El rescate de Evo Morales tras el Golpe de Estado de noviembre de 2019 tiene todas las características de un thriller político, en el cual el suspenso estaba marcado por el destino del entonces presidente de Bolivia.
Las opciones eran básicamente dos; lograba Evo escapar al extranjero desde el Chaparé, una zona rural leal al histórico líder, donde se refugió inicialmente cuando La Paz dejó de ser segura para él en medio de un Golpe de Estado en curso, o era apresado por las fuerzas de seguridad golpistas -o peor- por las turbas enardecidas de la oposición, que en ese momento estaban persiguiendo a los líderes del MAS (Movimiento al Socialismo) por todo Bolivia.
Es decir, era un asunto de vida o muerte.
La historia es conocida, finalmente un avión oficial mexicano sacó a Morales de Bolivia la noche del lunes 11 de noviembre de 2019, dos días después del inicio del Golpe de Estado, y lo trajo sano y salvo a México, donde recibió asilo político de manos de su presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO).
Luego, cuando Alberto Fernández se convirtió en el presidente argentino, a principios de diciembre del mismo año, Evo se mudó a Argentina y se dispuso a esperar pacientemente a que la rueda de la fortuna girase en Bolivia, lo que no tardó en pasar con la elección de su correligionario y ex ministro de Finanzas, Luis Arce, como el nuevo presidente de Bolivia, el 18 de octubre de 2020, a menos de un año del Golpe.
“Entonces ahí salgo yo a denunciar a la OEA, y Almagro en respuesta dice que dos espías argentinos se metieron en su comitiva, para descalificar a lo que decían los dos auditores nuestros, quienes salieron hasta con pasajes y hoteles pagados por la OEA”, Alberto Fernández.
Un desenlace que no estaba asegurado ni de lejos, el que INTERFERENCIA hoy revisita, ya que fueron varios los nombres de importantes líderes políticos latinoamericanos que intervinieron en la trama.
Los progresistas; entonces, minoritarios, sin gobiernos favorables en Sudamérica -salvo Venezuela y Uruguay, que no eran muy útiles a efectos de un rescate, pues no comparten frontera con Bolivia-, pero que estaban altamente coordinados a través del Grupo de Puebla, organización que justo esos días tenía un encuentro en Buenos Aires, en el cual celebraban el reciente triunfo electoral de Fernández, y la más reciente liberación de la cárcel de Lula da Silva.
Y los de derecha, mayoritarios, que venían de ensayar una nueva política latinoamericana intervencionista y aliada con lo Estados Unidos de Donald Trump, como fue el episodio de Cúcuta de febrero de ese mismo año de 2019, en el que se organizó el ingreso forzado de ayuda humanitaria estadounidense a través de la frontera colombo-venezolana (y brasileño-venezolana), destinado a desestabilizar el gobierno venezolano de Nicolás Maduro.
Bolivia en llamas
El Golpe de Estado en Bolivia empezó a consumarse el viernes 8 de noviembre de 2019, cuando la policía de Cochabamba se amotinó contra el gobierno de Evo Morales. El sábado 9, se sumaron Sucre, Santa Cruz y Oruro, lo que produjo un clima cada vez más propicio para la sedición de otros grupos.
Pero, la chispa que encendería la mecha que detonaría la bomba, no vino desde dentro de Bolivia. Luis Almagro, secretario general de la OEA y veedor de las recientes elecciones del domingo 20 de octubre, objetó los comicios que habían consagrado la reelección de Evo Morales. Lo hizo, justo la madrugada del domingo 10 noviembre, mediante el adelanto de un explosivo informe que no se publicó completo sino días después.
“En virtud de la gravedad de las denuncias y análisis respecto al proceso electoral que me ha trasladado el equipo de auditores nos cabe manifestar que la primera ronda de las elecciones celebrada el 20 de octubre pasado debe ser anulada y el proceso electoral debe comenzar nuevamente”, fueron las palabras emitidas a través de un tweet la Secretaría General de la Organización de Estados Americanos (OEA) a las 6:05 de ese domingo.
