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Viernes, 25 de Julio de 2025
[Voces Lectoras]

Netanyahu en su laberinto

Claudio Mandler (*)

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Benjamin Netanyahu.
Benjamin Netanyahu.

En esta columna, Claudio Mandler, miembro de la Agrupación Judía Diana Arón, realiza una contextualización histórica de algunos hitos del conflicto palestino israelí, apuntando al primer ministro israelí como el principal responsable, por la parte israelí, de que no se vea la paz en el horizonte próximo. “Si pudiéramos personificar en un individuo las prácticas y los obstáculos que imposibilitan tener siquiera la esperanza de que las cosas puedan cambiar para mejor, ese individuo sería, sin duda, Benjamín Netanyahu”.

Quienes pensamos que los habitantes de Israel/Palestina deben gozar de los mismos derechos solo por el hecho de vivir en aquella región, independientemente de su raza, su etnia, su credo, su identidad de género; vemos, lamentablemente, muchos obstáculos para que aquello —que pareciera algo tan trivial y lógico— se vuelva realidad.

Lo primero que salta a la mente como obstáculo en el lado israelí es, obviamente, sus políticas de ocupación, colonización, limpieza étnica, y una progresiva política de exterminio —intensificada actualmente a partir de los terroríficos hechos del 7 de octubre de 2023, y hasta el día de hoy—, políticas que comenzaron luego de la victoria israelí en la guerra de los 6 días. Es legítimo discutir, más allá de aquello, que dichas políticas tienen origen incluso antes, con el establecimiento mismo del Estado de Israel: las horrorosas prácticas efectuadas por el recientemente establecido Ejército de Defensa de Israel, en el marco de la guerra de 1948 o "la guerra de Independencia", que culminaron con 500 aldeas palestinas borradas del mapa y más de 700 mil palestinos expulsados/escapados de sus tierras y de sus hogares, para convertirse en refugiados sin derecho a retorno (y sin tener, físicamente, a dónde retornar), hechos que constituyen la Nakba (catástrofe) palestina.

Cuando hablamos de un proyecto nacional que tiene relación con una entidad que mezcla la nacionalidad con la religión, pretendiendo establecer un "estado-nación judío", en un territorio ya habitado por personas que no pertenecen a esa entidad nacional-religiosa, es lógico que éste contemple prácticas como las llevadas a cabo a partir de 1948: si la realidad choca con tu proyecto nacional, entonces hay que cambiar dicha realidad... Israel lo hizo en 1948, aprovechando su gran victoria sobre los ejércitos árabes que pretendían borrarla del mapa apenas declarada su independencia, y sigue intentando hacerlo hoy en día. Más en Gaza en estos momentos, pero también en Cisjordania: en ambos territorios, viven en total más de 5 millones de palestinos.

Los horrorosos acontecimientos de los últimos 10 meses —en particular, pero no solamente, el genocidio cuya ejecución hemos venido presenciando día a día por todo este tiempo— nos demuestran de la forma más descarnada posible que la Nakba no es un hecho histórico que pasó hace 75 años y que concluyó, sino que es un proceso histórico que sigue intensificándose con los años.

Por la parte israelí, si pudiéramos "personificar" en un individuo las prácticas y los "obstáculos" de los cuales hablábamos al principio de este texto —los que imposibilitan tener siquiera la esperanza de que las cosas algún día puedan cambiar para mejor—, ese individuo sería, sin duda, Benjamín Netanyahu, el primer ministro de Israel.

Desde que fue electo como primer ministro, Netanyahu se ha dedicado, respecto al conflicto palestino-israelí, en pocas palabras, a torpedear cualquier intento de negociación o acercamiento con el liderazgo palestino (o simplemente a continuar con el proceso iniciado en Oslo); a violar cualquier acuerdo ya alcanzado; a menoscabar a la Autoridad Nacional Palestina —ente representante del pueblo palestino, cuya creación fue estipulada en los acuerdos de Oslo—, reforzando justamente a sus oponentes políticos, el Hamás, ente que controla la Franja de Gaza desde 2006 y enemigo declarado de Israel (vaya ironía...); a profundizar la ocupación y la colonización de territorio palestino; y a "administrar el conflicto" —lo que se traduce en una suerte de rutina de efectuar operaciones militares en Cisjordania y Gaza cuando "las condiciones lo ameritan".

