Fueron pocas las radioemisoras que se constituyeron en los únicos espacios democráticos en los años de la dictadura. Un bastión de la democracia fue Radio Cooperativa, de propiedad de la Compañía Chilena de Comunicaciones, cuyos dueños eran empresarios pertenecientes al Partido Demócrata Cristiano.
También en la línea no oficialista se destacó Radio Chilena, propiedad del Arzobispado de Santiago; y radios Santiago y Carrera, ambas vinculadas a empresarios demócrata cristianos. El resto del dial mantuvo un permanente silencio en sus espacios informativos sobre lo que ocurría realmente en el país, pues sabían que eran vigiladas por el gobierno militar. La gran mayoría de los medios actuaba con una fuerte autocensura, pues contar lo que sucedía en el país podía costar la vida o, al menos, la persecución y amedrentamiento tanto a sus periodistas como a los propietarios de las radioemisoras.
El periodista Arnoldo Carreras narra que en 1983 volvió a trabajar en radio, esta vez para el Diario de Cooperativa. Hacía un «móvil de servicios», que informaba en tiempo real a peatones y conductores, entre las 6 y las 9 de la mañana, sobre las condiciones del tránsito en Santiago. El ambiente nacional, dice Carreras, comenzó a agitarse desde fines de los setenta y la dictadura mostraba su debilidad, perdiendo mucho apoyo popular. A su vez, la oposición lograba articularse, sobre todo a nivel de organizaciones sociales, gremiales, sindicales, estudiantiles, culturales y hasta políticas, a través de centros de estudio y debates.
«Comenzaron a producirse manifestaciones masivas, que lamentablemente cobraron decenas de valiosas vidas», recuerda. El pueblo, agrega el periodista, «parecía haber perdido el miedo, que lo mantuvo desmovilizado e inerte durante demasiados años». Se organizaron las protestas nacionales y se fortaleció el movimiento sindical, motivando una violenta represión de parte del gobierno. «Era demasiado frecuente informar de cadáveres baleados, detenciones arbitrarias y ataques armados, de desconocidos encapuchados», cuenta. Para él, ese periodismo radial en años de dictadura cobró una gran importancia, ya que la radio volvía a recuperar su protagonismo y su razón de ser.
El orden jurídico implantado por la Constitución del ‘80 dejaba, sin embargo, resquicios que los comunicadores aprendieron a aprovechar. Arnoldo Carreras cuenta del impedimento que tenían de hablar de muertes, secuestros, heridos y detenciones arbitrarias, las cuales no habían presenciado, por lo que tampoco eran capaces de demostrarlas judicialmente. Esto significaba que no cabía la versión de los testigos. Pero sí se podían reproducir, total o arcialmente, las querellas o recursos presentados ante los tribunales, incluidos los hechos allí relatados. Se buscó el modo sutil de dar la información diciendo que se presentaba ante tal tribunal un recurso de amparo, el cual «indica que...». Ésta fue la fórmula que ocuparon las radios no oficiales frente a la censura, que se mantuvo muy presente hasta más o menos el año 1987.
Así y todo, los medios de comunicación no comprometidos con la dictadura fueron creciendo en importancia, y la radio por sobre el resto. Carreras dice que, por entonces, nada de los luctuosos sucesos que ocurrían lo informaba la televisión, tampoco la prensa: «sólo los diarios La Época y Fortín Mapocho, a duras penas, lograban quebrar la hegemonía de los diarios de circulación nacional». La gran mayoría de la prensa escrita estaba en manos de El Mercurio, La Segunda, Las Últimas Noticias, La Tercera y La Cuarta, medios oficialistas que, junto a los canales de televisión de la época, entre ellos canal 13 de la Universidad Católica, canal 9 de la Universidad de Chile, y canal 7 TVN, que era el canal estatal, no entregaban informaciones de las atrocidades que ocurrían en Chile.
