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Jueves, 24 de Julio de 2025
Hace 50 años

El 'repliegue ordenado' del PC

Manuel Salazar Salvo

Reunión del Partido Comunista.

Reunión del Partido Comunista.
Reunión del Partido Comunista.

En el Comité Regional Capital, en calle Vergara, la comisión política del Partido Comunista se reunió para tomar algunas decisiones sobre la clandestinidad que se avecinaba. 

David Canales Úbeda, a los 29 años, era uno de los principales integrantes de la seguridad comunista. Experto en inteligencia y contrainteligencia, formado en la República Democrática Alemana (RDA), se especializó en los asuntos más delicados del partido. Al momento del golpe trabajaba en una oficina al lado del Secretariado, en el local de Teatinos. Recuerda:

Como a las tres me pasaron a buscar Carlos Toro y Mario Silberman. Este último pertenecía a la intelectualidad del partido que trabajaba en las diversas estructuras del Gobierno. Se había levantado la Marina, y la Escuadra -que había zarpado hacia alta mar con la excusa de la Operación Unitas- regresó sorpresivamente y copó Valparaíso y los puertos estratégicos. Fuimos a la sede de Teatinos 416. Allí permanecían varios de los compañeros de Autodefensa y nos pusimos a «limpiar» el local. Les encargué a los viejos que quemaran todo lo que les dejé para quemar. Con Carlos Toro nos dimos unas vueltas en auto y fuimos a hablar con el equipo de Arnoldo Camú, el jefe del aparato militar del Partido Socialista. La reunión se hizo en una casa de ellos y fue muy mala. Estaban en absoluto desacuerdo con nosotros y nos miraron con mucho desprecio. Ellos querían actuar, resistir. Habíamos trabajado muy bien juntos, pero en ese momento tan crítico no estuvimos de acuerdo.

De allí, con Toro nos fuimos a la sede de calle Vergara, donde debía concentrarse la dirección del partido. Llegamos como a las 7:30 de la mañana. En el lugar se constituyó la Comisión Política y todo el Comité Regional Capital, que era muy fuerte políticamente, la base del equipo central de organización de todo el país. El secretario era Jorge Muñoz Poutays, un hombre brillante. La Dirección había previsto en las semanas previas que si se producía el levantamiento militar, el local de Teatinos se cerraba definitivamente, se sacaban todas las cosas, se escondía o se quemaba lo que pudiera ser capturado y el punto de encuentro, sólo para tomar las decisiones de último minuto, sería Vergara, el recinto del Regional Capital, a las 9 de la mañana.

Todos llegaron mucho más temprano de lo previsto, ya que nadie durmió. Hubo una reunión formal para hacer entrega del mando del partido a la dirección clandestina, que ya estaba nominada y preparada para asumir. El compañero Luis Corvalán se expresó muy brevemente y repitió en forma sucinta las instrucciones del partido.

Esa primera etapa fue de repliegue frente a una situación en que no estaba claro cómo se podía actuar. La Jota no tenía la experiencia de los viejos. En ese repliegue y búsqueda de formas para actuar, lo primero era salvar a la gente, irse de las casas, irse los del norte para el sur y viceversa.

En Vergara se reunieron los jefes de los comités regionales de Santiago más algunos de provincias que por diversos motivos estaban en la capital. Se pusieron de acuerdo en ciertos detalles y salieron a cumplir lo que había que hacer. La mayoría de ellos eran viejos dirigentes del partido que habían trabajado en el aparato interno durante muchos años. Me refiero a Víctor Díaz, Óscar Riquelme, Mario Zamorano, Rafael Cortez (Uldarico Donaire) y Américo Zorrilla, entre otros. Eran reconocidos líderes del partido y conocedores de la antigua clandestinidad. Luego venía un grupo más joven pero muy capaz. Ahí estaban Jorge Muñoz, José Weibel y Mario Navarro, el mejor y más joven de los que dirigían el área sindical.

En esa misma reunión Corvalán corroboró lo que el Comité Central había decidido.