En los últimos 40 años, Netanyahu —miembro del Likud, partido de tendencia conservadora, nacionalista y liberal— ha sido electo primer ministro de Israel en seis oportunidades: entre 1996 y 1999 (su primer término), entre 2009 y 2021 (4 términos consecutivos), y desde 2022 hasta el presente.

Es el único primer ministro israelí, hasta ahora, en haber nacido después del establecimiento del "estado judío", y el que más años ha estado en el cargo —casi 16 en total, incluyendo poco menos de 12 años consecutivamente.

Netanyahu es un fiero negacionista de los derechos del pueblo palestino en general y, por supuesto, de su derecho de establecer un estado propio en "las fronteras de 1967" (antes de la guerra de los seis días).

Antes de llegar a ser primer ministro, Bibi —como es conocido en Israel— constituyó una muy virulenta oposición al gobierno de Itzjak Rabin (1992-1995), otrora héroe de la Guerra de los Seis Días y quien haya firmado en 1993 los acuerdos de Oslo, con la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) como contraparte, con Yasser Arafat a su cabeza. Estos acuerdos pretendían poner un fin definitivo al conflicto palestino-israelí, reconociéndose mutuamente los derechos de ambos pueblos y comprometiéndose ambas partes a una negociación pacifica para, por fin, encontrar una solución permanente.

Indudablemente, fueron muchas las causas que propiciaron el clima de polarización en la sociedad israelí durante el mandato de Rabin, que culminó con su asesinato a manos de un extremista israelí de la derecha mesiánica, en noviembre de 1995. Una de ellas, efectivamente, es el llamado a la violencia que hicieron públicamente los partidos de oposición, incluido el Likud junto a sus líderes —con Bibi también ahí— frente al obstinado compromiso de Itzjak Rabin por el camino de la negociación marcado por Oslo, a pesar de la cada vez más violenta reacción de las organizaciones de resistencia palestinas. La reacción de la oposición a Rabin fue, asimismo, cada vez más violenta. El generar un clima de violencia dentro de la sociedad israelí, y el lograr inculcarle la conciencia que seguir en la senda de la paz es traicionar a la patria, le ayudó a Netanyhau, posteriormente, a triunfar en las elecciones de 1996.

Desde que fue electo como primer ministro, Netanyahu se ha dedicado, respecto al conflicto palestino-israelí, en pocas palabras, a torpedear cualquier intento de negociación o acercamiento con el liderazgo palestino (o simplemente a continuar con el proceso iniciado en Oslo); a violar cualquier acuerdo ya alcanzado; a menoscabar a la Autoridad Nacional Palestina —ente representante del pueblo palestino, cuya creación fue estipulada en los acuerdos de Oslo—, reforzando justamente a sus oponentes políticos, el Hamás, ente que controla la Franja de Gaza desde 2006 y enemigo declarado de Israel (vaya ironía...); a profundizar la ocupación y la colonización de territorio palestino; y a "administrar el conflicto" —lo que se traduce en una suerte de rutina de efectuar operaciones militares en Cisjordania y Gaza cuando "las condiciones lo ameritan" (atentados dentro de Israel, misiles desde Gaza, etc). Esto último lo ha ayudado a establecer como un hecho incuestionable su discurso respecto a que "en el otro lado no hay con quien hablar", o "nos quieren aniquilar", y, por supuesto, a asegurar que su gran preocupación es la seguridad de Israel; "Si nos atacan, contraatacaremos con más fuerza y saldremos victoriosos".

Resulta interesante que el discurso "unificador" del nacionalismo israelí de ultra derecha, respecto a los judíos de Israel y del mundo, es también unificador respecto al enemigo "palestino", lo que se traduce en una "nazificación" no solo del Hamás —más aun desde el ataque del 7 de octubre— sino de toda la sociedad palestina.

