A 72 horas del día clave, son muchos quienes se preguntan cómo llegamos a este momento. ¿Qué rol han jugado los medios de comunicación en el proceso constituyente chileno? ¿Han estado a la altura de lo que se espera de ellos o siguen al debe tal como en 2019? ¿Han sido facilitadores de un intercambio equilibrado de ideas? ¿Cómo se han comportado frente a la omnipresente amenaza de las noticias falsas?
A riesgo de pecar de autorreferentes, las siguientes líneas vuelven sobre varias de las columnas publicadas en esta tribuna durante los últimos 17 meses. En ellas hemos intentado plasmar el día a día de la prensa escrita chilena. ¿Qué lecciones arroja esta revisión?
Pocos días después de la elección de constituyentes de mayo de 2021, el gran empresariado chileno despertó dándose cuenta de que eran dueños de nada. Los candidatos a los que habían apoyado con generosas sumas de dinero y amplia cobertura en sus medios habían resultado –en su gran mayoría– derrotados. Peor aún, apenas conocían a los ganadores. Ante la polifonía y colorido de la flamante Convención, hubo quienes buscaron respuesta en las redes sociales, mientras otros esbozaron un tímido mea culpa: “Tuvimos que haber distribuido, de alguna manera, un poco más el éxito”, explicaron.
El comité editorial de La Tercera, que en su momento apoyó el Apruebo en el plebiscito de entrada, rápidamente mostró su verdadera cara y se opuso a cualquier cambio: no al royalty minero, no al impuesto a las grandes riquezas, no a la derogación de la Ley de Pesca y no a los retiros de fondos de pensiones. Corría junio de 2021 y ya resultaba previsible que apoyarían el Rechazo un año más tarde.
Así llegamos a julio y el inicio de la Convención. Debieron pasar pocos días para darnos cuenta de que habría medios que le negarían la sal y el agua. “En Cañete se produjo el primer atentado tras instalarse el órgano constituyente”, tituló El Mercurio, en la primera muestra de que cualquier señal de turbulencia sería vinculada al proceso histórico de redacción de una nueva Carta Magna.
Así llegamos a julio y el inicio de la Convención. Debieron pasar pocos días para darnos cuenta de que habría medios que le negarían la sal y el agua. “En Cañete se produjo el primer atentado tras instalarse el órgano constituyente”, tituló El Mercurio, en la primera muestra de que cualquier señal de turbulencia sería vinculada al proceso histórico de redacción de una nueva Carta Magna. Los constantes choques entre algunos medios y el órgano redactor, argüimos entonces, se debía al carácter colonial de los primeros y los evidentes afanes decoloniales del segundo. No era fácil para un puñado de hombres ver cómo de un día para el otro estos “invasores espaciales” –esto es, mujeres y pueblos originarios– pasaban a ocupar asientos que les habían sido históricamente vetados. El reconocimiento mundial a la figura de Elisa Loncon solo empeoraba los ánimos en los salones de los directorios.
La batalla por el relato que comenzó a librarse a diario para instalar una narrativa que lograra explicar el proceso constitucional quedó en evidencia de inmediato. El primer ataque vino con la teoría de que en la Convención primaba una “tiranía de la mayoría”. Cocinada en las redes de Libertad y Desarrollo y amplificada a través de las páginas mercuriales, la estrategia copó editoriales y entrevistas por varios días. Cuando la cuerda se acabó fue el turno de la supuesta “cancelación” de la que era víctima la derecha en el hemiciclo. Siete editoriales en menos de un mes se encargaron de instalar el concepto, mientras las mentiras de las elecciones parlamentarias (“Se ha propuesto cambiar la bandera, el himno nacional, el nombre del país”, aseguró Ena Von Baer) se mezclaban sin pudor con las discusiones constituyentes ante medios que se declaraban “neutrales” y preferían no salir a hacer grandes desmentidos.
Con la elección presidencial como telón de fondo, los dardos apuntaron al eventual triunfo de Gabriel Boric. “Camino de destrucción”, “oportunismo electoral”, “utopías fundacionales”, “violencia narcoterrorista”, “demagogia sin límites” y “trayectoria autodestructiva” fueron algunos de los conceptos empleados para explicarnos que el país se caía a pedazos producto de la polarización. El falso cáncer de Rojas Vade –un certero golpe de La Tercera– se convertiría finalmente en el torpedo más potente a la credibilidad del órgano.