―Nosotros no estamos más que cumpliendo las instrucciones que nos dio la Comisión Política. Vamos a intentar salvar a esta parte de la Dirección dejándola fuera del equipo clandestino. Algunos tendremos que salir del país y otros tendremos que escondernos largo tiempo. Los que dirigen son los compañeros designados por la Comisión Política―, dijo. Y agregó:

―También ratificamos la decisión del Comité Central, que implica que si el golpe tiene las características que parece tener, como lo hemos visto desde hace días, eso indica que no fuimos capaces de atraer a una parte de las Fuerzas Armadas para apoyar a Allende. No somos capaces de resistir a las Fuerzas Armadas unificadas y en plan de guerra. Debemos replegarnos ordenadamente para salvar a la organización de la pérdida y de todas las acciones desmedidas de los golpistas. El Partido pasará a tener un papel más importante, porque va a ser el partido que va a quedar más entero. Vamos a pasar a tener mayor incidencia aún en los acontecimientos durante este régimen fascista que se nos viene encima y obviamente las formas de lucha tendrán que ser distintas. Vamos a partir reorganizando el partido y daremos una principal importancia a la propaganda y a la difusión de nuestras ideas.

Eran cerca de las 11:30 de la mañana. Se escuchaba el tableteo de las ametralladoras y disparos desde diversas direcciones. La calle Vergara, que une la Alameda Bernardo O'Higgins con el actual Parque O'Higgins, estaba rodeada de unidades militares que se estaban movilizando hacia el centro de la ciudad. Era necesario salir de ese lugar. Alguien me tomó del brazo. Era Óscar Riquelme, que me ordenó:

―Usted maneja. Voy yo, usted y dos personas más. El resto se va por otro lado. Vamos.

Llegamos a su casa, en la calle Santiaguillo, muy cerca de Avenida Matta, en el barrio San Diego. La vivienda era modesta, aunque muy acogedora, típica de un viejo y esforzado trabajador. Riquelme era el jefe de todo el aparato militar y de seguridad del Partido, que vivía ya largos años de opacidad política por obvias razones. Su compañera se metió a la cocina a preparar café y en eso llegó el resto de la gente: Víctor Díaz, Mario Zamorano, Rafael Cortez, Jorge Muñoz, Mario Navarro, Américo Zorrilla y José Weibel. La reunión fue muy breve y ejecutiva. Todo se había discutido muchas veces, estaban todos de acuerdo y tenían claros los papeles que debían cumplir. Don Víctor habló -como siempre- en forma pausada, breve y clara:

―De aquí en adelante la vida va a cambiar. Tenemos que aprender a adaptamos a las nuevas condiciones. Tenemos que ser muy rigurosos en el cuidado del colectivo y ceñirnos a las reglas que hemos pensado y repensado. Vamos a vivir de manera sencilla para pasar desapercibidos.

Uno quería llevarse el carnet del partido como recuerdo, otro quería una foto de su familia. Fui implacable, pero nadie protestó, sólo me miraron feo. Junté todo, lo quemé y lo tiré por el desagüe. Abracé a los últimos con la garganta apretada.

Se limitó a nombrar no más de un par de responsabilidades, por cuanto el resto les sería informado privadamente. Repasó el método de funcionamiento; los consejos prácticos para constituir los aparatos especiales: enlaces, infraestructura, distribución de los medios materiales, seguridad; y, los aparatos intermedios: los coordinadores zonales, comités regionales, comisiones nacionales.

Luego repitió algunas normas propias de la clandestinidad:

―Lo que cambia es que nunca más nos reuniremos todos, sino por fragmentos. Tampoco nos vamos a ver siempre, usaremos el sistema de buzones y enlaces. No podemos seguir estando juntos todos los días. pero debemos seguir teniendo relaciones inmediatas, mantenerlas pero sin que sean descubiertas. Cada uno sabe sus tareas. Se acabó la reunión. Ahora, un breve tiempo para que ultimemos detalles bilateralmente y nos retiramos.

Pasaron unos 15 minutos donde se trasmitieron datos de enlaces y buzones.

―Está bueno, despidámonos.