Los consecutivos gobiernos de Netanyahu, con el tiempo, fueron siendo más y más extremistas, perpetuando su poder en base a las políticas para con el conflicto palestino-israelí que parecían "tener sentido" en sectores de la sociedad israelí. De hecho, el "problema palestino" fue quedando en segundo plano, con una sociedad israelí que, mayoritariamente, hacía tiempo "no le creía a los palestinos", no tenía ninguna esperanza en una solución política, que abiertamente normalizaba la ocupación y las políticas israelíes en los territorios ocupados, y que creía que frente a las organizaciones armadas de resistencia la respuesta es tener un ejército fuerte, ya que la solución al conflicto es militar.

El actual gobierno israelí puede ser catalogado, sin temor a equivocarnos, como el más extremista en la historia de Israel; las circunstancias en las cuales se encontraba Netanyahu a la hora de intentar conformar gobierno, al haber logrado la primera mayoría, lo obligaron a negociar una coalición con las facciones más radicales del nacionalismo mesiánico y supremacista en Israel —quienes siempre apoyaban "por fuera" a los gobiernos de derecha. En su afán de poder y de inmunidad, aquello era lo de menos para Netanyahu. Los ministros más incendiarios de su gobierno hoy en día son Ben Gvir, ministro de Seguridad Nacional, y Smotrich, ministro de Finanzas, ambos miembros de aquellas facciones. A pesar de que en realidad dichas facciones fascistas son una minoría, gozan de una sobrerepresentación en el gobierno israelí solo por las necesidades personales de Netanyahu.

En las vísperas de las últimas elecciones en Israel, a fines de 2022, Netanyahu estaba ya muy cuestionado popularmente (más que nada, obviamente, por la oposición), enfrentando a la justicia por varios casos de corrupción. Lo único que podía salvarlo de continuar con el juicio y una eventual pena de cárcel era la inmunidad que gozaría como primer ministro, por lo que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para lograr aquel objetivo.

El actual gobierno israelí puede ser catalogado, sin temor a equivocarnos, como el más extremista en la historia de Israel; las circunstancias en las cuales se encontraba Netanyahu a la hora de intentar conformar gobierno, al haber logrado la primera mayoría, lo obligaron a negociar una coalición con las facciones más radicales del nacionalismo mesiánico y supremacista en Israel —quienes siempre apoyaban "por fuera" a los gobiernos de derecha. En su afán de poder y de inmunidad, aquello era lo de menos para Netanyahu. Los ministros más incendiarios de su gobierno hoy en día son Ben Gvir, ministro de Seguridad Nacional, y Smotrich, ministro de Finanzas, ambos miembros de aquellas facciones. A pesar de que en realidad dichas facciones fascistas son una minoría, gozan de una sobrerepresentación en el gobierno israelí solo por las necesidades personales de Netanyahu.

Como comentamos anteriormente, los palestinos no eran un tema para la nueva coalición conformada después de las elecciones. Para que los colonos puedan hacer lo que les plazca en los territorios ocupados (como establecer nuevas colonias ilegales y atormentar violentamente la vida —que ya es muy dura— de la población palestina bajo ocupación israelí), y que aquello pase "bajo el radar", de forma desapercibida por la sociedad israelí, la opinión pública se debatía en el primer gran paso del gobierno entrante: una reforma judicial profunda, que menoscababa la independencia del poder judicial frente al poder legislativo y más que nada al poder ejecutivo. En otras palabras, un golpe judicial.

Bajo dicho contexto, la oposición, a la cual en los últimos años la cuestión palestina o el combate en contra de la ocupación y la colonización de territorios palestinos —hay que decirlo— ya no conformaban sus grandes banderas de lucha, comenzó a reagruparse y salir a las calles en lo que se transformaría en un año de demostraciones masivas contra el golpe judicial, llamando a la renuncia de Netanyahu y la conclusión de su procesamiento frente a la justicia. Después de todo, ¿cómo podía ser que un primer ministro que está sobrellevando un juicio de corrupción en su contra haga, al mismo tiempo, una reforma judicial tan profunda que sin duda lo beneficiaría en sus asuntos (i)legales? Hace muchos años que no se veían en Israel manifestaciones de tal magnitud.

Lentamente, demasiado lentamente para muchos, el tema palestino fue pasando a ser parte —muy marginalmente— de la protesta social.