Pocos días antes de Navidad y coronando un año negro para los sectores conservadores, el macizo triunfo de Boric sobre José Antonio Kast terminó de dar cuenta de un Chile interseccional en el que las viejas etiquetas y divisiones partidistas habían quedado obsoletas. La derecha parece haber tomado nota –finalmente– de los nuevos tiempos que corrían e iniciaron el año 2022 con nuevos bríos, mientras los medios comenzaban un reacomodo ante la salida de Sebastián Piñera y la llegada del nuevo gobierno.
Honrando a sus padres con altos cargos en El Mercurio, Marcela Cubillos y Bernardo Fontaine partieron la segunda mitad del trabajo constituyente con renovadas armas. La Convención llevaba a cabo sus primeras votaciones y la narrativa que comenzó a instalarse fue la de una supuesta desconexión de sus integrantes con la realidad. Esta sería una de las últimas veces en que veríamos a la derecha más dura en la primera línea del Rechazo: con generosas espaldas económicas y un inédito espacio en los medios había nacido Amarillos por Chile, un puñado de figuras otrora centro-izquierdistas que romperían un muro hasta entonces infranqueable. Su irrupción validó la existencia de apruebistas decepcionados, en una estrategia que le permitiría a la derecha esconderse en la cocina tal como Alf, pero sin perder los escaños reservados que su discurso pro Rechazo tenía asegurados en los grandes medios. Había comenzado “El baile de los que cobran”. Con una vistosa portada en LUN y entrevistas en todos los medios, la marquesa Cayetana aterrizó proveniente de España para iluminarnos con su noble sabiduría. “El proceso constituyente busca lo que divide a los chilenos”, aseguró.
Corría mayo y la ola de “interpretaciones tendenciosas” –como meses después las bautizaría Carlos Peña– respecto de las normas constitucionales aprobadas arreciaban. Era “el cuco” el que se asomaba en cada nuevo artículo y que llevaba a El Mercurio a incluir críticas en el 89,9% de sus editoriales dedicados al trabajo de la Convención. El trabajo de demolición parecía estar dando frutos: desde abril las encuestadoras más populares de la plaza ya daban una ventaja al Rechazo por sobre el Apruebo. La incestuosa alianza entre El Mercurio y el Panel Ciudadano de la Universidad del Desarrollo para publicar sondeos que apoyaban la línea editorial del diario se convertía quizás en el ejemplo más claro de esta problemática relación.
Con generosas espaldas económicas y un inédito espacio en los medios había nacido Amarillos por Chile, un puñado de figuras otrora centro-izquierdistas que romperían un muro hasta entonces infranqueable. Su irrupción validó la existencia de apruebistas decepcionados, en una estrategia que le permitiría a la derecha esconderse en la cocina tal como Alf, pero sin perder los escaños reservados que su discurso pro Rechazo tenía asegurados en los grandes medios. Había comenzado “El baile de los que cobran”.
A comienzos de julio, con la propuesta de nueva Constitución ya entregada a la ciudadanía, distinguimos al menos cuatro formas en las que un sector de la prensa se la jugaba por esl statu quo: (1) a través de medias verdades; (2) destacando polémicas; (3) escondiendo al Apruebo; y (4) a través de una falta de perspectiva histórica. A esta altura, las “fuentes útiles” venían gozando por meses de generosas tribunas para favorecer a una opción por sobre la otra, con figuras Sergio Micco, Javiera Parada, Ximena Rincón y Mario Waissbluth instalados como niños símbolos de los arrepentidos en una campaña sin caretas.
¿Dónde había quedado la UDI? ¿Qué pasó con Republicanos? ¿Alguien ha visto a Sebastián Piñera? El estruendoso silencio del Rechazo que genera rechazo fue avalado por medios que nunca decidieron sacarlos al pizarrón y se contentaron con ponerles el micrófono a los exconcertacionistas que aceptaron hacer el trabajo sucio.
Con el plebiscito a la vuelta de la esquina, aún es prematuro aventurar si triunfarán quienes buscan hacer historia o quienes se dedicaron, predominantemente, más bien a la histeria. Desde esta tribuna, al menos, fuimos claros en señalar que la democratización del sistema mediático impulsada por la nueva Constitución entregaba buenos motivos para aprobarla.
Y así es como llegamos hasta aquí. Chile parece haber cambiado tanto y tan poco a la vez. El próximo domingo sabremos qué argumentos lograron convencer a más chilenas y chilenos. ¿Qué sucederá a partir del lunes 5? Lo único claro es que, independientemente del resultado, resucitarán una serie de actores que de manera obediente guardaron silencio por más tiempo del que jamás imaginaron.
Comentarios
Había que estar preparados
Muy certera la columna.
Se hace el llamado de
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