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Martes, 16 de Abril de 2024
Entrevista

Habla Joan Turner sobre su Premio Nacional y trayectoria: “La danza es una forma de comunicación imposible de censurar”

Lissette Fossa

Anoche se dio a conocer el fallecimiento de Joan Turner, la viuda de Víctor Jara, que tenía 96 años. Hace dos años la entonces ganadora del Premio Nacional de Artes recibió a INTERFERENCIA en su casa para compartir sus impresiones sobre el reconocimiento y sus reflexiones sobre el arte que cultivó en Chile. Republicamos esa conversación en el día de su fallecimiento.

Admision UDEC

Joan Turner -o Joan Jara, según la tradición británica de usar el apellido del marido- acaba de ganar el Premio Nacional de Artes de la Representación y Audiovisuales 2021, después de dos intentos fallidos, siendo recién la segunda representante de la danza en ganarlo, después de Malucha Solari (1992).

Un reconocimiento que muchos encuentran tardío, pero que tiene la virtud de mostrar el aporte que esta excepcional bailarina británica hizo a las artes en Chile y a la danza en particular, más allá de su relación con Víctor Jara, cantautor quien fue su marido hasta su asesinato, perpetrado días después del golpe de estado, el 16 de septiembre de 1973 en el Estadio Chile, que ahora lleva su nombre. De esta experiencia, Joan escribió uno de los libros más destacados de memoria en Chile y también del dolor provocado por la dictadura: Víctor, Un Canto Inconcluso, reeditado en 2020 por la Fundación Víctor Jara y traducido en el mundo a más de 11 idiomas.

Este hecho ha marcado la vida de Turner y su imagen a nivel nacional e internacional, más que su trabajo posterior: la creación junto a su ex marido, Patricio Bunster - quien falleció el año 2006, sin haber ganado el Premio Nacional - del Centro de Danza Espiral en 1985, que hasta el día de hoy es un referente latinoamericano y mundial de la danza moderna, y que hace poco se separó de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano por desavenencias con la política de despidos masivos de su rector Álvaro Ramis y el desmantelamiento del proyecto formativo de su Escuela de Danza.  

En esta entrevista hicimos el ejercicio de no preguntar directamente por Víctor Jara ni por Patricio Bunster, no con el propósito de olvidarlos o ponerlos en segundo plano, sino para ponerla a ella inequívocamente en el primer plano. 

Y emerge de aquí una mujer alegre y sensible, que goza de sus recuerdos en la danza. Una bailarina talentosa y una potente profesora, antes que la viuda de un hombre célebre brutalmente asesinado.

Acá está nuestra conversación:

-¿A sus 94 años, piensa que llegó en el momento adecuado el Premio? Le pregunto porque hay gente que dice que llegó un poco tarde, que usted se lo merecía hace mucho tiempo, ¿Qué piensa?

-No sé, los premios son bienvenidos en cualquier día. Quizás antes no lo merecía, quizás todavía no lo merezco. Pero estoy muy honrada.

"Tengo muchos alumnos chilenos. Me siento bien con el premio como para compartirlo con toda la gente que ha pasado por mi enseñanza".

-¿Qué significa para usted este premio? ¿Qué pensó cuando le avisaron?

-Pensaba que me estaban bromeando. La verdad es que yo he trabajado largos años en Chile y lo he pasado muy bien enseñando ¿no?

Tengo muchos alumnos chilenos. Me siento bien con el premio como para compartirlo con toda la gente que ha pasado por mi enseñanza. Nosotros lo hemos pasado bien, no ha sido una tortura enseñar aquí, con la respuesta de los jóvenes chilenos que son muy generosos.

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Joan Turner bailando.
Joan Turner bailando.

-A usted siempre le ha gustado mucho trabajar con jóvenes y con niños desde hace mucho tiempo. ¿Cómo ve a los niños chilenos, a los jóvenes chilenos? ¿Los ve distintos a los de otros países en la danza?

-Encuentro que los niños chilenos son muy generosos en mostrar lo que pueden hacer y muy entusiastas.

-Retrocedamos a los años 50, cuando llegó a Chile. ¿Cómo era ser extranjera y mujer en el ámbito del arte en Chile? En ese momento, ¿era un sector muy machista?, ¿hacían diferencias con usted por ser extranjera?