La radio era la única que ofrecía información creíble, responsable y veraz. Cooperativa, Chilena, Santiago y Carrera eran las preferidas para un público auditor cada vez más creciente. Algo más atrás, pero presente también, estaba Radio Umbral.
Aunque con disímiles recursos, varias de ellas sufrieron censura y clausura por su valentía para informar. Carreras afirma que fue así como Radio Cooperativa alcanzó la primera sintonía nacional y logró un liderazgo, que mantuvo por muchos años. El periodista evoca una curiosa experiencia que vivió en esos años, pues en cada repartición pública donde iba, incluso en recintos militares o policiales, siempre sonaba de fondo la Radio Cooperativa. Todos estaban expectantes a los tambores característicos, que anunciaban algo importante que había ocurrido o estaba aconteciendo.
El profesional estuvo 21 años en esa emisora y junto a sus colegas sufrió muchas formas de amedrentamiento, incluso fue encañonado al pecho con bala pasada. Además, recibió misteriosos y amenazantes llamados telefónicos, tanto en el medio informativo como a su casa familiar, cuando él no estaba en su residencia. Carreras siente orgullo de ese trabajo profesional, el cual valora porque «siempre se hizo en equipo» y «fue útil en la lucha pacífica por el retorno a la democracia».
Durante todos los años de dictadura, el régimen controlaba la programación. Mientras, en 1974 se crea la Radio Nacional de Chile, una emisora que fue dirigida por el gobierno y las Fuerzas Armadas para servir como medio de propaganda. Al resto que permanecía al aire se le aplicaron, en cambio, todas las medidas represivas y se dictaron leyes que permitían un amplio dominio del gobierno sobre la radiodifusión. Esto ocurrió, a inicios de la dictadura, con el bando No1, que ordenó el cese actividades a todos los medios afines a la Unidad Popular, y el bando No 12, entre otros, que advertía a la prensa, radio y canales de televisión, que toda información que se diese debía estar confirmada por la Junta Militar. Se limitaban las concesiones de ondas, se restringía el derecho a propiedad y las programaciones debían responder a las normas de funcionamiento que exigía la dictadura. En 1982, a medida que se incrementaban las protestas por la crisis económica y después las llamadas protestas nacionales, se buscó prohibir programas como «A esta hora se analiza» de Radio Chilena, e incluso «Controversia», de Radio Agricultura, afín al régimen. Estas medidas se replicaban también en radios locales como la Voz de la Costa de Osorno o La Frontera de Temuco, entre tantas otras. El 13 de mayo de 1983 el Decreto Supremo No 583 suspendía las transmisiones de Radio Cooperativa de Santiago, Valparaíso y Temuco. Estos fueron solo un ejemplo de lo que fue la persecución a las radios, aunque también afectó a sus trabajadores. Gerentes, funcionarios y periodistas recibieron llamados anónimos con amenazas de muerte o que explotaría una bomba en sus estudios de transmisión si osaban informar lo que pasaba en las calles.
En mi libro testimonial14 relato que en Radio Cooperativa «las falsas alarmas de bombas en el recinto de la radio eran pan de cada día. Después de la consabida evacuación, a la que éramos obligados, volvíamos al trote a las noticias, a los despachos periodísticos y a preparar hojas informativas, con cinco papeles de calco entre medio para las cinco copias del mismo texto, que luego leían los locutores al aire, a la hora de El Diario de Cooperativa». Ese periodismo radial hecho a puro ñeque, de manera tan artesanal, con máquinas de escribir que rugían en una estrecha sala de prensa de una antigua casona en la comuna de Providencia, fue la valiente manera que usamos para entregar esperanza y compañía a millones de compatriotas en los aciagos años de dictadura.