Las inesperadas palabras de Almagro -provenientes de un informe que fue catalogado como “defectuoso” y que “ayudo a expulsar a un presidente", según evaluó incluso The New York Times-, dieron pie inmediato a una seguidilla de actuaciones por parte de la oposición boliviana tendientes a recrudecer la inestabilidad del país a través de turbas opositoras y a subvertir más policías y militares.
Esto, en un contexto de violencia política entre civiles que ya era agudo, pues el país estaba crispado por la decisión del Tribunal Constitucional de permitir que Morales postulase a una nueva reelección, en instancias en que dicha opción había sido ya rechazada vía referéndum constitucional en 2016.
“Hoy es el momento de la solidaridad entre nosotros y nosotras, mañana será el momento de la reorganización y el paso al frente de esta lucha que no termina con estos tristes sucesos”, Evo Morales en su discurso de resignación del cargo.
Al respecto, Alberto Fernández recuerda -en conversación exclusiva con INTERFERENCIA- que antes de la elección se había encontrado con Almagro en Santa Cruz, a quien propuso dos veedores argentinos, lo cual fue aceptado por el secretario general de la OEA, quien los incluyó en la nómina. Después, estos mismos veedores le aseguraron a Fernández que no había señal alguna de fraude, “entonces ahí salgo yo a denunciar a la OEA, y Almagro en respuesta dice que dos espías argentinos se metieron en su comitiva, para descalificar a lo que decían los dos auditores nuestros, quienes salieron hasta con pasajes y hoteles pagados por la OEA”.
Con todo, el gobierno de Morales comenzó a perder respaldos, incluidos sectores de la policía paceña y de la Confederación Obrera Boliviana (COB), lo que lo llevó esa misma mañana a ceder y anunciar nuevas elecciones nacionales.
Las palabras de Evo no aplacaron a los líderes de oposición con los que hasta entonces había puentes; Carlos Mesa y Jorge ‘Tuto’ Quiroga, quienes se sumaron a la estrategia de derrocamiento planteada por el líder cruceño Luis Fernando Camacho, quien hasta entonces se había dedicado a solevantar civiles violentos mediante un discurso de extrema derecha.
Ante ese escenario en el que comprendieron que sus vidas estaban en peligro en manos de turbas sediciosas, Morales y su vicepresidente Álvaro García Linera, decidieron salir de La Paz rumbo al Chapare, una provincia rural del Departamento de Cochabamba, donde Evo y el MAS tienen un particularmente alto respaldo popular.
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Estando ahí, el gobierno recibió su jaque mate a las 15:48 el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas de Bolivia, general Williams Kaliman declaró: “Ante la escalada de conflicto que atraviesa el país, velando por la vida y la seguridad de la población, sugerimos al Presidente del Estado que renuncie a su mandato presidencial permitiendo la pacificación y el mantenimiento de la estabilidad por el bien de nuestra Bolivia”.
Una hora después, a las 16:50, Evo Morales Ayma -el primer presidente indígena de Bolivia, en el cargo desde 2006, y artífice de su estado plurinacional y de un particular período de estabilidad y prosperidad del país andino- renunciaba a su cargo, junto con otros líderes del MAS, como el propio García Linera, con el propósito de evitar verter más sangre de sus correligionarios, quienes por entonces sufrían una despiadada persecución.
“Hoy es el momento de la solidaridad entre nosotros y nosotras, mañana será el momento de la reorganización y el paso al frente de esta lucha que no termina con estos tristes sucesos”, dijo Evo en su discurso de resignación del cargo.
Lima vs. Puebla
Una de las dudas más grandes que existe en torno a los sucesos que envuelven el Golpe de Estado contra Evo Morales es por qué su gobierno confió la observación del proceso al secretario general de la OEA, Luis Almagro, siendo que sobre ambos -tanto la entidad, como el personaje- recaen fuertes sospechas de servir a los intereses estadounidenses, en ese entonces, encarnados en Donald Trump.