Tras abrazarse, estrecharse las manos y darse algunos palmazos en las espaldas, comenzaron a salir. Yo me paré en el pasillo y los fui revisando uno por uno. Les saqué todo: fotografías, carnés, billeteras, libretas, papeles sueltos y toda identificación o referencia personal. Fue poco agradable. Me miraron hoscos. Uno quería llevarse el carnet del partido como recuerdo, otro quería una foto de su familia. Fui implacable, pero nadie protestó, sólo me miraron feo. Junté todo, lo quemé y lo tiré por el desagüe. Abracé a los últimos con la garganta apretada. Nos marchamos a pie cada uno por una ruta distinta. Sólo don Víctor y don Américo se retiraron en auto. Yo mismo me aseguré de que los vehículos que usamos para llegar fuesen dejados muy lejos de allí.

Corvalán en Ñuñoa

Luis Corvalán Lepe, secretario general del Partido Comunista, despertó esa mañana del 11 de septiembre en su casa, en la calle Bremen 462, entre Simón Bolívar y Estrella Solitaria, en Ñuñoa. La vivienda era propiedad del partido y había sido adquirida con dinero donado por Pablo Neruda luego de recibir el Premio Stalin de la Paz en 1953. Corvalán vivía con su esposa, Lily Castillo; con sus suegros y dos de sus hijos. Antes de la 6 de la mañana, Orlando Millas, que vivía a la entrada de la comuna de La Reina, le avisó que el golpe militar estaba comenzando y que lo pasaría a buscar para dirigirse al Comité Regional Capital, en calle Vergara. Allí se tomarían las primeras medidas para enfrentar el levantamiento.

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Corvalán en Moscú.
Corvalán en Moscú.

Concluida aquella reunión, luego de escuchar por radio el último discurso de Allende, los más conocidos decidieron retirarse hacia los lugares previamente elegidos para esconderse. Corvalán partió adonde una profesora amiga en la calle Los Jardines, cuatro cuadras más arriba de la Plaza Ñuñoa. Al llegar se encontró con que a la casa habían llegado sorpresivamente familiares desde Talca y que era imposible permanecer allí. La profesora hizo urgentes gestiones para encontrarle un nuevo lugar de refugio. Pasadas las 3 de la tarde, cuando ya se había iniciado el toque de queda decretado por los golpistas, Corvalán salió caminando, con el rostro semicubierto por una bufanda, hacia un nuevo refugio, a unas pocas cuadras de allí, en la calle Los Cerezos, cuya dueña de casa era Elizabeth Saintard, jefa de asistentes sociales del Hospital El Salvador. Una ligera llovizna cayó esa tarde sobre Santiago. Corvalán y su anfitriona escucharon radioemisoras del exterior hasta tarde.

Los cambios de la Gladys

En 1973, a los 29 años, Juan Carlos Arriagada era el encargado de Organización de las Juventudes Comunistas. Natural de Temuco, creció políticamente en Concepción y en 1965 llegó a ser el secretario regional de las JJ.CC. en la ciudad penquista, cuando reemplazó en esas funciones a Carlos Fuchslocher. En 1970, luego del triunfo de Salvador Allende en las elecciones presidenciales, fue llamado a Santiago. Llegó en octubre y asumió como el segundo responsable de Organización en la Juventud, inmediatamente detrás de José Weibel, el titular en el cargo. Gladys Marín ya era la secretaria general y la subsecretaría estaba en las manos de Omar Córdova, quien poco después murió en un accidente automovilístico.

Todos los miembros del Comité Central tenían un lugar de destino y un pequeño núcleo controlaba las instrucciones, integrado por la Gladys, Weibel, Pedro Henríquez, encargado juvenil de la CUT; Jorge Cáceres y yo. Permanecimos en República hasta más o menos las dos de la tarde. Quemamos todo lo que pudimos. 

