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Viernes, 18 de Julio de 2025
[Revisión del Var]

¿Tiene la selección chilena de fútbol un estilo de juego?

Roberto Rabi González (*)

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Ricardo Gareca y Jorge Sampaoli.
Ricardo Gareca y Jorge Sampaoli.

El jogo bonito brasileño, el catenaccio italiano, el fútbol total holandés, el tiquitaca español, el juego directo de los alemanes; son filosofías sobre cómo entender el balompié que, además, expresan la idiosincrasia de los habitantes de una nación. En algunos casos, la mera disposición mental a enfrentar el juego, identifica a ciertos cuadros, como es el caso de la “garra charrúa” o la “casta guaraní”. Sin embargo, existen también equipos veleta que no han logrado consolidar su personalidad y se conforman con alinear once jugadores que busquen el triunfo o evitar la derrota. Lamentablemente, ese es el caso de la Roja.

Hablar de estilos de juego en el fútbol es echar a volar la imaginación, revisando referentes históricos, esquemas, tácticas y disposiciones anímicas de los distintos clubes y selecciones. El jogo bonito, de la selección brasileña, el catenaccio italiano, el fútbol total holandés, el tiquitaca español, el juego directo de los alemanes; son filosofías sobre cómo entender el balompié que, además de asociarse a ciertos esquemas de juego, en su mejor versión, expresan la idiosincrasia de los habitantes de una nación o los hinchas de un club. Parte de la hermosura propia del fútbol, es que permite el desarrollo de infinidades de estilos que pueden enfrentarse y contrarrestarse, sin que alguno de ellos tenga el éxito garantizado por su sola definición. En algunos casos, incluso la mera disposición mental a enfrentar el juego, independiente del esquema o la táctica, identifica a ciertos cuadros, como es el caso de la “garra charrúa” o la “casta guaraní”. Sin embargo, existen también equipos veleta que no han logrado consolidar su personalidad y se conforman con alinear once jugadores que busquen el triunfo o evitar la derrota, sin que les importe configurar una identidad permanente que los represente. Lamentablemente es el caso de la Roja.

Así es, si buscamos los escasos antecedentes existentes sobre los primeros pasos de la selección nacional, dentro de los cuales cabe destacar sin duda la magnífica obra de Sebastián Núñez, ‘Duelos del Centenario. Selección chilena de 1910’, podríamos aventurar a modo de conclusión que lo más distintivo de dichos cuadros era la derrota, tal vez inevitable en la medida que los rivales de la época eran muy superiores. Pero, si tratamos de leer entre líneas, de varios artículos de prensa de la época podría desprenderse que la selección -cuya camiseta en aquellos tiempos era mitad blanca y mitad roja- era fiel al valor del juego limpio. Nada muy concreto ni que haya trascendido.

No pareció sorpresivo que Luis Santibáñez le diera un giro radical a la conducción del equipo de todos, intentando convencer al hincha criollo, hastiado de “jugar como nunca y perder como siempre”, centrándose exclusivamente en los resultados. ¿La manera? Irrelevante. Creo que es lo más cerca que hemos estado de tener un estilo de juego que nos identifique como país. No por algo muy lindo, pero por lo menos verdadero.

Con el correr de los años, en particular en los años cincuenta del siglo pasado, el desempeño de nuestros combinados nacionales mejoró, básicamente sobre la base de la calidad individual de ciertas figuras como Sergio Livingstone o “Cuacuá” Hormazábal, Así, logramos el segundo lugar de los Campeonatos Sudamericanos de 1955 y 1956. Podríamos destacar el cambio de esquema y mentalidad, impuesto fundamentalmente por el seleccionador Luis Tirado, quien buscó mayor equilibrio en el juego, enfatizando la marca y el dinamismo de las posiciones. Pero no podríamos hablar de un verdadero estilo que nos distinguiera en el concierto internacional y que fuese recordado por el inconsciente colectivo.

Suele mencionarse a Jaime Riera como el artífice del éxito de la selección chilena en el Mundial de 1962, quién impuso un fútbol sobrio, limpio y centrado en el buen trato del balón. Podría afirmarse que dicha impronta representaba el tradicional carácter gris del chileno. Si bien es cierto el enfoque profesional del “Tata” caló hondo en sus discípulos, en particular en Manuel Pellegrini y Arturo Salah, para nuestro medio no se trató de un sello distintivo que valiera la pena cuidar o reforzar. Menos aún jactarse de él. Por lo mismo, no hubo un mayor cuestionamiento cuando el Zorro Álamos, astuto como su apodo lo insinuaba, y sobre todo pragmático, prefiriera variar constantemente sus estrategias en función de los rivales de turno, construyendo sus selecciones en base a los jugadores y estructura de poderosos equipos locales que él mismo había dirigido (el Ballet Azul de la “U” y el Colo-Colo 73). Sin jugar mal, la Roja fracasó en los mundiales de 1966 y 1974. 

