Estamos donde tú estás. Síguenos en:

Facebook Youtube Twitter Spotify Instagram

Acceso suscriptores

Viernes, 18 de Julio de 2025
Newsletter 'La Semana'

Rusia - Ucrania ¿El fin del juego de suma cero?

Andrés Almeida

tass.jpg

Hay un canal de negociación abierto en Estambul. Foto: Sergei Karpukhin / TASS
Hay un canal de negociación abierto en Estambul. Foto: Sergei Karpukhin / TASS

Los avances rusos en el Donbás, con la probable captura de Sieverodonesk, más la resiliencia de la economía rusa, muestra que una derrota total de Rusia es algo altamente improbable. ¿Se acerca la hora de negociar?

Este artículo es parte del newsletter exclusivo La Semana del pasado domingo 12 de junio de 2022, y ahora se comparte para todos los lectores.

Un juego de suma cero es aquel en que las ganancias de un jugador son exactamente iguales a las pérdidas del oponente. En otras palabras, se trata de situaciones categóricas donde solo hay ganadores y perdedores, sin posiciones intermedias ni sutilezas.

Hasta hace poco, la retórica occidental ha implicado considerar la guerra en Ucrania como un juego de suma cero, donde cualquier victoria de Rusia, equivale a una derrota completa, no ya solo de Ucrania, sino que de Europa y la civilización occidental. Esto, en la mentalidad de que la agresión rusa es un acto inadmisible que debe ser revertido por todos los medios -excepto la guerra nuclear-, ya que comporta un reordenamiento completo del orden global en el que no debe permitirse que Vladimir Putin se salga con la suya, por el bien de la democracia y las libertades -o más cínicamente- por el bien de las viejas potencias europeas y Estados Unidos.

Eso ha sido también alimentado por el relativamente lento avance ruso en los frentes de batalla, lo que ha dado la impresión en algunos de que Ucrania -bien apertrechada por la OTAN- podría ganar la guerra. Esto es, según los ucranianos, no solo hacer retroceder al Ejército ruso hasta las posiciones del 24 de febrero, cuando empezó la intervención rusa, sino que además recuperar Crimea.    

Este triunfalismo ucraniano fue alimentado -a su vez- por Estados Unidos, país que ofreció $40.000 millones de dólares a Ucrania para sostener el esfuerzo bélico de Ucrania, lo que equivale al presupuesto anual de defensa de Rusia. 

Hasta hace poco, la retórica occidental ha implicado considerar la guerra en Ucrania como un juego de suma cero, donde cualquier victoria de Rusia, equivale a una derrota completa, no ya solo de Ucrania, sino que de Europa y la civilización occidental.

Algo que implica inundar con armas el país en conflicto, y el envío de armas de artillería de larga distancia de última generación, con las cuales el Ejército de Ucrania podría afectar las posiciones rusas en territorio ruso, lo que comportaría un paso más en el escalamiento de las hostilidades entre Rusia y la OTAN.

De hecho, la llegada de las primeras piezas de artillería estadounidenses de largo alcance fue contestada con envíos de misiles a instalaciones militares en Kíev, mientras que todavía Ucrania no aclara si es que considera Crimea como territorio ruso o no, en tanto blanco de la artillería fabricada en Estados Unidos.

Un artículo interesante que muestra el ánimo occidental de ganar el juego de suma cero es esta columna de opinión de George F. Will en The Washington Post: No es tiempo de ir a tientas en la ayuda militar a Ucrania, en la cual cita a Napoleón: "si empiezas a tomar Viena, toma Viena".

También es importante recordar las palabras del secretario de Defensa de Estados Unidos, Lloyd Austin, quien dijo hacia fines de abril que "queremos ver a Rusia debilitada hasta el punto de que no pueda hacer el tipo de cosas que ha hecho al invadir Ucrania". Una declaración inusualmente dura que escapó de la doctrina oficial que señala que no se persigue -por ejemplo- un cambio de régimen, que es lo que se desprende que sucedería si ese debilitamiento militar ruso tuviera lugar.

Joe Biden, el presidente de Estados Unidos, por su parte, ha sido -al parecer- deliberadamente ambiguo. Hacia fines de marzo comentó que Vladimir Putin "no puede permanecer en el poder", aunque después la diplomacia estadounidense matizó la frase y aseguró que el derrocamiento del presidente ruso no es el objetivo estadounidense en la guerra.

