Este análisis se publicó originalmente en 'Reunión de Pauta', el newsletter exclusivo para suscriptoras y suscriptores de INTERFERENCIA.
Una vez más, una parte importante de la elite (de derecha, de izquierda, de centro) se vio sorprendida por lo que ha estado cocinándose frente a sus ojos, pero que tuvo que explotar en su cara para que tomaran nota de cuánto ha cambiado el país.
El fuerte giro hacia la izquierda y hacia representantes independientes, que ahora también dominarán la Convención Constituyente, no debió ser tan sorpresivo. La dura derrota de la derecha, pero también de amplios sectores de la ex Concertación tampoco.
Casi todas las encuestas, opiniones de expertos y análisis que aparecían en la prensa le ‘vendieron’ a la elite una realidad que no era tal.
El caldo del descontento se viene cocinando hace años; piénsese en las protestas estudiantiles de 2006 y 2011, en las masiva marchas en contra del sistema de pensiones en 2015 y, obviamente, en el estallido social de 2019. Piénsese en el profundo sentido de injusticia que sienten millones de chilenos cuando ven como un profesor que patea un torniquete del metro pasa meses en prisión preventiva, como jóvenes que lanzaron bombas molotov podrían recibir una pena de varios años de cárcel, mientras que grandes empresarios reciben clases de ética o sanciones económicas irrisorias por tratar de corromper la democracia, estafar a los consumidores o destruir nuestro medioambiente. Piénsese que muchos violadores e incluso homicidas involuntarios de clase alta zafan en acuerdos extrajudiciales, mientras que el común del chileno bien sabe que por algo similar deberá -con justa razón- pasar años en la cárcel.
Pero todo esto se ha dicho una y mil veces.
Más allá de frases de buena crianza, está claro que la elite transversal no ha entendido aún cuán tectónico son los cambios políticos y sociales. Y tampoco la velocidad de estos. Piénsese que en marzo de 2018 el flamante ministro del Interior, Andrés Chadwick, afirmaba en un evento de Icare que “hay cosas en las que no queremos avanzar” al delinear la hoja de ruta del nuevo gobierno. Una de esas cosas era la carta fundamental. “No queremos que avance el proyecto de nueva Constitución presentado por Michelle Bachelet (…) una constitución no es un juego” (vea aquí el video con la ponencia del ex ministro)
Y ya vemos, sólo tres años y dos meses después no sólo habrá una convención paritaria y con la participación de pueblos originarios para redactar una nueva Constitución, sino que las fuerzas que se oponen al cambio constitucional ni siquiera lograron alcanzar un tercio de los escaños, lo que les hubiera permitido una suerte de veto en esa asamblea.
¿Por qué, entonces, la todavía elite política se ha equivocado una y otra vez en tasar lo que está ocurriendo? Hay muchas razones, pero me gustaría mencionar al menos una: la prensa. De manera sistemática, gran parte de la prensa tradicional -en especial los canales de TV y los dos grandes diarios nacionales- ha transmitido una realidad que se acomoda a la visión ideológica de sus dueños, pero que no necesariamente se correlaciona siempre con lo que está pasando en las calles, plazas y hogares de este país.
Se podría empezar por algo que ya es ineludible y al mismo tiempo necesario: un impuesto a las grandes fortunas y un royalty de primer mundo para nuestros recursos naturales no renovables. Y, claro, buscar maneras de fomentar y financiar un mayor pluralismo en los medios.
Casi todas las encuestas, opiniones de expertos y análisis que aparecían en la prensa le ‘vendieron’ a la elite una realidad que no era tal. Un botón de muestra. La Tercera publicó hace pocas semanas un pronóstico que le daba 60 escaños al oficialismo en la constituyente y sólo 6 a independientes. Así, no es de extrañar que quienes crean a ojos cerrados en estos reportes se hayan sorprendido con los resultados.
Y en El Mercurio hace años se vienen desplegando análisis de expertos ‘transversales’, pero es una transversalidad dictada por su propia línea editorial y que, por el lado izquierdo, suele terminar en gente como José Joaquín Brunner o Carlos Peña. Con ello también les hacen un flaco favor a sus lectores (muchos de ellos de la elite), transmitiendo un consenso que, tal como reflejan los eventos y elecciones de los últimos dos años, ya no existe y que tal vez nunca existió.
Supongo que una de las clave para ir avanzando es que la elite (incluyendo amplios sectores de la centro izquierda) salga de su zona de confort y se enfrenta a ciertas realidades, aunque estas no les gusten. Sólo así podremos avanzar hacia una meta que sí compartimos todos: ser un país verdaderamente desarrollado.
Y podríamos empezar por algo que ya es ineludible y al mismo tiempo necesario: un impuesto a las grandes fortunas y un royalty de primer mundo para nuestros recursos naturales no renovables. Y, claro, buscar maneras de fomentar y financiar un mayor pluralismo en los medios.
Comentarios
Muy buen diagnóstico....la
👍
Hay algo muy estúpido en esto
La idea de un impuesto a las
Estamos en una llanura con
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