En Chile suele hablarse de equipos “grandes” para aludir a clubes de fútbol que han tenido éxito deportivo además de una significativa adhesión popular. Sin temor a equivocarnos, podríamos afirmar que los primeros clubes en ser considerados tales, al iniciarse los campeonatos profesionales en 1933, fueron Magallanes, Audax Italiano y Colo-Colo. Con el paso del tiempo los tanos y los carabeleros fueron abandonando dicha etiqueta al perder la costumbre de alzar trofeos. Los equipos de las universidades de Chile y Católica, con bastante arraigo en sus respectivas casas de estudio, comenzaron a obtener importantes logros deportivos en los años 60, cuando ya Colo-Colo era el equipo más popular y ganador en nuestro país y, pese a la crisis institucional que vivieron en los 70 -y en el caso de la U también en los 80- mantuvieron el renombre que se ganaron en la década prodigiosa, sobre todo por lo fuerte que calaron en el la memoria colectiva los espectáculos integrales de los clásicos universitarios.
Hoy parece ser un lugar común asumir que los “grandes” del deporte rey en nuestras tierras son Colo-Colo, Universidad de Chile y Universidad Católica. Pero al respecto -y mi idea es plantear más dudas que formular respuestas- podemos abrir varios debates, atractivos, pero poco prácticos, toda vez que la grandeza real o presunta de un club de fútbol no gana campeonatos ni se puede transar en la bolsa de valores. Entonces, en primer lugar, cabe preguntarse ¿qué es un club grande y qué requiere para ser tal? Al principio mencioné un criterio que podríamos llamar “resultadista” (logros en la cancha) y otro más bien “social” (capacidad de arrastrar masas) Me parece que una combinación de ambos es lo que predomina en los distintos entornos futboleros.
Es pintoresco que en el imaginario colectivo pre – zoomers, el gran asidero para hablar de “cuatro grandes” sea el tablero de ludo (parchís para nuestros amigos españoles y mexicanos) en que originalmente, además de los tres mencionados, figuraba en la correspondiente esquina el escudo de la Unión Española, cuyo esplendor setentero, en cuanto a talento futbolístico, triunfos y popularidad, lo llevó a ganarse dicha ubicación, que pronto perdió en manos de Cobreloa, que comenzó a tener una figuración internacional enorme desde principios de los años 80, pero que después también decayó, perdiendo incluso la categoría -no solo en el tablero, sino en el torneo oficial- por ocho años (2016 -2023).
Por ejemplo, en Argentina, suele hablarse de “cinco grandes” (Boca, River, Independiente, Racing y San Lorenzo) y tal nomenclatura tradicional tiene su origen en la decisión de la AFA de otorgar un mayor poder de voto a dichos clubes, en agosto de 1937, en razón de tener más de dos títulos en la primera división (resultadista), más de quince mil socios activos (social) y, además, por haber participado en aquella época más de veinte años consecutivos en la liga de honor; un motivo, por así llamarlo, de antigüedad. Entonces, en el caso de los trasandinos, el apelativo deriva directamente de una cuestión de poder no menor; en Chile, por ejemplo, una consecuencia importante de la “grandeza” de los mencionados clubes santiaguinos, consiste en la desigual distribución de los dineros recibidos producto de la negociación de los derechos televisivos del fútbol profesional: los “grandes” se han llevado históricamente la parte del león (en torno al 25%) dejando migajas al resto.
Otro caso en que existe consenso en identificar a ciertos clubes como “grandes” lo encontramos en el fútbol inglés, con su “Big Six” (Arsenal, Chelsea, Liverpool, Manchester City, Manchester United y Tottenham) un calificativo bastante más reciente que remplazó al “Big Four” (que excluía al City y a los Spurs), bien avanzado el siglo XXI, en base a la rica historia de los seis elencos, sus triunfos, pero sobre todo por su capacidad económica; un factor que en general despreciamos en esta parte del globo al medir la envergadura de los clubes.
No han faltado, por otra parte, quienes muy razonablemente, afirmen la vigencia de otros motivos para tildar de grandes a ciertos cuadros. Así, el mexicano Olaf Zambrano nos propone “diez características que los equipos grandes deben tener”, incorporando algunas exigencias bastante interesantes propias del juego mismo y en general ajenas a lo que valoran los etiquetadores del mundo, como son: imponer estilos de juego y ser poderosos en la formación de futbolistas.