-No, al contrario, me trataron como si fuera yo una reina. Al contrario, los chilenos trataban  muy bien a los extranjeros. 

Cuando llegué no tenía ninguna ambición, ninguna pretensión. Cuando empecé a vivir aquí, había una escuela de danza que descubrí. Yo sabía que aquí había una historia, estaba Patricio Bunster, que había vuelto de trabajar con Kurt Jooss (un importante referente de la danza moderna]. Éramos compañeros de trabajo en el Ballets Jooss con Patricio en Alemania antes de venirme  a Chile y sabía que él trabajaba aquí y que incluso había hecho coreografías. Entonces conocí algo de lo que había en Chile con él antes de decidir venir acá a vivir. Por eso vine con mucho interés y ganas de saber qué estaba pasando. 

“No son los espejos lo importante, yo creo que lo es la gente; la semilla. La danza tiene que nacer dentro del corazón y de la cabeza, con un deseo de expresarse, sin pensar en cómo me veo”. 

Había una escuela de la universidad, no una escuela comercial, sino una escuela estatal. Al principio no encontré lo que yo buscaba, porque como escuela, era más convencional, digamos. Es típico que una escuela de danza cuando se va a instalar, lo primero que piensa es en el espejo. Entonces, la gente aprende a bailar mirándose ‘¿está estirado mi pie?’, en vez de sentir lo que es danzar; sentir desde dentro para afuera.

Pero estaba lo esencial, más que en Europa, que en Inglaterra: aquí estaba la danza todavía, por suerte, en una etapa más primitiva, puede que lo esté idealizando… aunque yo creo que no. Había como una inocencia que encontré en los alumnos que estaban con ganas de expresar algo. Por eso había venido a aprender a bailar acá, a buscar algo más que el propio reflejo. Eso es lo que esperaba encontrar aquí.

De alguna forma lo encontré. No lo ideal, pero sí a personas que buscaban expresarse a través de su propio cuerpo, imaginando muchas cosas, atreviéndose a usarlo.

No son los espejos lo importante, yo creo que lo es la gente; la semilla. La danza tiene que nacer dentro del corazón y de la cabeza, con un deseo de expresarse.

Y creo que aquí en Chile existía la posibilidad de empezar a meter esa idea en los niños u otras personas que estaban empezando, a atreverse a expresarse con el cuerpo.

-¿Había machismo en el arte?, ¿Se enfrentó a situaciones incómodas por ser mujer?

-Por ser mujer, no. Porque en la danza lo común es que los profesores sean mujeres. Por lo menos aquí en Chile en esa época. O sea no era ninguna novedad que yo fuese mujer. Creo que entre mis compañeros no había ningún hombre. En la Escuela de Danza de la Universidad de Chile, no me acuerdo de compañeros hombres como profesores. 

-¿Cómo fue el trabajo en la Universidad de Chile?, ¿Qué recuerdos tiene de esa época, el trabajo colaborativo? Usted llegó con un método distinto, el Jooss-Leeder, que planteaba justamente eso de originar el movimiento desde la voluntad interior de expresión.

-Yo llegué en los 50 directo de Londres, y mi formación fue con Sigurd Leeder y Kurt Jooss, efectivamente. Yo bailaba en el Ballets Jooss, pero tuve mi entrenamiento, mi educación en la danza con Sigurd Leeder. Pero no llegué a Chile a crear ninguna escuela. Eso sí, yo estuve muy contenta de poder entregar a los jóvenes chilenos lo que yo aprendí de mi maestro, Sigurd Leeder. Fue una formación muy grata, muy entretenida, muy creativa, y traté de seguir los pasos de mi maestro. Era un profesor genial, que sabía sacar de las personas lo que ellos necesitaban sacar para bailar; el alma misma. Y como sabía que había un parentesco en Chile con el método, el alma de la escuela de Sigurd Leeder, me vine, con la esperanza que iba a encontrar un nicho aquí. 

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Joan Turner junto a su hija Manuela Bunster.
Joan Turner junto a su hija Manuela Bunster.

Eso, aparte de mi vida privada, pues venía súper enamorada de quien era mi marido en ese entonces; Patricio. 

Entonces, llegué aquí feliz. Fue muy lindo todo eso.

Acá en Chile lo pasamos bien, eso es lo que más recuerdo. Lo pasamos muy bien, y parece que los alumnos y alumnas que yo tuve llegaron a amar este oficio tan extraño que es bailar.