El fallecimiento de Córdova obligó a hacer cambios en la dirección de las JJ.CC. Weibel asumió como subsecretario y Jorge Cáceres quedó como encargado de Organización. En 1971, Cáceres fue nombrado encargado de Cuadros y Arriagada pasó a ser el responsable de Organización. La sede de las JJ.CC. estuvo varios años en avenida Matta, luego un breve tiempo en Marcoleta y, en 1972, ocupó una casona en calle República, donde hoy se yergue un barrio universitario. Arriagada rememora aquellos tiempos:

―La Jota saltó de 20 mil militantes en los sesenta a 80 mil en los comienzos de los setenta. Dictaba la moda entre los jóvenes del pueblo, así como la música. Impuso en Chile la minifalda y los petos entre las muchachas. Tenía su propia revista, que inicialmente dirigió Carlos Berger y donde también trabajaba en esos años la periodista Patricia Politzer. No ha habido otro momento en la historia de este país donde la juventud haya podido vivir más a concho su tiempo y sus sueños.

Gladys Marín con Salvador Allende.

Gladys Marín con Salvador Allende.
Gladys Marín con Salvador Allende.

Llegamos a elegir cinco diputados en marzo del 73 y después de aquel logro nos fuimos varios días a Lonquimay a celebrar lo conseguido. Éramos como 15 los que trabajábamos más cerca de la Gladys. Entre ellos estaban José Weibel, Carlos Vizcarra, Juan Orellana, Jorge Cáceres, Pedro Henríquez, Héctor Trujillo, Carlos Opazo, Sergio Muñoz Riveros, Marco Suzarte, Alejandro Yánez, Leandro Arratia, Raúl Oliva y yo.

«Checho» Weibel hacía la coordinación con la Juventud Socialista. Veníamos trabajando juntos desde hacía tiempo para afianzar el respaldo de masas al gobierno de la Unidad Popular. Con el Tanquetazo decidimos que había que prepararse. Desde mediados de 1973 yo arrendaba una pieza en la casa de una familia que no era del partido. Allí vivía también Samuel González, un muchacho de la Jota que estudiaba en la Universidad Técnica del Estado, hijo de la Borina Cortés, ex regidora en Antofagasta, que años después llegaría a ser presidente de los pequeños mineros de Copiapó. La casa estaba en la calle Artemio Gutiérrez, al lado de la Plaza Bogotá, muy cerca del barrio Franklin, en lo que hoy es la comuna de San Joaquín.

Gladys Marín con Salvador Allende.

Gladys Marín con Salvador Allende.
Gladys Marín con Salvador Allende.

La Dirección de la Jota nos había ordenado tener habilitadas algunas casas para una semiclandestinidad. En agosto me reuní en la Alameda con Mario Zamorano y hablamos de cinco niveles de seguridad: A, B, C, D y E. En el Comité Central de la Jota teníamos turnos todas las noches. Ante cualquier novedad me llamaban. En las primeras horas de la madrugada del 11 de septiembre me llamó Pancho Díaz, compañero de la Soledad Parada, que trabajaba en la Secretaría Juvenil en La Moneda, y me advirtió de movimientos en algunos cuarteles militares. También me llamó Alejandro Rojas, que me dijo lo mismo. Me trasladé a las tres de la mañana a la sede de República. Había arterias que debíamos cortar con nuestros núcleos de masas.

Gladys redactó la primera declaración nuestra. En ella se llamaba a conformar un Frente Juvenil Antifascista. Lamentablemente no hay copia de ese escrito.

Todos los miembros del Comité Central tenían un lugar de destino y un pequeño núcleo controlaba las instrucciones, integrado por la Gladys, Weibel, Pedro Henríquez, encargado juvenil de la CUT; Jorge Cáceres y yo. Permanecimos en República hasta más o menos las dos de la tarde. Quemamos todo lo que pudimos. 

En el local se estaba velando a Hugo Díaz, hijo del «Ronco» Díaz, que era el más joven en la Dirección de la Jota. Se le había disparado un arma cuando la estaba manipulando. En medio del velorio llegaron los carabineros a allanar y debimos evacuar rápidamente.

Cinco partimos hacia San Joaquín, a la primera casa que teníamos prevista. Nos pidieron que nos fuéramos, al igual que en otros dos lugares.

Los refugios empezaron a fallar. Llegamos a la casa de Rosita Salinas -hermana de los dos Salinas-, en Última Esperanza. Ella le dio una pastilla tranquilizante a su mamá para que no se diera cuenta. Desde ahí los cinco -Ia Gladys, Jorge, «Checho», Pedro y yo- conectamos con una población de militares de bajo rango en San Joaquín, muy cerca de la Población Dávila, donde todos quedamos en distintas casas. Me pasaron a mí los carnés y unas medallas que tenía la Gladys. Me pidieron que al otro día fuera a ver si se observaban militares democráticos.