Pero todo cambió el 7 de octubre: el golpe de Hamas y la Yihad Islámica esa jornada demostró a los israelíes, de una forma muy dolorosa, que aquella percepción de "administración del conflicto" que adoptó Netanyahu por tantos años y que tanto rédito le trajo, era solo una burbuja de jabón que tarde o temprano explotaría: el "problema palestino" no podía ser acallado, la ocupación y colonización —y todo lo que aquello conlleva— no podían ser normalizados, el supremacismo mesiánico judío tenía que ser puesto en su lugar; en el basurero de la historia.

A esto habría que agregar que muchas de las víctimas por la incursión de Hamas a territorio israelí, eran justamente personas del campamento por la paz, residentes en kibutzim (granjas comunitarias), opuestos a las políticas del gobierno, a la ocupación y a la colonización en los territorios palestinos. Son ellos que llenaban las calles exigiendo la dimisión de Netanyahu semana tras semana. Son ellos que velaban por los derechos de los palestinos del otro lado del muro divisorio, en Gaza. El 7 de octubre, para ellos, significó un golpe rotundo. Causó un gran desaire en dicho segmento de la sociedad israelí, que les hizo cuestionarse sobre sus convicciones respecto a "la contraparte palestina". Los extremismos de ambas partes se potencian mutuamente, y a veces la cruda realidad provoca que hasta quienes creen en una vía alternativa se replanteen sus creencias. Para una gran parte de la izquierda israelí, de hecho, el término "Genocidio" para describir las masacres perpetradas por Israel a la población civil de Gaza es inaceptable. ¿Puede ser que el que muchos de sus miembros hayan sido víctimas del ataque del Hamas los haga reacios a reconocer que lo que ocurre en Gaza es un genocidio? ¿Puede ser que la sombra del Holocausto —el genocidio por excelencia— sobre la sociedad israelí aun es demasiado fuerte, y todavía les cuesta tildar de "genocidio" cualquier otra matanza, más aún si es realizada por su propio ejército? Tal vez... Es un hecho que, hasta hoy, Israel ha rehusado reconocer el genocidio armenio, siendo que dicho genocidio, y la barbarie Nazi, inspiraron a Raphael Lemkin, abogado judío polaco, a acuñar la palabra Genocidio en 1944. Y eso que en la ciudad viaje de Jerusalén uno de los cuatro cuartos en que está dividido dicho enclave, es el cuarto armenio...

La perpetuidad de la incursión israelí; el fracaso en devolver a los secuestrados; la nula posibilidad de alcanzar los "objetivos de la guerra"; el cuestionamiento que le hace una buena parte del pueblo israelí a Netanyahu como el responsable de la debacle de octubre de 2023 y que sea justamente él quien pretenda "solucionar" la situación; sus muy cuestionables intereses personales en que la "guerra" no se acabe —ya que cuando aquello pase deberá, por lo menos, llamar a elecciones y por consiguiente seguir por fin el curso del juicio que enfrenta—; el alto precio de la guerra en lo económico y en lo que respecta a la sociedad israelí, con muchas bajas, población que aún no puede volver a sus casas con varios enfrentando una situación económica compleja; y el deterioro sostenido en el tiempo de las relaciones con su gran aliado, Estados Unidos; son todos elementos que han ido mermando el apoyo hacia Netanyahu en estos largos meses.

La reacción israelí al ataque de Hamas fue inmediata: por un lado un Netanyahu que, no asumiendo la responsabilidad por lo ocurrido, sino, más bien, repartiendo responsabilidades —más que nada a los aparatos de seguridad y a la oposición— y prometiendo "venganza", "destruir a Hamas" (que hasta entonces era su "aliado" en el sentido del "demonio al otro lado"), y traer a Israel una "victoria absoluta", pagando el precio que haya que pagar por aquello: la masacre de población civil gazatí —niños, mujeres, ancianos… el exterminio de familias enteras—, el desplazamiento forzado de millones de personas, la destrucción total de barrios enteros, de infraestructura, de colegios, de hospitales, y un largo etcétera. Esto último, hay que tener la certeza de que no le importa en lo más mínimo, sino que es parte de su visión de mundo y la de sus compañeros de coalición.