Sobre el papel de la OEA como pieza de la política exterior de Estados Unidos hay ríos de tinta. De partida, su sede central está alojada en el mismo Washington, y la entidad ha sido históricamente funcional a aislar a Cuba -el gran enemigo estadounidense en la región- del concierto americano. Pero la OEA no solo ha sido útil a Estados Unidos respecto los asuntos cubanos, sino que también en innumerables otras ocasiones, desde que fue fundada en Bogotá en 1948, como el mencionado episodio de Cúcuta de 2019 y -tal vez se compruebe alguna vez- el golpe en Bolivia del mismo año. Es así como la OEA ha sido motejada como el Ministerio de Colinas de Estados Unidos.
Respecto de Luis Almagro, la trayectoria es más sinuosa. Este uruguayo de 59 años partió como diplomático de carrera en su país y se allegó al Frente Amplio (FA), que lo gobernó entre 2005 y 2020. Fue embajador en China (2007-2010) en la primera Presidencia de Tabaré Vásquez y canciller de José Mujica entre 2010 y 2015.
“Trump había aislado a Venezuela, había resuelto lo de Ecuador con Lenin Moreno, y faltaba una piedra que se llamaba Evo Morales”, Alberto Fernández.
Luego, fue el candidato de consenso para reemplazar al chileno José Miguel Insulza en 2015 como secretario general de la OEA, donde cambió radicalmente de signo político, al punto que fue expulsado del FA cuando en 2018 declaró que no había que “descartar ninguna opción incluyendo la militar” para sacar del poder de Venezuela a Nicolás Maduro.
Almagro no se quedó en las meras palabras, y en febrero de 2019 fue pieza clave en el intento de derrocar a Maduro por la vía de inestabilizar su gobierno a través de la entrega de ayuda humanitaria principalmente estadounidense, a través de varios puntos fronterizos de Venezuela con Colombia y Brasil.
El más importante fue el de Cúcuta, donde previamente se hizo un concierto financiado por el millonario británico Richard Branson, que disfrazó el momento de la intervención, que fue cuando intentaron hacer entrar por la fuerza cientos de toneladas de ayuda humanitaria a la ciudad venezolana de Ureña, con lo que esperaban un levantamiento popular y militar contra el gobierno venezolano.
En la ocasión -que fue un fracaso- los rostros políticos fueron, además de Juan Guaidó, el autoproclamado presidente encargado de Venezuela; Iván Duque, presidente de Colombia y anfitrión en Cúcuta; Sebastián Piñera, presidente de Chile; Mario Abdo, presidente de Paraguay; y el propio Luis Almagro.
No fueron a la ciudad colombiana el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, quien se excusó porque la intervención incluía el ingreso de ayuda humanitaria por la frontera venezolana-brasileña; Martín Vizcarra, el presidente de Perú, quien se excusó por atender unos aluviones en la ciudad de Tumbes; Mauricio Macri, presidente de Argentina, que se fue a una gira al Asia; ni Lenin Moreno, el presidente de Ecuador, cuya trayectoria se parece a la de Almagro, ya que fue electo presidente como candidato correísta -la corriente de izquierda del ex presidente Rafael Correa-, pero solo para luego dar un giro completo hacia la derecha.
En síntesis, ese día Almagro se sumó en los hechos al Grupo de Lima, un organismo multilateral creado en 2017 en la capital peruana por todos aquellos gobiernos americanos -sin Estados Unidos- críticos del gobierno venezolano, lo que contó en su momento con el respaldo de la misma OEA.
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Tras su fundación, el Grupo tuvo una intensa agenda y alta relevancia, en especial por la alta consideración que le concedió Estados Unidos. Un ejemplo de ello es lo que sucedió en Cúcuta, donde no hubo un rostro estadounidense que protagonizara la entrega de ayuda humanitaria estadounidense, pero, pocos días después, el vicepresidente estadounidense de entonces, Mike Pence, viajó hasta Bogotá, donde se encontraba Guaidó y los cancilleres del Grupo de Lima, a dar una señal de respaldo (aunque en privado, Pence notificó a Guaidó que había perdido la confianza de Estados Unidos).
