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Sábado, 6 de Diciembre de 2025
[Interferencia América Latina]

Jara y Kast deben decidir: Washington o Beijing

Carel Fleming (desde Washington D.C.)

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Jeannette Jara y José Antonio Kast.
Jeannette Jara y José Antonio Kast.

La verdadera pregunta es: ¿Cuánto margen de maniobra tendrá cualquiera de los dos candidatos en un escenario internacional que dejó atrás la tibieza? Washington mira a Chile como un socio clave en una región donde Beijing avanza sin pausa. La llegada del embajador Judd, más político que diplomático, es un mensaje claro: Estados Unidos quiere recuperar influencia, y lo hará con presiones directas.

El verdadero desafío del próximo gobierno será definir con quién caminará Chile en esta disputa global que ya no permite medias tintas. ¿Hacia qué gigante geopolítico se alineará Chile? La neutralidad ya no es una opción. ¿China o Estados Unidos? Esa será la decisión más trascendente para el país.

Ambas potencias quieren el trofeo de Chile. Regresamos a la época de la guerra fría en que las poderosas naciones se repartían países, y en que el espionaje actuaba más rápido que la diplomacia. China tiene una ventaja, su inteligencia trabaja 24/7 corrompiendo politicos chilenos con dinero en efectivo, criptomonedas y prostitución femenina y masculina.

La candidata Jara promete continuidad con un progresismo pragmático, pero su discurso sobre política exterior ha sido ambiguo. En su entorno conviven quienes quieren mantener la relación histórica con Estados Unidos y quienes han impulsado silenciosamente acuerdos con China. Esa tensión interna anticipa un mandato lleno de presiones externas y debates internos que podrían paralizar decisiones importantes.

Kast, ha sido más explícito en su afinidad con Washington. Habla de fortalecer la alianza con Estados Unidos, de retomar confianzas y de convertir a Chile en un “socio preferente”. Sin embargo, su sector económico reconoce que sería suicida distanciarse de China, principal comprador del cobre chileno y un actor que ya está profundamente instalado en infraestructura y tecnología.

La derecha chilena, que estaba casada por años con Estados Unidos, se prostituyó facilmente con China, ya que la atracción y amor con el Partido Comunista no existen. Los conservadores políticos y empresarios chilenos son solo arribistas hetairas.

Washington, bajo la primera administración de Trump y luego con Biden nunca, a través de su embajada en Santiago, expresó su malestar de una manera enfática ni sancionó a los políticos y empresarios chilenos con los que el expresidente Sebastián Piñera viajaban a China a visitar centros de inteligencia disfrazados de empresas. Las autoridades chilenas llegaban felices a su país con dinero y buenos negocios. Ahora, todo está en manos del embajador norteamericano en Chile, Brandon Judd, que siendo de mentalidad Maga, no dudará en expresar su malestar por la corrupción.

Judd, asume inocentemente que su país tendría una mayor afinidad con un gobierno de Kast, pero ignora cuán profunda y corrupta es la relación de la derecha chilena con China. No será fácil la labor del diplomático norteamericano en pedirle a Kast que su gente se aleje de China, ya que la inteligencia del país asiático los tiene grabados en todo tipo de actos ilegales y sexuales. Los conservadores chilenos aceptan más las pomposas invitaciones a la embajada China que a las baratas del Starbucks cercano a la representación norteamericana.

La verdadera pregunta es: ¿Cuánto margen de maniobra tendrá cualquiera de los dos candidatos en un escenario internacional que dejó atrás la tibieza? Washington mira a Chile como un socio clave en una región donde Beijing avanza sin pausa. La llegada del embajador Judd, más político que diplomático, es un mensaje claro: Estados Unidos quiere recuperar influencia, y lo hará con presiones directas.

China, por su parte, opera con una estrategia silenciosa pero efectiva. No necesita grandes gestos, solo continuidad: inversiones, créditos, infraestructura y la promesa de mercados estables para los minerales chilenos. Sus empresas están presentes en energía, litio, transporte y telecomunicaciones, configurando un poder económico que ningún presidente podrá desconocer.