No pareció sorpresivo que Luis Santibáñez le diera un giro radical a la conducción del equipo de todos, intentando convencer al hincha criollo, hastiado de “jugar como nunca y perder como siempre”, centrándose exclusivamente en los resultados. ¿La manera? Irrelevante. Creo que es lo más cerca que hemos estado de tener un estilo de juego que nos identifique como país. No por algo muy lindo, pero por lo menos verdadero. La historia, en todo caso, es conocida y pese a usar todo tipo de mañas y pillerías y de abusar de la “táctica del murciélago” (todos colgados del palo) cuando jugaba en calidad de forastero, los resultados no lo avalaron. Fuimos una vez más vicecampeones de América en 1979, no lo desconocemos. También jugamos un proceso clasificatorio impecable previo al mundial de España. Pero en el torneo propiamente tal, perdimos los tres partidos que jugamos; lo que se podría calificar como un desastre absoluto; sobre todo considerando que lo importante no era competir, sino ganar.

La selección del “Cabezón” Aravena es tal vez la máxima expresión de la falta de convicción en nuestros talentos y ausencia de estilo. Y para muestra, dos botones: el desempeño en la Copa América 1987, en la cual, tras derrotar con buen fútbol a selecciones que siempre han profesado el dogma del buen trato del balón, como Brasil y Colombia, perdimos la final con Uruguay en un partido en que pretendimos ganarles a las patadas. Creyendo que de un día para otro seríamos los catedráticos de la guapeza. Pero más patético aún parece que Chile, teniendo, insistimos, jugadores hábiles y efectivos, decidiera jugar un partido amistoso en Wembley contra Inglaterra en 1989, con un planteamiento inexplicablemente ultradefensivo. Se empató, es cierto, pero nuestra imagen país quedó por el suelo.

Hoy, en nuestro momento más oscuro, podríamos apostar a mediano plazo por un proceso que busque construir algo hermoso que nos identifique y represente, para que en todo el mundo se sepa que Chile juega de una manera determinada y sostener con convicción nuestra versión del fútbol en cada campeonato. En la victoria y en la derrota. Podríamos, pero no lo vamos a hacer.

En los noventa, Nelson Acosta nos llevó después de 16 años de vuelta a una copa del mundo, con Salas y Zamorano como referentes. No los desperdició e hizo buenas presentaciones, una vez más con argumentos muy distintos dependiendo si nos presentábamos en casa o fuera de Chile. Para muchos un entrenador defensivo. Ratón. En realidad, fue un buen estratega que supo sacar partido a los jugadores que tenía. Pero no construyó un estilo novedoso, ni intentó recoger cierto inexistente espíritu del fútbol chileno. Juvenal Ólmos, a cargo de buena parte del proceso en que quedamos fuera del mundial de 2006, por su parte, tampoco dejó huella ni formó escuela. Por algo su apodo era Perro Verde, por la rareza de sus técnicas, muchas veces incomprensibles para los jugadores.

Pero llegó entonces Marcelo Bielsa y aprovechó a los cracks de la Generación Dorada para imponer un estilo ofensivo, muy trabajado en lo táctico, veloz y con mucha pizarra. Y, por fin, la Copa América se quedó en casa. Todo muy bello, pero estaremos de acuerdo que los entrenadores argentinos que introdujeron a la Generación Dorada (Bielsa 2007-2011), que la llevaron a la cúspide (Sampaoli 2012-2015) y que estrujaron la última gota de nectar que quedaba (Pizzi 2016 -2017) no pudieron dejarnos un legado que permaneciera con nosotros.

Luego vino la debacle que nos tiene en el suelo, Gareca pareció un entrenador eficaz para enfrentar la clasificatoria para el mundial de 2026, en la medida que se trata nuevamente de un entrenador ducho que planifica el juego en función del rival y que busca maximizar el potencial de cada jugador en la posición que más le acomode. De estilo, nada.

Hoy, en nuestro momento más oscuro, podríamos apostar a mediano plazo por un proceso que busque construir algo hermoso que nos identifique y represente, para que en todo el mundo se sepa que Chile juega de una manera determinada y sostener con convicción nuestra versión del fútbol en cada campeonato. En la victoria y en la derrota.

Podríamos, pero no lo vamos a hacer.

 

*Roberto Rabi González es escritor, abogado de la Universidad de Chile, profesor de Derecho Procesal y Penal e investigador de la Asociación de Investigadores del Fútbol Chileno (ASIFUCH).



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