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Viernes, 18 de Julio de 2025
Columna académica

La economización de la ciencia y la captura de la centroizquierda

Pablo Astudillo

El ingeniero en biotecnología y doctor en Ciencias Biológicas, Pablo Astudillo, analiza las propuestas en materia científica de los programas presidenciales de cara a las elecciones. “Tanto las elecciones anteriores como la actual campaña han puesto en evidencia un economicismo en las propuestas de la centroizquierda para investigación”, explica uno de los fundadores de Más Ciencia para Chile.

Las principales candidaturas a la presidencia del país ya han dado a conocer sus respectivos programas de gobierno, en especial en el marco de las elecciones primarias y consultas ciudadanas. El saldo para la ciencia ha sido más bien negativo, sobre todo respecto a las propuestas emanadas desde las candidaturas de los pactos Apruebo Dignidad y Unidad Constituyente.

Tanto las elecciones de años anteriores como la actual campaña han puesto en evidencia un evidente economicismo en las propuestas de la centroizquierda para la investigación científica. En los programas del sector, la ciencia ha sido vista principalmente –y a ratos únicamente– como un factor productivo más, que debe ser aprovechado en la batalla por el desarrollo económico, la productividad, la competitividad y la innovación.

Los programas suelen dejar en el más completo abandono aquella investigación orientada a generar conocimiento fundamental sobre nuestro mundo (concepto que debe entenderse de forma amplia, desde luego, incluyendo la investigación en ciencias sociales, artes y humanidades), y las propuestas a menudo supeditan el apoyo a la investigación a que esta entregue alguna forma de “utilidad” práctica, una posición que se ha extremado en las presentes elecciones, luego que varios programas del sector hayan enmarcado sus propuestas para la investigación científica en el contexto de un cambio de modelo económico.

Esta justificación economicista de la investigación científica ha sido evidente en la centroizquierda al menos desde el año 2005, cuando una serie de expertos comenzaron a analizar con mayor profundidad el denominado “sistema nacional de innovación”, ofreciendo una serie de diagnósticos que, en lo medular, apuntaban a un supuesto desinterés de la ciencia nacional por la investigación “pertinente a las necesidades del sector productivo” u orientada “a fines productivos relevantes”.

La creación del Consejo Nacional de Innovación para la Competitividad (CNIC, como fuera conocido en su primera versión) ponía de manifiesto este énfasis casi absoluto en la dimensión productiva de la investigación. Mientras tanto, se exigía “que la comunidad científica se oriente”, e incluso se demandó el cambio de foco “desde la investigación básica hacia la investigación aplicada en sintonía con las necesidades empresariales” (las frases entre comillas corresponden a citas reales de economistas del sector, recogidas con mayor detalle en el libro “Manifiesto por la Ciencia”, 2016).

Si bien se introdujo un cierto matiz en el discurso en los años siguientes, la discusión respecto a las políticas científicas mantuvo un foco predominante sobre el desarrollo económico, infravalorando de este modo otros aportes que puede realizar la investigación científica.

Si bien se introdujo un cierto matiz en el discurso en los años siguientes –por ejemplo, el CNIC pasó a llamarse “Consejo Nacional de Innovación para el Desarrollo” (CNID)–, la discusión respecto a las políticas científicas mantuvo un foco predominante sobre el desarrollo económico, infravalorando de este modo otros aportes que puede realizar la investigación científica. El rebautizado CNID se abrió a considerar, aunque tímidamente, otras dimensiones de la investigación, siempre con su sesgo “desarrollista”; negando al país la oportunidad de desarrollar investigación de frontera en todas las áreas del saber (se decía que “no podemos ser excelentes en todo”), todo lo anterior en discusiones con escasa participación pública.

Sin embargo, cualquier señal de moderación de este economicismo quedó atrás en la actual campaña presidencial. Los programas presidenciales de la centroizquierda han puesto su foco (justificadamente, desde luego) en la necesidad de un cambio de modelo económico. El programa de Yasna Provoste, por ejemplo, propone “una estrategia de desarrollo justo y sostenible, que nos permita ir más allá de la acumulación de capital físico y la explotación de recursos naturales, y que oriente los esfuerzos hacia la innovación, el emprendimiento, el desarrollo de capital humano avanzado, la ciencia y la tecnología”, mientras que el de Paula Narváez planteaba “una nueva estrategia de desarrollo que, a partir de un diálogo social amplio, impulse una transformación productiva […]”. Asimismo, los programas tanto de Gabriel Boric como de Daniel Jadue hacen alusión a la idea de una “transformación productiva”.

En este marco, todos los programas se comprometen (o comprometían, en el caso de las candidaturas que quedaron en el camino) a una estrategia selectiva, estableciendo la necesidad de que el Estado adopte cierta capacidad de “orientación” del gasto en I+D. Según los diagnósticos de los programas, existiría una incapacidad de la economía chilena “de aportar valor en torno al conocimiento y el trabajo” (Narváez); además, sería necesaria una “mejor orientación a los problemas del país, incluso en ciencias básicas” (Provoste), y por ende se requerirían “políticas industriales y tecnológicas orientadas por misión con el objetivo de diversificar la matriz productiva, añadir valor agregado a la producción y generar las innovaciones necesarias para una economía sostenible” (Boric).