Entonces ¿por qué Morales confió en Almagro en la elección de 2019? Probablemente el raciocinio detrás estaba en que un triunfo con el visto bueno de la OEA, dejaría sin piso a los reclamos de la oposición boliviana, la cual insistía en que la ilegitimidad de la elección partía cuando se desconoció la voluntad popular en el referéndum de 2016.
Una apuesta -visto en retrospectiva- demasiado alta, la que tal vez menospreció la influencia que todavía tenía el Grupo de Lima, aunque debilitado por el fracaso de Cúcuta y la elección de Alberto Fernández en Argentina, quien sacó al país de dicha agrupación.
Respecto de ese momento, hoy Alberto Fernández evalúa que probablemente Donald Trump vio una oportunidad para intervenir. “Trump había aislado a Venezuela, había resuelto lo de Ecuador con Lenin Moreno, y faltaba una piedra que se llamaba Evo Morales”. Además, el presidente de Argentina piensa que en esto hubo involucramiento de Bolsonaro y Macri, “trumpistas absolutos”, cuyos gobiernos dejaron rastros de colaboración con el régimen boliviano de facto.
“Lo primero que había que establecer era que se trataba de un Golpe de Estado y no de otra cosa. Basado en la experiencia de Chile, es en lo que insistí, para que no perdiéramos la perspectiva de la urgencia y la gravedad de los hechos, en especial al principio cuando nada era muy claro”, Marco Enríquez-Ominami.
Hoy el Grupo de Lima apenas languidece a la espera de su certificado de defunción; Trump fue reemplazado por Joe Biden (2021), ya no cuenta con Argentina, tampoco con Bolivia -Luis Arce revirtió la decisión de integrarse por parte de la gobernante de facto Jeanine Añez-, ni Perú, pues Pedro Castillo -electo en 2021- también sacó a su país del organismo. Además, los nuevos gobernantes progresistas asumidos en 2022 -Gabriel Boric (Chile) y Gustavo Petro (Colombia)- parecen estar siguiendo el ejemplo del México de AMLO, quien asumió en 2018, después de la creación de la entidad, pero que no retiró su país de ella, sino que la abandonó en los hechos. Finalmente, queda esperar lo que hará Lula da Silva cuando asuma en 2023.
En una ecuación inversa, el Grupo de Puebla es el que parece estar tomando la posta en cuanto a la iniciativa política regional, ahora que América Latina es un continente gobernado ampliamente por alianzas de izquierda o centro izquierda.
Puebla fue creado en 2019 por líderes e intelectuales del progresismo regional en dicha ciudad mexicana, con el propósito de servir de foro y articulador político, con un funcionamiento más informal, que el Grupo de Lima, por ejemplo, pero también más ágil, al tratarse de algo más persona a persona, que de estado a estado.
Pero su primer año de existencia no fue fácil, pues nació en un escenario adverso, con la región gobernada ampliamente por la derecha. Ese mismo 2019, Puebla también tuvo su primera prueba de fuego: enfrentar el Golpe de Estado en Bolivia y demostrar que la política regional podía marcar diferencias.
Por esas coincidencias de la historia, el Grupo de Puebla estaba reunido presencialmente en Buenos Aires, justo en la víspera y el inicio del Golpe de Estado en Bolivia; del viernes 8 al domingo 10 de noviembre, con lo que la noticia pilló juntos a figuras tales como Alberto Fernández (Argentina), Verónika Mendoza (Perú), Dilma Rousseff y Celso Amorím (Brasil), Marco Enríquez-Ominami, Carlos Ominami y Karol Cariola (Chile), o Ernesto Samper (Colombia).
El momento parecía relativamente auspicioso para los 31 líderes presentes, pues Lula da Silva acababa de salir de la cárcel, luego de revertir su juicio en su contra, en una andanada que lo terminó por llevar a la Presidencia de Brasil, tres años después, y Alberto Fernández venía de ganar la elección presidencial a Mauricio Macri hace tan solo dos semanas atrás.
