta cierto punto. Hago cosas con mis hijos que mi madre no hubiera hecho ni aceptado, pero no dejo que mi hija mayor [Isabel Edwards, entonces de quince años] vaya a una fiesta a no ser que se realice en una casa particular de una familia que yo conozca”.
La realidad a la que sus hijos se enfrentarían en Estados Unidos era muy distinta. A pesar de que todos ellos asistieron a colegios tradicionales de la élite blanca de la costa este, se criaron en un ambiente que era más abierto al que estaban expuestos en Chile. De hecho, tres de sus hijos pasaron casi toda su vida en ese país. Cristián y Carolina retornaron definitivamente a Chile hace unos pocos años, mientras que Andrés sigue viviendo en Estados Unidos. Y Agustín Jr. se casó con una norteamericana.
Por cierto, en 2014 Agustín Edwards puso en venta esa propiedad en Estados Unidos. La corredora Berkshire Hathaway Home Services, perteneciente a Warren Buffet, uno de los hombres más ricos del mundo, le puso un valor de 9,7 millones de dólares.
11 de septiembre
El martes 11 de septiembre de 1973, Malú del Río y Agustín Edwards estaban en el restorán Vía Veneto de Barcelona en una cena con ejecutivos europeos de la Pepsi. Eran las nueve de la noche en España, tres de la tarde en Chile.
La periodista española Josefina Vidal, que en esa época estaba casada con un gerente de finanzas de la compañía estadounidense, estuvo presente en la cena. En una entrevista con el difunto diario Plan B, que en noviembre de 2013 fue reproducida por La Nación, Vidal recordó esos momentos:
Mientras Agustín Edwards se mantenía cerca del teléfono del restorán, Josefina Vidal sostuvo una amena conversación con Malú del Río acerca del poeta Pablo Neruda. «Empecé a hablar con ella de Neruda y me dijo que le gustaba mucho su poesía —afirmó Vidal—. Fue una conversación agradable y se le veía una persona muy preparada, muy fina».
“Él [Agustín Edwards] estaba en un estado de agitación extraordinaria. Vino a la mesa donde todo el mundo estaba sentado y ordenó champán francés para todos. Nos quedamos un poco asombrados. Y dijo: «Sí, mi amigo almirante Merino ya se ha hecho cargo de la situación» […] No probó bocado esa noche porque anduvo todo el tiempo de la mesa al teléfono, del teléfono a la mesa, o sea que estaba continuamente en comunicación”.
Mientras Agustín Edwards se mantenía cerca del teléfono del restorán, Josefina Vidal sostuvo una amena conversación con Malú del Río acerca del poeta Pablo Neruda.
«Empecé a hablar con ella de Neruda y me dijo que le gustaba mucho su poesía —afirmó Vidal—. Fue una conversación agradable y se le veía una persona muy preparada, muy fina».
El secuestro de Cristián
“El secuestro de nuestro hijo Cristián ha sido el sufrimiento más grande de mi vida […] Fue el poder de la oración y fe en Dios lo que me lo devolvió con vida. Diariamente rezaba el rosario en Schoenstatt con un grupo de amigas”, confesó Malú del Río en una de las pocas entrevistas que ha dado a la prensa.
Malú del Río asistió junto a su esposo a la canonización de Teresita de Los Andes en marzo de 1993 en Roma. Por cierto, Teresa de Los Andes, cuyo nombre era Juana Fernández, estaba emparentada con Malú del Río Fernández.
El lento progreso de un cautiverio que duró cinco meses causó desesperación entre muchos familiares, en especial en su madre. «La Malú pedía subir la cantidad [del monto de rescate], yo creo que ella hubiera pagado altiro», afirmó el sacerdote jesuita Renato Poblete años después. El entonces capellán del Hogar de Cristo, recordó que durante esas semanas Malú del Río «bordó una cantidad incontable de cojines». Malú del Río recordaría el calvario en una de las pocas entrevistas que ha dado a la prensa chilena: “Lo único posible era rezar, rezar y rezar […] A nuestra desgracia todo Chile se unió con su apoyo y oraciones”.
La santidad
Malú del Río asistió junto a su esposo a la canonización de Teresita de Los Andes en marzo de 1993 en Roma. Por cierto, Teresa de Los Andes, cuyo nombre era Juana Fernández, estaba emparentada con Malú del Río Fernández.
Después, Agustín Edwards inició un silencioso lobby por lograr la beatificación de su tatarabuela Juana Ross Edwards, una mujer católica devota que a fines del siglo 19 había patrocinado la construcción de numerosas iglesias en Valparaíso.
«El tataranieto Agustín Edwards Eastman intentó conseguir la beatificación de doña Juana —escribió Hernán Millas en un libro sobre las familias más poderosas de Chile—, pero al parecer la Iglesia, aun reconociendo sus méritos, no se atrevió a contar con una santa de tantos millones.»
Aunque sus esfuerzos no prosperaron, en enero de 1996 logró un pequeño triunfo. El ministerio del Interior autorizó la construcción de un monumento en Valparaíso en memoria de Juana Ross, un proyecto que fue promovido por el Congreso. La comisión especial para hacerlo realidad estaba conformada por los senadores Beltrán Urenda Zegers (UDI) y Juan Hamilton (DC), los diputados Aldo Cornejo (DC) y Francisco Bartolucci (UDI), el intendente de la V Región, Hardy Knittel (PS), y el alcalde de Valparaíso, Hernán Pinto (DC), además de un representante eclesiástico de la región.
Comentarios
La oligarquía chilena del
Esta mujer ( Ya esta en el
Muy bonita la Malú pero más
Su estúpida familia es una
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