¿Qué papel le cabe a la ciencia básica y motivada por curiosidad en los programas presidenciales? Desafortunadamente, ninguno de los programas del sector entrega propuestas concretas para fortalecer la investigación que no tenga por objeto la “diversificación productiva”.

En este contexto, ¿qué papel le cabe a la ciencia básica y motivada por curiosidad en los programas presidenciales? Desafortunadamente, ninguno de los programas del sector entrega propuestas concretas para fortalecer la investigación que no tenga por objeto la “diversificación productiva”. El programa de Yasna Provoste incluso entrega un llamativo (y cuestionable) diagnóstico, cuando indica que “hacer ciencia de frontera no es un derecho”, insistiendo en un economicismo preocupante, señalando por ejemplo que “no podemos tener los FONDECYT sin fondos, ni cortar, a medio camino, las Becas Chile, o no asegurar la continuidad de los centros de excelencia FONDAP, los que, incuestionablemente, han contribuido al desarrollo del país con su ciencia aplicada a las problemáticas estratégicas del país” (cursivas de mi autoría). Quizás este espíritu explique el llamado del programa de Provoste: “Necesitamos más Ciencia que sirva para innovación orientada por misiones” (frase incluso destacada con negritas en el programa). Según el programa, Chile no necesita más ciencia destinada a entender nuestro mundo, nuestra historia, nuestra cultura, o nuestro devenir.

El programa de Gabriel Boric tampoco entrega propuestas concretas para la ciencia básica. Por ejemplo, las propuestas ofrecidas permiten aventurar que el programa FONDECYT (esencial para la ciencia básica y motivada por curiosidad) permanecerá en el estancamiento que ya cumplirá una década, pues el documento señala que “todo el nuevo financiamiento para la investigación alimentará un esquema de financiamiento basal a las Universidades Estatales e Institutos Tecnológicos y de Investigación Públicos” (una idea razonable, pero que genera evidentes dudas). El programa busca que exista una “real conexión del conocimiento científico, especializado y académico con los pueblos que habitan Chile”, aunque sin detallar el significado de dicha conexión (¿abarca la dimensión cultural, por ejemplo?). En este sentido, el programa deja mucho espacio para la interpretación, ante la ausencia de medidas claras que permitan dar valor a aquella investigación que no se ajuste a las misiones y la diversificación productiva.

Pese a la necesidad de cambiar nuestro modelo de desarrollo productivo, y más allá de lo deseable que resulta contar con investigación que ayude a resolver nuestros problemas y desafíos más apremiantes, cabe preguntarse si la centroizquierda puede proponer un modelo que no valore adecuadamente la cultura y el conocimiento sobre nuestro mundo. ¿Debemos limitarnos a ser un país que solo lee el conocimiento generado en otros países, para aplicarlo “a fines relevantes”? ¿Será el momento de ampliar de forma real los espacios de deliberación en estas materias? Resulta evidente que la actual discusión sobre las políticas de ciencia en este sector ha estado capturada por una reducida élite, que ha impuesto –exitosamente, a juzgar por los contenidos de los respectivos programas– una visión particular y estrecha sobre el papel que le cabe jugar a la ciencia en nuestra sociedad.

Desde luego, las cosas no parecen ser mejores en el otro lado de la vereda, a juzgar por la ausencia de propuestas claras para la ciencia en el programa del principal candidato de la centroderecha, y por la insistencia del sector en una visión excesivamente “neutral” que busca refutar las ideas hoy predominantes sobre el papel del Estado en este ámbito.

Hoy parecemos encontrarnos en el peor de los escenarios, ya sea por la ausencia de propuestas o por ideas que abordan solo una de las dimensiones que hacen de la ciencia un quehacer humano relevante y merecedor del apoyo público.

En un escenario ideal, e independiente de los objetivos propios de los respectivos proyectos políticos, un apoyo decidido para la investigación científica en todas las áreas del saber y en sus múltiples manifestaciones y propósitos debiese ser una medida que concite un apoyo transversal. Sin embargo, hoy parecemos encontrarnos en el peor de los escenarios, ya sea por la ausencia de propuestas o por ideas que abordan solo una de las dimensiones que hacen de la ciencia un quehacer humano relevante y merecedor del apoyo público.

 

Pablo Astudillo es ingenerio en Biotecnología Molecular y doctor en Ciencias Biológicas. Es académico de la Universidad Autónoma de Chile, miembro fundador de "Más Ciencia pata Chile", y autor de "Manifiesto por la Ciencia" y "La Ciencia Liberada".



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Comentarios

Comentarios

Es recomendable que los científicos se unan y coordinen para que expresen sus aprensiones a la Constitución Constituyente, se debe incluir el desarrollo de la ciencias en la próxima constitución de Chile

...siempre me gustado lo que dice el profesor Maza....a los niños hay que enseñarles a "pensar", yo creo que esa palabra es basica para el desarrollo de la ciencia y la tecnologia, ahora en Internet, hay miles de videos, de como se hacen las cosas, yo a mis 75 años, mi mayor entretencion es aquello, la curiosidad que tengo desde niño, la he podido completar ahora en el ocaso de vida y me voy feliz de este mundo, por haber conocidos las dudas de mi niñez........

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