Jara podría verse tentada a profundizar la relación con China bajo el argumento de diversificar mercados y sostener el crecimiento. Pero esa decisión la enfrentaría a Estados Unidos justo cuando Washington está elevando el tono contra cualquier país que dé señales de alineamiento estructural con Beijing.

Kast, aunque quiera mostrar lealtad a Washington, tendrá que explicar cómo evitar que la economía sufra si frena la expansión china. Sus asesores saben que confrontar a Beijing podría encarecer proyectos claves y generar represalias comerciales que impacten al bolsillo chileno de inmediato.

Las Fuerzas Armadas chilenas ya sienten estas tensiones. Washington quiere entrenamiento, interoperabilidad y acuerdos militares más claros. China ofrece equipamiento, infraestructura y condiciones económicas más ventajosas. No dejemos de lado las altas coimas que paga China comparadas a las bajas y controladas comisiones de EE.UU. tal como ocurrió cuando el expresidente Piñera exigió a su entonces ministro de defensa, Mario Desbordes, comprar un satélite chino y no el americano ni el israelita.

Ambos candidatos hablan de soberanía, pero en la práctica tendrán que navegar un ajedrez donde las piezas mayores ya están moviéndose. La política exterior chilena, históricamente moderada y técnica, se está transformando en un campo de tensión que exige decisiones rápidas y sin ambigüedades.

Mientras en Santiago se discuten los debates y encuestas, en Washington y Beijing se trazan escenarios. Ninguna potencia está dispuesta a perder a Chile: su litio, su posición estratégica en el Pacífico Sur y su estabilidad institucional son activos demasiado valiosos en la competencia global.

El próximo lider de Chile tendrá que decidir si participa en cadenas tecnológicas lideradas por China o en los nuevos proyectos energéticos impulsados por Estados Unidos. No podrá jugar a dos bandas sin que alguno de los gigantes lo interprete como una provocación.

Las Fuerzas Armadas chilenas ya sienten estas tensiones. Washington quiere entrenamiento, interoperabilidad y acuerdos militares más claros. China ofrece equipamiento, infraestructura y condiciones económicas más ventajosas. No dejemos de lado las altas coimas que paga China comparadas a las bajas y controladas comisiones de EE.UU. tal como ocurrió cuando el expresidente Piñera exigió a su entonces ministro de defensa, Mario Desbordes, comprar un satélite chino y no el americano ni el israelita. Desbordes desobedeció y la compra se le hizo a Israel, que era de mejor calidad y más económico. El ministro, luego fue removido bajo una infantil excusa.

El sector privado tampoco está libre de presiones. Grandes empresas mineras y tecnológicas están evaluando cómo les afectará el resultado electoral. La decisión entre Jara y Kast se observa en Washington como una señal de hacia qué capital se abrirá Chile en la próxima década.

En La Moneda, quien llegue se enfrentará a un mapa donde cada gesto será interpretado como alineamiento. Una visita a Washington, una firma con empresas en Beijing o una declaración sobre seguridad digital podría transformar la relación con una de las dos potencias en cuestión de horas.

Los dos candidatos no han dado respuestas claras, pero el dilema ya está instalado: Chile deberá decidir si apuesta por la hegemonía tradicional de Estados Unidos o por la creciente influencia china. No resolverlo significaría quedar atrapado en un juego mayor donde otros decidirán por el país.

Jara y Kast representan visiones distintas, pero ambos enfrentarán la misma encrucijada. La pregunta no es qué quieren, sino qué pueden hacer frente a un mundo que presiona, exige y castiga a quienes intentan caminar por la cuerda floja.

No está fácil para Chile. El dinero de la corrupción que paga el Partido Comunista de China es muy atractivo para los líderes chilenos. En cambio, Estados Unidos durante las últimas décadas abandonó a Latinoamérica y ahora vuelve exigiendo lealtad y amistad a través de sanciones y tarifas. Algo así como, un méndigo con garrote. El próximo gabinete chileno tiene que decidir: Se hacen millonarios con las coimas chinas o no entran nunca más a ver al ratón Mickey, aunque con sus criptomonedas podrían ir al Disney de Shanghai.



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