La diversidad de caras, colores y atuendos que comenzaremos a ver dentro de un mes en la Convención Constituyente dará cuenta de un Chile que se había gestado, había crecido y ya pataleaba, pero que necesitaba de una contracción final para terminar de ver la luz. Estarán ahí los pueblos originarios, científicos, activistas medioambientales y un generoso número de fervientes feministas. Nunca se habrá visto más claro a qué se parece realmente nuestro país que el día de esa histórica primera sesión.
La imagen llegará a muchos como una bofetada. Un último llamado de atención para una élite que, como bien explica la cientista política María Victoria Murillo en Ciper, resistió “hasta el final sin hacer ninguna concesión y eso hizo que explotara el sistema”. Mientras esto esté ocurriendo en Santiago, la postal de nuestro Congreso en Valparaíso terminará de resquebrajarse. En evidencia quedarán su machismo, la sobrerrepresentación de ciertos sectores conservadores y el recuerdo de que hasta Augusto Pinochet tuvo alguna vez su oficina allí en calidad de senador vitalicio.
En su libro La batalla comunicacional, el académico Pedro Santander explica con lucidez cómo los medios de comunicación dejaron de reflejar la realidad para convertirse espejos de los equilibrios de poder al interior de una sociedad. El autor ejemplifica con el caso chileno. El periodo entre 1967 y 1973 fue el momento de mayor pluralismo político, lo que coincidió con que la gran mayoría de los actores políticos y sociales tuvieran medios y voces. Tras un bloqueo absoluto durante la primera década de dictadura, con las primeras protestas nacieron también las primeras publicaciones críticas del régimen, mientras que la democracia protegida que se inicia en los 90 se ve reflejada en un duopolio mediático que se esforzó por mantener un relativo status quo.
El periodo entre 1967 y 1973 fue el momento de mayor pluralismo político, lo que coincidió con que la gran mayoría de los actores políticos y sociales tuvieran medios y voces, explica Pedro Santander.
No es de extrañar, por lo tanto, que las movilizaciones sociales de 2006 y 2011, que culminaron con el estallido social de 2019, se hayan llevado a cabo a la par de un incipiente florecer de nuevos medios independientes, en su mayoría digitales. Pero, ¿qué falta para que tras el estallido social y posterior estallido electoral comience efectivamente un esperado estallido mediático?
Los más entusiastas argumentarán que este proceso ya se inició, que está en plena marcha y que prueba de ello es que existen espacios como Piensa Prensa, El Desconcierto o INTERFERENCIA, por nombrar solo a algunos.
Permítanme ser más cauto. El aporte que los nuevos medios han hecho para explicar el Chile de los últimos años es considerable, pero el camino que queda por recorrer es aún demasiado largo como para cantar victoria. Si nuestro sistema de medios pretende reflejar la correlación de fuerzas existente en la Convención debería comenzar por incorporar a más mujeres en sus cargos directivos, estar enraizado efectivamente en todas las regiones del país y darle cabida a la enorme diversidad de voces que existe a lo largo del territorio.
El cambio de paradigma que Chile vive desde hace un año y medio es de tal envergadura que se hace necesario repensar los medios de comunicación que tenemos y que podríamos tener de ahora en adelante. ¿Pueden las secciones de economía seguir entrevistando únicamente a los dueños de las empresas y seguir ignorando a sus trabajadores? ¿Qué desafíos prácticos representa la existencia de un elevado número de políticos independientes? ¿Debería un consorcio mediático seguir considerando a las regiones como un espacio menor para hablar de violencia rural y destinos de vacaciones? ¿Cómo cambia la perspectiva de un medio cuando la directora es una mujer?
Los medios tradicionales han sido y seguirán siendo canales a través de los cuales las élites se comunican entre sí, pero lo que por mucho tiempo fue la única forma que el país tuvo para mantenerse informado ha dejado de ser.
¿Debería un consorcio mediático seguir considerando a las regiones como un espacio menor para hablar de violencia rural y destinos de vacaciones?
Si alguna vez El Mercurio y Canal 13 –nuevamente, por nombrar solo a algunos– apostaron a ser medios generalistas o de referencia, hoy no son más que espacios de nicho que mantienen en relativa calma a sectores conservadores que viven en algunas de las comunas más acomodadas atrincherados en sus creencias.
Hace pocos días, Enrique Cueto aseguró en un arranque de honestidad que “tuvimos que haber distribuido, de alguna manera, un poco más el éxito”. A diferencia del mea culpa del director ejecutivo de Latam Airlines, los magnates detrás de los grandes medios de comunicación todavía no han reconocido que si el panorama mediático cambió fue –en gran medida– por su incapacidad de reflejar la realidad de un país que se les hizo ajeno. Como decía María Victoria Murillo, por resistir sin haber hecho ninguna concesión.
Hoy, con un modelo político y económico que tambalea y una Convención que amenaza con darle el tiro de gracia, es momento de re imaginar el modelo de medios que nos merecemos: plural, feminista, independiente y orgulloso de sus pueblos originarios. En otras palabras, un modelo de medios genuinamente chileno.
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Felicitaciones, Interferencia
Gran análisis. Felicitaciones
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