Gladys redactó la primera declaración nuestra. Un muchacho de la Jota que trabajaba en el Hospital Barros Luco la llevó hacia una pequeña imprenta. En ella se llamaba a conformar un Frente Juvenil Antifascista. Lamentablemente no hay copia de ese escrito.

Nuestra tarea principal en esas horas era tomar contacto con los compañeros y resguardar a la Gladys. Salíamos a buscar contactos y volvíamos ahí. En la población mataron a un muchacho cuyo padre era del Partido Nacional. Iban a hacer un funeral y llegaría mucha gente de derecha.

Algunos llevaron a la Gladys a la casa de un cojo mientras buscaban un lugar más seguro. Otros empezamos a chequear quiénes habían caído y a montar una red clandestina.

Esa noche la Gladys me llamó por teléfono como a las 2 de la mañana.

―¡Sácame de aquí!―, me dijo muy inquieta.

Habían allanado la vivienda donde estaba allegado el cojo por el soplo de un vecino. El dueño de casa era un funcionario de la Universidad Católica y su compañera era hija de un coronel de la FACh. La Gladys estaba en el segundo piso y se metió debajo de la cama, al lado de una cuna. Los soldados metieron los fusiles, pero no se asomaron. Los dos hombres fueron llevados al Estadio Nacional.

Por ahí por el 17 o 18 de septiembre llevaron a la Gladys a una casa en la calle Los Jazmines, muy cerca de Avenida Grecia, en la comuna de Ñuñoa, que estaba a cargo del «Negro» Pinto. Más tarde la trasladaron a Huechuraba y luego a Las Rejas, en calle Amengual, por Cinco de Abril. El dueño de casa, militante del partido, era un pequeño empresario en Maipú.

La Gladys iba camuflada, y cuando el compañero la reconoció, se le cayó el alma del cuerpo y pidió que se fuera. Su compañera dijo no, ella se queda, y ahí estuvo varios días.

En octubre logramos restablecer comunicación con el partido. Acordamos rotar todo. El que estaba en el norte, para el sur, y viceversa. Nadie debía permanecer en sus casas. Surgió también el sistema de mantos, buzones y enlaces.

Esa primera etapa fue de repliegue frente a una situación en que no estaba claro cómo se podía actuar. La Jota no tenía la experiencia de los viejos. En ese repliegue y búsqueda de formas para actuar, lo primero era salvar a la gente, irse de las casas, irse los del norte para el sur y viceversa. Hubo compañeros que no tomaron esas decisiones. Y nadie imaginaba la dimensión de la brutalidad de la dictadura.

El partido había preparado una respuesta muy diferente. Cualquier iniciativa había perdido sentido, salvo un inmediato repliegue hacia la clandestinidad.

El subsecretario en el departamento de La Desideria

El martes 11, Víctor Díaz, subsecretario del Partido Comunista, salió temprano de su casa en calle Miguel Campos, en la población San Joaquín, muy cerca de La Victoria, al sur del centro de Santiago. Lo acompañaba su hijo Víctor, que vestía uniforme escolar. Su esposa Selenisa Caro y sus hijas Victoria y Viviana permanecieron en el hogar.

A primera hora, cerca de las 6 de la mañana, lo había llamado el subsecretario del Interior, Daniel Vergara, para comunicarle que la Armada estaba ocupando las calles de Valparaíso.

Díaz dejó a su hijo en las cercanías de la vivienda de su cuñada Berenice y se dirigió de inmediato a la sede del Comité Regional Capital en calle Vergara. 

Víctor Díaz. Foto de Fernando Velo

Víctor Díaz. Foto de Fernando Velo
Víctor Díaz. Foto de Fernando Velo

Más tarde, tras haberse constituido la dirección clandestina donde él asumió como el encargado interior del partido, partió hacia su lugar de refugio en las inmediaciones del Parque Forestal, a un costado del río Mapocho. Jorge Insunza había conseguido que el «Chino» Díaz fuera acogido por la actriz Ana González, «La Desideria», y su pareja, la arquitecta Luz María «Lute» Sotomayor, en su amplio departamento ubicado en un segundo piso del edificio situado en la calle Miraflores 666.