“Hay que rescatar a Evo”
Marco Enríquez-Ominami (MEO) -uno de los fundadores y coordinadores del Grupo de Puebla- recuerda cómo los eventos relacionados a Bolivia se tomaron la agenda en Buenos Aires, y se organizaron grupos para centralizar información y proteger a quiénes estaban siendo víctimas de la asonada, en especial, Evo Morales y Álvaro García Linera, siendo él mismo parte del círculo más cercano a Alberto Fernández y uno de los más favorables a actuar.
“Lo primero que había que establecer era que se trataba de un Golpe de Estado y no de otra cosa”, dice MEO en conversación con INTERFERENCIA. “Basado en la experiencia de Chile, es en lo que insistí, para que no perdiéramos la perspectiva de la urgencia y la gravedad de los hechos, en especial al principio cuando nada era muy claro”, complementa.
Según Enríquez-Ominami, había cierto riesgo de entramparse en los conceptos, pues no faltaba quien criticaba a Evo por forzar su reelección, por lo que podía pensarse que era solamente una crisis institucional más, como tantas ha habido en la región, sin la necesidad de derramar sangre. “Pero no le estaban dando un golpe a un presidente electo, sino a uno en ejercicio, elegido democráticamente a través de métodos violentos”, argumenta.
Con la consideración de que se trataba propiamente de un Golpe, y con la imagen de Salvador Allende en el aire, según el propio Fernández confidenció a esta redacción, fue él quien asumió tempranamente el liderazgo de lo que había que hacer en ese entonces. De tal modo, fue el presidente electo de Argentina quien planteó la meta: en caso de consumarse el Golpe, había que sacar sanos y salvos a Evo y García Linera de Bolivia.
“Resonaba en esos momentos las palabras de [Augusto] Pinochet, esas en que le dice a otro militar en el transcurso del Golpe de Chile de que el avión que sacaría a Allende del país ‘se cae”, dice una fuente diplomática que participó de las coordinaciones para el rescate de otros bolivianos perseguidos.
Algo que visto en retrospectiva parecía la decisión correcta y hasta obvia, pero que no era compartida en general por quienes rondaban a Fernández en la junta de Puebla, pues veían el caso como algo explosivo y lleno de riesgos, “pero Alberto decidió como decidió, por convicción democrática, antes que ningún cálculo político, asegura MEO.
En adelante fueron múltiples las decisiones, gestiones, contratiempos y problemas que llevaron a que la solución fuese enviar un avión oficial mexicano desde Ciudad de México, con escala en Lima, hasta el aeropuerto de Chimoré en Bolivia, donde lo abordase Morales, García Linera, además de la renunciada ministra de Salud, Gabriela Montaño, para que luego se dirigiese a Asunción Paraguay como última escala para el retorno a México, donde los líderes bolivianos les esperaba el asilo.
El relato con lujo de detalles de cómo se organizó el rescate desde Buenos Aires, en la reunión del Grupo de Puebla, bajo la supervisión constante de Fernández y los auspicios de MEO, se encuentra en el libro Evo: Operación Rescate, una trama geopolítica en 365 días, del español Alfredo Serrano Mancilla, quien fue parte del equipo que coordinó el operativo de rescate con los bolivianos y mexicanos, desde que Evo se decidió a salir de Bolivia y se inclinó por la alternativa mexicana (por sobre el plan B de Paraguay).
El problema desde el principio fue que Fernández era presidente electo y no en ejercicio -faltaba un mes para eso-, por lo que cualquier cosa que pudiera hacer con el Estado argentino dependía de la voluntad del presidente saliente, el derrotado Mauricio Macri, quien desde el principio se negó en redondo a colaborar.
De tal modo, a Fernández no le quedó otra que acudir a gobiernos amigos. Así, rápidamente obtuvo la respuesta positiva de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), quien dispuso de un avión de fuerza aérea mexicana en horas, listo para volar hacia el rescate. También Fernández habría tenido el sí de Mario Abdo, presidente de Paraguay, quien -según escribe Serrano- también habría dispuesto de recursos para sacar a Evo, a solicitud y peso del presidente electo de Argentina, y dado que había simpatías personales entre los líderes boliviano y paraguayo, pese a encontrarse en los opuestos políticos.