Eso  siento; que pude dejarles ese goce de bailar. Algunas personas sufren con la danza, pero creo que no pasaba eso con mis alumnos, e igual llegaron a ser estupendos bailarines o bailarinas.

Es un arte que puede traer y que trae muchas alegrías a las personas, la danza. Pero yo creo que sí está mal enseñado trae sufrimiento. Pero yo no  sentí eso aquí en Chile, para nada. Era una danza muy alegre, de mucha vida yo creo. Así lo recuerdo.

“Acá en Chile lo pasamos bien, eso es lo que más recuerdo. Lo pasamos muy bien, y parece que los alumnos y alumnas que yo tuve llegaron a amar este oficio tan extraño que es bailar”.

-¿Para usted la danza es eso también? La vida, la alegría, ¿O también otras emociones?

-Bueno, toda mi vida yo he bailado. Mi mamá decía que yo bailaba asi, sentada en su falda. Cuando era una guagua, yo bailaba. No sé si era cierto, pero sí me acuerdo de lo bien que lo pasaba, me movía con música. Pasaba en mi casa en Londres horas bailando alrededor de una mesa, y ese era mi juego, bailar. Y así empecé, y así he continuado toda mi vida. 

Para mi la danza ha sido una parte esencial de mi vida. Algunas personas han tenido la suerte de entregar eso y me alegro que así haya sido, porque la danza ayuda a vivir alegremente.

Pero yo pasé mi infancia en la guerra. Bombas… todas las noches sonaban. Entonces yo no buscaba en la danza, necesariamente la alegría de mover el cuerpo, 

Cuando vi el Ballets Jooss por primera vez, tenía 15 años. Ellos bailaban una obra que se llama La Mesa Verde, que era sobre la guerra, era sobre los políticos que se juntaban a discutir y a declarar la guerra, etcétera. A eso de los 15 años, yo ya había empezado en la danza y entonces me dije: ‘yo quiero llegar a ser un miembro de esa compañía porque esa obra expresaba todo lo que tenía  adentro y que quería salir. ´

En Londres  durante la segunda guerra mundial sufrimos ataques aéreos todas las noches en una época,  era muy terrible. Y es verdad, la danza fue expresar tragedia extrema, pero con esa tragedia extrema que se expresa, eso también trae la liberación de muchas emociones que son pesadas y feas. 

Eso buscaba en la danza cuando era joven; la posibilidad de expresar las tragedias que viví como niña. Era muy fuerte esa pulsión. Muy fuerte.

-Usted habla sobre que un buen maestro tiene que enseñar a disfrutar y vivir la danza desde adentro hacia afuera y no al revés ¿qué otras características cree que tiene que tener un buen maestro? 

-Tener la capacidad de ayudar. 

“En Londres sufrimos ataques aéreos todas las noches en una época, que era muy terrible. Y es verdad la danza fue expresar tragedia extrema, pero con esa tragedia extrema que se expresa, eso también trae la liberación de muchas emociones que son pesadas y feas”. 

Uno está tratando de comunicar que la danza no es sufrimiento, sino que realmente es algo fundamental para gozar de la vida, y entender y expresar sus propios problemas. Pero, la danza puede ser sufrimiento, si está enseñada así, frente a un espejo. Los alumnos se encuentran inadecuados, y no se atreven y todo eso. Pero si yo pienso en mi maestro Sigurd Leeder que bueno,   lograba estimular a sus alumnos o a personas que están tratando de enseñar. Una profesora o profesor tiene que estar atrás de ellos, no delante de ellos sino junto con ellos. Eso es para mi es un buen maestro. No una persona que está chequeando, censurando, no. Un buen maestro es una persona que sabe captar lo esencial de una persona, su alumno o alumna y dejarla libre para expresarse, y atreverse con su cuerpo. Eso es lo esencial de la danza, esa desinhibición que es necesaria para expresarse sinceramente.

Yo digo, que si uno no vive lo que está tratando de expresar con los alumnos, ellos tampoco van a sentir esa posibilidad de ser ellos mismos, moverse, expresarse con su cuerpo. Van a estar como inhibidos y van a pensar “¿cómo me veo?”. 