A la casa del dirigente, en tanto, a las 18:30 llegó uno de los hijos del ex diputado comunista José Díaz Iturrieta, amigo de toda la vida de Víctor y su esposa. El joven trabajaba en la empresa Socoagro y vivía en Vitacura, en el barrio alto de la capital. Selenisa le advirtió al recién llegado los riesgos de quedarse en esa casa, donde en cualquier momento podían aparecer los militares. El padre del muchacho estaba en la sede de Teatinos cuando fue allanada: se lo llevaron al cuartel de Investigaciones y luego al Estadio Nacional.

A esa hora, mientras, en medio del toque de queda, decenas de pobladores vecinos a la casa de los Díaz arrojaban libros, revistas, periódicos, discos, fotografías y afiches comprometedores a las turbias aguas del Zanjón de la Aguada, que serpenteaba por varias de las barriadas más pobres de la ciudad

Los partidarios de la Unidad Popular estaban sumidos en el desconcierto y la confusión, sorprendidos por un golpe militar sin resistencia activa por parte de los uniformados constitucionalistas. El partido había preparado una respuesta muy diferente. Cualquier iniciativa había perdido sentido, salvo un inmediato repliegue hacia la clandestinidad. Los trabajadores y estudiantes, concentrados en sus fábricas o en algunos campus universitarios, se habían transformado en un blanco fácil para los insurrectos. Hubo que improvisar medidas de emergencia. Todo lo preparado por los equipos de cuadros de Rafael Cortez quedó superado por el peso de los acontecimientos.



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Yo era militante de las Juventudes Comunistas desde 1969, militaba en el Liceo "Juan Antonio Rios" y luego terminada la enseñanzaña media pase la base "Che Guevara" en Quinta Normal. Desde mucho antes del fatídico 11 de Septiembre veniamos escuchando que habría un Golpe de Estado. Mentalmente nos sentiamos fuerte y preparados para combatir el golpe de estado, pero nos faltaban armas, incluso en muchas oportunidades en trabajo voluntario nos disparaban los comandos de derecha "Rolando Matus" o "Patria y Libertad", nunca tuvimos armas para defendernos. El día 10 en la noche El Negro Mario, Chico Ramona, El puente Cortado y yo sacamos toda la documentación, libros y carnets del local ubicado en la Punta Diamante (Mapocho con Jose Joaquín Perez). Los echamos en bolsas que mi club usaba para guardar las camisetas de futbol y nos fuimos donde un tío que estaba haciendo arreglos en su casa ubicada en Villasana con Mapocho. enterramos todo y nos marchamos a nuestras casas. El día 11 nos reunimos unos pocos militantes en la casa del Negro Mario ubicada en Alejandro Fierro al llegar a Walter Martinez esperando instruciones. Supuestamente marchaban hacía Santiago Fuerzas militares leales al gobierno. Escuchabamos las noticias y nos dabamos ánimos entre todos. Por supuesto no teniamos armas con que defendernos en caso dde enfrentamiento. Esperamos largas horas hasta que aparecio un compañero del sector y nos dijo que salieramos de allí porque los pacos y milicos venían revisando casa por casa. Salimos hacía distintos puntos y nos quedamos en casas que habiamos acordado anteriormente. El día 12 en cuanto se levanto el toque de queda salimos a tratar de contactar compañeros. En algunas casas no había nadie y en otras compañeros nos dijeron que volvieramos a nuestras casas a esperar noticias. Pasaban los días y salvo una que otra noticia y acompañamiento de compañeros a algunas casas de seguridad nada ocurrió. Contactamos con compañeros socialistas, gente del MIR, pero estaban más desorganizados que nosotros y habían perdido todos los contactos. Nos dimos cuenta que definitivamente era muy poco o nada que podiamos hacer frente al golpe fascista. Igual un grupo pequeño, no más de 5 o 6 compañeros nos seguimos reuniendo intentando conseguir información del partido para hacer frente al crimen y la barbarie que se estaba instalando en el país. En definitiva en aquel momento a pesar de ser los menos golpeados por los fascistas nos dimos cuenra que nos habían vencido, pero no derrotados porque luego de esta noche oscura nos volvimos a levantar y dimos una lucha frontal contra la dictadura.

