En una carta al director publicada por El Mercurio esta semana, el abogado Jorge Correa Sutil escribe: “ahora que los de la lista del pueblo han venido a engrosar la lista de los pecadores (…), hago votos para que dejen de sentirse moralmente superiores y enrostrarle al resto los males de este mundo”. La ironía religiosa del militante DC revela el alivio del establishment frente a la caída de un discurso de impugnación moral al sistema político.
Hoy, los partidos tradicionales se ofenden cuando un nuevo actor esgrime superioridad ética sobre otro, pero es bueno recordar que esta lucha ha tenido muchos precedentes en las últimas tres décadas y el empate moral siempre es la excusa del que ha fallado.
Durante los años ’90, la UDI y RN debieron enfrentarse a su herencia dictatorial. Como justificación, esgrimían el llamado “contexto histórico” para referirse a la polarización previa al golpe de estado. Pero la vieja estrategia del empate moral aquí no tenía sentido, y como dijera el ex dirigente socialista Jorge Arrate, no se pueden igualar “errores con horrores”. Por eso la superioridad moral de los demócratas era real y justa.
Transcurrida la primera década de la transición, el peso de la dictadura sobre los hombros de la derecha se fue aligerando, mientras el desgaste de la Concertación gobernante aumentaba. Durante el Gobierno de Ricardo Lagos se destapó un escándalo de corrupción, el Mop-Gate, en el marco de un alabado proceso de concesiones y licitaciones de obras públicas. También se sabría del uso de gastos reservados de las autoridades de gobierno para suplementar los sueldos de los ministros.
¿Importa quién fue más corrupta, si la derecha o la Concertación? No, lo relevante para el ciudadano es la diferencia entre “meter y no meter las manos”. Cuando hay corrupción es justo y necesario declarar superioridad moral de quien tiene las manos limpias.
Se abrió una nueva dimensión para debatir sobre la ética pública donde la derecha opositora presumió un mayor estándar de probidad frente a la Concertación. Pero el desempate no tardaría, y en el año 2014 se destaparían los millonarios desfalcos de Pinochet y sus cuentas en el Banco Riggs. Para cierta derecha recalcitrante, incluso ese fraude resultaba más doloroso que las violaciones a los DDHH.
¿Importa quién fue más corrupta, si la derecha o la Concertación? No, lo relevante para el ciudadano es la diferencia entre “meter y no meter las manos”. Cuando hay corrupción es justo y necesario declarar superioridad moral de quien tiene las manos limpias.
Más tarde, en 2015, estalló un nuevo escándalo por el financiamiento ilegal de las campañas y la captura de los políticos por empresas como SQM, Penta y otras 24 compañías que zafaron de la investigación judicial. Los sobornos involucraron a moros y cristianos. Esta vez la clase política tradicional no esgrimía el “empate moral”, se cocinaba con Impuestos Internos y la Fiscalía una operación que garantizaba impunidad con “empate inmoral” . El honor en este caso lo salvaron quienes no participaron del financiamiento irregular, el viejo PC, que no fue cooptado por SQM, y una nueva generación de jóvenes que recién comenzaba a formar el Frente Amplio. ¿Hay superioridad moral entre quienes recibieron financiamiento irregular y quienes no? Por supuesto que la hay, y defender aquello como bandera política también es justo.
El despeñadero por el que caían las instituciones, especialmente el sistema de partidos políticos, siguió agudizándose y fue en parte un detonante del estallido social de 2019. Esta etapa de degradación general ya no dejó espacio para competencias morales entre ningún miembro de la élite.
La disputa ética entonces se trabó entre nuevas formas de organización y las instituciones organizaciones o partidos tradicionales de viejo cuño. Los independientes emergieron con su dedo acusador y su crítica moral a la vieja política también fue justa.
Ahora se revela el falso cáncer del convencional Rojas Vade y cierto sector de la clase política se frota las manos al visualizar una nueva oportunidad de reivindicarse frente a las agrupaciones independientes. Pero no se puede mantener el monopolio de la representación si no se ejerce un poder más democrático, probo y mejor distribuido; más participativo, transparente y subordinado a la voluntad popular.
Cuando el DC Correa Sutil alega contra los discursos de superioridad moral, implícita y quizá involuntariamente también está amparando los reducidos o inexistentes estándares éticos de una clase política desgastada.
La deuda de los partidos con la ciudadanía no se salda con empates morales que nivelen hacia abajo los estándares éticos de los y las representantes. Quien aspira a representar al pueblo debe honrar el compromiso con sus representados. Y la ciudadanía siempre tiene derecho a exigir decencia y coherencia
La deuda de los partidos con la ciudadanía no se salda con empates morales que nivelen hacia abajo los estándares éticos de los y las representantes. Quien aspira a representar al pueblo debe honrar el compromiso con sus representados. Y la ciudadanía siempre tiene derecho a exigir decencia y coherencia entre lo que se dice y lo que se hace.
¿Se alivia la desesperanza de los votantes de Rojas Vade al saber de la corrupción en la Municipalidad de Vitacura? Obviamente que no, y por eso criticar las faltas de los independientes también es lo justo.
Los estándares éticos nunca se nivelan hacia abajo y los empates morales nunca justifican la falta de valores. Porque la política no es sinónimo de corrupción, aunque los malos políticos insistan en desilusionarnos.
Comentarios
Lo que agradezco y muestra
Me encanta como escribe la
Me llama profundamente la
Para tratar de acercarcarse
Sólo felicitar a Yasna Lewin,
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