El Diario de Cooperativa ya desde 1976 se había transformado en un referente periodístico, cuando comenzó una nueva línea editorial bajo la dirección de la periodista Delia Vergara, que buscaba entregar hechos objetivos y de modo pluralista. Fue así como en un espacio del abogado Jaime Hales, éste se refirió al hallazgo de cadáveres en una mina abandonada en Lonquén. Se trataba de campesinos del lugar que fueron detenidos en 1973 por carabineros y desaparecidos desde entonces.
En parte de su comentario en Radio Cooperativa señaló que «personas detenidas por Carabineros y de las cuales nunca más se supo. Y ahora aparecen enterrados en grupo, claramente con la intención de ser ocultados en una mina de cal abandonada. Y están muertos sin que aparezca su asesino. Y aunque aparezca, no habrá castigo, porque hay una ley de Amnistía para todos los que cometieron homicidio desde 1973 hasta 1978, en marzo».
Ya entrada la década de los ochenta, tanto Radio Chilena como Radio Cooperativa, cuyo jefe de prensa era el periodista Guillermo Muñoz Melo desde 1980, siguieron evolucionando y comenzaron a fidelizar un público interesado en conocer los hechos tal como sucedían. El testimonio de otro destacado periodista de aquellos años, Manuel Francisco Daniel –quien ejerció en ambas radios, pero en distintos períodos de la dictadura– evoca un día de diciembre de 1982, cuando la Coordinadora Nacional Sindical, presidida por el dirigente textil Manuel Bustos, convocó a una manifestación en la desaparecida plaza Artesanos de la capital, ubicada frente a la Estación Mapocho. «Fui a cubrir el evento. Por supuesto, el gobierno prohibió el acto y ordenó dispersar a los dirigentes y trabajadores que llegaron. De inmediato fue detenido el dirigente de la construcción Héctor Cuevas, y más tarde, en su casa, Manuel Bustos (presidente de la Coordinadora) y Carlos Podlech (dirigente empresarial agrícola). Los tres fueron expulsados del país. Pero eso no fue todo. Como ya no había manifestación, Angélica Cabello, de Radio Chilena, y yo, de Cooperativa, decidimos buscar un teléfono y despachar la información a nuestras emisoras. No alcanzamos. Aparecieron 15 individuos con gorros chilotes y armados de laques, manoplas, cadenas y otros implementos y agredieron a quienes encontraron a su paso. Fueron conocidos como los gurkas17 y sus agresiones se enfocaron contra los periodistas. Uno de estos delincuentes me golpeó con un laque en la cabeza y fui a parar a la posta. Llegué en calidad de bulto al recinto asistencial gracias a que los colegas me metieron en un taxi, al que también se subieron el abogado Jaime Hales y el periodista Manuel Délano»18, recuerda Daniel. Días más tarde, la llegada y salida de su casa fue vigilada por un vehículo sin patente, donde tres sujetos en su interior estaban atentos a sus movimientos. «Esa situación duró varias semanas», precisa Daniel.
Las protestas nacionales
Las manifestaciones en Chile se hicieron más patentes una década después del golpe militar. En mayo de 1983, se generó un revuelo nacional cuando un joven dirigente sindical del cobre, Rodolfo Seguel, llamó a las primeras protestas contra la dictadura.
«Esos llamados fueron como la dinamita que reventó el pique», relata el propio Seguel, en ese tiempo sindicalista de la división El Teniente de Codelco. «Quedó la cagá», agrega al recordar la voz de Sergio Campos, cuando Seguel llamó a un paro nacional, en el contexto de una asamblea de la Confederación de Trabajadores del Cobre, realizada en Punta de Tralca, en 1983. El periodista Manuel Francisco Daniel recuerda la respuesta de Pinochet, quien, al enterarse del llamado a paro nacional, «mandó a ocupar las principales minas del país y llenar de militares y blindados los centros mineros. Fue entonces que Seguel decidió evitar un baño de sangre y cambió el paro por la primera protesta nacional», precisa.