Bailar puede ser inspirado por una música, una idea, o lo que sea. Es tan importante eso, que no haya un corte en esa transmisión entre lo que el alumno siente y lo que logra cumplir  con su cuerpo. No debe haber nada que interfiera con eso.

Eso necesita mucha sinceridad y estímulo, pero no censura. Más importante que estirar bien las piernas, es sentir el ritmo.

-Esa sinceridad al enseñar y expresar es como una enseñanza de vida… Hace sentido para todas las artes. ¿o no? ¿Cómo lo ve usted? 

-Sí, pero no es igual, porque no todas las artes involucran todo el cuerpo ¿entiendes? En otras artes estás más en la periferia del ser humano; la danza es desde adentro y para   afuera. Hay que saber mover las tripas.

-¿Usted era una profesora exigente? ¿Era estricta como maestra?

-No estricta del tipo ‘esto no es así’. Soy más bien una maestra que produce estímulos y los alumnos tienen que hacer el trabajo, no sé si me entiendes. Es que, cada persona que quiere bailar tiene que meter su alma en esto, y de ahí partir y si no tiene alma yo creo que no va a bailar nunca. Es bien triste, pero es un poquito así.

 “En otras artes estás más en la periferia del ser humano; la danza es desde  adentro y para afuera. Hay que saber mover las tripas”.

-La escuela Espiral ¿fue un proyecto que usted tenía pensado años antes de fundarlo?, ¿o cómo nació?

Formar una escuela significa empezar a entregar algo. Cuando llegué, cuando volví a Chile el 84 después de 11 años fuera,  no me metí en ninguna cosa oficial como por ejemplo la Universidad de Chile. Pero estaba esa idea de volver a empezar a trabajar en la danza. Eso creció en mi sin darme cuenta. Yo pensaba ‘bueno, cuando llegue Patricio si es que lo dejan entrar, podríamos empezar algo juntos, podríamos empezar a compartir en Chile nuevamente nuestro tipo de enfoque de la danza’. En el caso de Patricio, la coreografía. Él era el coreógrafo, siempre me ponen a mi como coreógrafa, pero si bien creé coreografías o “estudios” no lo soy.

-¿Que le impactó cuando volvió del exilio, el Chile de la dictadura? 

 Bueno, en todas partes hay amigos. Yo ya había admirado desde lejos a través de amigos  la resistencia en Chile, así que eso no era sorpresa para mí. Fue llegar a sentir la dictadura en Chile y todo lo que eso significaba, pero uno fue en lo posible buscando a los amigos, sintiendo que aquí se sobrevivía y resistía  y que se intensificaba un sentido de solidaridad, de coraje frente a la dictadura. Eso me consolaba mucho. Cosas difíciles, que antes las sentía en las cartas y después  vivencié con la gente aquí.

Encontré gente aquí trabajando y expresándose igual, pero había que buscarlos. 

Vivimos tiempos complejos como muchos. Una mañana llegamos al Espiral que en ese período funcionaba en el segundo piso del Café del Cerro, año 86 creo y nos encontramos con bomberos afuera y con una hoyo de 4 metros de diámetro en medio de la sala de danza producto de una bomba lanzada desde afuera. 

Patricio el mismo año estuvo amenazado de muerte junto con otros artistas, por un comando de ultraderecha. Vivíamos así, las clases, los ensayos y funciones del Grupo de Danza Espiral, las bombas, las monitorias, seminarios, las amenazas de muerte.

Se puede bailar, sin palabras y la danza era un buen medio de comunicarse sin que te pudiesen censurar. La danza es una forma de comunicación imposible de censurar, solamente se puede persiguiendo a los grupos que bailan.

"Se puede bailar, sin palabras y la danza era un buen medio de comunicarse sin que te pudiesen censurar. La danza es una comunicación imposible de censurar, solamente se puede persiguiendo a los grupos que bailan”.

Yo creo que  desde siempre, en dictadura la gente encuentra maneras de comunicarse y con la danza es posible comunicarse de una manera que los milicos no sabían censurar. Porque ¿Cómo censurar a alguien que no está diciendo palabras que entiendan, si no situaciones, emociones?.

-Joan, ¿está contenta con su trayectoria?. Si mira para atrás ¿Le produce orgullo?

-He trabajado harto. Tengo ex alumnos y alumnas en todas partes, es impresionante. He ayudado a armar lo que ha sido un movimiento de mucha gente aquí. Sí, es bonito. 



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