Poco a poco esta dinámica triunfalista occidental comenzó a agotarse en la misma medida en que se hace más claro que no es posible la derrota completa de Rusia. En especial, en estos días en que el avance ruso en el Donbás parece decidido, en tanto la toma de Sievierodonetsk -una localidad militarmente clave para el desarrollo del conflicto- pareciera estar muy cerca de consumarse.

Finalmente, el 2 de junio Biden escribió un ensayo en The New York Times, donde explicó: Esto es lo que Estados Unidos hará y no hará en Ucrania. En el texto, el presidente estadounidense asegura que el país no se involucrará directamente en el conflicto, que espera que su ayuda militar equilibre las cosas en el campo de batalla (y que con ella no se ataque territorio ruso), para que cuando llegue la hora de la diplomacia Ucrania se encuentre en una posición de mayor ventaja negociadora. "No presionaré al gobierno ucraniano -ni en privado ni en público- para que haga ninguna concesión territorial. Hacerlo sería erróneo y contrario a principios bien establecidos", escribió.

Sin embargo, poco a poco esta dinámica triunfalista occidental comenzó a agotarse en la misma medida en que se hace más claro que no es posible la derrota completa de Rusia. En especial, en estos días en que el avance ruso en el Donbás parece decidido, en tanto la toma de Sievierodonetsk -una localidad militarmente clave para el desarrollo del conflicto- pareciera estar muy cerca de consumarse.

Eso, mientras que Ucrania se queja de que está cerca de perder el stock de municiones, reconoce 10.000 soldados muertos, a una razón actual de entre 100 y 200 muertos diarios (los rusos, hasta hace poco, contaban cerca de 60.000 bajas ucranianas, incluyendo prisioneros y heridos) y se ven señales de pérdida de la moral en el frente de batalla, como muestra este artículo de  Sudarsan Raghavan en The Washington Post: Los combatientes voluntarios en el Este se sienten abandonados

De tal modo, parece que en el plano militar Rusia ha entrado en una fase exitosa, ya que a punta de artillería y aviación está demoliendo la resistencia ucraniana, no solo en el frente de batalla, sino que también en las líneas logísticas y de abastecimiento, con lo que las pérdidas de equipos y de tropa, parecen ir más rápido que la llegada del arsenal occidental y que la preparación de nuevos cuadros militares para llevar al frente.

La tendencia parece una realidad desde la caída (o liberación, según el lado que se mire) de Mariupol a mediados de mayo, pero la más que probable caída de Sieverodonesk en manos de la infantería rusa, muy probablemente marcará un innegable punto de inflexión y de no retorno, pues aseguraría la conquista militar del Donbás, y con eso, la consecución de uno de los tres principales objetivos estratégicos de Putin (además de la desmilitarización y desnazificación de Ucrania).

Tal vez la señal más más clara de todas fue la participación de Henri Kissinger en la conferencia de millonarios de Davos, donde el ex poderosos secretario de Estado estadounidense republicano dijo que no había que aplastar militarmente a Rusia por las consecuencias de mediano y largo plazo de tal acción, que había que buscar la paz en un par de meses y que Ucrania debía ceder territorio.

Antes de que estas malas noticias llegaran para Occidente, hubo señales de que las cosas no iban bien. 

Un ejemplo de ello es el editorial de The New York Times del 19 de mayo, que plantea que La guerra en Ucrania se está complicando y Estados Unidos no está preparado para eso. "Una victoria militar decisiva de Ucrania sobre Rusia, en la cual Ucrania recupere todo el territorio que Rusia le arrebató desde 2014, no es una meta realista", dice.

Sin embargo, tal vez la señal más más clara de todas fue la participación de Henri Kissinger en la conferencia de millonarios de Davos hacia fines de mayo, donde el ex poderosos secretario de Estado estadounidense republicano dijo que no había que aplastar militarmente a Rusia por las consecuencias de mediano y largo plazo de tal acción, que había que buscar la paz en un par de meses y que Ucrania debía ceder territorio.