La Dirección Nacional de Comunicación del Gobierno (Dinacos), creada a fines de 1973 en reemplazo de la Oficina de Informaciones y Radiodifusión, no tardó en censurar el comunicado y las instrucciones de los sindicatos del cobre, que Cooperativa había comenzado a informar a sus auditores. Ese primer instructivo para la protesta del 11 de mayo de 1983 incluía, entre otros llamados: no mandar los niños al colegio, no asistir a las universidades, hacer trabajos lentos y no asistir a los casinos (paro de viandas); a los transportistas, desplazarse lento; a los automovilistas, tocar la bocina al mediodía en todo el país; al comercio, cerrar temprano; y a la ciudadanía en general, tocar las cacerolas en todo el país a las 20 horas.
Manuel Francisco Daniel recuerda la llamada telefónica que recibió un sábado en la antesala a una jornada de protestas. «Me habla una voz autoritaria, que pide hablar con el director de la radio o con el presidente del directorio. Le digo que sólo está el periodista de turno, que era yo. Se identifica como director de Dinacos y me informa que, a partir de ese momento, queda prohibido dar a conocer todo o parte del comunicado de los trabajadores de la Confederación del Cobre. Le respondí que no tomaba resoluciones de ese tipo sin consultarlo con el director. Le pedí su nombre, cargo y un número de teléfono. Suspendí entonces toda información mientras ubicaba al director de la radio», cuenta. Él le confirmó la orden y le pidió a Daniel que inventara alguna forma para dar la información a los oyentes. Y lo hizo redactando la siguiente nota: «‘La Confederación de Trabajadores del Cobre suspendió el paro convocado para el próximo martes y lo cambió por la primera protesta nacional. La información la entregó a través de un comunicado, que no podemos dar a conocer ni el todo o parte de él, por prohibirlo la Dirección Nacional de Comunicaciones’. Eso llevó a que la radio la clausuraran durante diez días después de la protesta», consigna.
La primera protesta ocurrió el martes 11 de mayo de 1983, y fue cubierta desde las primeras horas de ese día por radios Cooperativa y Chilena, las que más se atrevían a desafiar la censura gubernamental.
«Fue algo impactante», recuerda Seguel, pues, «como diría un minero, fue la dinamita que reventó el pique, para que saliera a la luz pública. Esto perforó fuertemente a la dictadura militar», situación que profundizaremos más adelante en la conversación con el reconocido periodista y locutor Sergio Campos.
La persecución a los medios de prensa, especialmente a las radios que eran capaces de transmitir lo que de verdad acontecía, se presentaba a cada momento y aún con el riesgo de ser clausuradas o suspendidos sus espacios periodísticos, incluso a riesgo de la integridad física de su personal. Los reporteros radiales de la época tenían con su público auditor un compromiso indeleble, y eran capaces de llegar a la audiencia de manera inmediata, haciendo frente a los peligros que entrañaba ser un reportero en terreno, dispuesto a luchar por el término de la dictadura.
Yo no fui la excepción: «un primero de mayo llegué a la Agrupación Nacional de Empleados Fiscales (ANEF) a reportear una concurrida asamblea, donde cada dirigente levantaba una arenga alertando a los trabajadores fiscales de los abusos a los que estaban expuestos trabajadores públicos y privados (...). De pronto, en medio de la acalorada asamblea, veo ingresar un grueso contingente militar que rodeó todo el lugar, apuntando con sus fusiles directamente a cada uno de nosotros. Llevaban sus rostros pintados de negro, aunque reconocí, por sus ojos, que eran en su mayoría muchachos que no pasaban los 20 años. La escena fue terrorífica. Aun así, no perdí mis ansias reporteriles y me escabullí para buscar un teléfono y desde allí despaché directamente a los auditores los hechos, tal como estaban ocurriendo. Dije que ‘en medio de una asamblea en la sede de la ANEF, hemos sido rodeados por militares con rostros pintados, quienes fuertemente armados exigen el término inmediato del acto sindical’. Luego, fuimos sacados con los brazos en alto».
