El viernes 9 de julio, la misma semana del inicio de la Convención Constitucional, El Mercurio publicó un editorial en el que enumeraba una serie de “señales preocupantes” en el organismo. El texto, a su vez, instaba al Gobierno a persistir en su “espíritu colaborativo y republicano”. Un mes más tarde, el lunes 9 de agosto, fue el Diario Financiero el que volvió sobre las “señales preocupantes”, esta vez aludiendo a la forma en que la Convención hacía uso de los recursos que se le habían asignado.
En la memoria de los lectores estaban frescos aún los detalles de los gastos en que incurrían los constituyentes, los que durante la semana previa habían sido ampliamente cubiertos por algunos medios escritos luego del minucioso informe emanado desde la Segpres. Incluso LUN, diario poco dado a la cobertura política, dedicó una página completa al tema, consignando que a los integrantes de la Convención se les dotaba de “café de grano, selección de té, aguas minerales con y sin gas (…) sándwich de pan ciabatta en variedades de pollo al pesto con tomates confitados y lechuga, roast beef de filete con tomate y rúcula, plateada deshilachada, vegetariano y bebida”.
Si bien la Convención Constitucional ha tenido aciertos y tropiezos, el balance al cabo de cinco semanas arroja más señales para el festejo que para los lamentos.
El mismo nivel de detalle fue consignado por El Líbero, medio que el 6 de agosto dedicó una extensa nota para conocer el menú de la Convención. Un par de días más tarde, su director, Eduardo Sepúlveda, aprovechó su columna dominical en El Mercurio –donde escribe bajo el seudónimo de Joe Black– para analizar el primer mes de funcionamiento del organismo liderado por Elisa Loncón. Parafraseando a Murphy, Sepúlveda sostuvo que en la Convención “todo lo que podría salir mal salió pésimo”. Líneas más abajo remató: “Ha sido la peor pesadilla para quienes han defendido el proceso”.
Si bien la Convención Constitucional ha tenido aciertos y tropiezos, el balance al cabo de cinco semanas arroja más señales para el festejo que para los lamentos. Tal como editorializó INTERFERENCIA hace algunos días, se trata más bien de una “Convención exitosa”, pero que goza de “mala prensa”. Ejemplos de ello hay muchos. El 26 de julio, Publimetro habló de una “inesperada fraternidad” al interior del organismo, en el que únicamente Cubillos y Marinovic aparecían como “las excepciones a la regla”. Ese mismo día, La Tercera tituló con “Convivencia tensionada”, resaltando lo que para el diario de distribución gratuita no representa a más de dos de los 155 constituyentes.
Ha sido precisamente este tipo de miradas que privilegian por sobre todo lo negativo lo que ha puesto a algunos de los convencionales en alerta. A su juicio, la presencia de profesionales de la prensa en las instalaciones de la Convención acentuaría este tipo de coberturas. A los pocos días, el asunto fue zanjado. “Respetamos profundamente la libertad de expresión y le hemos pedido paciencia a la prensa”, señaló la Presidenta Loncón. “Los mismos problemas que tienen ellos los tenemos nosotros”, agregó.
Tras ser invitado a exponer a la Comisión de Comunicaciones, Información y Transparencia de la Convención, el Presidente de la Asociación Nacional de la Prensa (ANP) Juan Jaime Díaz envió una carta a El Mercurio para defender el rol que tienen diarios, periódicos y revistas en su calidad de “espacios abiertos a la discusión ciudadana”. Díaz, quien se desempeña hace más de 25 años en el diario de los Edwards, agregó que la prensa escrita se ha ganado su espacio dando cabida a “la pluralidad de miradas que nutren el espacio público”.
Si bien generosa en buenas intenciones, la carta de la ANP olvida el fuerte sesgo oficialista existente en la gran mayoría de nuestros medios escritos.
Si bien generosa en buenas intenciones, la carta de la ANP olvida el fuerte sesgo oficialista existente en la gran mayoría de nuestros medios escritos. La voz del Gobierno central –particularmente si éste es de derecha– suele gozar de mayor cabida en sus páginas en desmedro de los discursos alternativos que con enorme fuerza han irrumpido en los últimos años.
En ese sentido, la narrativa de despilfarro diseñada por el subsecretario de la Segpres Máximo Pavez parece actuar como el anzuelo perfecto para luego ser recogida por determinados medios. ¿Es ese el espíritu “colaborativo y republicano” que esperábamos del Gobierno? El escrutinio que la prensa debe hacer de las instituciones públicas es clave para toda democracia, pero negarle la sal y el agua a la Convención no se condice con el rol de “informar a la ciudadanía acerca del valor e importancia del acuerdo político que comienzan a redactar”.
Lo que sucedió en las primeras horas de funcionamiento de la Convención no fue un “chascarro tecnológico” (como tituló en su momento LUN), el atentado ocurrido en Cañete por esos días no tuvo ninguna relación con la instalación del organismo (como insinuó El Mercurio el 6 de julio) ni firmó la Convención ningún acuerdo que validara la violencia “como método de presión política” (como tituló en portada El Mercurio cuatro días después).
Agustín Squella, voz respetada entre círculos conservadores, también destaca la importancia de hacerse una visión completa de lo que ocurre en la Convención.
“Estoy muy impresionado de la distancia sideral entre la realidad que se vive adentro y la versión que los medios de comunicación y las redes sociales transmiten afuera”, sostiene Patricio Fernández entrevistado por LUN. Y agrega: “Lo que se ve afuera son los gritoneos, los absurdos, lo relampagueante o lo circense. Esos eventos son irrelevantes al interior”. Agustín Squella, voz respetada entre círculos conservadores, también destaca la importancia de hacerse una visión completa de lo que ocurre en la Convención “y no basarse solo en episodios negativos (…) ampliamente cubiertos por los medios”.
Las “señales preocupantes” parecen no tener su origen en la Convención misma sino más bien en los temores atávicos de grupos que se resisten al cambio. Son esos sectores, los mismos que creen dar cabida a “la pluralidad de miradas”, los que han ocupado la tinta de sus publicaciones para volver a levantar el dique de contención que terminó de caer el día en que decenas de mujeres, independientes y representantes de los pueblos originarios se ganaron su espacio para reescribir la Constitución. Son los grupos que Eugenio Tironi –otra de las voces respetadas por el establishment– describe como aquellos que “permanecían subordinados, invisibilizados y ausentes de una vida pública regida por instituciones creadas en el Chile de otro tiempo”.
Son los que hoy se apuran para tragar un sándwich de pan ciabatta en variedades de pollo al pesto con tomates confitados entre una sesión y otra. Porque, lo sabemos, esa también es una de las señales que más les preocupa.
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No solo hay que apagar la
Preocupante la estrategia de
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