Es necesario precisar, en valioso material de uds. Lo primero, "Algunos llevaron a la Gladys a la casa de un cojo mientras buscaban un lugar más seguro." Gladys y equipo chico, estábamos cerca de la población Dávila". La casa que se logró ubicar para el resguardo de Gladys, el 11 de Septiembre. después de retirarse tipo 14 hrs de la sede la JJCC en República, fue una casa ubicada cerca de la calle Ultima Esperanza, en San Miguel. Al tercer día se logró trasladarla a casa vinculada a una célula del Partido, que era cerca de allí y cuyo secretario político era un compañero "cojo". Funcionaban en una casa con una ampolleta grande afuera y estando encendida podíamos acercarnos. Ellos aceptaron la responsabilidad de guardar a Gladys en su sector y organizaron para ello, guardias de vecinos. En ese sector, había sido asesinado un joven, cuya familia era del Partido Nacional y los vecinos acordaron participar en velorio, por su relación con ellos y para mostrar el carácter del golpe." Lo segundo. Luego de varios días ahí, la trasladamos a una casa de seguridad en Grecia, pasado Macul hacia el oriente. Era la casa destinada por la dirección de la Jota para la relación con la FJS y otras organizaciones de la UP Juvenil y en que el "negro" Pinto, era responsable y estaba ubicado allí. Era la casa de un jotoso de la U. Católica, que vivía con su compañera y la guagua de ambos. Allí se trasladó a Gladys. La casa fue allanada una noche y Gladys advertida por sus compañeros, se metió bajo la cama matrimonial y la cuna de la guagua. Los militares revisaron todo, y metieron bayoneta bajo la cama, sin lograr detectar a Gladys que estaba ahí. Los dos compañeros jotosos fueros detenidos y sufrieron detención y tortura posterior. En esa situación fue que Gladys nos llamó a las 02 am para plantearme que la sacáramos de allí. Con apoyo de otros compañeros logramos trasladarla a otras casas, como informan uds." Junto con valorar la información descrita por Uds. solicitarles si las correcciones planteadas. Fraternos saludos, JC Arriagada, que valora mucho a Interferencia. Esa noche la Gladys me llamó por teléfono como a las 2 de la mañana. ―¡Sácame de aquí!―, me dijo muy inquieta. Habían allanado la vivienda donde estaba allegado el cojo por el soplo de un vecino. El dueño de casa era un funcionario de la Universidad Católica y su compañera era hija de un coronel de la FACh. La Gladys estaba en el segundo piso y se metió debajo de la cama, al lado de una cuna. Los soldados metieron los fusiles, pero no se asomaron. Los dos hombres fueron llevados al Estadio Nacional. Por ahí por el 17 o 18 de septiembre llevaron a la Gladys a una casa en la calle Los Jazmines, muy cerca de Avenida Grecia, en la comuna de Ñuñoa, que estaba a cargo del «Negro» Pinto.

¡Cómo contener la emoción y las lágrimas!. Hoy anciano. Cuando crecí leyendo este tipo de periodismo. Cuando conocí la mayoría de los nombrados. ¿Cuantos de ellos quedaron en el camino? A veces me pregunto si valió la pena, ¡Si! valió la pena solo por vivir del 70 al 73, la época mas bella de mis casi ochenta años. Todo lo recuerdo hermoso. Gracias por los artículos y por las cartas. Gracias.

mis respetos y honores a quienes como ustedes lucharon por volver a la democracia, también a los caidos y asesinados a mansalva.

Juntar todo este material y hacer un libro, esta es nuestra historia, gracias, por ahí el libro ya existe ? pero todos esto articulos que estan mostrando sería una maravilla, mi respeto a cada hombre, mujer, que lucharon en Dictadura. Me ofrezco para hacer el libro....

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