La periodista Ana Laura Cataldo, hoy a sus 78 años, rememora parte de su pasado y nos entrega su visión de lo que fue ser periodista de radio en dictadura. Con residencia actual en Canadá, trae a su memoria los meses anteriores del fatídico golpe de Estado, cuando era una joven reportera de Radio Chilena. Allí fue, además, dirigente del sindicato de periodistas radiales, lo que le otorgaba fuero sindical y no podía ser despedida. «Hacía más de cinco años que trabajaba en Radio Chilena. Un día de julio del ‘73, el gerente de la época me llamó a su oficina y me dijo que tenía que firmar la renuncia. Le respondí: ‘No, si quiere despedirme tiene que hacerlo usted porque tengo fuero sindical, y eso se paga y usted lo sabe’. Además, le pedí que me diera los motivos por los que me despedía. Y me contestó: ‘por rogelia’, porque en varias oportunidades había impedido, junto a varios compañeros, que la radio se sumara a la cadena de Radio Agricultura, perteneciente a la Sociedad Nacional de Agricultura, entidad de los terratenientes. Esta cadena de Radio Agricultura promovía y apoyaba la toma del poder por las Fuerzas Armadas y la extrema derecha, en contra del Presidente Salvador Allende», recuerda.
Tras el golpe militar de 1973, vino el exilio. Pero, después de once años, Ana Laura volvió al país y se incorporó como periodista a la dotación de profesionales de Radio Cooperativa.
«Fue una época difícil. Hicimos muchas cosas de las cuales hoy nos enorgullecemos y nos demuestran que todo valió la pena. Cuando decíamos que éramos periodistas de Cooperativa, se nos abrían todas las puertas y los corazones también. La gente nos contaba sus aflicciones, y donde fuéramos, en Santiago o en regiones, siempre recibimos mucho cariño», cuenta con emoción. «Las circunstancias hicieron que Cooperativa fuera mucho más que una emisora de compañía o un medio informativo. Fuimos, además, una protección para el desamparado, un consuelo para el afligido, un refugio espiritual en el que la gente confiaba y esperaba una respuesta, y una esperanza para situaciones tan dramáticas, como la desaparición del marido, de un hijo, de una hija, del papá, u otro familiar cercano. También de manera anónima había quienes se comunicaban con el departamento de prensa para proferir amenazas e insultos haciendo alusiones a nuestras señoras madres y nos anunciaban que pronto recibiríamos flores, porque nos iban a degollar. Además, casi siempre había, por lo menos, un auto estacionado frente a la radio, durante todo el día, con cuatro pasajeros en su interior», cuenta Cataldo.
Ana Laura recuerda una anécdota con una auditora: «un día llegamos en el móvil a una población de la comuna de Estación Central, donde alguien de pronto grita mi nombre y veo a una señora que preguntaba por mí. Le hice señas y, al llegar a mi lado, me abrazó y me besó en ambas mejillas dándome las gracias. No sabía por qué me daba las gracias. Muy emocionada me dijo que yo había salvado a su hijo y a otros tres jóvenes de la población, quienes habían sido detenidos por agentes de alguna de las organizaciones represivas de la época. Los jóvenes fueron liberados al poco tiempo y la señora agradeció la rápida difusión de la noticia. Ese hecho fue el mejor reconocimiento a mi trabajo radial».
Otro aspecto que destaca Ana Laura es lo que ocurría cuando Radio Cooperativa era clausurada, recibiendo el apoyo y la solidaridad de las otras emisoras conscientes de lo que sufría el país. «Llegaba apoyo de Radio Carrera, Santiago, Nuevo Mundo y Chilena, donde teníamos amigos de corazón; mujeres y hombres jugados, y al servicio de la población atropellada», dice.
Comentarios
¡ Quiero ese libro!! Saludos
Quiero un libro . Saludos
Añadir nuevo comentario