Poco después apareció un artículo de The National Interest, una revista neoconservadora estadounidense (y pro-rusa, para muchos), donde Hugh de Santis -un ex alto asesor del ex secretario de Estado, George Shultz, en tiempos de Ronald Reagan- escribió: Para acabar con la guerra la OTAN debe presionar a Ucrania para que negocie con Rusia, donde se amplían las ideas de los halcones estadounidenses de los 70 y los 80. 

Las palabras de Kissinger desataron la furia de Volodímir Zelensky, el presidente de Ucrania, y no fueron secundadas por actores de peso, pero recorrieron como un escalofrío en el cuerpo de varios, que ven que la alianza occidental comienza a resquebrajarse, dada la relativa tibieza de Francia (Emmanuel Macron, el presidente francés declaró que "no hay que humillar a Rusia") y Alemania (que ha demorado la entrega de armamento de alta tecnología), además de la oposición a un embargo completo del petróleo ruso de la Unión Europea, por parte de Hungría, y trabas al ingreso de Finlandia y Suecia a la OTAN, por parte de Turquía.

A este cuadro hay que sumar los resultados del frente económico. Occidente ya ha reconocido que la economía rusa ha sido resiliente y flexible, fundamentalmente por la dependencia mundial del petróleo, el gas y el carbón rusos.

A este cuadro hay que sumar los resultados del frente económico. Occidente ya ha reconocido que la economía rusa ha sido resiliente y flexible, fundamentalmente por la dependencia mundial del petróleo, el gas y el carbón rusos. Pese a los grandes esfuerzos de Europa por cortar el suministro de hidrocarburos rusos, estos siguen fluyendo a buenos precios, siendo pagados en rublos -con lo que la moneda rusa se ha apreciado respecto del dólar-, y en el mediano plazo, se observa que si Rusia pierde los mercados europeos, puede incrementar sus exportaciones en el Asia, en particular a China e India.

También Europa empieza a ver los riesgos de sus propias sanciones, por lo que podría enfrentar un fenómeno inédito de estanflación (inflación más recesión) que podría volcar la opinión pública hacia una salida negociada de la guerra. Además, el rico continente ve en el horizonte posibles nuevas crisis migratorias (además de la de los refugiados ucranianos), dado que los alimentos y fertilizantes rusos y ucranianos están con dificultades para entrar en el mercado mundial, lo que ha elevado los precios a niveles que podrían desatar crisis alimentarias en África y el Oriente Medio. 

Respecto de la crisis alimentaria, recomiendo este especial interactivo realizado por Kaamil Ahmed, Garry Blight, Liz Ford y Lydia McMullande en The GuardianEl bloqueo del Mar Negro: mapeando el impacto de la guerra en Ucrania en el suministro mundial de alimentos 

En el plano político internacional, el aislamiento de Rusia es una realidad solamente respecto de países ricos (La Unión Europea, Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda y Japón), pues China, India, el Asia en general, África y América Latina, han sido bastante indiferentes respecto del llamamiento civilizatorio occidental. 

La Cumbre de las Américas no sirvió a Biden para robustecer su liderazgo mundial al frente de la alianza anti-rusa. En especial porque el presidente estadounidense ni siquiera logró que asistiera el presidente de México, Manuel Andrés López Obrador, quien se restó por la exclusión de Cuba, Venezuela y Nicaragua, países cercanos a Rusia, por lo demás.

Al respecto, es interesante este artículo de opinión de Daniel R. Depetris y Rajan Menon, en Politico, donde plantean que Estados Unidos no puede forzar al resto del mundo a apoyar a Ucrania. Aquí por qué, donde los autores analizan la situación política de lo que llaman el 'Sur Global'.

El artículo no aborda la reciente Cumbre de las Américas realizada en Los Ángeles, California, pero perfectamente habría cabido el dato de que ese escenario no sirvió a Biden para robustecer su liderazgo mundial al frente de la alianza anti-rusa. En especial porque el presidente estadounidense ni siquiera logró que asistiera el presidente de México, Manuel Andrés López Obrador, quien se restó por la exclusión de Cuba, Venezuela y Nicaragua, países cercanos a Rusia, por lo demás. 