Una segunda cuestión, bastante ligada a la anterior, es cuántos clubes pueden ser considerados grandes en un país determinado. En nuestro país, enfermo de centralismo, suele desatenderse aquello que no ocurra en la capital y la nomenclatura que comentamos que ensalza a los “grandes” de Santiago, molesta a muchos futboleros de regiones. Así, Santiago Wanderers (para quienes nos leen desde afuera, un equipo de Valparaíso) ha sostenido su reclamo histórico por el reconocimiento de los campeonatos que ganó en la carismática “Liga Porteña” en los años 40, al principio más extensa geográficamente que la liga de la Asociación Central de Fútbol, que estaba conformada exclusivamente por cuadros capitalinos. Si admitimos tal reclamo y consideramos además la calidad de decano del fútbol patrio de los caturros, tal vez algo se podría reevaluar.
Son actualmente los equipos más ganadores de la liga local después del tridente indiscutido al que nos referimos (8 títulos Cobreloa, 7 Unión), pero no podemos dejar de mencionar que el menos ganador de los “grandes de verdad” (Católica) ha obtenido el doble de campeonatos que los “zorros del desierto”. Y que ninguno de los “candidatos a cuarto” ha ganado título internacional alguno. Además, en materia de popularidad, las encuestas más recientes entregan la cuarta ubicación a Santiago Wanderers.
Entonces se torna incandescente la discusión sobre un eventual “cuarto grande del fútbol chileno”. Es pintoresco que en el imaginario colectivo pre – zoomers, el gran asidero para hablar de “cuatro grandes” sea el tablero de ludo (parchís para nuestros amigos españoles y mexicanos) en que originalmente, además de los tres mencionados, figuraba en la correspondiente esquina el escudo de la Unión Española, cuyo esplendor setentero, en cuanto a talento futbolístico, triunfos y popularidad, lo llevó a ganarse dicha ubicación, que pronto perdió en manos de Cobreloa, que comenzó a tener una figuración internacional enorme desde principios de los años 80, pero que después también decayó, perdiendo incluso la categoría -no solo en el tablero, sino en el torneo oficial- por ocho años (2016 -2023). Son actualmente los equipos más ganadores de la liga local después del tridente indiscutido al que nos referimos (8 títulos Cobreloa, 7 Unión), pero no podemos dejar de mencionar que el menos ganador de los “grandes de verdad” (Católica) ha obtenido el doble de campeonatos que los “zorros del desierto”. Y que ninguno de los “candidatos a cuarto” ha ganado título internacional alguno. Además, en materia de popularidad, las encuestas más recientes entregan la cuarta ubicación a Santiago Wanderers.
Pero, como bien argumenta Jorge Gómez (Pelotazo) en su espacio de Youtube “Pelotazo al Vacío” llamado de manera un poco estridente “Se acaba la mentira del cuarto grande en Chile”, al comparar con cierto rigor nuestra realidad con la de otros países sudamericanos, no deberíamos si no concluir que la distancia entre los equipos que prefiere llamar solo “importantes” y nuestro trío de instituciones “XL”, es de tal vastedad que, tratándose de nuestra modesta faja de tierra, poco dotada en cosas del balón, carece de sentido hablar de un “Big Four” criollo. Aunque para Wikipedia el cuarto grande sea derechamente Cobreloa y además exista un tablero de ludo de culto en que no aparece el emblema de la UC, mas sí los de loínos e hispanos.
Adhiero al terminante juicio de Jorge, pero rescato algo que parece quedar en el tintero a la hora de llevar a la estrictez la discusión. El fútbol es juego, pasión e irracionalidad por definición. Comienza ahí donde la sensatez termina, y por lo mismo, si una disputa colorida y emblemática como aquella sobre quien sea el “cuarto grande”, no deja muertos ni heridos, bienvenida sea, sobre todo en la medida que contribuya a mejorar la autoestima de los postulantes, difundir estadísticas, información y apreciaciones balompédicas y, de tal modo, a engrosar nuestro, un tanto escuálido, acervo cultural futbolero.
Pues, por si no lo recuerdan, los tres mosqueteros eran también cuatro.
*Roberto Rabi González es escritor, abogado de la Universidad de Chile, profesor de Derecho Procesal y Penal e investigador de la Asociación de Investigadores del Fútbol Chileno (ASIFUCH).
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