Por otro lado, la vida de los secuestrados por Hamas durante el ataque del 7 de octubre, la vida de centenares de soldados caídos hasta ahora y de aquellos que caerán en el operativo israelí en Gaza —que luego de más de 10 meses no tiene fecha de término—, además del desplazamiento forzado de centenares de miles de israelíes del sur, como también del norte (porque el escenario de "guerra" no contempla sólo a los palestinos de Gaza, ni de Cisjordania, sino que a otros actores clave de la región). Todo aquello, sensibiliza mucho a la población israelí, pero a estas alturas queda más que claro que para Netanyahu y su séquito son solo daños colaterales.

Como es de imaginar, todo este entramado que se ha generado a partir del 7 de octubre ha influido profundamente en la ya polarizada sociedad israelí. El fracaso de la percepción de seguridad que Netanyahu sostenía se refleja en que en el ataque del Hamas murieron más judíos que en muchos pogromos importantes en la historia judía, siendo el ataque más letal efectuado hacia judíos desde el Holocausto.

La perpetuidad de la incursión israelí; el fracaso en devolver a los secuestrados; la nula posibilidad de alcanzar los "objetivos de la guerra"; el cuestionamiento que le hace una buena parte del pueblo israelí a Netanyahu como el responsable de la debacle de octubre de 2023 y que sea justamente él quien pretenda "solucionar" la situación; sus muy cuestionables intereses personales en que la "guerra" no se acabe —ya que cuando aquello pase deberá, por lo menos, llamar a elecciones y por consiguiente seguir por fin el curso del juicio que enfrenta—; el alto precio de la guerra en lo económico y en lo que respecta a la sociedad israelí, con muchas bajas, población que aún no puede volver a sus casas con varios enfrentando una situación económica compleja; y el deterioro sostenido en el tiempo de las relaciones con su gran aliado, Estados Unidos; son todos elementos que han ido mermando el apoyo hacia Netanyahu en estos largos meses.

Pero él, como si nada, aferrado al poder, no acusando recibo, displicente y petulante para con sus adversarios —dentro y fuera de su coalición. Dentro de su cabeza, no pareciera tener otra opción —su supervivencia política lo aleja de la cárcel. Lo increíble es que le ha dado resultado: hoy en día se ve un giro en las encuestas. Netanyahu está repuntando. Queda claro, una vez más, que es un animal político, que su discurso manipulativo surge efecto en una amplia fracción de los israelíes.

Lo otro increíble, aunque cueste creerlo, es que Netanyahu tiene sólo su propio bienestar frente a sus ojos. En el fondo, no actúa como lo hace por algo ideológico, no busca la "prosperidad de Israel o del pueblo judío",  no son sus valores sionistas lo que lo mueven. Es el mero egoísmo lo que lo impulsa. Solo cálculos fríos sobre qué es lo que más le conviene a él y a su familia. Él, seguramente, cree lo contrario. Así de enfermizo es el asunto.

Nadie sabe qué depara el futuro cercano. ¿Se logrará el retorno de los secuestrados israelíes y el fin a la agresión israelí en Gaza en las negociaciones en Doha (Catar), que comenzaron hace unos días? ¿Qué pasará con Hizbalá en el Líbano? ¿Con Irán? La región es un hervidero, y nada hace tener mucha esperanza en el día de mañana. Como siempre, las víctimas son gente común y corriente, que quiere vivir en paz, con masacres realizándose en su nombre.

¿Qué pasará, por otro lado, con Netanyahu? ¿Estará dispuesto el pueblo israelí —o la justicia israelí— a sacarlo prontamente de la ecuación? ¿Lo lograrán? Lo único que podemos estar seguros, quienes aún creemos en un futuro mejor para todos los habitantes de Medio Oriente, es que personajes nefastos como Benjamín Netanyahu contribuyen solo a alejar dicho futuro. Y que, en el mundo entero, quienes estamos comprometidos con los derechos de los pueblos y los derechos humanos, no dejaremos de denunciarlo.

 

Sobre el autor (*): Claudio Mandler es licenciado en historia, vivió y estudió en Israel y forma parte de la organización del colectivo progresista chileno Agrupación Judía Diana Arón, conformado en memoria de la periodista judía Diana Frida Arón Svigilsky, detenida desaparecida por la dictadura de Pinochet. AJDA como entidad busca homenajear la memoria de Arón pero según explican, no pretenden representar necesariamente sus posturas ni las de su familia.



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