China también ha desafiado a Estados Unidos en este periodo, no solo dado su anuncio a principios de mayo de la instalación de una base en las Islas Salomón, en las barbas de Australia y Nueva Zelanda, sino que también haciendo ejercicios militares conjuntos con Rusia en el Pacífico -a medidos de mayo, mientras se desarrollaba la cumbre de Quad en Tokio, que acogió a los jefes de estado de Estados Unidos, Japón, Australia e India-, e incrementando las señales de fuerza en torno a Taiwán, como lo fue el alza de incursiones de cazas chinos sobre espacio aéreo sensible en torno a la isla a fines de mayo.

Al respecto, es interesante este artículo de Politico, donde Phelim Kine plantea en el newsletter China Watcher que El nuevo centro de la CIA para China corre el riesgo de ser un despilfarro burocrático. Más allá de las consideraciones de eficiencia de los recursos, es llamativo el interés de los organismos de seguridad de Estados Unidos por lo que pueda pasar con China, siendo ahora el centro de toda la preocupación de la comunidad de seguridad de ese país y dejando atrás los años en que le preocupó el Oriente Medio.

También me parece interesante el análisis del controvertido ex marine estadounidense -y crítico de Estados Unidos- John Ritter, quien escribió en Energy Intelligence: Estados Unidos y China en curso de colisión sobre Taiwán, donde el ex inspector de armamento plantea que Biden está jugando con fuego en esa parte del Pacífico, en el contexto del reordenamiento de las relaciones internacionales a propósito de la guerra en Ucrania.   

Tampoco hay que seguir el triunfalismo ruso, pues -además de que puede haber reveses militares, dada la llegada de armas occidentales, las que para algunos puede ser una 'bala de plata'- los otros dos objetivos de Rusia -además de capturar el Donbás- están lejos de ser cumplidos: la desnazificación y desmilitarización de Ucrania.

Finalmente, en cuanto a la política interna, Putin goza de popularidad en niveles que rondan el 80% de respaldo. 

Al respecto es interesante este especial interactivo de The Economist, The Putin Show, donde muestra la vida cotidiana de los rusos bajo la propaganda de Putin. Más allá de las connotaciones políticas anti-rusas del artículo, es relevante considerar que esa maquinaria funciona bien, y aleja las fantasías de que la solución de la guerra llegue por una crisis interna en Rusia o algún magnicidio en la tecla de la teoría de que Putin es un gobernante desquiciado ('mad dog'), del que algún ruso querrá deshacerse para evitar una catástrofe nacional.

Sin embargo, tampoco hay que seguir el triunfalismo ruso, pues -además de que puede haber reveses militares, dada la llegada de armas occidentales, las que para algunos puede ser una 'bala de plata'- los otros dos objetivos de Rusia -además de capturar el Donbás- están lejos de ser cumplidos: la desnazificación y desmilitarización de Ucrania.

Respecto del primer punto, en jerga, 'desnazificar', implica un cambio de régimen en el país invadido, lo que parece estar muy lejos de lograrse, dado que la incursión de la infantería rusa en Kíev no comportó el derrocamiento de Zelensky, quien es hoy un líder validado por Occidente.

Esto no quiere decir que Zelensky -quien es judío- sea nazi, ni que lo crean realmente los rusos, pero la retórica y la propaganda rusa acusan que el Estado ucraniano ampara -y de cierta manera promueve- en sus milicias a militantes nazis. Algo que se refrenda con una cantidad importante de bajas ucranianas -prisioneros y fallecidos- mostrados por los rusos, que llevan tatuajes, banderas y registros de saludos de ese signo proselitista. Esto, sin contar la intensa actividad acreditada de estos grupos entre 2014 y 2022, en especial en el Donbás.

Tampoco los rusos están logrando la desmilitarización de Ucrania. Todo lo contrario, el país se está convirtiendo en un polvorín, al que llega todo tipo de armamento convencional. Esto podría implicar que la guerra se prolongue durante años, transformándose en un conflicto de posiciones y de desgaste, pero también -si es que el Estado ucraniano colapsa o se incrementa su corrupción- podría ser una fuente generosa para el tráfico de armas que alimente los conflictos futuros, ya que arsenales de última generación podrían caer en inescrupulosas manos.

Así las cosas, lo más razonable parece ser que rusos y ucranianos se sienten a negociar en cuanto se produzca un estatus quo en el campo de batalla, sabiendo que ninguno de los dos puede continuar con una lógica de suma cero, pues la derrota completa parece difícil de alcanzarse para ambos bandos.