Evo optó por la fórmula mexicana, ya que -a su juicio- los militares bolivianos respetarían más un avión de dicha nacionalidad, que uno del fronterizo Paraguay, según sale en el libro de Serrano.
“Es justo reconocer que Mario Abdo tuvo una actitud encomiable, no puso un solo reparo. Me dijo ‘lo voy a recibir’ y me llamó a las 4 de la mañana de hora argentina para decirme Alberto ya despegó el avión rumbo a México”, Alberto Fernández.
Con esa carta jugada, de todos modos, había que resolver dos problemas grandes; uno que parecía relativamente más simple, que era conseguir que el avión mexicano hiciera escalas en países vecinos antes y después de entrar a espacio aéreo boliviano, y el otro, que parecía más complejo, que era conseguir la autorización política de la salida de Morales de Bolivia, en instancias en que el Estado boliviano estaba acéfalo.
A diferencia de lo que podría pensarse, el primer problema resultó más difícil que el segundo.
A pesar de que no fue fácil que algún militar boliviano autorizase la entrada y la salida del avión mexicano a Bolivia, y a que incluso hubo una contraorden cuando el avión había despegado de Lima, lo que lo obligó a volver, finalmente, el asunto siempre estuvo en manos de Williams Kaliman, el mismo general que le pidió la renuncia a Evo y que hoy se encuentra prófugo de la justicia, y quien habría empeñado su palabra al propio Morales en el compromiso de dejarlo salir de Bolivia.
En cambio, lo que parecía más fácil no lo fue. Si bien Fernández tempranamente consiguió que el presidente peruano Martín Vizcarra se comprometiese a facilitar el aeropuerto de Lima para las escalas del avión mexicano, razón por la cual la nave hizo su primera parada en Perú, -siguiendo a Serrano- en algún momento la colaboración de las autoridades peruanas se convirtió en abierta hostilidad, al punto en que se hizo imposible volver por la misma ruta.
¿Qué hizo cambiar de postura a Vizcarra? Hasta el día de hoy es un misterio.
Ese detalle forzó a Alberto a usar la carta paraguaya, consiguiendo que Benítez aceptase la llegada de Morales a Asunción, proveyese de combustible al avión y permitiese su salida -sin pasaporte- rumbo a México. Pero, el cambio de itinerario complicaba administrativamente todo, en especial la salida de la nave del aeropuerto de Chimoré, exponiendo a Morales y García Linera por más tiempo a las decisiones de los militares locales, quienes debían lidiar con una muchedumbre impaciente que fue hasta el aeropuerto como escudo humano para permitir el abordaje al avión por parte de Evo, sin que lo detuvieran los militares golpistas.
“Resonaba en esos momentos las palabras de [Augusto] Pinochet, esas en que le dice a otro militar en el transcurso del Golpe de Chile de que el avión que sacaría a Allende del país ‘se cae”, dice una fuente diplomática que participó de las coordinaciones para el rescate de otros bolivianos perseguidos, quien pidió la reserva de su identidad.
En el libro de AMLO, A mitad del camino, aparece una escena que reseña -a su vez- Alfredo Serrano: "Andrés Manuel López Obrador relató que el piloto del avión alcanzó a observar en el momento del despegue una estela luminosa similar a la característica de un cohete y, considerando la posibilidad de que se tratara de un proyectil, le forzó a tomar una decisión inesperada: efectuar un viraje para evitarlo".
Según cuenta Serrano, con el avión recién en el aire, algunos testigos del vuelo vieron el disparo de un proyectil al cielo, tal vez como un gesto final de intimidación, la acción descolgada de algún militar frustrado por el rescate de Evo o alguna otra explicación.