Así las cosas, lo más razonable parece ser que rusos y ucranianos se sienten a negociar en cuanto se produzca un estatus quo en el campo de batalla, sabiendo que ninguno de los dos puede continuar con una lógica de suma cero, pues la derrota completa parece difícil de alcanzarse para ambos bandos.

De tal modo, si se establece una mesa de negociaciones que no sea una charada, Rusia no podría quedarse con todos los territorios conquistados, si es que quiere garantías para la desmilitarización de Ucrania, la prohibición legal del nazismo en sus fronteras y el compromiso de que el país no integrará la OTAN. En tanto, Ucrania tendría que renunciar a la integridad de su territorio, a cambio de conservar parte del que le fue arrebatado, influir en el nacimiento de las repúblicas populares de Lugansk y Donetsk en miras de tener garantías para acceder al Mar de Azov, recibir compensaciones para la reconstrucción de post-guerra, y obtener pasaporte para la Unión Europea.

Otros artículos recomendados que sirvieron para este newsletter:

- Entre errores y pérdidas, la maquinaria militar de Rusia sigue funcionando, donde Oliver Knox analiza en el newsletter 202 de The Washington Post, que tanto Occidente como Rusia -en ese momento, a comienzos de junio- ven que pueden obtener más ventajas persistiendo en el plano militar, que sentándose en una mesa diplomática. Pero, que eso puede cambiar, cuando cambien las expectativas de los combatientes.

- Ucrania debe negociar desde una posición de fuerza, pero la atención mundial está aminorando, donde Peter Pomerantsev plantea en The Guardian  que la hora de negociar tiene que llegar, pero que en el momento que escribe -fines de mayo- Rusia tiene más que ganar sentándose a la mesa. Todo esto, en el contexto de la víspera de la entrega de las armas occidentales con las que supuestamente las fuerzas ucranianas podrían revertir la aplastante artillería rusa.

- 100 días de guerra en Ucrania: Cómo se ha desarrollado el conflicto. Se trata de un especial interactivo de Seán Clarke, Pablo Gutiérrez y Monika Cvorak que aborda los principales hitos de la guerra, en la mirada de The Guardian.

Putin cree que Occidente parpadeará primero en la guerra de desgaste, dicen las élites rusas, de Catherine Belton en The Washington Post.

-La guerra de Ucrania profundiza la desconfianza de China hacia Occidente, por Vincent Ni, en The Guardian.

Estados Unidos carece de una imagen clara de la estrategia de guerra de Ucrania, dicen funcionarios, por Julian E. Barnes en The New York Times.

- Estados Unidos y sus aliados quieren desangrar Rusia. No debieran, un ensayo de opinión de Tom Stevenson, quien advierte de los riesgos de escalar y prolongar el conflicto.

- ¿Cómo termina esto? Emergen fisuras respecto a qué constituye una victoria en Ucrania, de David E. Sanger, Steven Erlanger y Eric Schmitt en The New York Times.

En este artículo



Los Más

Ya que estás aquí, te queremos invitar a ser parte de Interferencia. Suscríbete. Gracias a lectores como tú, financiamos un periodismo libre e independiente. Te quedan artículos gratuitos este mes.

En este artículo



Los Más

Comentarios

Comentarios

De acuerdo a estudios demográficos realizados en Ucrania, este país a reducido su población notoriamente desde la caída de la Unión Soviética (de 50 a 42 millones de habitantes), los graves conflictos internos que se desataron a partir del euromaidan ponen de relieve la fragilidad de las estructuras estatales corruptas hasta la medula tomando absurdas medidas como el no pago de pensiones a los habitantes de provincias separatistas, la prohibición de la lengua rusa o la instauración de una jerarquía paralela a la fe ortodoxa, un país capaz de alimentar a 600 millones de personas pero cuya población padece de hambre y escasez de productos básicos. En un documental colgado en YouTube se muestra como en muchas localidades se utilizan pozos negros como letrinas algo inesperado y sorprendente para un país que pretende unirse a la Unión Europea.

Este "análisis" no es más que una repetición de prácticamente todos los clichés de propaganda del Kremlin.

Añadir nuevo comentario