Hoy Alberto Fernández considera que se ha reconocido poco el papel de Mario Abdo. “Es justo reconocer que tuvo una actitud encomiable, no puso un solo reparo. Me dijo ‘lo voy a recibir’ y me llamó a las 4 de la mañana de hora argentina para decirme Alberto ya despegó el avión rumbo a México”.
De todos modos, Asunción tampoco era la carta ideal por una razón adicional: implicaba necesariamente usar el espacio aéreo brasileño, en instancias en que Brasil era gobernado por Jair Bolsonaro.
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Sin embargo, ese escollo fue resuelto gracias a una gestión de Fernández ante el canciller de Mauricio Macri, Jorge Faurie, quien consiguió el visto bueno de los brasileños al viaje del avión mexicano por su territorio amazónico. “Una que tenga Macri”, bromea el presidente argentino.
Tampoco -esta vez- las peruanas pusieron nuevos problemas, ya que el avión también tenía que pasar por el cielo de Perú. Pero, quien sí puso problemas fue el Ecuador de Lenin Moreno, cuyas autoridades aéreas impidieron al avión mexicano pasar por su territorio, cuando éste iba en el aire.
Un contratiempo menor, aunque implicó un cambio de ruta en el aire, pero que no impidió que Morales y García Linera llegaron sanos y sanos a Ciudad de México. Algo, menor, pero que muestra una hilacha de lo que pudo ser una coordinación mayor para evitar el éxito del rescate de Evo.
Argentina, México ¿Europa?
Maximiliano Reyes, subsecretario para América Latina y el Caribe de la Cancillería de México fue parte activa del rescate de Evo Morales, como el coordinador de más alto nivel parte del gobierno de AMLO en el rescate. En esos días, Reyes estaba justamente en Argentina, a propósito de lo de Puebla.
Recordando esos días, en conversación con INTERFERENCIA, Reyes contó varias de las peripecias del avión mexicano, y subrayó el nivel de soledad en que operaron, al menos en el nivel institucional. "Eramos Alberto y AMLO, nada más", dice.
Otra fuente diplomática, por su parte notó la ausencia de más embajadas que la mexicana para recibir perseguidos del MAS. "Solo México se comprometió en esto, pues los venezolanos y los cubanos no tenían margen", se lamenta esta fuente ante la ausencia de apoyo de embajaas de la Unión Europea (UE).
Al respecto, INTERFERENCIA hizo llegar consultas al ex presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero.
Estas fueron sus respuestas por escrito:
- ¿Qué rol jugó España y Europa en el Golpe de Estado contra Evo Morales de 2019?
España no respaldo la acción de fuerza que dio lugar a un gobierno sin legitimidad. Además estuvo en el grupo de paises que presiono para la recuperación de la democracia por la via electoral. La UE fue mas lenta en posicionarse, pero tuvo gran importancia el papel de parlamentarios socialistas europeos en contra del golpe.
- Usted forma parte del Grupo de Puebla ¿Cómo evalúa el rol de la agrupación y el suyo personal?
El Grupo de Puebla es un gran proyecto. En solo tres años ha unido a progresistas de dos continentes, con un trabajo serio y en un ambiente amable y de compañerismo. Ha acompañado las victorias de la izquierda en América Latina y su apuesta por la integración de la región con sociedades feministas ,socialmente justas y sostenibles,supone una visión avanzada con la que me identifico.
Me siento honrado de haber sido invitado desde su fundación. Es una de mis experiencias políticas mas apasionantes. Es una tarea digna en una Lationamerica que es hoy la región mas progresista del mundo.
- ¿Por qué cree que los países de la Unión Europea no jugaron un rol similar al de México? Por ejemplo, prestando sus embajadas en La Paz a perseguidos del MAS.
Las razones son una excesiva prudencia de la UE y un defícit de conocimiento a fondo de la situación política en América Latina.
- ¿Qué le pareció comportamiento de gobiernos de derecha de la región?
Preocupante. La centro derecha en América Latina no puede caer en la estrategia de la extrema derecha. Todos debemos contribuir a ese objetivo.
Comentarios
La OEA siempre al servicio
Excellent piece! I'm very
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